Roberto Platé: "La intimidación termina promoviendo la obra"
"Cuando mi padre me dijo que no había podido encontrar mi obra en la muestra Ver y Estimar me alegré. Significaba que mi propuesta había sido un éxito. ¿Sabe por qué?", interroga misterioso el escenógrafo y pintor Roberto Platé.
"Fue en 1967, en el Museo de Arte Moderno, en un noveno piso con una serie de ascensores. Yo agregué dos más; es decir, instalé las puertas falsas de otros dos ascensores, exactamente iguales a las reales. Detrás, coloqué un dispositivo eléctrico que, cada tanto, subía y bajaba como si el ascensor pasara sin detenerse. Sospeché que funcionaba cuando vi que algunos visitantes se quedaban esperando y después, fastidiados, se iban a otra puerta. Pero no puse ningún cartel explicando que era una obra de arte."
Platé está radicado en París desde hace más de treinta años y vino a Buenos Aires para realizar, en el Teatro Colón, la escenografía de Muerte en Venecia , ópera que el compositor inglés Benjamín Briten escribió basada en la novela de Thomas Mann. Además, para inaugurar con sus pinturas A+B, la galería que Teresa Anchorena abrió en Palermo Viejo.
–¿Cómo sigue la historia?
–Al año siguiente fui invitado a participar en el Instituto Di Tella, en Experiencias 68 . Mi obra se hizo famosa, instalé un baño con una puerta para damas y otra para caballeros, que tampoco prestaba ningún servicio salvo la posibilidad de escribir en las paredes frases transgresoras. Casi todas contra el gobierno del general Onganía (recordado por la Noche de los Bastones Largos), pero clausuraron el baño por obsceno y, como respuesta, mis compañeros quemaron sus obras en plena calle Florida. Entonces, clausuraron la muestra y después terminaron cerrando el mismísimo Di Tella.
–¿Y ustedes?
–Fueron tiempos difíciles, nos perseguían, todos pasábamos una o dos noches por semana en la comisaría, ya fuese por vagancia, tener el pelo largo o vaya a saber por qué. Finalmente, nos fuimos del país y terminé radicándome en Francia.
–¿Cuál fue su primera escenografía?
– Evita , de Copi, una obra que también se hizo famosa y aunque pasó por momentos tumultuosos, tuvo un final feliz. Se presentó en el teatro l’Epée de Bois (La Espada de Madera), en marzo de 1969. Durante el tiempo de ensayo de la pieza recibimos amenazas de todo tipo. Llamadas anónimas, cartas, incluso graffiti en las paredes del frente de la sala. Y el día del estreno, un grupo irrumpió en el teatro, arrojó una bomba de gas lacrimógeno y con bastones de béisbol destruyó toda la escenografía.
–¿Qué hicieron?
–En una semana rehicimos todos los decorados, pero, como suele ocurrir, estos actos intimidatorios terminan siendo eficientes shows publicitarios para la obra que se quiere reprimir. El teatro comenzó a llenarse de escritores, artistas, diseñadores de Yves Saint-Laurent, y terminó siendo un éxito. Nunca se pudo dar en la Argentina; sin embargo, ahora se da en Buenos Aires en castellano y en francés; es curioso lo que puede el tiempo. Desde entonces, hice alrededor de 120 escenografías, más de la mitad para teatro lírico. Mi primera experiencia con una ópera fue en marzo de 1973, cuando el director Claude Régy me llamó para hacer la de El buque fantasma , de Richard Wagner, en el Teatro Municipal de Angers.
–¿Cómo fue la experiencia?
–Una antigua ley de los viejos tramoyistas sostiene que nada en el escenario debe traspasar la boca de fuego; es decir, la boca del escenario en dirección al público. Bueno, no la respeté; al comenzar la ópera y correrse el telón, hice salir del escenario la proa de un barco que casi llegaba hasta la mitad de la sala. ¡Los espectadores de las primeras filas se asustaron, pensaron que la nave se les venía encima! Pero creo que lo escenográfico siempre fue una parte de mi vida.
–¿Cuándo lo supo?
–En 1960, cuando después de terminar la academia y cumplir con el servicio militar, decidí viajar a Europa para saber si era cierto todo lo que había visto en los libros. Estuve cinco años, cuatro de los cuales los pasé estudiando en Baviera, en la Bildende Künste, de Munich. Era un gran admirador de las teorías de la Bauhaus y estuve considerando la posibilidad de aplicarlas a la obra de arte. Cuando regresé al país participé en una muestra colectiva en la desaparecida galería El Taller.
–¿Qué expuso?
–Después de romperme la cabeza durante días y días, sin que se me ocurriera nada, me cansé y, burlándome de mí mismo, encuadré con un marco impresionante el diploma que me habían dado en Munich, que estaba escrito con letras góticas; lo colgué, y alrededor puse una serie de pilotes de madera oscura unidos por un grueso cordón rojo, como si fuese la Mona Lisa o la Victoria de Samotracia . Ahora no tiene gracia, pero en su momento fue muy celebrada porque estaba dentro del espíritu de los años sesenta.
Portazo
“Todas mis escenografías comienzan en mi taller de la rue Belville, en París, un espacio de 150 metros cuadrados por 6 de alto. A veces imagino que Mozart, Verdi, Strauss, Goldoni, Bizet o el propio Honorato de Balzac vienen de visita, se sientan en un rincón y observan mis intentos por crear un marco adecuado para sus obras. A veces, incluso, tengo la sensación de que no aprueban mis ideas y se van dando un portazo.”
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