Desde Madrid, en otra etapa de su gira teatral, el actor habla de su trabajo como narrador de uno de los documentales sobre el triunfo en el Mundial de Qatar 2022 y sobrevuela la actualidad política y del cine en nuestro país
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De lo primero que habla Ricardo Darín en el comienzo de la larga charla virtual que mantendrá con LA NACION es del frío que lo acompaña desde que llegó a Madrid. Allí está una vez más junto a Andrea Pietra para compartir una nueva temporada en la capital española de Escenas de la vida conyugal. Diez funciones en dos semanas, entre el 6 y el 17 de este mes, con entradas ya totalmente agotadas en una sala de 600 localidades, después de hacer lo propio con igual éxito en otras ciudades de la Península.
Las bajas temperaturas contrastan con la calidez que Darín está acostumbrado a recibir cada vez que anda por España. En especial cuando se encuentra en la calle con algún compatriota. “Espero volver para las Fiestas, tengo muchas ganas de ver a la familia y a mis amigos. Hace un rato largo que estamos dando vueltas y llega un momento el que uno extraña. Te das cuenta de eso cuando te cruzás con tantos argentinos que andan por acá buscando su vida. Gente joven, gente más grande, gente mayor. Te das cuenta enseguida la añoranza que tienen. Cómo extrañan a su país, a su ciudad, a su gente, familia, amigos”, cuenta.
Dice Darín que cada vez que puede y no está urgido por llegar a tiempo al teatro se detiene a escuchar a los argentinos que lo paran por la calle. “Cada uno tiene una historia muy valiosa, muy personal y muy profunda para compartir. Hay alegrías y también mucho dolor. Yo soy el receptor de todo eso. Me lo llevo, lo tengo acá, metido en mi cabeza y en mi corazón”, dice el actor, que mientras le pone el cuerpo al teatro en España regresa hoy a los cines de la Argentina como narrador de Elijo creer, uno de los dos documentales dedicados a celebrar el primer aniversario del Mundial ganado por el seleccionado de Lionel Messi en Qatar 2022. En este caso, con el sello oficial de la Asociación del Fútbol Argentino.
Antes de hablar del Mundial, Darín dice que no lo sorprende la vigencia de la puesta del texto de Ingmar Bergman, dirigida por Norma Aleandro, que lleva desde hace muchos años a los escenarios, en esta última etapa con Pietra como partenaire: “La obra le gusta mucho a la gente. Y a la vez este conflicto puesto sobre el escenario bajo la forma de un ejercicio teatral se va resignificando todo el tiempo. Se acomoda a las movidas que van proponiendo las distintas situaciones y circunstancias. Hay discusiones sobre el escenario que hace cinco años se interpretaban de una manera y ahora de otra”.
–Te toca vivir en España la evocación de un acontecimiento que unió como nunca a los argentinos en mucho tiempo, de la que participás como narrador. ¿Qué papel ocupa el fútbol en tu vida?
–Soy futbolero, pero siempre me gustó el deporte sin distinciones y todo lo que lleva la camiseta argentina me pone medio fanático. Yo llegué a despertarme a las 3, 4 de la madrugada para ver partidos de alguna selección nuestra, no solo la de fútbol. Básquet, rugby, el hockey con Las Leonas. Mi porción de fanatismo está siempre puesto en las selecciones argentinas. Me pasa desde que tengo uso de razón. Más que con un equipo específico.
–¿Y de qué cuadro sos?
–Soy hincha de River, pero nunca fui fanático hasta que River se fue a la B. Ahí cambié. Vi todos los partidos y la recuperación de la categoría fue espectacular. Desde ese momento me siento hincha al doble. Pero lo que siempre me movilizó fue la selección. Y con el fútbol en particular, que está bien arriba en la pirámide, fue desequilibrante lo que pasó en el último Mundial.
–¿Cómo lo viviste?
–Yo empecé a verlo en mi casa. Estaba en Buenos Aires cuando nos tocó perder aquel primer partido con Arabia Saudita, que fue todo un golpe. A los dos días, sí o sí, me tenía que ir a Uruguay con Florencia, mi mujer. Llegamos y empezamos a ver el resto de los partidos allá, solos. Ahí la selección empezó a jugar como todos creíamos. Empezamos a ganar y a avanzar hasta llegar a la final. Y antes de ese partido tenía que volverme a Buenos Aires. No lo podía creer.
–Como buen futbolero me imagino que tu temor pasaba por tener que romper todas las cábalas.
