Sony Music - Dos estrellas y media
Después de una década de conquista internacional con Calle 13, Residente hizo un gran evento de su lanzamiento solista, con todo menos hits. Siguiendo los resultados de un estudio de ADN que rastrea sus raíces étnicas, grabó canciones y sonidos con artistas conocidos e ignotos: el guitarrista tuareg Bombino en Burkina Faso, miembros de la ópera de Pekín, Goran Bregovic y su ensamble en Serbia, y cantantes tribales dagomba en Ghana, entre otros.
El proyecto titánico –que incluye también un documental y un libro que registran la hazaña logística– tiene tanto de independencia artística como de gesto solemne. Residente reflexiona sobre la diversidad, la identidad y los conflictos políticos que surgen de esas fricciones, lo cual no es un territorio inexplorado para él.
Quizás el impacto del disco reside en su visión de obra de hip-hop maximalista. La variedad de instrumentación y voces está delicadamente administrada en samples e interludios, lo que evita que se diluya en un pastiche de world music. En la épica “Guerra”, Residente combina tambores de Osetia, un panduri de Georgia y voces de Chechenia: sonidos de países en conflicto coexistiendo para él. Pero acompaña este clímax musical y simbólico con la reiteración de un juego de opuestos (“La guerra es más débil que fuerte/No aguanta la vida, por eso se esconde en la muerte”) en el que se ven los hilos de sus recursos como letrista. En “Hijos del cañaveral”, un track junto a su hermana Ile y Francisco “Cholo” Rosario, Residente vuelve sobre su orgullo puertorriqueño, y no parece que su viaje alrededor del mundo haya afectado demasiado su visión del mismo.
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