Rodolfo Bebán, con la magia en la voz y en la mirada, uno de los mejores actores argentinos
Fue un dandy de la escena, hábil para crear inolvidables guapos románticos, gauchos rebeldes o galanes televisivos
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“No soy una taba que pueda caer de un lado o de otro. Yo caigo en lo que caen los hombres, ni aunque me espere el degüello a la vuelta de la esquina”. Estas palabras de Ecuménico López en la voz de Rodolfo Bebán sacaban astillas de la platea de la sala María Guerrero, del Teatro Nacional Cervantes, cuando protagonizó Un guapo del 900, en 1982. En él se veía talento, técnica, oficio y la certeza de que se estaba ante un actor único, inolvidable. Era de esos intérpretes que no abundan, detallista hasta el mínimo detalle de cruzarse la pierna de la manera correcta para, luego, al pararse, comenzar el movimiento con el pie orientado hacia donde iniciaría la caminata. Su voz era de las voces que no necesitaban jamás un micrófono. Tuvo una de las mejores proyecciones vocales, no sólo por contar con un trueno como instrumento sino por su manejo de los matices.
A Bebán se lo podía escuchar claramente hasta en el susurro, en una sala de más de mil localidades. Él no se regodeaba en los textos sino que los decía degustándolos. Quien haya tenido la dicha de haberlo visto y escuchado recitar poemas seguramente no lo olvidará jamás. Había dicha en su decir, cada palabra tomaba vuelo para llenar su mágico y único pentagrama interpretativo.
Exquisito, un dandy de la escena que encarnaba de manera diferente, singular y excepcional a cada uno de los personajes que le tocó en suerte.
Sus manos. Imposible no reparar en sus manos, sin grandilocuencia, pero preciso, delicado, un mago que hizo inolvidables sus encarnaciones.
La fiereza de su Juan Moreira; la galantería hecha poesía en Los muchachos de antes no usaban gomina; su marca de guapo romántico en Malevo; su repulsivo Lucio Santini, en El precio del poder; la rebeldía y la soberbia, en Cumbres borrascosas (qué placer ver sus escenas con la gran Alicia Bruzzo); y el descontrol desenfadado en Diario de un loco. Interpretaciones que lo convierten, sin ninguna duda, en uno de los mejores actores argentinos.
Tal vez injustamente poco reconocido en las últimas tres décadas. Es que Bebán siempre cultivó un perfil bajo, alejado del chimenterío. Le bastaba con fruncir el ceño como para espantar. Pero una charla de café con él para hablar de composición, de interpretación, lo ablandaban, le iluminaban el rostro con su mejor sonrisa. Y uno podía quedarse ahí embobado, disfrutando de una clase magistral y única sobre el gran oficio de ser multitudes.
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