Reality shows: la gente los ve, pero los critica
Al menos siete de cada diez argentinos vieron o han visto alguna vez los reality shows de la televisión, pero la mayor parte de ellos (seis de cada diez) los considera un fenómeno negativo, y un setenta por ciento descree, en mayor o en menor grado, de la verdad de lo que allí se muestra.
Estos son los datos en crudo, susceptibles de ser interpretados de diversas maneras, de la encuesta que realizó especialmente para La Nación la consultora Gallup. Se trató de una muestra de alcance nacional, hecha en 26 localidades del país, con 1234 casos seleccionados entre una población de más de 14 años y con un nivel de confiabilidad del 95 por ciento y un margen de error probable del 3,8 por ciento.
Un primer análisis de estos datos, tal vez algo mordaz, es que mucha gente atraída en la intimidad de su casa por la idea de espiar vidas ajenas no cree que semejante afición sea una cosa digna, y llegado el momento de opinar condena con más energía y velocidad a los programas que a sus propias inclinaciones.
Otra posibilidad es que ese 75 por ciento que confiesa haber visto reality shows lo haya hecho de modo fugaz y movido por el azar del zapping. Digamos, una parada de cuatro o cinco minutos que resultó suficiente para el anatema, y luego nada de nuevas visitas.
Contra esta variante conspira el rating. Cuando se realizó la encuesta de Gallup (del 20 al 24 de abril) estaban en el aire los tres títulos de la TV argentina que pueden ser calificados de reality shows: "Expedición Robinson" (Canal 13), "Gran hermano" (Telefé) y "El bar" (América). Sumándolos, han mantenido unos 50 puntos de rating, sin tomar en cuenta los picos elevados a los que llegó "Expedición Robinson" en los momentos de la definición, cuando las torturas a las que fue sometida la finalmente ganadora Vick a manos de sus cuatro crueles compañeros fueron materia de comentario popular en todas partes.
Con todo, el impacto de los reality shows en la Argentina no parece haber alcanzado el nivel que tuvo en España o en Italia, donde los editores de los suplementos de espectáculos de diarios reputados se ven obligados a dar noticia cotidiana de las historias que se entrecruzan en "Gran hermano" por la demandante presión de sus lectores. Aquí, otros programas igualan o aun superan los promedios de los reality shows (por ejemplo, la telecomedia "El sodero de mi vida", o el show de Marcelo Tinelli).
La muestra prueba que los televidentes más fieles y menos críticos de "la realidad en vivo y en directo" son los más jóvenes, los de menor instrucción y los de más bajo nivel socioeconómico.
Un 93 por ciento de los chicos de 15 a 17 años admitió verlos, y en esa misma franja un 50 por ciento sólo tiene palabras de elogio a la hora de opinar de ellos. Un 25 por ciento de personas que sólo tienen educación primaria y un 26,7 por ciento de integrantes de la categoría D2E, la que está en el límite inferior de la siempre estremecedora vara con la que se mide el grado de bienestar económico de cada uno, estiman que los reality shows son algo de lo que la TV nacional puede estar orgullosa.
En el extremo opuesto, sólo un 49 por ciento de quienes tienen más de 65 años sabe de qué se trata esto. Apenas el ocho por ciento de los televidentes con educación superior y el 16,5 por ciento de los calificados con ABC1 en el esquema antes citado dieron una evaluación positiva de estos ciclos.
Todo lo cual trae a la mente una escena de "Caro diario", película del mismo Nanni Moretti que triunfa en Cannes y de quien damos abundante información en estas páginas. En aquel film, un profesor universitario de intelecto musculoso decide irse a vivir a una isla, lejos del ruido y la contaminación sonora y visual, a efectos de escribir un libro. Transcurrida una semana, comienza a inquietarse porque no sabe cómo sigue la telenovela que, sólo se sabe en ese momento, veía a escondidas. A las dos semanas se echa a correr, desesperado, rumbo a la lancha que lo devolverá a la gran urbe: "¡Televisión! ¡Quiero ver televisión!", grita, con el pudor perdido.
Muy poco creíbles
Otro punto interesante en el trabajo de Gallup es la pregunta número tres: "¿Qué tan reales piensa usted que son estos programas de TV?". Los totales (promediando las diversas categorías de encuestados) son los siguientes: nada más que un 7,4 por ciento dice que son "tan reales como un documental". Apenas un poco más, el 7,7 por ciento, cree que se toman "algunas libertades, pero son esencialmente reales".
Después viene la enorme franja de incrédulos: el 33,5 por ciento dice que muestran "únicamente aquello que quieren que veamos", y el 37 por ciento opina, lisa y llanamente: "Son artificiales". El 14,4 por ciento no sabe y, por lo tanto, no contesta.
Observando en detalle estos guarismos, se ve que en este caso la fe no es cuestión de sexos: los descreídos suman el 71,5 por ciento entre los hombres y muy poquito menos (el 69,6) entre las mujeres.
Sí son muy diferentes las circunstancias cuando se toman en cuenta las edades. De los más jóvenes, un 26,7 por ciento confía en que no hay trampas en lo que se muestra, es decir, en que lo que sucede no obedece a un guión. Ese porcentaje baja abruptamente al 6,3 en el segmento de los mayores. También hay diferencias según sea el nivel socioeconómico de los entrevistados. Los "creyentes" del ABC1 sólo llegan al 9,2 por ciento, mientras que los del D2E trepan hasta el catorce por ciento.
Esta cuestión de la confiabilidad parece sustancial para programas que se publicitan con consignas como "la vida real en directo". ¿De qué valdría un reality show que fuera mentira? Se trata de una pregunta que, junto con las dudas por la calidad de esa "vida real" que se muestra a través de participantes no siempre ingeniosos, viene desvelando a sociólogos y analistas.
En los Estados Unidos, en tanto, acuñaron un término capaz de hacer superflua la polémica: en lugar de reality shows, "docu-soaps". Obviamente, "docu" por documental, y "soap" (en inglés, jabón) porque eran las marcas de jabones las principales auspiciantes de las telenovelas cotidianas. El término describe bien el género: nadie es totalmente "real" si sabe que está siendo filmado todo el día. De una manera u otra, con guión o sin él, llega a transformarse en personaje de ficción. Tal vez a todos nos suceda lo mismo ante una visita inesperada del suegro o de la suegra, pero este tema excede los límites del mundo de la televisión y también los del mundo de las encuestas.
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