Raúl Becerra: el creador de La noticia rebelde está jubilado y analiza las carreras de todos los conductores que “inventó”
A los 78 años, el productor explica por qué nunca ganó un Martín Fierro, y qué ve ahora que está jubilado de la pantalla: “Hice 34 programas, me cansé”
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Pocas fotografías y todas familiares. En el amplio living con sillones y veladores importantes, no hay vitrina con famosos ni altar con estatuillas y diplomas, solo algunos cuadros, prolijas enciclopedias alineadas en un largo modular y la clara luz del balcón del piso octavo a través de la cortina blanca.
“Hice 34 programas, me cansé”, dice Raúl Becerra, a los 78 años y retirado de la televisión. Su última incursión en la producción ejecutiva fue hace unos cinco años en el cable para los periodistas Gerardo Young y Walter Schmidt, “algo que hice de taquito” como para despuntar el vicio. El “fuego sagrado” -una hipérbole que él se permite- había quedado ya muy atrás.
Cuando le preguntamos por las fotos icónicas de su carrera, le pide a Marta, su mujer, que las traiga y ella, al minuto, vuelve con dos revistas y un libro: una Playboy, de 1986, el año en que comenzó La noticia rebelde (LNR); una Rolling Stone de 2005, donde LNR ocupa el noveno lugar entre los 100 mejores programas de la televisión mundial; y LNR, una biografía, de Diego Igal, editado por Grupo Editorial Sur, en 2019.
Notas, reconocimientos, investigaciones, videos en YouTube, entrevistas homenaje en las que se repiten las mismas anécdotas: hay mucho material de archivo para repasar la historia de aquel programa emitido desde 1986 a 1989 por ATC, con producción de Raúl Naya, integrado por Carlos Abrevaya, Adolfo Castelo, Jorge Guinzburg, Nicolás Repetto y Becerra, a quien le interesaba manejar los hilos detrás de cámara mucho más que conducir.
La periodización más divulgada del paso de Becerra por los medios (no sabemos si él coincide en su totalidad con esto) está marcada por el antes y el después de ese gran hallazgo televisivo que fue LNR. Antes, el antecedente inmediato, fue Semanario insólito (1982 y 1983, también por ATC), donde además de Becerra y Castelo, por primera vez ante cámaras, conducían Raúl Portal y Virginia Hanglin, más los móviles de Repetto. Pero el debut como productor de Becerra, su salto desde la publicidad a la televisión, fue Supershow infantil, por Canal 9, en 1979, con Berugo Carámbula, Mónica Jouvet y Alberto Muney.
El “después”, a partir de los 90, es bien abultado y variopinto, pero con algunos títulos muy destacables siempre en la línea de romper con la costumbre como Robocopia, con Portal y Andrea “Chispita” Campbell, y Rebelde sin pausa, con Roberto Pettinato, ambos por ATC, en 1992 y 1993.
–¿Cómo es hoy su rutina?
–Muy aburrida. Desayuno y me zambullo en la computadora a leer las noticias. Después en la web Seriecanal busco series, hay de todos los países que no se consiguen en otros lados y están buenísimas. Selecciono y las vemos por la noche con Marta. A la tarde hago las compras. No mucho más, no hago nada sorpresivo ni excitante. Iba al gimnasio hasta la pandemia, ahora salgo a caminar si está bueno el tiempo. Tampoco voy al teatro, éramos muy fanáticos de Les Luthiers, pero ya hace muchísimo que no vamos, creo que la última obra que vimos fue una con Federico Luppi y Norma Aleandro.
Habla despacio, con mucha tranquilidad y, salvo alguna que otra sonrisa, casi sin altibajos emotivos, como si contara una vez más una vieja película. Casado con Marta Rubio desde 1969, son padres de mellizas, Carola y Jimena, y abuelos de cinco nietos que rondan de entre los 34 a los 16 años: uno de los nietos, Juan Cruz Torregrosa, es el único que tomó un camino relacionado con el arte, ama las comedias musicales y estudia en la escuela de Sebastián Mellino. Por el lado de los ancestros del abuelo Raúl, nadie y nada en su familia de origen tenía que ver con la televisión ni el espectáculo.