–Tenía todas. Con Florencia nos decíamos: ¿cómo vamos a irnos en este momento? Esa tontería tan tierna de creer que uno puede ser artífice de algo que pasa a tantos kilómetros de distancia solo porque estás sentado de determinada manera me causa un poco de gracia, pero habla muy bien de nuestro fanatismo.
–Al final volviste y te tocó ver la final en Buenos Aires...
–Ese momento llegó con todo el convencimiento de mi parte de que la selección merecía estar ahí. En primer lugar por Scaloni, que supo probar distintos funcionamientos y darle la posibilidad a varios jugadores de entrar y mostrarse. Por supuesto que veía muy enchufado y muy bien físicamente a Messi. Pero lo mejor fue esa fusión que funcionó de verdad entre la veteranía de Leo, Otamendi, Di María, y la juventud de Enzo, MacAllister, Julián, el Cuti Romero. Yo me entusiasmé. Los primeros 75 minutos de esa final son el mejor ejemplo de cómo jugar muy bien al fútbol. Le estábamos ganando la final a Francia, el campeón reinante, y con paseo. Pero ellos también mostraron su valía y además tenían a Mbappé, un fuera de serie. Pobre tipo, hace cuatro goles en una final del mundo y la pierde. Es rarísimo. Eso habla del dramatismo que tuvo esa final.
–¿Y cómo viviste el momento de la gran definición?
–Caminando por las paredes. Del último penal no me acuerdo. Ni de lo que estaba pasando afuera. No podía sacar mi cabeza y mi mirada de la cara de los jugadores. Del momento en que Leo se arrodilla y lo va a buscar al Dibu Martínez. La actuación de ese arquero también nos valió un Mundial. Sin esa atajada del final se terminaba todo. Estaba marcado el destino. Esos chicos hicieron un gran progreso afianzados en su juego y en su fortaleza. Me cuesta imaginar que todo ese progreso no haya estado relacionado con la mano de Scaloni.
–¿Tuviste la oportunidad de conversar con los jugadores, de saludarlos y felicitarlos?
–Con el único que hablé fue con el Kun Agüero, que ya no formaba parte de este equipo. Cuando nos cruzamos en Barcelona le conté de mi participación en esta película. Yo terminé grabando mi participación en esa ciudad, gracias al esfuerzo de la producción. Al principio, cuando me llamaron, les dije que no iba a poder porque estaba en plena gira teatral. Pero me contestaron: ‘no, no, vamos donde estés, te conseguimos un estudio y grabás igual’. Estaban totalmente convencidos de que era yo el que tenía que hacer la narración y ese convencimiento terminó empapándome a mí. Después del Mundial sí, tuve algún cruce vía chat con Leo Messi.
–¿Cómo fue eso?
–Pude felicitarlo y también invitarlo al estreno de Argentina, 1985 en París, donde estaba jugando en ese momento. Pero ese día tenía que viajar a Barcelona. De todas maneras tuvo un gran gesto conmigo apoyando a la película con aquella analogía de “vamos por el tercero” refiriéndose a la posibilidad de pelear el Oscar. Ese gesto nos dio mucho ánimo en el camino que hizo la película.
–¿Cómo llegaste a participar de este documental?
–El director Gonzalo Arias me contactó a través de un amigo en común, Chiche Almozny. Me gustó desde el vamos, pero les advertí que tenía una agenda laboral muy cargada. Ellos se mostraron de entrada muy dispuestos a acompañar la gira teatral y acomodarse a mis tiempos. Después, cuando empecé a leer los textos y a ver las imágenes me empecé a entusiasmar.
–¿Participaste de la elaboración del relato o te limitaste a narrar el texto que te acercó la producción?
–Ellos me enviaron el texto completo, yo lo analicé y les hice no más de dos o tres sugerencias relacionadas a unos pocos términos, que aceptaron muy amablemente. De entrada estaba muy claro lo que ellos querían de mi relato. Un primer tramo más bien neutro, objetivo, desprovisto de fanatismo, y después ir ganando en emocionalidad. Creo que salió de esa forma. Grabé algunos pasajes de modo cronológico y otros, sobre todo los de visión más neutra, los hice sin ver las imágenes, seguramente para no dejarme entusiasmar por lo que estaba viendo.
–¿Cuál fue el resultado?
