Ronnie Arias recordó su amor adolescente con un soldado durante la Guerra de Malvinas
Un día antes de la fecha en la que se rinde homenaje a quienes dieron su vida por el país, el nuevo integrante de Perros de la calle compartió una emotiva historia
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Andy Kusnetzoff dio inicio a Perros de la calle (Urbana Play) como todas las mañanas: presentó a sus compañeros, saludó a la audiencia y le dio la bienvenida a Ronnie Arias, presente en el estudio. A minutos de haber comenzado aclaró que -a pesar de ser primero de abril- dedicarían unos minutos del programa a hablar sobre la Guerra de Malvinas. Dicho eso, le dio el pie a su invitado para compartir lo que sería una historia de amor envuelta en uno de los sucesos más trágicos de la historia argentina.
“Es una historia de los que nos quedamos acá”, anunció Ronnie y generó que el ambiente chicanero y bromista que se da al aire de Perros de la calle (Urbana Play) cambiara lentamente, mientras aquellos que lo rodeaban se acomodaban para escucharlo con atención.
El recuerdo, ese que él convirtió en una historia para generar conciencia o quizás como una forma de procesar el dolor, comenzó un 2 de abril, hace ya cuarenta años. Cuando las agujas marcaron las cuatro de la mañana en punto, el reloj despertador sonó estridentemente para interrumpir la calma de la madrugada. Ronnie Arias, quien ese entonces tenía 19 años, abandonó la cama y, como todos los días, se puso el uniforme reglamentario. “Era horrible, color caca con un birrete que ni siquiera parecía una de las chicas de las películas de Abbott y Costello, era de una lana berretísima”, recordó, con su toque de humor característico.
Como todos los días, debía tomar el tren para dirigirse hasta Campo de Mayo. Pero ese no era un 2 de abril ordinario, era especial. Tanto, que incluso su mamá lo esperaba con el café con leche caliente sobre la mesa, listo para ser tomado antes de tener que salir a enfrentar el frío de la mañana. “Era el día de mi baja, en el que me iban a devolver mi DNI. Iba a poder ser libre nuevamente e iba a poder hacer de mi vida lo que se me cante”, manifestó.
Aquel lunes pasó a la historia, no porque Ronnie recibiera su baja, sino porque se declaró la Guerra de Malvinas. “Cuando llega el tren, se abren las puertas y adentro es como si fuera el mundial del ‘78. La gente está alucinada, los pibes gritan ‘las Malvinas son argentinas’. Te muestran el diario Crónica que dice ‘los argentinos tomamos las Islas Malvinas, recuperamos lo que es nuestro’”, detalló. De manera lúgubre, agregó: “Lo primero que pensé fue ‘Dios, vamos a una carnicería’”.
En ese punto, se interrumpió para seguir una tangente dentro de su relato. Tiempo atrás, Ronnie había conocido a Félix, un joven soldado de San Juan con quien mantuvo un breve pero apasionado romance. “Un morocho hermoso, el más lindo de todo el batallón. Y mira que conocí varios”, aseguró, pícaramente. Sin embargo, un problema los obligó a separarse y nunca más se vieron. Hasta ese 2 de abril.
Félix y Ronnie se reencontraron en la peor circunstancia posible. Lo que en una película sería el comienzo perfecto de un romance épico, en la vida real, se sintió como una dolorosa sentencia de muerte. Esa mañana, en la Escuela de Suboficial Sargento Cabral definirían a quienes enviarían al frente de batalla. Esos serían los más nuevos que, al mismo tiempo, eran los que tenían los peores materiales. “Las sobras del ejército”, definió Arias. Una vez allí, les indicaron que declararan cuanto calzaban y, a medida que resonaban los números, debían acomodarse frente a frente con alguien que llevara el mismo talle de zapatos.
“Nos empezamos a agrupar en fila, con tanta suerte o desgracia, que la persona que me toca adelante es Félix”, especificó. Les ordenaron que intercambiaran los borcegos ( “Él tenia unos borcegos hechos mi**da y yo tenia unos nuevos que le habíamos comprado al ejército israelí que soportaban temperaturas extremas”) y, lo último que vio de ese “morocho hermoso”, fue como se subía a un camión que lo llevaría “andá a saber donde”.
Lo que, en boca de Ronnie comenzó como una historia de amor se transformó en algo más crudo. Más real. El silencio dentro del estudio de Urbana Play era denso, cargado por la expectativa de los oyentes por saber lo que sucedería a continuación o, tal vez, atravesado por la certeza de que lo que venía no era nada bueno. En ese contexto, el relator realizó un salto en el tiempo.
“Un día estaba comiendo una pizza en San Telmo, se me acerca un pibe y me dice ‘¿vos sos Ronnie? Yo estuve en las islas con Félix. Nosotros estuvimos presos en un pozo. Habíamos robado una oveja y nos la comimos cruda. Nos encontró un sargento argentino, nos hizo hacer un pozo al lado del acantilado y que nos metamos adentro’. Yo le digo ‘a mi me parece que lo vi en una de las tantas fotos que había de los que regresaban de Malvinas’ y él me dijo que, después de eso, no lo vio más”, dijo.
Con los ojos acuosos por la sobrecarga de emociones, continuó: “En la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral venían los soldados que traían de vuelta después de la rendición. Los pibes eran capaces de darte las camperas a cambio de una feta de jamón. En mi cerebro de adolescente de 19 años, la imagen que tengo de esos chicos es la de las personas que estaban en los campos de concentración en la época de los nazis. Los ojos muertos hundidos, flacos, sin esperanza. La sensación que me quedó de Félix era esa, la de un muerto vivo caminando por la calle”.
El relato terminó entre lágrimas de tristeza y de frustración, mientras Ronnie exclamaba: “Sé que es una historia de los que nos quedamos en el continente, de los blanditos. Sé que es una historia de amor y también es una que no nos tenemos que olvidar. Porque íbamos a vitorear a un hijo de p**a borracho que solo nos mandaba al matadero. No fue un mundial, no había nada que festejar, nos iban a sacrificar”.
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