Rodrigo de la Serna: “Los roles que elijo nunca son muy confortables”
Hay algo en el trabajo de actor que nunca es del todo develado. Por detrás de una película, una serie o una obra de teatro existe un ritual de oportunidades, de elecciones artísticas, de prejuicios, de buenas y malas ofertas, de tiempos muertos, de tomas repetidas hasta el cansancio, de perfeccionismo y de emociones. De incomodidad y de satisfacción. Para Rodrigo de la Serna, la actuación es un poco de todo eso. Él es consciente de que tres minutos en pantalla pueden ser el resultado de muchas horas de trabajo individual y colectivo. Un momento en la pantalla en los que conviven la propia exigencia, las distintas formas de producir contenidos y las propias decisiones. Fueron varias de esas preferencias –la de no ser un típico galán de telenovelas y ser, por ejemplo, un boxeador– las que lo llevan a la contundente conclusión de que, al final, nada es suerte y todo es optar y aceptar: "Los roles que elijo nunca son muy confortables".
De la Serna es un todoterreno. No solo por sus capacidades artísticas, que lo situaron en el drama, la comedia, la acción y el policial casi por igual (y también en la música, al frente de El Yotivenco); sino por ese componente físico tan propio que lo hace poner el cuerpo todo el tiempo, ya sea para bailar el "Bombón asesino" (Inseparables, 2016), para boxear (Contra las cuerdas, 2010), para escaparse de los monoblocks (Okupas, 2000) o para arrastrarse por el monte en la búsqueda de cazadores furtivos como hace en Al acecho, la película que desde este jueves estará disponible en la plataforma Cine.ar. "Puede ser que haya una impronta física en mí, en lo que elijo hacer", le dice a LA NACION revista. "Después de papeles como estos, extraño esas escenas sentado en un café, mirando por la ventana, con diálogos, en una mesa...".
Al acecho cuenta la historia de Pablo Silva, un guardaparques asignado al Parque Pereyra Iraola tras un episodio laboral que le valió estar cuestionado por la ley. La ambigüedad de Silva –¿es bueno? ¿es malo? ¿qué sería ser bueno o malo?– se funde en un entorno natural, lejano pero reconocible, que no solo se ocupa de darle un lugar a la acción y a la historia: el parque es un personaje más, un espacio donde conviven lo urbano, lo rural y lo salvaje. "Yo tenía una deuda artística y profesional con Francisco D’Eufemia, el director, que me había convocado para participar de su ópera prima Fuga de la Patagonia, que está inspirada en la vida de Perito Moreno y su vínculo con los pueblos originarios. El guion de Al acecho me encantó desde el primer momento, porque se notaba su conocimiento del Pereyra Iraola, de qué había ahí adentro", dice. Y si bien no alcanza con la película para saber qué tan apoyada en la realidad está la historia, sí despierta la curiosidad acerca de los temas perimetrales de la película: la caza furtiva, el tráfico de animales, la expropiación del parque por parte de Juan Domingo Perón y la decadencia de algunos espacios públicos.
El trabajo de actuar
De la Serna debutó como actor en 1995 en Cybersix, la adaptación de la historieta de Carlos Trillo y Carlos Meglia que se emitió en Telefe en formato miniserie, cuando la televisión se veía en el televisor y las películas en el cine (o como mucho en VHS). Desde ese momento no paró de trabajar, y es muy probable que el lector recuerde varios de sus personajes, por la impronta aportada por él. Entre ellos, El Goyo de Campeones de la vida, el Flavio de Vulnerables, el Franco de Hermanos y detectives, el Lombardo de El puntero, el Alberto Granado de Diarios de motocicleta y el Jorge Bergoglio de Llámame Francisco. Claro que hay un antes y un después de Ricardo Riganti, su personaje en Okupas, la miniserie de Bruno Stagnaro que cumple 20 años y que marcó un hito en la televisión nacional. Y está su Juan Manuel de Rosas de El farmer, que hizo en teatro con Pompeyo Audivert, y ahora Palermo, el ingeniero con el que se sumó al éxito de La casa de papel. Un historial de lo más variado.
De su vida personal no se sabe más de lo que se sabe. Cuando Rodrigo era Goyo, conoció a Erica, que no era otra que Erica Rivas, con quien tuvo una hija, Miranda, que también es actriz. Tras la separación, y cuando Rodrigo era Ezequiel, su personaje de Contra las cuerdas, conoció a Ana, el personaje de Soledad Fandiño, con quien también estuvo en pareja. En Tiempos compulsivos, cuando Rodrigo era Esteban, las revistas del corazón lo vincularon con Sofía, que era Pilar Gamboa, su compañera de serie. Y más cerca en el tiempo formó pareja con la periodista Ludmila Romero, con quien tiene una hija de un año y un hijo nacido en febrero último. Nada de esto –salvo alguna foto con Miranda– se refleja ensu cuenta de Instagram, que tiene un millón y medio de seguidores, pero que permanece inactiva desde el año pasado. Ni siquiera cuando habla del encierro de estos días Rodrigo hace referencia a su intimidad. La privacidad es literal.
Antes de volver a rodar La casa de papel, quinta temporada, el actor habla de la diferencia entre trabajar en grandes producciones o en productos más chicos. "El rigor técnico en una producción como La casa de papel es muy distinto a la hora de encarar el trabajo, son artesanías distintas", dice. Lo que se requiere del actor también varía entre el mainstream y lo artesanal, "pero sacando eso, el trabajo del actor es el mismo: estar conectado con el personaje, con el rol, con el aquí y ahora. Y cuando dicen acción, hacerlo y hacerlo bien", resume.