Criado en un lugar llamado El Rincón, entre Villa Elisa y City Bell (frente a la estancia de los Saint, entonces fabricantes de chocolate Águila), hincha de Estudiantes de La Plata, Raúl Becerra Oyhanarte es hijo y sobrino de abogados, jueces, funcionarios y políticos. Su padre, Olegario Becerra, fue diputado nacional por la Unión Cívica Radical Intransigente y, con Arturo Frondizi, uno de los fundadores del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Si bien en principio siguió el mandato y comenzó a estudiar abogacía, un reportaje le “cambió la vida”: “Leí en la revista Siete días una nota a Héctor Solanas, hermano de Pino, que era presidente en la Argentina de la empresa de publicidad Grand Advertising. Quedé fascinado y supe que era eso lo que quería. Con temor, porque rompía la tradición familiar, se lo conté a mi viejo que reaccionó con un ‘me parece bárbaro’. Y me contó que de joven había trabajado en la agencia de publicidad Albatros, cuyo dueño era el dirigente radical Crisólogo Larralde”.
–Sin conflictos entonces para dar el salto, ¿cómo empezó?
–Le mandé una carta a Solanas y me respondió. No le había puesto ningún teléfono en la carta y me buscó por todos lados. Cuando me encontró por la guía telefónica, yo estaba en casa de mi abuela, un caserón de 32 habitaciones y pileta de natación en el centro de La Plata: “Raulito, te busca un señor Solanas de Buenos Aires”. Y así empezó todo. Nos vemos, hablamos, descubrimos que teníamos mucho en común -a los dos nos gustaban las corbatas- y me dio la oportunidad de trabajar en la agencia en el departamento de radio, cine y televisión.
–El destino lo llamaba…
–Empecé en el Luna Park, al lado de Cacho Fontana, anotando los avisos de Peñaflor, un vino que auspiciaba el boxeo. Así pude ver las peleas de Nicolino Locche, Carlos Monzón, entre otras. Después pasé al área creativa y en poco tiempo, fui director creativo. En 1972, con un gran amigo de la agencia, Jorge Vázquez, abrimos la nuestra, llamada Jorge Vázquez y Asociados. Yo era el principal “asociado”.
–¿Cómo les fue?
–Al principio, mal. Teníamos a la marca Sasetru, que nos había contratado para rediseñar las etiquetas de las latas. Nos mandaban lentejas, arvejas, todo tipo de conservas a la oficina. Nosotros las abríamos y comíamos, no teníamos un mango.
Por esos años, en 1973, era ministro de Economía José Ber Gelbard, el mismo que -por suerte para ellos- después les encargó el audiovisual “Argentina Potencia”, una especie de spot político que repasaba la historia del país y que acompañaba el plan económico que había lanzado el gobierno peronista en 1973.
–¿Militaba políticamente?
–No. En una familia de políticos, todos radicales, no lo hice. Odiaba la política. Era lo que me había impedido tener cerca a mi papá cuando era chico: se iba de gira por la provincia y no lo veíamos. Una vez, yo tendría 14 o 15 años, lo retaron a duelo 45 generales por una de sus declaraciones. Mi viejo había dicho que las plazas estaban llenas de estatuas de militares en actitud heroica cuando, en realidad, la mayoría había muerto en su cama. Finalmente, al leer la versión taquigráfica -y no los diarios- entendieron que no había sido tan grave y retiraron el reto. Nunca quise meterme en política.
–¿Cuándo y por qué decide pasar de la publicidad a la producción televisiva?
