Roberto Peloni: "Cuando actúo desaparece todo lo malo"
Quién es el ganador del premio Hugo de Oro, como lo mejor de la temporada de teatro musical, por Shrek
Son las 23 de un jueves y en la esquina de Guardia Vieja y Billinghurst, los ojos curiosos de Roberto Peloni parecen descubrir el paisaje por primera vez. Espera con un cigarro en la boca y la mirada atenta, aunque levemente cansada por la función que hace poco más de una hora dejó atrás. "Entremos que te vas a morir de frío", sugiere.
La charla comienza como un encuentro cualquiera. Pide una cerveza y suspira, dejando escapar los restos del ritual escénico. Así empieza a aparecer Roberto, algo tímido, en la mesa del pequeño bodegón. Casi como quien recuerda una película perfecta, repasa de a poco las últimas alegrías que le regaló el oficio. Aparecen postales sueltas: la casa sin baño de su Lanús natal, la muerte de su padre, un juego solitario, la escuela municipal de teatro, el secundario, los amigos. Después vienen los Random, Pepe, Ricky, Pinti. Todo suelto, aunque perfectamente conectado por un destino singular. Tan único y encendido como su protagonista.
Hace apenas unas semanas, este actor (que integró obras de culto como La Parka y El cabaret de los hombres perdidos, y dirigió el premiado Mundo redondo) dio uno de los batacazos del año llevándose el premio Hugo de Oro a lo mejor de la temporada 2014-2015 en teatro musical. El galardón llegó por su trabajo en Shrek, el musical inspirado en el film homónimo en el que interpreta a Farquaad, un desopilante duque que le exige nada menos que la proeza de interpretar toda una obra de rodillas, bailando, cantando y actuando.
"Cuando me enteré que venía la obra a la Argentina me dieron ganas de audicionar, pero pensaba que no me iban a elegir, que no me iban a ver para ese rol. Todos me decían: ?Sos el burro', pero a mí el personaje que me tocaba el corazón era Farquaad. Hice la primera audición y la di horrible. No exploté ni cantando ni actuando. Me quería morir y pensé que había perdido la oportunidad. Cuando me dijeron que me querían volver a ver sentí que era un voto de confianza. Le escribí a la directora [Carla Calabrese] y le dije: ?Voy a la próxima y voy con todo'. Y quedé", recuerda.
-¿Cuántos fantasmas de actor tenés?
-Todos. Los peores. Salgo al escenario y siento que me odian. Hay una escena en la que salimos con Melania [Lenoir] y siempre le digo: "Me odian". Incluso ya hacemos chistes: "Nos odian, no causamos gracia" [ríe]. Me cuesta también escuchar los aplausos. El saludo es el momento más incómodo, porque estás vos. Ahora igual aprendí a actuar que está todo bien.
-Alguna vez dijiste que actuar es como desaparecer...
-Esa palabra la sigo pensando: desaparecer. Es medio engañosa, porque actuar es aparecer en realidad. Lo que desaparece es todo lo feo. Lo que hago cuando actúo es remontarme a un juego que tenía cuando era chiquito. Mi viejo falleció cuando yo tenía 7 años y mi vieja laburaba desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, limpiando en una casa. Como ella se pasaba todo el día afuera, yo pasaba horas jugando con una espada chiquita que había en mi casa. Pero no la usaba como espada, sino como el brazo de lo que yo me imaginaba que podía mover. Yo movía eso y me imaginaba el cuerpo de los dibujitos: los Thundercats o G. I. Joe.
-Como una marioneta inexistente.
-Sí, exactamente. Ese fue mi primer contacto con el teatro. Ahí yo desaparecía y entraba en trance.
-Tu papá era un poeta, un artista oculto. ¿Sentís que terminaste de realizar los sueños que quedaron truncos para él?
-Sí. Totalmente. Me cuesta igual pensar que era poeta. Lo primero que se me viene a la mente es que era una especie de cartonero, de recolector de cachivaches. Tenía una camioneta y después un carro donde juntaba cosas de la calle y las vendía. Con el tiempo encontré esos cuatro o cinco poemas que escribió y que surgieron de los tangos que escuchaba. No tenía ninguna formación, pero le encantaba el tango.
-¿Cómo entrenaste el cuerpo para Farquaad?
-Con un miedo horroroso. Este verano me fui al Sur. Hice trekking y me empezó a doler la rodilla. Yo ya había firmado para hacer el musical y no podía creer que me estuviera pasando eso. Era un dolor punzante, tenía una tendinitis. Empecé a ensayar muy de a poco. Por suerte, el armatoste que me pongo para estar de rodillas [trabaja en esa postura durante las dos horas que dura la obra] estuvo desde el principio. En los ensayos, el primer día lo usé veinte minutos, después cuarenta, y así. Al principio no podía, porque sabía que había que hacer un trabajo aeróbico. Me lo tomé con calma y partí de la experiencia que había tenido en El cabaret de los hombres perdidos, porque ahí tuve que manejarme con tacos, corset y vestido ajustado. Tuve la paciencia para esperar. Desde el estreno hasta hoy, incluso pude crecer y lograr otra resistencia. Hay un momento en el que empiezo a confiar en que se va a poder. Le quito presión. Cuando me recuerdo de chiquito y me veo hoy, siento que se puede hacer cualquier cosa, porque mi destino debió haber sido otro.
