Robert Redford: el hombre que nunca se creyó estrella se despide de la actuación
A principios de septiembre, Toronto será el escenario de varias bienvenidas y una gran despedida. Junto a la ya tradicional presentación en sociedad de ese puñado de privilegiados títulos que protagonizará la próxima temporada de premios en el hemisferio norte, la ciudad canadiense esta vez será testigo del adiós de Robert Redford a una carrera cinematográfica tan colosal como la programación del festival que cada año para esta fecha se realiza allí.
"Nunca digas nunca, pero he decidido que este será mi último trabajo como actor, y que me jubilaré cuando termine, porque lo vengo haciendo desde que tengo 21 años. Pensé que ya es suficiente, ¿y por qué no despedirme con un film que es positivo y esperanzador?", le dijo Redford al semanario Entertainment Weekly a propósito de The Old Man & The Gun, la historia de un ladrón que disfruta como un juego tanto el robo a un banco como la posibilidad de escapar de la cárcel. "Mi personaje robó 17 bancos, fue atrapado 17 veces y se escapó 17 veces también. Eso hizo que me preguntara si no se dejaba encarcelar a propósito para disfrutar lo que realmente lo apasionaba, que era escaparse", señaló.
Como cada paso que decide dar, la elección de Toronto como lugar de despedida no resulta casual. Su festival de cine (TIFF 2018) se consolidó como un espacio al que las grandes estrellas de la pantalla grande acuden para dar a conocer sus proyectos más personales o arriesgados. Redford no tiene nada que demostrar a esta altura de la vida, pero bien podría haber evaluado que dar las hurras finales en Toronto responde a su imagen cabal. Por un lado, la del hombre exitoso y dotado por la naturaleza de todos los elementos que definen a un astro del cine, y por, otro la del artista que sin desdeñar esa identidad se dispone a aprovecharla al máximo como herramienta para llevar a cabo sus aspiraciones más genuinas: el compromiso humanitario y el apoyo incondicional al cine independiente desde su lugar de fundador y mentor del Festival de Sundance y del Instituto que lleva ese nombre.
Redford admite haber llegado a ese lugar de tranquilidad después de una larga pelea interior. "No fue muy divertido. Creo que engañé al actor, estaba muy cohibido. Siempre quise menos tomas para mí y así fue", confesó hace unas dos décadas mientras promocionaba con un entusiasmo más visible que en cualquiera de sus otros proyectos El señor de los caballos, que dirigió y protagonizó. A través de aquél personaje que de manera casi sobrenatural lograba enderezar el andar de algunos de esos caballos, alterados después de participar en episodios traumáticos. Esa condición se extendía a varios de los protagonistas humanos de aquélla película.
El señor de los caballos no sólo puede verse como un lejano anticipo de la decisión que acaba de confirmar. Esa historia, surgida de un libro cuyos derechos adquirió antes de que su autor escribiera el final, le brindó a Redford el argumento perfecto para decir cuál era su lugar en el mundo. "Para mí, era un proyecto natural porque hablaba del Oeste, que es mi lugar predilecto", confesó. Veinte años después de esa película, Redford nos brinda otra señal de esa predilección: la serie The West, disponible en la Argentina a través de Netflix , que reproduce con una mezcla entre documental y ficción la historia de la Conquista del Oeste a través del retrato de algunas de sus figuras más características.
A Redford se lo ve por Hollywood solo cuando le es indispensable. La mayor parte del tiempo lo prefiere pasar en su propiedad rural en las montañas de Utah, no muy lejos de Park City, la ciudad que eligió como epicentro de Sundance y a la que cada invierno llegan rostros famosos e ignotos para mostrar sus proyectos cinematográficos concebidos al margen de la industria. Cada año, las revelaciones más destacadas del festival inician desde allí un camino de reconocimiento y aplauso internacional. Otros reciben fondos y respaldo técnico para transformar sus ideas en películas.
"El dinero puede ser peligroso, es una gran seducción. La vanidad es otro mal. Estás tan ligado a tu aspecto físico que llega a ser algo devastador, porque eso no dura para siempre. No quiero encasillarme como el tipo apuesto. Eso me irrita. Por eso, cuando estás en contacto con la tierra nada de eso importa. Necesito espacio para renovarme, así vuelvo a trabajar con la visión más clara", dijo alguna vez.
