El actor habló con LA NACION sobre la película que se estrena el jueves próximo, El rapto, en la que tiene un papel que lo demandó mucho físicamente y al que considera el mejor de su carrera
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La primera reacción de Rodrigo de la Serna frente a la peripecia del personaje que lo trae de vuelta a los primeros planos es un viaje personal a través de la memoria. Allí reaparecen algunos de sus recuerdos infantiles. Uno de ellos tiene que ver con un hecho que ocurría a repetición cuando todavía estaba en la escuela primaria y las clases se suspendían cada vez que se recibían denuncias anónimas con la amenaza de la detonación de algún artefacto explosivo.
Ese inquietante escenario convivía en la sociedad argentina de entonces con el entusiasmo de lo que el actor define como la “épica democrática” del regreso al estado de derecho luego de las elecciones ganadas por Raúl Alfonsín en 1983. Un tiempo marcado por el regreso de muchos exiliados políticos junto a sus familias y también por la ominosa presencia de lo que se conoció como “mano de obra desocupada”, rezago de los grupos que estuvieron a cargo de las tareas más sucias y oscuras durante el ejercicio del poder militar y, tras la retirada de los uniformados, se dedicaron con total impunidad a la siniestra industria del secuestro extorsivo. La institucionalidad todavía era muy débil para erradicar ese flagelo.
De esa historia habla El rapto, la película protagonizada por De la Serna y dirigida por Daniela Goggi que llega este jueves 26 a los cines argentinos después de un fértil recorrido por festivales internacionales de alto nivel (Venecia, Toronto, Zurich). Estará en principio solamente dos semanas disponible en pantalla grande, la última de ellas de manera simultánea con su llegada a la plataforma de streaming Paramount+ ya confirmada para el viernes 3 de noviembre.
De la Serna interpreta en esta película a Julio Levy, uno de los tantos exiliados por razones políticas que decide volver al país, en este caso para ocupar un lugar decisivo en la importante empresa financiera manejada por su familia. Pero todo cambia de manera dramática e inesperada cuando su hermano Miguel (Germán Palacios) es secuestrado. Se pone en marcha a partir de ese momento una larga y tenebrosa negociación de la que Julio debe hacerse cargo.
En el encuentro mano a mano con LA NACION, que transcurre en una tarde bien primaveral en un bar-restaurante de San Isidro, De la Serna evoca su primer contacto con El salto de papá, el libro escrito por Martín Sivak alrededor de la historia de su familia y sobre todo de su padre Jorge, que vivió una experiencia similar a la del personaje protagónico de El rapto. Pero, como señaló Goggi a LA NACION cuando la película tuvo su estreno mundial en Venecia, la de Sivak no fue la única referencia. “Llegamos a esta historia por varios lugares”, dijo la directora sobre una trama que toma unas cuantas referencias de la historia concreta de la Argentina de ese tiempo pero es una ficción, según se aclara en los créditos finales.
“¿Cómo llegué a Levy? –responde De la Serna-. De la mano de Daniela, que me acercó el libro. Quedé cautivado de inmediato. Primero por una cuestión literaria, y segundo, porque al haber presenciado esa época de niño algo me convocó con fuerza desde esos recuerdos. Sobre todo la época, un momento tan complejo de nuestra historia reciente. La transición a la democracia, la agonía final del viejo mundo de la posguerra que empezaba a dejar su lugar a la globalización”.
-Una primera aproximación apoyada sobre todo en la memoria personal.
-Traté de meterme en ese contexto histórico a partir de las sensaciones que tuve de niño. Ahora me tocaba representar con mi personaje a la generación de mis padres, tan golpeada por la historia nacional y global.
-Daniela fue muy enfática al señalar que El rapto se apoya en varias historias de ese tiempo y no solo a la tragedia de la familia Sivak, sobre todo desde que se abrió una fuerte disputa entre sus familiares por la adaptación al cine de El salto de papá.
-Lo que más me interesa es que nos enfrentamos a una historia muy compleja. Pensemos sobre todo en el estado de violencia que atravesó a la Argentina y se institucionalizó en la década del 70. Pasar de la noche a la manaña al estado de derecho con toda esa inercia se hacía casi imposible. Más allá de la efervescencia el fervor que acompañaron esos primeros años de la democracia, la película deja bien claro que ese laberinto seguía operando ahora de manera subyacente. Hubo muchos casos como el que cuenta el libro en esos años.