-¿Cuál era para vos ese destino que te esperaba?
-Quizá si mi viejo siguiera vivo, hubiera sido un vago. No sé. Mi viejo salía, laburaba y cuando ya tenía el mango para lo del día se volvía. Vivíamos en una situación que, cuando la veo hoy, era realmente muy humilde. No teníamos baño. No había. Se hizo recién cuando él falleció y mi vieja empezó a laburar. Cuando rememoro eso, siento que la vocación me salvó.
-Sin embargo, la vocación que elegiste no ofrecía en principio perspectivas de gran crecimiento económico?
-Claro. Pero no había modelo. Creo que mi vieja me vio tan embalado que por eso me dejó seguir. No sé explicar qué me embaló. Me enteré que había una escuela de teatro, me dijeron que era gratis y me anoté. No había un papá médico o abogado y yo me dejé llevar por no sé qué. Por otro lado, yo no tenía condiciones para nada. No era el pibe del que uno decía: "Este va a ser actor". Yo era el gordito buen pibe [ríe].
-¿Cómo la pasaste en el secundario?
-Fue una metamorfosis. En primero y segundo año me llevé todas las materias. No entendía nada. En tercer año, que fue cuando empecé teatro, encontré tres compañeros. Dos de ellos eran músicos y la otra era una chica que tenía el pelo azul. Y nos juntamos.
-¿Los unió el espanto?
-Totalmente. Yo me sentaba con la chica, Virginia. Ya eso no era muy habitual. Los cuatro hicimos un equipo y nos salvamos la vida hasta quinto. De hecho ni nos fuimos de viaje de egresados. Para mí, César, uno de ellos, estaba en blanco y negro, y Javier, el otro, estaba en sepia. Javi fue el director de la primera orquesta con la que canté, La Misteriosa Buenos Aires.
-Una vez que entraste en el circuito teatral vinieron tus compañeros del grupo Random. Los proyectos que armaron juntos fueron muy significativos (La parka, Alicia en Frikiland, De gira en la Farruka), pero también pudieron seguir sus caminos individuales cosechando muchos logros. ¿Por qué creés que se dio eso?
-Creo que estuvo siempre la idea de que todo lo que pudiera crecer cada uno individualmente iba a aportar a lo grupal. Necesitamos en su momento de ese trabajo en equipo para crecer individualmente y ahora cada uno está creciendo individualmente para quizás, en algún momento, volver a trabajar en equipo. Somos muy distintos todos. Cada uno tenía algo para aprender de los otros, pero había que hacer un esfuerzo para entender las diferentes miradas. Hemos discutido, en el buen sentido, por todo. Se trabajaba mucho sobre cada concepto que se armaba.
-Volviendo a lo reciente, ¿qué pasó por tu cabeza cuando Pepe Cibrián anunció que habías ganado el Hugo de Oro?
-Cuando llegó el Oro me quedé esperando porque sentía que podía ser para Shrek. Pero cuando Pepe abre el papel y dice: "Para mi amadísimo?", ahí sentí una alerta que me indicó que no era una obra. Empecé a pensar: ¿quién trabajó con Pepe? Eso duró un segundo hasta que dijeron mi nombre. Cuando lo escuché, pensé que me estaban jodiendo, como si estuviera en el Truman Show. Estaba en una de las patas del escenario, mis compañeros me sacaron y ahí me quebré. Fue como un sueño. Mi vieja encima estaba sentada ahí en la platea, porque era el Día de Lanús y justo no había ido a laburar. Estaba también Pepe, que fue el primero con el que trabajé de manera profesional. Estaba Pinti, con quien trabajé en Los productores, en Pingo argentino, en El burgués gentilhombre. Y verlos a Pepe, a Enrique y a Ricky Pashkus ahí fue como ver a tres pilares de mi carrera. Me sobrepasó realmente la emoción. Quizá porque no tenía rol para llevar adelante la situación, como me pasa con el saludo. Sentí que era un nene otra vez.
-¿Cuáles son tus proyectos en el futuro cercano?
Shrek se va a Villa Carlos Paz los fines de semana durante el verano. Voy a terminar de grabar Morfi, todos a la mesa los viernes, me tomo un avión, hago las funciones y de ahí me vuelvo para hacer el programa el lunes. Después, voy a estar con la inauguración de Border [el primer teatro sustentable de Buenos Aires, un proyecto que comparte con Diego Mariani, Marina Lamarca y Juan Alejandro Germaná]. Después estoy con muchas ganas de indagar en más proyectos de teatro. Empecé a ensayar, como director, una versión de El pato salvaje, de Ibsen, con un elenco hermoso. Están Martín Urbaneja, Enrique Cragnolino, Gustavo Masó. Estoy feliz con esta versión, porque vengo soñando con hacerla desde que empecé a estudiar en la escuela de teatro de Lanús.
Shrek
Dirigida por Carla Calabrese
De jueves a domingo.
Maipo, Esmeralda 443.
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