Redford no esconde el paso del tiempo. Al contrario, sostuvo más de una vez que le resultaba muy interesante ver cómo su aspecto se iba transformando. No disimula ni esconde los pliegues de un rostro cada vez más arrugado, detrás del cual todavía brillan con fuerza sus ojos celestes, una de las marcas distintivas de su gran época de galán. El único detalle de coquetería que se permite es el teñido constante de su cabellera, que pasó del rubio poderoso de los 70 a una mezcla de amarillo y anaranjado más bien mustio, resultado del uso persistente de las tinturas.
Para tomar la decisión de despedirse, debe de haber sentido más el peso de las responsabilidades propias de su trabajo que alguna carga física desmesurada, sobre todo para un hombre ya octogenario. Redford siempre fue un ejemplo de vida activa y cuidados físicos. Además de andar a caballo practica otros deportes, pesca y mantiene una apostura envidiable. Basta el ejemplo de Todo está perdido (All is Lost), que protagonizó a los 78 años. Allí encarnó a un hombre solo enfrentado al naufragio de su pequeño velero. Inundado, sin víveres y a merced de los tiburones. Muchos todavía se preguntan por qué ese personaje, que casi no habla y aparece en casi todos los planos de la película, no recibió la nominación al Oscar que se merecía (sólo logró una al Globo de Oro y el premio al mejor actor de 2013 de los críticos de Nueva York).
Redford sólo guarda buenos recuerdos de aquélla primera época en la que, según sus propias palabras, los recursos eran ínfimos y sólo había esperanzas y una pasión plena, hasta que llegó una sucesión de éxitos con Nuestros años felices, El golpe (un film de inmensa repercusión junto a su compinche Paul Newman, con quien también hizo Butch Cassidy y el Sundance Kid) y El gran Gatsby. La década del 70 fue su mejor etapa en términos interpretativos. Tuvo su cierre en 1980 con el mejor papel que entregó en el cine, el de director de una durísima prisión en Brubaker, y el único Oscar que recibió, en este caso como director de Gente como uno. Mucho más tarde obtuvo una estatuilla honoraria.
Había pasado una década desde que empezó en el cine, de la mano del director Sydney Pollack y un cheque por 500 dólares recibido por su primera actuación. Con Pollack luego, ya famoso, haría más tarde varias películas, entre ellas Africa mía. Tampoco se preocupó por rechazar papeles que resultaron consagratorios para sus intérpretes, como los protagonistas de El graduado, El bebe de Rosemary, Los puentes de Madison y Mi querido presidente. También quedó al margen del casting de El padrino: pudo haber sido Michael Corleone en vez de Al Pacino.
Siempre dijo preferir el cine grande "porque el ritmo y la energía son diferentes", pero nunca dudo en respaldar los proyectos independientes de todo tipo, ficciones o documentales. Nunca visitó la Argentina, aunque estuvo cerca de hacerlo hace algunos años a partir de una iniciativa ligada a Sundance. Lo más cerca que estuvo de nosotros, además de albergar algunos títulos locales destacados en su festival, fue la producción de Diarios de motocicleta, la película dirigida por Walter Salles, con Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna, inspirada en los diarios de Ernesto Che Guevara. Y si bien en aquella oportunidad visitó La Habana para mostrarle la película a la viuda del guerrillero argentino, prefería tomar distancia de cualquier utilización del cine como propaganda política. Participó como actor, productor y director, de varias películas que podrían ser calificadas de "comprometidas", desde Todos los hombres del presidente (donde fue Bob Woodward, uno de los periodistas del Washington Post que destapó el caso Watergate) y El candidato hasta Leones por Corderos y Causas y consecuencias. Prefiere asociar esa mirada al retrato del sueño americano, con su carga de triunfos y decepciones.
Se dijo siempre de Redford que utilizó sus proyectos más exitosos como plataforma para alimentar sueños mucho más personales y creativos como múltiple artífice (actor, productor, director, mentor de proyectos ajenos). Pero cuando habla del éxito prefiere enfocarse menos en sus ventajas y más en las limitaciones que acarrea. "Siempre he sentido que el viaje de la vida es mejor mientras uno avanza que sentándose en la cima", reconoció una vez. Quienes lo despidan entre aplausos antes o después de cada proyección de The Old Man & The Gun en Toronto, dentro de algunas semanas, conocen esa manera de pensar. Pero no dudarán en acompañar el adiós de Redford como actor con el reconocimiento de que están frente a una figura que llegó a lo más alto y merece quedarse allí.
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