–Me termine emocionando mucho. Y espero que esa misma emoción se traslade a la gente que se acerque a los cines. Tengo muchas ganas de verla en pantalla grande, porque creo que de esa manera va a ser posible que te sientas parte de la misma imagen que estás presenciando. Siempre trato de recordarle a la gente en la pantalla grande es donde verdaderamente se luce el trabajo de todos los equipos que intervienen. Esto no significa que vos no puedas verlo en tu casa con otro dispositivo, pero hay cosas que están hechas para la pantalla grande. Esta es una de ellas.
–No es la primera vez que te convertís en narrador de documentales. ¿Se abre una nueva faceta en tu tarea profesional?
–Estoy siguiendo la carrera de Roberto Vicario [risas]. Me gusta mucho esto de contar únicamente con la voz como herramienta para un trabajo. Los actores estamos acostumbrados a poner en juego muchas herramientas: el cuerpo, la gestualidad, el vestuario, la iluminación, el enfoque, los lentes, el contexto. Pero cuando estás fuera de la imagen te quedan muy poco: tu voz, tu corazón y tu cabeza. Y es algo muy interesante. La voz bien aplicada, con criterio, sin fanatismos, ayuda mucho a comprender unas cuantas cosas. Yo no me propuse abrir este camino. Se fue dando y es algo que me gusta hacer.
–Existe la impresión de que tu voz resulta icónica para representar, mejor que ninguna otra, todo lo que significó para los argentinos este acontecimiento, sobre todo después de ganar el título.
–Es probable que me hayan elegido por esta razón. Después de tantos trabajos en cine tal vez haya algo en la modulación y la presencia de una voz determinada. Igual, yo no soy el único capaz de hacer este trabajo ni mucho menos el mejor. Cuando suena una voz fácilmente reconocible, a partir de allí todo queda supeditado al terreno emocional. Los recuerdos que te trae esa voz, adónde te lleva. Afortunadamente tenemos varios nombres en nuestro país que cumplen muy bien este rol. Beto Brandoni es un grandísimo narrador, Guillermo Francella [narrador de Muchachos, el otro film sobre el mundial que se estrena hoy en salas] también, Vando Villamil, Carlos Santamaría. Hay muchísimo para aprender de todos ellos.
–¿Cómo imaginás este documental sobre el Mundial dentro de unos años?
–No tengo una mirada que pueda alcanzar la fantasía de una proyección en el tiempo. Aspiro a que esta película ahora dé la vuelta al mundo. Que tenga la chance de hacer un recorrido amable y fructífero, sobre todo por la forma en que se consiguió el título. Este fue un Mundial que excedió lo futbolístico: tocó otras cuerdas de la sociedad por necesidades emocionales. Necesitábamos un desahogo, una alegría. Que Messi, a la edad en la que jugó este Mundial, haya dejado en evidencia a más de un salame que en algún momento se atrevió a llamarlo hace años “pecho frío”. Con el tiempo, cuando recordemos algunos pasajes del Mundial, vamos a descubrir a un grupo con gran fortaleza mental, emocional y física. Y todo eso nos va a alegrar una vez más.
–Un año después reaparece el mismo interrogante. ¿Cómo hizo ese grupo ejemplar para brindarle a la sociedad un festejo que hace tiempo no se permitían los argentinos y por qué no es posible conseguir lo mismo en otros terrenos cruciales para nuestro futuro?
–Lo que más nos emocionó, creo, fue el espíritu de superación. Haberse comido un bife al principio de todo y desde ahí abajo empezar la reconstrucción. En un país como el nuestro, que tiene tantas posibilidades y tanto talento desparramado por todos lados, extensiones, insumos, suministros, herramientas suficientes como para no albergar un 40 por ciento de su gente debajo de la línea de pobreza, ¿qué nos falta para intentarlo?
–Es una pregunta que siempre vuelve, tal vez porque no encontramos la respuesta.
–Yo sigo siendo medio naíf. Sigo creyendo que tenemos que mirar en una misma dirección, reconociendo al mismo tiempo las diferencias que hacen difícil el armado de una mesa de debate. Sigo soñando con que alguien, gane por lo que gane, arrase o no arrase, tenga por fin una mirada totalizadora en términos de generosidad y diga algo así como: ‘vengan, muchachos, fuimos rivales hasta acá, yo tengo esta idea, díganme lo que no les gusta’. Peleemos, discutamos, rompámonos la cabeza entre nosotros, pero saquemos este país adelante. ¿Será esta la oportunidad? ¿Será la próxima? ¿Estamos en vísperas de que ocurra eso? No lo sé. Me encantaría que fuera así y que se dejen de lado mezquindades e internas que hasta acá no nos sirvieron para nada. Vivimos discutiendo este Boca-River desde hace décadas, mientras en otros países hay ocho, diez puntos esenciales de convivencia ya acordados. A nosotros nos está costando llegar a esa base.
