Renate Schottelius fue una pionera
Ayer, a los 77 años, murió víctima de cáncer Renate Schottelius, una de las figuras prominentes de la danza moderna en la Argentina.
Nacida en Alemania, estudió en la Opera Municipal de Berlín ballet clásico y danza moderna con Ruth Abramovitz y Alice Uhlen, discípulas y bailarinas de la compañía de MaryWigman, gestora de esta vía en ese país y estilo que luego se denominaría expresionista.
Su padre, director de teatro profundamente antinazi y su madre, judía, previeron la guerra y los problemas que sufrirían los contrarios al régimen que estaba imperando en Alemania, por lo que decidieron alejar a su hija de su patria. En Buenos Aires tenían familiares que acogieron, en 1936, a la pequeña de 14 años.
Su vocación era la danza. Ese amor nunca la dejó y fue el que la hizo persisitir en sus intenciones. Aquí estudió en el Conservatorio Nacional y, cuando la norteamericana Miriam Winslow asentó sus bases para formar la primera compañía con salario de danza moderna del país, Renate fue parte de su elenco. Winslow le dio perfeccionamiento y experiencia escénica, más Schottelius, dotada de gran talento como intérprete y creadora, comenzó su camino a solas.
Tenía alma de pedagoga. Más bien, de formadora, siempre respetando los caminos creativos de los otros, así como ella había sido educada en una filosofía que se asentó en la libertad del hombre. Para subsistir, aunque trabajaba como secretaria de oficina, desde 1940 impartía clases. Luego, cuando tuvo mayor fogueo y se insertó en el ámbito local, inició los que serían los primeros cursos de composición coreográfica. Esto significó no sólo dictar clases sino y sobre todo alentar y guiar a los bailarines en su creatividad. De allí surgió su más eminente discípulo, Oscar Aráiz, quien en toda oportunidad que tuvo, como director del Ballet de Ginebra y hasta el año pasado,como conductor del Ballet Contemporáneo del San Martín, adhirió a Schottelius en su staff como asesora y docente.
Seguramente, la rectitud, el calibre de sus ideas, la dedicación total a su trabajo promovieron un respeto profundo en el mundo de la danza argentina, donde fue apreciada, a partir de 1945, como excepcional intérprete de sus propias obras. Así como abrevó de las fuentes mismas de la danza moderna alemana, también lo hizo en las norteamericanas.
Sus recitales aquí, en los teatros Smart, Alvear, Cangallo, Del Pueblo y otros, en casos, con su grupo, mostraban a una bailarina sensitiva, que incidía en la técnica para dar vuelo a la expresión. Utilizaba toda clase de música, desde los clásicos a los modernos, de Gershwin y Bartok a Bach y Schumann y también autores nacionales.
Su brillo no pasó desapercibido en los Estados Unidos, cuando en 1953 fue a tomar contacto con las técnicas de ese país. Al mismo tiempo que estudiaba con Louis Horst y así se adentraba en el estilo de Martha Graham, los popes Agnes De Mille, José Limon y la alemana Hanya Holm, del grupo de Wigman, le ofrecieron interpretar sus obras. Por clásusulas de reglamentos sindicales norteamericanos, Schottelius no pudo cristalizar estas experiencias.
Más tarde, en la década de los sesenta, no tuvo trabas para ser dar cursos magistrales en el Boston Conservatory. También dictaba clases y era frecuente invitada para dar conferencias en Alemania, donde sus conocimientos y experiencias eran muy valorados.
"Lo que entiendo por danza -dijo a La Nación - es usar nuestro instrumento, que es el cuerpo y expresar a través de él una idea, un mensaje. Mi visión personal es que hay que permanecer en lo que es danza, sin negar lo novedoso, pero no convertirla en otra cosa. Danza es el movimiento, la expresión, la intuición, aunque se trate de figuras abstractas, que pueden ser tan hermosas como aquello que requiere de una anécdota o de un argumento. Creo en la fusión de las técnicas clásica y moderna, porque todo es un incentivo para exprimir lo que puede decirse a través de este arte."
Oscar Araiz repuso hace unos años, con el Ballet Contemporáneo del San Martín, su obra "Paisaje de gritos", que bailó ese elenco como homenaje a una de las mayores impulsoras de la danza de nuestro país. Ese aliento también lo había dado Schottelius cuando, junto con otras personalidades, formó parte de la Asociación Amigos de la Danza, que convocaba a nuevos coreógrafos y daba oportunidades para que los talentosos mostraran sus obras a la par de los consagrados. La primera vez que el novel Araiz le presentó un trabajo fue rechazado de plano por Renate. Más tarde fue su predilecto y con los años, ambos se reían del miedo de uno y la rigidez de la otra. Exigente, cálida por dentro y muy sobria por fuera, Schottelius jamás buscó la fama ni el éxito. Arte, danza eran sinónimos de sagrado, de disciplina, de trabajo sin concesiones. Por eso decía que los requisitos para ser bailarín eran inmenso amor hacia el arte, total dedicación y muy buena salud.
Ella era el ejemplo y nunca dejaba de acompañar, con sus sugerencias o tranquilas charlas, a los que luchan en este camino.
Como solaz, tenía una casa en Córdoba: fue su deseo, que será cumplido por sus amigos y colegas, que sus cenizas se esparzan en ese bello paraje.
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