-Hay alusiones explícitas en la trama al comportamiento del gobierno encabezado por Raúl Alfonsín y no precisamente favorables. ¿Es El rapto una película política?
-Hay quien la definió como un thriller psico-político. Y hay acá algo muy visible de thriller, de película de género. Pero a la vez, sin lugar a dudas, podemos encontrar también rasgos políticos. El rapto se instala en ciertas zonas de la tristeza. Un comportamiento que tantas veces vi reflejado en la generación de mis viejos.
-¿Tristeza entendida por ejemplo como desilusión frente a algunas de las expectativas más fuertes que despertó la recuperación democrática?
-Algo así. La frustración de no poder cambiar las cosas tan rápido como estaba pasando en ese momento en el mundo, con paradigmas viejos que se caían mientras rápidamente empezaban a erigirse otros nuevos. Frustración también por no haber estado a la altura de las circunstancias. También influye mucho la culpa del sobreviviente. En el caso particular de Julio Levy pesó mucho el hecho de tener que asumir el lugar del hermano secuestrado en el organigrama empresarial. Hay muchos factores que confluyen en la tristeza de Julio, mi personaje.
-En la película, Julio Levy deja a la vista una vida llena de contradicciones y de elementos que están todo el tiempo en conflicto, ¿tuviste en cuenta todo eso para preparar tu caracterización?
-Julio Levy estaba lleno de contradicciones y de complejidades. Es la síntesis de toda una época. Traté de abarcar toda la complejidad de ese rol y si lo logré fue por el inmenso trabajo de Daniela, que narró esta historia con elegancia y sobriedad. Yo estoy admirado y asombrado a la vez por los resultados. Puedo asegurarte, sin exagerar, que esta película está entre las mejores que hice en toda mi carrera, si no es la mejor de todas. Es una película enorme desde lo narrativo, lo estético, lo conceptual. Estoy muy orgulloso de mi trabajo. Por primera vez puedo decirlo en público.
-También hay una visible transformación física en Levy. En la película actuás todo el tiempo con el cuerpo.
-Levy es una persona que se traga todo y no lo larga. Se nota en su cuerpo. También en la manera de fumar, de devorar cada cigarrillo. Yo engordé ocho kilos para personificarlo. “El peso del mundo” es un título muy plausible para esta película. Levy es como Atlas, esa figura que sostiene al mundo entero sobre sus espaldas. Un mundo personal, familiar y empresarial muy, muy pesado. Asume responsabilidades que son demasiado grandes para una sola persona y con varios mandatos que está obligado a cumplir.
-¿Cuáles?
-Son mandatos patriarcales sobre todo. Tiene que ser un prohombre impecable en lo discursivo para evitar las contradicciones. Como esa cosa de ser a la vez marxista y financista. Un peronista a lo mejor no asumiría esas contradicciones, pero alguien que cree en el marxismo, sí. Y esto se nota en el cuerpo. Incluso en la respiración, que en el caso de Levy es pesada, entrecortada, casi asfixiada.
-Como una persona que se queda literalmente sin aire.
-Sin duda.
-El rapto llega un año después del estreno de Argentina, 1985 y las dos se enfocan en una misma época, marcada a fuego por los problemas pendientes de la transición democrática.
-Es una época poco frecuentada hasta ahora por el cine argentino. El trabajo del director, del actor o del creador cinematográfico pasa justamente por la posibilidad de asomarse a ese pasado y reflexionar sobre él para darle forma a algunas cuestiones colectivas a las que todavía nos cuesta encontrarles sentido.
-Y se estrena en un momento muy especial, inmediatamente después de las elecciones.
-Es como un anverso de esa épica democrática que tuvimos como pueblo con el Juicio a las Juntas y todo lo que ya sabemos. Del otro lado existía de manera subyacente esa cosa medio kafkiana de un enemigo invisible todavía al acecho y en penumbras, porque aquella violencia institucionalizada de los años 70 siguió operando de otra manera.
-De nuevo con muchas vidas en juego.
-Lo que más me impresionó es lo bien que fue recibida la película en festivales internacionales top. A partir de una historia tan singular de la Argentina se comunican cuestiones universales y así lo vivimos por ejemplo en Venecia, con cinco minutos de ovación. No nos podíamos ir de la sala.
