Como un David Lebón de la era dark, Richard Coleman almacena prestigio en la sombra del segundo plano. Al frente de grandes bandas para pocos (Fricción, Los 7 Delfines) o en sus incontables participaciones (Soda, Cerati, García, Calamaro), aparece la sensación de obra incompleta: algo se guarda el guitarrista que domina remolinos y escribe canciones como "Azulado". Ingresar al planeta solista le costó años; la prédica de Tweety González terminó produciendo el milagro y un disco que transcurre rápido: pop en el estribillo y mucho rock de guitarras para levantar paredes y medianera a cargo del maestro Jorge "Bonzo" Araujo (Gran Martell) y un ex Fricción, Daniel Castro. Poco queda del espíritu barroco de L7D, esto es más clásico y bien british: el solo a lo Blackmore que registró Gustavo Cerati ("Normal") es una buena prueba de intenciones y amplitud. A pesar de algunos vicios de lenguaje (mucho poeta maldito en la mesita de luz), Coleman juega bien el rol de vampiro seductor sin pensar en el resplandor que esconden varias de sus nuevas canciones.
Por Oscar Jalil