Reflexiones sobre el Nuevo Cancionero
Hace días se celebraron en el teatro Rex, de Mendoza, los treinta y cinco años del nacimiento del Nuevo Cancionero. Allí estuvieron, como supérstites de aquella gesta estética, Mercedes Sosa, Tito Francia, Eduardo Aragón, Pocho Sosa, los chilenos Inti Illimani, a los que se plegaron Víctor Heredia, León Gieco y el francés Nilda Fernández, que cantó con unción una de las canciones emblemáticas: "Regreso de la tonada", aunque ésta, de Tito Francia y Armando Tejada Gómez, es de 1972.
Aquel célebre Manifiesto del Nuevo Cancionero, lanzado en Mendoza el 11 de febrero de 1963 -para otros, en noviembre del 62- fue la plasmación, en un documento, de los ideales estéticos de renovación del folklore argentino que ya se reflejaban en las flamantes canciones de unos pocos compositores y poetas mendocinos.
Los primeros pensamientos que alimentaron tal proclama fueron tomados de una carta que Mercedes Sosa había enviado a Tejada Gómez. Cuando Tejada, el poeta mayor del movimiento, los volcó en aquel Manifiesto, adhirieron a su ideario (y lo firmaron) Tito Francia, su más conspicuo compositor; Oscar Matus, su más insigne melodista, Mercedes Sosa, la voz de esa gesta, y quienes ya estaban sumados al reto: Juan Carlos Sedero (pianista), Eduardo Aragón (compositor), Víctor Nieto (bailarín) y Horacio Tusoli.
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¿Qué proponía y qué anunciaba hace 35 años el Nuevo Cancionero en Mendoza? En poesía, una temática más cercana al hombre común, y en música, nuevos diseños melódicos y armónicos. Su trasfondo -la maravillosa década del sesenta en el mundo entero-, su esencia -la poesía y la música-, su intención -la necesidad de renovación- eran humanistas, si por humanismo se entiende esa mirada desde el arte -remedando la del Renacimiento, en los siglos XV y XVI- puesta en la exaltación de la dignidad humana, en el reconocimiento del libre albedrío, en la preocupación por la suerte del individuo concreto.
Al tiempo que era una propuesta transformadora y enriquecedora del arte popular, fue también una respuesta al tradicionalismo en defensa del pintoresquismo. Tradicionalismo como eterna postura anacrónica. No tradición, que es la que nutre en todo tiempo y lugar los versos del poeta y las melodías del músico. Inefables, como los del patriarca Atahualpa Yupanqui.
Porque emergieron con tono de manifiesto y porque ventilaron preocupaciones sociales de las más nobles fueron combatidos, acusándoselos de comunistas, como si entre sus filas se escondiera el monstruo de Stalin. Junto a la "Zamba del riego" y a la cueca "La Pancho Alfaro", arrimaba el lirismo de "Zamba azul".
No fue un movimiento contestatario, de protesta o de (venga esa palabreja de hoy) transgresores. Era un camino hacia la belleza y hacia el hombre en cada rincón del país. Tampoco fueron ellos ni los padres ni los inventores del nuevo cancionero. En Mendoza mismo, Damián Sánchez ya alimentaba las armonías que volcaría en "Vendimiador" y en grupos vocales. Los Huanca Huá habían sido creados en 1960. Eduardo Falú y Jaime Dávalos, el Cuchi Leguizamón y Manuel J. Castilla ya lo venían alentando unos años antes, desde Salta, con canciones antológicas y se gestaban las hermosas canciones de Félix Luna y de Ariel Ramírez.
Era la misma época en que Bob Dylan y Joan Báez esparcían el folk; la misma década en que nacieron los Beatles. El cambio estaba en el aire.
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