Antes de llenar dos veces la cancha de Vélez, el líder de Los Piojos explica "Como Ali", su experiencia en una noche dance convertida en el hit rockero del momento: "La sensación no dista mucho de rituales milenarios".
La noche del 21 de diciembre de 2001, un día después de la caída del gobierno de De la Rúa y las veintitantas muertes por la represión policial, Perry Farrell se presentó en Pachá bajo el alias de dj Peretz. Esa noche, entre cientos de clubbers y rockeros inquietos, Andrés Ciro Martínez, líder de Los Piojos, vivió su noche de bautismo dance. De esa estimulante juerga nocturna surgió "Como Ali", el hit nacional más grande del último año y una de las pocas marcas culturales (por reflejar un quiebre generacional insoslayable) que dejó el rock argentino mainstream en lo que va del siglo. En esa primera línea ("Es la nueva sensación, la nueva generación") Ciro revela la fascinación por un mundo para él novedoso que incluye música electrónica marcial, experiencia química, sentimiento de empatía con el entorno, agua mineral, baile alocado y un desfile de personajes que a sus ojos de "rockero pajuerano" se convierte en jugoso material de ficción.
"Sí, creo que es un fenómeno cultural por las connotaciones que trae", reconoce ahora Andrés. "Nuevas palabras, nuevos sobreentendidos, nuevos horarios, nuevos gustos, nuevo look. Como ocurre con casi todo, llega acá diez o veinte años después, como el reggae, el punk. Pero tampoco lo veo mal, creo que tenemos nuestros propios tiempos. No me parece de ninguna manera que sea algo tan fuerte como lo es la cultura rock, pero algo va a dejar (además de un par de cerebros quemaditos). Lo musical, si bien personalmente no lo tolero mucho tiempo, no es más que un regreso a la música más primitiva, rítmica, machacante, con sonidos fantasmagóricos. La sensación no debe distar mucho de rituales milenarios bajo efectos alucinógenos a la luz de la luna."
Más allá de varias descripciones certeras del extrañado Ciro (potenciadas por el videoclip que lo muestra enajenado en una pista de baile), no debe sorprender que, en el país de la desinformación, el título y la metáfora del hit se basen en uno de los equívocos científicos más sospechosamente flagrantes sobre el éxtasis del último tiempo. "Voy a quedar como Ali" (como Muhammad Ali) alude al Mal de Parkinson que, según publicó la influyente revista Science, provocaría el éxtasis a largo plazo. Luego se probó que esa investigación se había basado en el speed, una metaanfetamina, y no en el mdma. Como sea, el estribillo no es más que una sonoridad, una idea juguetona en torno de la experiencia. Así, la canción logra pasajes de identificación con los usuarios ("tengo los dedos súper sensitivos, tengo los ojos de Darín") y descripciones graciosas sobre esos personajes vip que pululan en los boliches top. Otras líneas invitan al tipo de deducción que tanto gusta al rock: descubrir mensajes cifrados ("que esta mina me buscó, que esta mina me encontró..." ¿ketamina?), mientras que "de la pista a la cabina cuántos bichos tiene encima" no deja mucho margen a la interpretación.
Según reflexiona Andrés a pedido de Rolling Stone, a él lo estimuló "la sensación de caminar en una jungla de personas que comparten un cierto estado anímico, y la expectativa de que pueda suceder casi cualquier cosa". "Mi actitud general es la de observador, vaya donde vaya", prosigue. "Esa noche en Pachá me sorprendió la cantidad de pibes con remeras de Los Piojos y La Renga que había tras el vallado queriendo entrar. Es decir, lo popular que era esa movida. Te diría que el 80 por ciento de los chicos top que ves ahí adentro con todo su look fashion viene del Gran Buenos Aires. Antes veías a los darks en la estación de Caseros y eran los raros del barrio. Ahora el lookearse está más generalizado".
En un momento en que todos prefieren callar al respecto, "Como Ali" pone en escena, a su modo, la experiencia del éxtasis. No sólo sintomatiza (aun desde el prejuicio) la llegada definitiva del rock a la electrónica sino que plantea –como hacía rato el rock nacional no lo hacía– un juego de sobreentendidos que genera un quiebre generacional. Casi todos –padres e hijos– saben tararear el estribillo del tema pero no todos entienden de qué se está hablando. Y no porque la lírica sea compleja, sino porque en ese terreno hay una brecha cultural insalvable. El clímax refleja una sensación que es muy de esta época y de este lugar, intensificada por el contexto de plomo, desesperación e intensidad civil de aquellos últimos días de 2001: bailar hasta desencajarse y saber que "allá afuera te espera un país". "Es el contraste entre la angustia de todo un país durante el día y la gente bailando descontroladamente en la noche", concluye Ciro en el rol de observador. "Muy interesante."
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