Resistencia instala en el cine fantástico una inquietante tensión entre los humanos y la inteligencia artificial
Para lograr ese objetivo, la nueva película del director de Rogue One, Gareth Edwards, reconoce influencias directas de clásicos de la ciencia ficción como Terminator, Duna, Blade Runner y Avatar
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Resistencia (The Creator, Estados Unidos/2023). Dirección: Gareth Edwards. Guión: Gareth Edwards y Chris Weitz. Fotografía: Greig Fraser y Oren Soffer. Música: Hans Zimmer. Edición: Hank Corwin, Scott Morris y Joe Walker. Elenco: John David Washington, Gemma Chan, Madeleine Yuna Voyles, Allison Janney, Ken Watanabe. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 133 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
Presentar como “visionaria” la nueva película del director de Rogue One: una historia de Star Wars resulta, por lo menos, una exageración. En todo caso se trata de una poderosa operación de marketing concebida para mostrar que en el mundo de la ciencia ficción, tan dominado por secuelas y fórmulas diseñadas a repetición, es posible encontrar de tanto en tanto un producto original capaz de sobresalir frente al resto. De esto se trataría, en principio, la nueva película del británico Gareth Edwards.
Lo de la originalidad estaría por verse. Más allá de los detalles distintivos que aparecen en la superficie, los 133 minutos de Resistencia (curiosa traducción local para una obra que en inglés se titula The Creator) se nutren del gran catálogo que alimentó al cine de ciencia ficción a lo largo de las últimas décadas. Hay mucho de Terminator, de Blade Runner, de Duna, de Avatar, y, por supuesto, del universo de Star Wars en esta aventura futurista. También de experiencias fallidas y casi olvidadas como Después de la Tierra, que llevó adelante M. Night Shyamalan con Will Smith y su hijo. Todos estos antecedentes se integran a un relato que podría resumirse en la descripción de su conflicto básico: la batalla que libran los humanos en un porvenir no demasiado lejano (estamos en el año 2065) contra la inteligencia artificial (IA).
Aunque, como se verá, presentar a un villano de estas características también puede resultar un equívoco. Cada vez que Hollywood se inspira para contar una historia futurista en sociedades posindustriales sobre el valeroso accionar de personas o grupos que se rebelan y reaccionan contra determinadas situaciones injustas, el enemigo definitivo resulta no resulta muy difícil de identificar. Así ocurre también en el caso de Resistencia.
En la película, el conflicto entre el género humano y la IA es a la vez una batalla entre civilizaciones. Occidente lanzó un veto completo contra la IA desde que la encontró responsable del lanzamiento de una bomba nuclear contra Los Angeles, con un saldo de miles de muertes y devastación completa. El nuevo blanco es el continente asiático (rebautizado aquí como Nueva Asia), un territorio que acepta la IA y la utiliza para la producción y el comercio, que en el futuro descripto por esta película no parecen muy diferentes a la actualidad. La única diferencia visible es tecnológica: un ejército de cyborgs y seres artificiales diseñados a imagen y semejanza de los humanos (el gran logro de la IA) puede coexistir virtuosamente allí con las personas de carne y hueso.
En este escenario cada vez más incómodo y peligroso se mueve Joshua, otra variante del eterno personaje (siempre en movimiento, perseguido por fuerzas ocultas y oscuras dispuestas a destruirlo) que siempre le toca en suerte a John David Washington, el hijo de Denzel. Aquí interpreta a Joshua, un soldado estadounidense de elite infiltrado en Asia asignado a una misión para atrapar al cerebro de la IA (el “creador” al que alude el título original) que acepta porque cree que podrá reencontrarse con su esposa embarazada (Gemma Chan), a la que perdió en medio de un operativo.
Toda la perspectiva de Joshua cambia en el mismo momento en que se cruza con una niña-robot (la debutante Madeleine Yuna Voyles), exponente de una nueva raza, la de los “simulantes”, que, a la manera de los “replicantes” de Blade Runner, son seres artificiales capaces de expresar y sentir las mismas emociones e inquietudes espirituales de los seres humanos. Queda a la vista, ahora en este plano, otra gran influencia de la que se alimenta Edwards: la mirada sobre la familia en términos de IA que Steven Spielberg imaginó en su profética, visionaria y extraordinaria película sobre el mismo tema de 2001.
A partir de allí, las imaginables apelaciones sobre la convivencia entre todas las expresiones posibles de la diversidad aparecen expresadas por lo general con ampulosa grandilocuencia y espíritu de declaración política, mientras los choques, las batallas y las acciones bélicas se suceden con bastante precisión y ritmo sostenido con un atractivo marco geográfico y visual de fondo.
En el fondo, Resistencia no se distingue demasiado del resto de la historia reciente del cine de ciencia ficción con más alto perfil hecho en Hollywood. Pero tiene el mérito de haber sabido engarzar con astucia algunos de los fragmentos más atrayentes de toda esta obra previa y reconfigurarlos alrededor de un nuevo escenario de tensión, el que se plantea con la llegada de la IA y los efectos todavía impredecibles de su desarrollo.
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