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Cómic para museos
Ícono del arte de los 60, Lichtenstein llega con una retrospectiva de sus viñetas pop.
Con ochenta trabajos que conforman una muestra retrospectiva de su obra, el artista plástico norteamericano Roy Lichtenstein llega a Buenos Aires. Y su llegada vuelve a avivar en algunos la pregunta que perturba a los críticos, al menos desde el día en que a Marcel Duchamp se le ocurrió que un mingitorio podía ser exhibido en un museo: "¿Qué es el arte?". Con el gesto de Duchamp nació el ready-made y la evidencia de que es el marco –teórico, edilicio– el que le da estatuto a la obra de arte. Ahora: pensar que los chistes –malos– que venían en los chicles Bazooka son arte –se dice que Fogwill escribió muchos de sus guiones–, es un tanto traído de los pelos. Al menos, habría que buscar buenos argumentos. Entonces, ¿por qué estos lienzos gigantes que copian hasta el detalle imágenes prefabricadas lo son?
Junto con Andy Warhol, Roy Lichtenstein (1923-1997) es uno de los representantes emblemáticos del arte pop. En rechazo a la gestualidad subjetiva del artista, el pop retomó la literalidad del ready-made: lo que ves es lo que es, y cualquier interpretación sobre la obra la está forzando, porque el significado de la obra pop está en la superficie, es público y universal. Es evidente que el arte pop recupera objetos e imágenes de la cultura popular y que eso puede ser leído como una crítica a la sociedad de consumo. Pero la trama es un poco más compleja. Por empezar, el arte siempre está en diálogo no sólo con el mundo sino con la propia historia del arte.
Roy Lichtenstein dijo que las imágenes de la historia del arte sobresalen con tal fuerza que dejaron en nuestras mentes una impronta similar a la de los logotipos. Cerca del hardcore de Warhol, el pop de Lichtenstein también trabaja en el plano de la superficie. En su obra, no hace referencia a objetos sino a imágenes, tomadas de los cómics que envolvían chicles a fines de los años 50, de dibujos animados y de la novela rosa. Siguiendo el procedimiento de la copia –a partir de retroproyectar esas imágenes y reproducirlas–, él arma un universo de espacios psicológicos. Son imágenes de despedidas, de desconsuelo, de espera junto al teléfono, de especulación sobre la pasión (What if...). La fragmentariedad del relato las vuelve inquietantes, inciertas. Los recortes no poseen la calma de una historia contada de principio a fin; hay un quiebre en la narración que proponía el material original. Sus snapshots [instantáneas] son viñetas de amor y guerra. La guerra está presente en varias dimensiones.
Por un lado, el clima de guerra y de posguerra es el que se respira como trasfondo histórico en el que se enmarcan las historias de los cómics o de las novelas sobre las que Lichtenstein experimenta. Hay una pregunta que flota encima de esas chicas llorando: "¿Volverá?". Por otra parte, lo frío y mecánico de su arte es la artillería que el artista disparó contra el expresionismo abstracto que precedía, como movimiento en Nueva York, al pop. Aquí hay una negación de la gestualidad subjetiva del artista: es un arte impersonal. En el realismo artificial de los cuadros de Lichtenstein hay referencias al mundo del arte en los brochazos –artificiosos– que cruzan muchas de sus obras.
Como La Gioconda, el Guernica, o los Girasoles de Van Gogh, las obras de Lichtenstein son también logotipos artísticos, y cualquiera puede, sin dudarlo, reconocer un Lichtenstein cuando lo ve.
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