-¿Cuáles son esas cuestiones universales que el público internacional valoró al ver la película?
-Sobre todo el ocaso de un hombre, de una generación, de un ideal. Se tendieron muchos puentes emocionales a través de esta película. Nos costó bajar de nuevo a la realidad después de recorrer varios países con la película. Si hay algo que nos queda bien claro a todos los argentinos, y ahí sí que no hay diferencias, es que no queremos volver nunca más a aquel estado de violencia. Por eso se hace necesario volver la mirada hacia aquellos años.
-El rapto no estuvo en San Sebastián, pero allí hubo una demostración muy fuerte en defensa del cine argentino.
-De haber estado allí por supuesto habría participado. Voy a estar en todos los ámbitos que defiendan el trabajo argentino.
-Desde La casa de papel que no te vemos aparecer en pantalla. ¿Sos de los actores que ahora se permiten elegir cada vez más con mayor esmero o cuidado sus proyectos?
-Uno siempre lo intenta a partir de las posibilidades que tiene, a veces son muchas, a veces son pocas o directamente nulas, y a veces directamente no podés elegir.
-Hoy no te vemos comprometido en varios proyectos al mismo tiempo.
-Me tocó atravesar esa situación. Estar en demasiadas cosas a la vez. Hoy no.
-¿Qué cambió?
-Es una decisión consciente. Después de los 40 uno se da cuenta de que no tiene demasiado tiempo para perder. Quizás sea un síntoma de madurez.
-El rapto se estrena el próximo jueves en los cines y una semana después va a estar disponible en streaming. Las plataformas suelen abordar temas como el que propone esta película cada vez más a través de formatos híbridos como el de la miniserie, pero Daniela Goggi nos contó que siempre tuvo en la cabeza la idea de hacer una película. ¿Cuál es tu mirada?
-Estoy de acuerdo con ella. Lo que no tienen las series es la condensación del pulso narrativo que Daniela muestra en esta película. A El rapto no le falta ni le sobra nada. Eso es algo que se logra solo a través del arte cinematográfico. Lo episódico tiene que ver con otro tipo de artesanía. El cine es un arte sublime, el arte de todas las artes. Allí confluyen la plástica, la literatura, la música. Yo amo el siglo XX y extraño cómo se concebía el arte cinematográfico. Por suerte este relato tan singular recupera ese aliento.
-¿Cómo está hoy tu relación laboral y artística con España? Tuvo muchísima repercusión tu presencia en La casa de papel.
-Tengo una conexión muy fraterna con España. Muchos amigos, familia. Vínculos artísticos y humanos bastante profundos, de esos que quedan para siempre. A esta altura lo veo como una alianza natural, un puente cinematográfico entre Buenos Aires y Madrid que logramos mantener.
-En tu caso podría decirse que estás cruzando todo el tiempo ese puente.
-No vayas a creer. Yo soy muy de acá, de mi tierra. Viajé en cuatro oportunidades a España para trabajar, pero mi lugar está acá, donde vivo, pero allá también me siento en casa, igual que en Italia.
-En la película te vemos en un momento tocando la guitarra, ¿cómo sigue tu relación con la música después de la experiencia de El Yotivenco?
-Esa escena con la guitarra fue hermosa y me trae los mejores recuerdos del enorme elenco con el que hicimos la película: Germán Palacios, Jorge Marrale, Julieta Zylberberg, Andrea Garrote. Fue un lujo para mí. En cuanto al Yotivenco, nos despedimos a lo grande en el Gran Rex después de un recorrido maravilloso, de mucha expansión artística y humana.
-¿Tendremos nuevos episodios en tu vida musical?
-No lo descarto. La guitarra está ahí. Los dedos y la voluntad también.
-¿Y el teatro?
-Lo mismo, con muchas ganas. Como te decía, al reloj de arena ya me lo dieron vuelta, no hay tiempo que perder. Por eso tengo que encontrar algo muy convocante desde lo personal. El teatro requiere un compromiso físico y espiritual que no puede regalarse a cualquier material. Tiene que conmoverte. Ya va a aparecer. Estoy en un momento de mucha búsqueda y el que busca, encuentra.
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