–¿Creés posible que a partir de este domingo, aunque más no sea por necesidad o por urgencia, algo o todo de ese anhelo empiece a concretarse?
–Ojalá sea así, porque la sensación general, los números y las estadísticas nos dicen que no tenemos mucho más tiempo para recuperarnos. Algo tiene que pasar. Y ojalá sea de una forma amable, para que la gran mayoría pueda llegar a un acuerdo. No lo sé. Yo estoy fuera de la Argentina desde hace un mes y medio, cerca de volver por suerte. Tengo muchas ganas de estar de nuevo en mi país y volver a meterme en su atmósfera.
–Hay otra dimensión novedosa en tu carrera, la de productor. Estás en este momento detrás de un proyecto importante como Descansar en paz, la nueva película de Sebastián Borensztein, con Joaquín Furriel, Griselda Siciliani y Gabriel Goity, que se estrena el año que viene.
–Mi hijo batalló dos años para convencerme de que teníamos que armar una pequeña productora para hacer los proyectos que nos gusten. Finalmente acepté porque me pareció importante para el Chino, para Federico Posternak y para mí tener esa chance. Así armamos Kenya Films. Mi hijo es un muy buen productor. Es claro, inteligente y la dupla que hace con Federico es explosiva. Verlos trabajar juntos me produce una gran admiración. De los tres soy yo el que más pisa el freno. Estamos en una etapa de aprendizaje, hacemos el camino despacio, proyecto a proyecto, más enfocados que nunca. En este momento, el Chino y Federico están junto a Sebastián y su equipo definiendo temas de la película como la música, el color, la mezcla de sonido, los efectos especiales, la posproducción. Cuando vuelva me voy a sumar a ellos, consciente de que con la situación del país no es fácil producir. Veremos cuáles son las formas y las maneras para salir adelante y hacer lo que más nos gusta, que es contar historias.
–Además de esta película, 2024 es el año en que vamos a conocer finalmente la tan esperada versión de El Eternauta de la que sos protagonista. ¿Cómo está ese proyecto en este momento?
–Estoy muy impresionado. Impactado con el esfuerzo sobrehumano de todos y cada uno de los integrantes de los equipos que conforman este proyecto. Han dejado la piel. Es muy difícil lo que estamos haciendo. Todavía no terminé, me esperan otros dos días de rodaje cuando vuelva. Son horas y horas de un trabajo muy complejo. Quedé agotado, pero lleno de entusiasmo. Bruno Stagnaro pilotea un barco tremendo, enorme. Cuando terminemos de hacer esto, si es que algo así se produce en algún momento, vamos a sentirnos muy orgullosos. No solo por el nivel de la producción, sino porque El Eternauta va a ser un caso testigo de cómo se pueden hacer estas cosas en la Argentina.
–Todo esto ocurre mientras hay un debate muy fuerte alrededor del futuro del Incaa y varios interrogantes sobre el papel del Estado en el fomento a la producción audiovisual en la Argentina.
–Hace poco yo puse la voz del spot institucional que abrió el Festival de Mar del Plata en defensa del cine argentino, pura y exclusivamente con ese propósito. Me insultaron de todos lados porque algunos creyeron que eso formaba parte de alguna campaña política y electoral. Nada estuvo más alejado de mí que eso. No fue para nada mi intención. Lo que hice está relacionado con nuestra actividad, hablando de algunas de las buenas cosas que se habían hecho en el pasado y que merecen seguir teniendo sostén y empuje. No podía creer la batahola que se armó porque pareció que yo estaba haciendo campaña en favor de un candidato. Estas cosas pasan, pero no está en mí controlarlas. Nunca imaginé en este caso que iba a encontrarme con semejante reacción.
–¿Cuál es tu posición respecto al destino del Incaa?
–Yo creo que el Incaa tiene que seguir. En todo caso reformulado, controlado, vigilado. Hay que barajar y dar de nuevo. Es importantísimo que exista la posibilidad de apoyar a los nuevos valores y a la inmensa cantidad de gente creativa que tenemos en nuestro país. Debe ser regulado inteligentemente, con transparencia. Cuando algo no funciona bien, la única solución no puede ser descabezarlo por completo. Revisemos qué es lo que hay que hacer para que funcione bien.
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