Rustin, la historia de un hombre que combatió como pocos las luchas externas y los fantasmas propios
La película de Netflix sigue el particular derrotero de un activista estadounidense que, en los años 60, debió afrontar todo tipo de oposiciones para lograr cambios profundos frente a los prejuicios sociales por la raza o el sexo
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Rustin (Estados Unidos/2023). Dirección: George C. Wolfe. Guion: Julian Breece y Dustin Lance Black. Fotografía: Tobias A. Schliessler. Edición: Andrew Mondshein. Elenco: Colman Domingo, Aml Ameen, Chris Rock, Johnny Ramey, Audra McDonald, Gus Halper, Glynn Thurman, Jeffrey Wright. Duración: 106 minutos. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Un poco al estilo de las biopics contemporáneas, Rustin pone el ojo en un único evento que marcó la vida personal y política del activista Bayard Rustin (Colman Domingo): la marcha pacífica hacia Washington para pedir por empleo y libertad, en contra del segregacionismo, que tuvo lugar en agosto de 1963. Fue un hito histórico, con 250 mil personas reunidas alrededor del Lincoln Memorial. Además, dejó para la posteridad el famoso discurso de Martin Luther King Jr. en el que pronunció la frase “Tengo un sueño” y fue el preámbulo de la sanción de la Ley de Derechos Civiles en contra de la discriminación por raza, sexo o religión por parte del gobierno de Kennedy. Todos los hechos que recrea la película conducen a ese objetivo, y la personalidad de Rustin, un activista que debió afrontar todo tipo de oposición para lograr lo que se proponía, se modela fuertemente marcada por su vida personal, como hombre negro y homosexual, criado por su abuela tras el abandono de sus padres.
Dirigida por George C. Wolfe -director de la biopic musical La madre del blues (2020) sobre la legendaria Ma Rainey, atravesada por las mismas encrucijadas que Rustin- la película comienza con la ruptura entre Bayard y un joven Martin Luther King (Aml Ameen), en 1960. La razones son los cuestionamientos en el interior del activismo negro por la condición sexual de Rustin y la posibilidad de que eso lo convierta en un blanco fácil para la oposición segregacionista. Ese breve preámbulo define la personalidad del protagonista: apasionado, temerario, pacifista. Pero para sus detractores detenta otras tres características: cuáquero, comunista, homosexual. El derrotero del relato será la construcción de esa figura, signada por incertidumbres y contradicciones, pero convencida de que la única salida para enfrentar al racismo es la unión del movimiento en una gran marcha pacífica. El modelo evidente es Mahatma Gandhi y la retórica que definió a Martin Luther King aquí aparece nutrida de las convicciones de Rustin como pensador, pero también como pragmático operador de la arena política.
El molde narrativo no escapa de esta lógica, pero Rustin cuenta con una actor perfecto: Colman Domingo brinda al personaje no solo su carisma y fervor sino también los fantasmas que lo asedian. El guion, escrito por Julian Breece y Dustin Lance Black (ganador de un Oscar por Milk, probablemente un modelo posible para la película), tiene que amalgamar muchos personajes de distintas facciones -el titular de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color), congresistas, líderes regionales- y entonces organiza escenas de conjunto en las que cada uno asoma con su cargo correspondiente, guiadas por una clara vocación de didactismo. Los retazos del pasado -registrados en blanco y negro- a menudo reponen lo previsible en la vida de Rustin, se convierten en artilugios para anunciar los obstáculos en la gestación de la marcha y ensayan una posible explicación de ciertas conductas que podrían haber sido más ambiguas si no estuvieran atadas a esas justificaciones. El uso de reiteradas secuencias de montaje -para mostrar la preparación de cada etapa de la organización de la marcha- torna esperable cada resumen, siempre con música de fondo, sin ninguna innovación visual.
Sin embargo, pese a esa exigencia de explicar la época y los distintos intereses en pugna de manera escolar, uno de sus méritos de la película consiste en correr el eje de la condición extraordinaria de los liderazgos. “Este país nos ha fallado una y otra vez y lo hemos perdonado. ¿No puedes perdonar a Martin por haberte fallado una sola vez?”, le pregunta Ella Baker (Audra McDonald), una de las veteranas activistas del movimiento de Derechos Civiles, a Rustin. Y el camino de reencuentro exige humildad y trabajo de todos, en lugar de heroísmos mesiánicos. Wolfe insiste en ofrecer matices a sus criaturas, aún en el corsé del relato de una gran causa celebrada por todos. La mirada es interna y lo que le interesa no son las posiciones de los opositores blancos a la realización de la marcha -los Kennedy, Hoover y otros sectores de la política de Washington-, sino las diferencias al interior del movimiento negro, las contradicciones entre quienes ya tenían lugares asegurados -el congresista Adam Clayton Powell (Jeffrey Wright)- y los que no tienen nada que perder.
Rustin intenta dar luz a un personaje clave de aquella gesta, premiado de manera póstuma y sin grandes honores, pero no por su condición de orador carismático o estratega político sino por su tarea subterránea, que sintetiza la de muchos otros anónimos. En esa clave, la película encuentra su mirada más valiosa, que la eleva por sobre sus propias limitaciones.
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