Roberto Casaux, un gran actor en la edad de oro de la escena nacional
E n las memorias de los protagonistas de la llamada Edad de Oro del teatro argentino (se la sitúa, aproximadamente, entre 1880 y 1915) abundan las referencias, como astro indiscutido de la época y actor cómico sin par, a Florencio Parravicini. Mis padres, "teatreros" de alma, no simpatizaban mucho con Parra, a quien consideraban soez ("verde" se decía entonces) e indisciplinado. En cambio, siempre elogiaban a Roberto Casaux, que murió en 1929, esto es, cuando yo cumpliría cuatro años de edad. Me impresionaba, sobre todo, el relato que hacía mi padre (con la mímica correspondiente) de la gran caracterización de Casaux como el Gordo Pallejas, protagonista de su mayor éxito, El distinguido ciudadano, de Saldías y Casariego. Días atrás, un amigo me acercó El revés de la máscara (Huemul, 1965), donde Carlos Schaefer Gallo (1889-1966) evoca aquellos tiempos dorados y a sus protagonistas. Entre ellos, Casaux.
Ubiquemos primero a Schaefer Gallo, típico representante de toda una generación de escritores que por igual eran periodistas, dramaturgos, letristas de tango, narradores y a veces, hasta empresarios (siempre a pérdida), o asesores literarios de compañías de teatro. Esencialmente bohemios, amigos de las tertulias de café después de los estrenos, compartidas con colegas, actores y gente de teatro. Acerca de Casaux –cuyo verdadero apellido era Cazaubon– escribe Schaefer: "Era un maestro en la composición física de sus tipos, superando en este aspecto su exposición psicológica, la que muchas veces se escondía tras el biombo de los detalles circunstanciales. En el arte del maquillaje sobresalía como un experto pintor que sabía hacer de su cara la tela en que fijaría las pinceladas creadoras del rostro que había descubierto en algún transeúnte". Porque Casaux era como un cazador alerta: iba por la calle sorprendiendo rostros, expresiones, gestos, conversaciones al paso, materiales todos que le servirían para componer sus personajes. En especial atendía a los acentos populares, ya fuere de compatriotas, porteños o provincianos, y de los por entonces numerosos inmigrantes de las más diversas procedencias. Así compuso, por ejemplo, el pintoresco catalán de El movimiento continuo, de De Rosas y Discépolo.
"En ese clima culminó el paradigma de la vida y cualidades de Casaux. Fue un trabajador sin fatigas. Esto le permitió, en 1915, iniciar su actuación de primera figura del cartel porteño, en el teatro Apolo, con El distinguido ciudadano, acompañado por Salvador Rosich, dirigido por aquel gran señor del arte, Joaquín de Vedia, y rodeado por César Ratti, Juan Fernández, Eduardo Zuchi, Felisa Mary y Esperanza Palomero, alcanzando esta obra su primer centenar de representaciones el 29 de diciembre de aquel año."
Entre los rasgos particulares del actor, destaca Schaefer "su prolijidad, a tal punto que si en la noche del estreno dejaba caer un guante, o usaba el pañuelo para la nariz, o cruzaba una pierna al sentarse en determinadas escenas, habría de repetirlo sincrónicamente con el texto, aun al cabo de cien representaciones". En un atardecer de 1929, mientras Elías Alippi y Schaefer Gallo daban los últimos toques, en la secretaría del Teatro Nuevo, a la nueva obra que destinaban a Casaux, El candombe federal (que terminaría por ser el libreto de la ópera La ciudad roja, de Raúl Spoile, estrenada en el Colón), el actor caía fulminado en escena, durante un ensayo. Sus últimas palabras fueron, al verse rodeado de sus colegas y el personal del teatro, "hoy tenemos bastante público".