Retrato de un hombre triste
Mañana, el poeta, músico y dramaturgo conocido como Discepolín cumpliría 100 años; había nacido en el barrio de Once
En la víspera de la Nochebuena de aquel año 1951 moría de un síncope cardíaco, en su casa de Callao 765, Enrique Santos Discépolo.
Discepolín, como lo conocieron en el ambiente del teatro, el cine y el tango, había nacido el 27 de marzo de 1901 en el 113 de la calle Paso, en pleno barrio de Once.
El poeta, el músico, el dramaturgo, el actor, el cineasta, convivieron en un espíritu idealista, rebelde, contestatario, insobornable, irónico, burlón, pesimista y a un tiempo vulnerable y sentimental que, como suele suceder con casi todos los creadores de tal perfil en la historia universal, acogen por igual en lo más profundo de su ser la ternura, la nobleza, la bondad y los mejores sentimientos de amor, amistad y sinceridad.
Poco se sabe y menos se menean datos sobre los pasos del músico-poeta por la niñez y la adolescencia. Si, por ejemplo, escribía versos en esas etapas en que todos pretendemos cultivar trato con las musas. Si había estudiado de chico, y con quién, qué instrumento (piano, violín, bandoneón), o si era dueño, sencillamente, de una intuición natural para el arte de los sonidos. Si entonces le gustaba actuar en reuniones familiares o si mostró sus condiciones histriónicas frente a los amigos de su hermano.
Apenas si se sabe que el para unos el cuarto, para otros el quinto y último hijo de Luisa Delucchi y del músico napolitano Santo Discépolo se familiariza y afina su innata sensibilidad con los preludios de Bach y los nocturnos de Chopin que escucha tocar a los alumnos de su padre. Que cursa estudios primarios en el colegio de sacerdotes Guadalupe. Que al morir sus padres permanece por un año, atribulado por la rigidez disciplinaria, en casa de una tía materna y que, ya en 1911, se va a vivir con su hermano Armando, recién casado y catorce años mayor que él, quien fue para el purrete papá, mamá, maestro y guía.
Ese hermano, que también lo vincula con músicos, escritores, saineteros, pintores y escultores, fue quien lo llevó de la mano por las tertulias de los dos cafés clásicos del Once, el del Centenario y el Oberdam, a los que de chico miró de afuera la ñata contra el vidrio, en un azul de frío, como esas cosas que nunca se alcanzan.
También se sabe que en 1916 dejó sus estudios de normalista, en los que hacía la rabona para ir a una librería situada frente a su colegio, para debutar, al año siguiente, en el teatro Mayo, y en 1918, en el Apolo, con el seudónimo de E. Santos. Mucho antes de crear "Cambalache", Discépolo había hecho sus primeras armas en el teatro. Tal condición de dramaturgo es la que se recuerda aquí como otro de sus perfiles.
Cuadro de una época
En el incisivo y fascinante libro de Norberto Galasso "Discépolo y su época", editado por Corregidor, se traza un dramático y contundente cuadro de situación de la Argentina de aquella época que precedió, acompañó y siguió a la "década infame", así definida por José Luis Torres. Una Argentina oficial, pletórica de vacas y trigo, que ignora las bulliciosas pláticas de poetas fabricadores de sueños en torno de un pocillo de café.
Dos guerras mundiales atraviesan sus días. Y la República se debate entre la dependencia y las ansias de libertad. En ese ojo de tormenta surgen las figuras de los primeros caudillos, Hipólito Yrigoyen y Leandro Alem, mientras se alza el puño proletario, flamean las banderas rojas y resuenan las bombas anarquistas que comparten la vida con "yiros" en la recova, canfinfleros, conventillos promiscuos, guapos caminando por un empedrado que pronto se convertirá en adoquinado, tranvías que ya no son tirados por caballos, faroles de gas que dan paso a las bombitas incandescentes, automóviles que irrumpen en la ciudad cosmopolita. Y, por supuesto, el tango, que cuenta historias de un mundo bravío y lujurioso, confinado, por su origen prostibulario, en las orillas, en el arrabal porteño.