Al acecho –una especie de western criollo– resultó la excusa ideal para que De la Serna ponga el cuerpo una vez más, esta vez no solo acompañado por humanos –Belén Blanco y Walter Jakob son de la partida– sino también por un zorro, quizá la relación más auténtica que Silva sostiene en la película. Ambos compartían un rasgo esencial: el encierro. El animal estaba en una jaula y Silva, en su uniforme. "Fue maravilloso conectar con ese animal –dice–. Si bien era un zorro domesticado, con un animal no hay caretas, no hay filtros, no hay nada. Tenés que conectar y sale lo que sale en ese momento".
Ese sale lo que sale no solo obedece a la imprevisibilidad de un animal, sino también a la actualidad del cine como hecho artístico, que a la vez es un negocio. Gallito ciego (2001), la primera película que tuvo a De la Serna entre sus protagonistas, se filmó en ocho semanas, mientras que este rodaje duró cuatro. "Las crisis económicas y la propia crisis del cine –las nuevas formas de consumo en plataformas– modificaron la manera de filmar. Hoy está todo muy ajustado, más apretado, son rodajes de más horas, más intensos y más cortos", agrega.
Y ahora es cuando dice "los roles que elijo nunca son muy confortables". Lo trae a colación por su participación en La casa de papel, la serie que obtuvo el reconocimiento del público más que de la crítica. "Estábamos todo el día a los gritos o con emociones muy intensas, en situaciones poco convencionales y de mucho vértigo emocional… Eso exige mucho, es una demanda física y emocional muy fuerte. Realmente quedás cansado después de un día así, porque las escenas se repiten muchas veces, un lujo que se pueden dar las producciones más grandes", agrega.
Para grandes o chicas, locales o extranjeras, hoy la única pantalla posible es la de casa. Rodrigo lo entiende, pero aún así, se lamenta. "Es una pena –dice– porque todo el tratamiento de color, de sonido, y la mirada del director, el trabajo de los actores y de la parte técnica, estuvo enfocado en la pantalla grande. El evento cinematográfico se completa en una sala, con público, al igual que la música, el teatro, con las atmósferas que se van tejiendo junto con los espectadores… Pero al mismo tiempo, una plataforma como Cine.ar nos salva de esta situación. Si hay una pandemia global y no se puede ir al cine, no está mal que esa plataforma sirva para exponer nuestro trabajo y que la gente lo pueda ver". De la Serna no quería hablar de la pandemia, pero el tema sale solo, como casi en cualquier conversación de hoy. "¿A quién le puede pegar bien esto? A nadie. Gente que no está trabajando, que no puede ver a sus seres queridos… Es muy doloroso".
Existen artistas que surfean la actualidad sin emitir opinión y sin que nadie sepa lo que piensan sobre nada, pero De la Serna no es uno de ellos. Es algo que queda en evidencia cuando se lo consulta acerca de los 20 años de Okupas y la vigencia, no solo de la serie, sino también del contexto social que exponía, como la marginalidad y la falta de oportunidades (sobre todo para los jóvenes), problemas tan actuales como en el posmenemismo. "La realidad de Okupas –una serie tan bien hecha, tan esencial y tan puntual– va a seguir existiendo hasta que no cambie el paradigma que margina y condena a la miseria a millones de personas. Hasta que no aparezca una nueva versión de la humanidad –más justa, o una quizás una peor, quién sabe– no va a cambiar. La humanidad está en una rotonda y estamos viendo por dónde salimos, cuál de las cuatro salidas es menos mala".
Sucesión de casualidades
Gracias a la actuación obtuvo reconocimiento, pero la música ya estaba ahí; nunca había dejado de tocarla puertas adentro. En su grupo El Yotivenco (conventillo al revés) pone el cuerpo de otra manera, sobre todo la voz y los dedos. Rodrigo toca la guitarra desde los 17 o 18 años (tiene 44) y, si bien fue a un profesor, su método está más cerca de la práctica que de la academia. "Aprendí más con mis amigos, en los escenarios, en las tertulias. Con el simple hecho de estar tocando con colegas con más trayectoria, uno aprende –dice–. El Yotivenco fue una sucesión de casualidades y de eventos afortunados. El hecho de haberme encontrado con amigos con los que compartíamos gustos musicales, de que salgan fechitas y de terminar tocando en un Gran Rex es una concatenación hermosa", dice.
De la Serna no tiene miedo a aprender en público, solo se preocupa por las críticas bienintencionadas y trata de no tener prejuicios. "Hay que visualizar muy bien lo que uno quiere, hay que desechar lo que sobra. Lo que pasa es que hay tanto barullo que resulta difícil conectar con lo esencial y sagrado que tenemos los seres humanos –dice–. Ya soy un veterano, encontré una identidad actoral y enseguida me doy cuenta cuando me falta un poco o cuando se me va la mano. Y en general, tengo la autocrítica bastante alta". Desde 2000 –cuando se estrenó Okupas y su cara se hizo conocida– Rodrigo templó su carácter y pudo tomar como bienvenidas las críticas constructivas. Y en un medio en el que el ego juega un papel importante, supo ponerlo en su lugar. "Hay que entender que esto es un juego. Es una profesión, sí, pero también es un juego, y que si uno se equivoca no lastima a nadie. En general, se trata de entretener y de invitar a la reflexión. Si uno logra esas cosas con su trabajo, puede darse por satisfecho".
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