Ringo, gloria y muerte: Desesperanzado retrato de un auténtico ídolo popular del boxeo
A lo largo de siete episodios, una nueva serie retrata a Ringo Bonavena como un púgil lleno de ambiciones que se enfrenta a un destino trágico; Jerónimo Bosia encarna con soltura al protagonista en una producción que también incluye el último papel de María Onetto
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Dirección: Nicolás Pérez Veiga. Guión: Alejandro Ocón, Gabriela Larralde, Nicolás Pérez Veiga, Santiago Dulce, Diego Palacio. Fotografía: Agustín Claramunt. Música: Sergei Grosny. Edición: Alejo Hoijman, Miguel Colombo, Ernesto Felder. Elenco: Jerónimo Bosia, Delfina Chaves, Lucila Gandolfo, Thomas Grube, Martín Slipak, Constanza Isla, Ariel Núñez, María Onetto, Pablo Rago, Javier Drolas. Disponible en: Star+.
“Si no me quieren, voy a hacer que me odien. Pero conocer, me van a conocer”. Para bien o para mal, el autor de esta frase cumplió su objetivo. Porque de Oscar Natalio Bonavena, para todos Ringo (1942-1976), todavía se sigue hablando. Cuando falta poco para que se cumpla medio siglo de su trágica muerte, ocurrida en medio de sórdidas circunstancias, el recuerdo de Bonavena perdura en la memoria de los argentinos como la representación viva de un auténtico ídolo popular.
Arrogante, audaz y ambicioso, peleador en el más amplio sentido del término, Bonavena vivió en sus 33 años de vida una carrera muy corta que pasó del apogeo a la desgracia (o de la gloria a la muerte, como señala el título de la flamante miniserie que lo tiene como protagonista) a toda velocidad. Los tiempos de esta producción parecen reflejar esta idea. Hay un primer episodio de 51 minutos y cada uno de los seis restantes se extienden no más allá de la media hora de duración. Como si el propio relato nos dijera que todo transcurre, el ascenso y la caída, casi en un mismo acto. Sin que su figura central siquiera logre darse cuenta de lo que le está pasando.
En ese sentido, no hay ningún misterio guardado a lo largo del tiempo alrededor del “caso Bonavena” que esta dramatización basada en los hechos reales esté dispuesta a revelar. La historia la conocen todos: Willard Ross Brymer, un matón a sueldo del oscuro Joe Conforte, mató a Bonavena de un certero disparo en la puerta del Mustang Ranch, un burdel de Reno (Nevada, Estados Unidos).
Hasta allí llegó Bonavena en 1976 con el utópico sueño de revivir su ocaso como boxeador después de un período en el que muchos llegaron a verlo como la “gran esperanza blanca” capaz de romper con el reinado de los grandes púgiles de la época dorada de la categoría máxima, la de los pesados. Después de perder con Jimmy Ellis y Joe Frazier, Bonavena llegó a poner en aprietos a Muhammad Ali en una memorable pelea que obtuvo en 1970 un colosal rating televisivo en la Argentina.
Pero desde allí, por razones que la serie no explica con certeza, Ringo cayó en una declinación personal y deportiva que solo se disimulaba en su ánimo cada vez que imaginaba la posibilidad de tener una revancha en el ring con Ali. La serie retrata a Bonavena como un muchacho tan arrebatado y desbordado en su temperamento por la ambición de ganar (y tener la mayor cantidad posible de dólares en el bolsillo) que ni siquiera considera el potencial riesgo de asociarse con Conforte, dueño de una vida entera en el submundo del hampa y los negocios ilegales.
Ringo: gloria y muerte expone con prolijidad todos esos avatares. Sabe capturar los mejores momentos de la vida pugilística de Bonavena, como su aparición en medio de un escándalo durante los Juegos Panamericanos de 1963, la conquista del título argentino de los pesados ante Gregorio Peralta, oculto aquí bajo el nombre ficticio de Luis Benetti, y los enfrentamientos en los Estados Unidos con los más grandes de su tiempo y, sobre todo, describe con precisión el mundo al que Ringo se enfrenta en el momento final de su vida.
En ese sentido, lo más interesante de esta producción pasa por haber logrado capturar la sordidez que envuelve al Mustang Ranch y a sus oscuros moradores (con la excepción de la ambigua Sally Conforte, la esposa de Joe) y mostrar cómo esa atmósfera atrapa como en una telaraña sin escapatoria al pobre Ringo.
Desde este núcleo, la serie adopta una mirada sombría, lúgubre y pesimista que despoja a Bonavena de esa desfachatez desafiante e irresponsable que llegó a definir su personalidad sobre todo en los comienzos de su carrera como púgil. Los flashbacks que recuerdan aquella faceta funcionan como casi como una mueca irónica, cada vez más alejada del destino funesto al que Ringo terminó sometido.
A propósito de flashbacks, la trama de Ringo: gloria y muerte se sostiene en un juego constante de idas y venidas por distintos momentos de la vida de Bonavena. Ese recurso bastante habitual en la narrativa de las series cortas o de una sola temporada, aquí utilizado por un amplio equipo de guionistas, no siempre rinde en términos de resultados.
Queda a la vista aquí una evidente dispersión de temas, motivaciones, planes, sueños, estrategias y comportamientos que tal vez podría haberse atenuado en una narración más lineal en términos cronológicos. La opción de manejar un entrecruzamiento temporal permanente puede ser útil en algún momento para marcar contrastes en el comportamiento de los personajes pero, al mismo tiempo, les quita espesor a varios personajes, limitados a intervenciones menores o circunstanciales sin el mínimo desarrollo.
Así ocurre, por ejemplo, con el personaje de Bautista Rago (el siempre rendidor Pablo Rago), entrenador histórico de Bonavena, de crucial papel en la vida real del púgil y aquí, en cambio, muy desaprovechado. Y lo mismo pasa con todo el núcleo familiar del protagonista, representado en la figura siempre entrañable de María Onetto. En su aparición póstuma encarna a una madre sufrida y casi resignada que aparece solo fugazmente.
Lo mismo puede decirse de Martín Slipak, que personifica a Vicente, el hermano del protagonista. Entre ellos se establece una rivalidad apenas esbozada y perdida en el camino. Sobre todo cuando la confrontación alude a las cuestiones políticas de la época, escenario en el que Ringo aparece como un fuerte cuestionador de la hegemonía del peronismo.
Con un tipo físico muy adecuado y sensibilidad para los diferentes matices que exige el personaje, Jerónimo Bosia sale airoso del compromiso. En su imponente figura se refleja, paradójicamente, la debilidad y la frustración de un personaje que ve ante sus ojos cómo se desvanece cada uno de sus sueños. La brillante fotografía de tonos opacos, casi mortecinos, de Agustín Claramunt (pilar del sólido equipo técnico y artístico) es la mejor síntesis de un retrato nostálgico, melancólico y sobre todo desesperanzado.
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