El olor de la pampa recorre el suburbio -poetiza Galasso- y se queda prendido en los corralones de la calle Venezuela, donde duermen las chatas. Y Discépolo, que ha nacido junto a la esquina del almacén donde los cuarteadores garabatean pasos de tango con alpargatas floreadas. Por tenebrosos cafetines de La Boca anda Roberto Firpo haciendo resonar el 2 x 4, y el canchero de Eduardo Arolas insufla resoplidos de bandoneón por ese barrio de marineros, mientras Canaro se instala en el Café Royal con su violín de lata. En el que será Mercado Spinetto recoge Discepolín la algarabía de voces y la paleta de colores de pintorescos personajes.
José Hernández señala entonces el camino de la verdadera cultura nacional en los versos del Martín Fierro.
Es ése el ámbito político-cultural en que le toca vivir a Enrique Santos Discépolo. Vivir intensamente como poeta que necesita dar testimonio palmario de todos estos aconteceres. "La miseria no disimula sus lacras ante el chiquilín observador, y la calle, esa tremenda maestra, le va mostrando, aquí y allá, la descarnada realidad" sin el eufemismo libresco.
Su primer tango, cuenta Horacio Ferrer, fue el hoy olvidado "Bizcochito", con letra de José Antonio Saldías, llevado al disco por el cantante Marambio Catán en el sello Víctor. Nótese que es el compositor y no el poeta el que irrumpe en ese año 1925 en Buenos Aires. Será el año siguiente en que surge el Discépolo músico-poeta con ese primer lapidario, de doloroso sarcasmo en la denuncia social "Quevachaché" ( ¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos? ¡Si aquí ni Dios rescata lo perdido! Lo que hace falta es empacar mucha moneda, vender el alma, rifar el corazón/tirar la poca decencia que te queda ), estrenado en Montevideo y dado a conocer en Buenos Aires por Tita Merello.
Pese al tremendo desafío contestatario, Enrique Santos tendrá que esperar hasta 1927 para recibir el espaldarazo cuando Azucena Maizani da a conocer su tercer tango, "Esta noche me emborracho" ( Sola, fané, descangayada/la vi esta madrugada/salir de un cabaré; flaca, dos cuartas de cogote/y una percha en el escote/bajo la nuez ).
Ese primer trazo crudo, brutal, desesperado sobre la mujer que hace diez años fue mi locura/Que llegué hasta la traición/por su hermosura , perfila de lleno al Discépolo inaugural. La experiencia es parte de una "realidad social como fatalidad trascendente", al decir de Blas Matamoro.
Es hacia fines de los años veinte cuando Discépolo siente el arrebato poético y escribe febrilmente tangos tan populares y de signo tan dramáticamente o irónicamente autobiográfico como "Chorra" ( Me robaste hasta el amor... Ahora, tanto me asusta una mina/que si en la calle me afila/me pongo al lao del botón ), como "Malevaje", con música de Juan de Dios Filiberto ( Decí por Dios que me has dao/que estoy tan cambiao, no sé más quién soy...Te vi pasar tangueando altanera/con un compás tan hondo y sensual), como el festivo y burlón "Victoria" ( cantemos victoria; yo estoy en la gloria, se fue mi mujer ).
En esa época -se inicia ya la década del treinta- Enrique goza de enorme popularidad no solamente como compositor y poeta sino también como actor, en Montevideo y Buenos Aires, dirigido por su hermano.
Ese año 30 la lira del poeta se vuelve amarga y dolorosa frente a una sociedad cruel e injusta, donde colisionan los intereses de los poderosos frente a las angustias de los desposeídos. Allí nace "Yira... yira" ( Verás que todo es mentira/verás que nada es amor/que al mundo nada le importa, Yira... yira. Aunque te quiebre la vida/aunque te muerda un dolor/no esperes nunca una ayuda/ni una mano, ni un favor ). Y dos años después "Confesión", cuya dolorosísima letra escribe con Amadori ( Fue a conciencia pura/que perdí tu amor/nada más que por salvarte ).
1935 es un paréntesis que lo lleva a Europa, a cuyo regreso insiste, como en 1931, en dirigir una orquesta, con la que tocó -y grabó- en 1937 para la casa Victor, con Lalo Scalise como pianista y arreglador.
Si en 1912 declina el apogeo liberal, 1930 señala su fin como sistema de vida. La crisis social se instala. El tango de la mishiadura (de la miseria), como lo llama Matamoro, se esfuma; se queda sin público masivo. Sólo el tango-romanza, instrumental, asoma en los grupos de Pedro Láurenz, Elvino Vardaro, Ciriaco Ortiz... Y el único que da cuenta de la terrible situación social del hombre despojado y humillado es Discépolo, un poeta solitario frente a un público perplejo.
