Raúl Lozza se adueña de la plástica moderna
Desde mañana: hasta el 9 de septiembre, el Museo de Arte Moderno realizará una extensa muestra retrospectiva de la producción del artista.
En una centenaria casa chorizo del barrio de La Paternal, vive y trabaja sin descanso, a pesar de sus 86 años, uno de los decanos de la plástica argentina.
Raúl Lozza, fundador del perceptismo, nació en 1911 en Alberti, provincia de Buenos Aires, donde su espíritu revolucionario ya agitaba la calma pueblerina.
Además de pintor, es autor de una novela, varios volúmenes de escritos sobre estética, dos diarios e innumerables cuentos, y ha influido con sus ideas y su obra sobre varias generaciones de artistas argentinos.
A fines del año último, viajó a Alemania para la inauguración de una muestra suya, expuso también en Uruguay y continuó su recorrida por Salta y Jujuy.
Ahora, agotado por tantos traslados y sometido a un tratamiento con antibióticos que le restan un poco de su vitalidad inagotable, dedica todo el día a preparar la retrospectiva que el Museo de Arte Moderno le ha organizado en homenaje. El mismo embala los cuadros, los lleva de acá para allá, retoca algunos y reconstruye otros, dañados en alguna mudanza.
La Nación conversó largamente con él en la casona de Fragata Sarmiento, adonde concurren sin cesar los artistas jóvenes en busca de sabiduría. Ese espacio es también taller y museo, con cuadros dispersos por las salas casi infinitas, desde el garaje hasta la biblioteca. -¿Cómo explicaría el perceptismo a un lego en la materia?
-Perceptismo es sinónimo de arte concreto. El perceptismo es como es visto y es visto como es, lo cual significa que no representa sino que se presenta. No remite a nada ajeno a la obra misma, pero tiene toda la carga social y emotiva del arte tradicional, y tal vez me animaría a decir con creces, porque no se presenta con una vestimenta.
-¿De qué modo el perceptismo manifiesta lo humano?
-Durante la década del ´30 hice arte con temática social. Yo iba cambiando la especificidad de la obra de arte. Cambié la anécdota por un arte verdaderamente revolucionario. Ahora sigo trabajando en esta corriente vanguardista. El arte llegó a un límite en el que, si se daba un paso más, devenía concreto. Con mi pintura logré eliminar el último resabio de espacio imaginario. En vez de que el espectador se sumerja en el mundo aparte de la obra de arte, es la obra de arte la que penetra en el espacio de la convivencia del hombre, en sus sentimientos sociales, en sus angustias, en sus júbilos.
-No siempre pudo, en la práctica, adosar sus obras a un muro, como era su idea inicial.
-Para eso necesitaba del arquitecto. En mi casa de Congreso, y también en la de Abraham Haber (teórico del perceptismo) -que se demolió-, pude trabajar sobre las paredes. Pero a falta de otros muros me creé el mío propio, que llevo a todas partes (señala las tablas que sirven de soporte a cada una de sus obras).
Lozza, en retrospectiva
Mientras se ocupa de preparar la retrospectiva que, desde mañana, el Museo de Arte de Moderno hará en su homenaje, el artista Raúl Lozza habló largamente con La Nacion sobre su arte y los cambios que se produjeron a su alrededor.
-¿Cambió la manera de percibir la obra de arte?
-El espectador todavía tiene muchos prejuicios. Sigue buscando la referencialidad: si tal forma se parece a un monstruo, a un caballo.Cambiar un sistema es un proceso dialéctico que no se hace de la noche a la mañana.
Lozza creó su propio sistema filosófico, al que llama "dialéctica de la naturaleza", y cuya fuente principal es el pensamiento de Engels. Pero jamás discutió de política, sino que canalizó toda su intención social a través de la pintura. En 1974 visitó los países soviéticos promocionando el arte argentino, y a su regreso escribió un diario titulado "La vuelta a medio mundo socialista en 40 días".
-¿Cómo se relaciona con la nueva generación?
-Muy bien. Acepto todo lo que se hace. Hacia el ´47 o el ´48 pensé que íbamos a inundar Buenos Aires con pinturas perceptistas, y que se había acabado el otro arte. Pero no es el arte lo que se acaba, sino determinado concepto de la actividad creadora.
-¿Cómo resumiría su trayectoria en el arte argentino?
-Mi posición en los años ´40 ya era bastante crítica; si se prefiere, bastante cerrada. Pero era imprescindible. En 1949, en mi exposición en Van Riel, fueron dañadas dos obras y tuvimos que poner vigilancia. A mí me tomaban para la chacota. Ahora estoy tranquilo, pero hay que vivir muchos años para eso. Yo esperé hasta los setenta y pico.
-¿Es incómodo ser artista?
-Mirá, es incómodo ser albañil, ser carpintero... Pero el acto inventivo es jubiloso.
-¿Qué matiz los diferencia?
-La invención no es un salto en el vacío, o una pirueta. Es una síntesis de muchos factores, y tiene que ver con lo científico y la actividad social.
-¿Qué artistas argentinos recuerda con admiración?
-Juan Carlos Castagnino y Antonio Berni fueron mis amigos y eran artistas del pueblo. Estimo mucho esa obra, y más aún por su contenido ideológico, de crítica social. Berni y Castagnino no cambiaron de sistema, pero fue efectivo como crítica social. Berni era un luchador, que a veces llegaba a las manos. Conmigo nunca hubo problemas de ese tipo (risas).
-O sea que el arte sería el opio de los pueblos.
-(Risas) No, no. La belleza también está en las cosas feas. Cuando participo en jurados tengo en cuenta tres aspectos de una obra: la intencionalidad, la contemporaneidad, porque el arte evoluciona, y la especificidad, si el artista llevó a cabo su intención.
-¿Y en qué medida cree que eso afecta a la gente?
-Eso preguntámelo dentro de 400 años (risas). No cabe duda de que influye. La obra de arte es bella por esos factores. El arte como conocimiento tiene que crear un objeto para ser conocido. Si no estás reconociendo, no estás presentando una obra.