Entonces nacen en 1935 "Cambalache" ( Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil también... Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldad insolente/ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos) y esa tregua en su desesperación: "Alma de bandoneón" para reivindicarlo en su dolor ( Igual que vos soñé/igual que vos viví ). Y luego arremeter con "Desencanto" ( ¡qué desconsuelo brutal!... Cansao de ver la vida/que siempre se burla y hace pedazos/mi canto y mi fe ), para terminar esos años treinta con "Tormenta" ( Dios... lo que aprendí de tu mano/no sirve para vivir... que la gente mala vive, Dios, mejor que yo ; si la vida es el infierno/y el honrao vive entre lágrimas ).
Confesiones de amor
Su corazón atribulado, angustiado, amargado sigue lanzando sus clamores en los años 40, que comienzan con otras confesiones de amor: "Martirio" ( Solo ¡increíblemente solo! vivo el drama de esperarte, hoy, mañana, siempre igual ) e "Infamia" ( La gente que es brutal cuando se ensaña/la gente que es feroz cuando hace mal ). Y alcanzan otro hito de la canción ciudadana con el doliente "Uno", al que pone inspirada música Mariano Mores ( Uno busca lleno de esperanzas/el camino que los sueños/prometieron a sus ansias... Si yo tuviera el corazón, el corazón que di; si yo pudiera como ayer/querer sin presentir ).
Y regresa otra vez el músico-poeta al año siguiente, 1944, con "Canción desesperada" ( Soy una canción desesperada/hoja enloquecida en el turbión. Por tu amor, mi fe desorientada/se hundió, destrozando el corazón... ¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste? ¿Dónde estaba el sol, que no te vio?). Transcurre un par de años y vuelve con Mores en "Sin palabras" ( Nació de ti/buscando una canción que nos uniera/y hoy sé que es cruel ¡brutal! -quizá- el castigo que te doy ).
Y un solo soplo de aire fresco, sin las brumas de su irreparable pesimismo, vendrá a socorrerlo cuando escriba, en 1947, la letra eufórica de reivindicación tanguera para "El choclo" ( Con este tango que es burlón y compadrito ) , el viejo tema de Villoldo.
Llegará la última de las creaciones estrenadas en vida de Discepolín: "Cafetín de Buenos Aires" ( De chiquilín te miraba de afuera/como a esas cosas que nunca se alcanzan/la ñata contra el vidrio/en un azul de frío/que sólo fue después viviendo/ igual al mío ), otra vez con bellísima melodía de Mores.
Una vez más la idealización de la niñez, la edad de los sueños incontaminados, la imagen del amor ideal, el canto de exaltación de la amistad, la historia personal y social como una bella aventura son cara y cruz en su discurso de reivindicación de valores humanitarios en medio de la irracionalidad y la degradación del ser humano que le tocó presenciar.
El poeta de la Década Infame, abrumado y desolado sin poder cambiar el mundo, sólo parece entrever la liberación en la muerte. Los males que delató en su tiempo son los que siguen agazapados en cualquier esquina, en cualquier rincón de nuestra vida cotidiana. Sus denuncias proféticas siguen en pie y cobran pavorosa vigencia y presencia en estos días, tanto en el mundo como en nuestras propias barbas. Los buenos seguirán el mismo destino de siempre, a la intemperie, mientras los poderosos mirarán alegremente para otro lado, llevando a cuestas sin escrúpulos su maldad, su miserabilidad y su desfachatez.
"Discepolín"
Tango de 1950
Letra: Homero Manzi
Música: Aníbal Troilo
...Conozco de tu largo aburrimiento/y comprendo lo que cuesta ser feliz,/y al son de cada tango te presiento/con tu talento enorme y tu nariz,/con tu lágrima amarga y escondida,/con tu careta pálida de clown y con esa sonrisa entristecida/que florece en verso y en canción.
La gente se te arrima con su montón de penas/y tú las acaricias casi con temblor; te duele como propia la cicatriz ajena: aquél no tuvo suerte y ésta no tuvo amor...
¿No ves que están bailando? ¿No ves que están de fiesta?/Vamos, que todo duele, viejo Discepolín...
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