–Hacíamos la campaña publicitaria de Video Show, con Cacho Fontana, Magdalena Ruiz Guiñazú, Enrique Llamas de Madariaga y Pepe Peña, un programa muy importante en ese momento. Tenía un slogan mío, “la máquina de mirar”, la cámara portátil con la que viajaban por el mundo. Uno de los productores de ese programa, Fernando Marín, me pidió si podía armar un programa infantil para Nestlé. Acepté y así nació Supershow infantil. No se llegó a un acuerdo con Nestlé pero de todos modos quisieron hacerlo y me nombraron productor ejecutivo del programa. Entonces, le dije a Jorge (Vázquez, su socio): “Te vendo la agencia, me voy a hacer televisión”.
–¡No le costó nada dejar la publicidad!
–Es que me di cuenta en ese momento que había estado caminando por la banquina de lo que realmente quería hacer, que era televisión.
Vivir en la tele
Hay nombres muy conocidos e indisolublemente asociados a Becerra por haber compartido exitosos programas. Otros, le deben una oportunidad porque en su rol de productor, les vio algo distinto. “Hay una película, El knack y cómo lograrlo (Richard Lester, 1965) y es ‘eso’ que hay que tener pero no tengo idea de qué es”, explica.
–¿Qué puede decir de estos colegas? Empecemos por Adolfo Castelo…
–”El rufián melancólico” le decía, era un tipo bárbaro, un hombre de la noche. Te cuento algo: cuando Raúl Naya llevó el proyecto de LNR a ATC y dio nuestros nombres, Marcelo Cosín, parte del directorio, dijo que Adolfo y yo éramos fachos porque veníamos de hacer Semanario insólito durante los dos últimos años de la dictadura. Eso se lo repitió Naya a Jorge Guinzburg, que respondió: “Olvidate, porque si fueran fachos no serían amigos míos”.
–Raúl Portal…
–Otro personaje. Nos vinculábamos a través del trabajo. Había sido secretario de prensa en el gobierno de (Juan Carlos) Onganía, dato que me enteré después. Pero era muy creativo y nos divertíamos muchísimo, tenía una ductilidad extraordinaria. Nunca hablábamos de política aunque más o menos sabíamos cómo estábamos ubicados.
–Carlos Abrevaya…
–Tenía un humor muy fino, era muy inteligente, hacía las editoriales al principio del programa. Entre nosotros no había vedetismos, nos respetábamos muchísimo.
–Jorge Guinzburg…
–Era mi amigo y compinche. A los dos años de LNR quise irme porque estaba cansadísimo. Trabajaba todos los días de 9 de la mañana a las 9 de la noche. Estaba en cámara, hacía Pasando revista con Adolfo -que ya lo hacíamos en Semanario insólito- pero como productor, iba y venía al control y era agotador. Me habían ofrecido un espacio en Canal 13. Puse como condición que también viniera Jorge (Guinzburg) y que fuera semanal, no diario. Al Trece lo manejaba Coti Nosiglia. Hicimos el cambio pero nos piden -estaba Eduardo Metzger- con mucha amabilidad que teníamos que ir todos los días, sí o sí, a la misma hora que LNR. El programa se llamó Sin red y ganábamos el rating. Pero duramos poquísimo. Nos dieron una patada en el traste. Pasamos un video donde Antonio Cafiero decía en un acto “porque Raúl Alfonsín es un hijo de p.”. Yo le había pedido al asistente de producción que cortara antes del insulto y que en su lugar debía poner un logo de prohibido con la boina blanca mientras el locutor decía “Acá comienza el horario de protección al radical”. Y salió al aire con la puteada completa. Esa misma noche, nos llamaron. “A fin de mes este programa terminó”, nos dijo Enrique Álvarez, “Nosiglia nos quiere matar”.
–¿Sufrieron censuras en alguna oportunidad?
–Solo una vez, al principio de LNR. Había elecciones internas en el radicalismo y Pacho O’Donnell, que era uno de los candidatos, pidió que no nos metiéramos con ellos. Jorge quería contarlo al aire. Pero yo me opuse. Hacía dos meses que Naya ponía guita a pérdida porque el programa no remontaba y no podíamos hacerle eso. Esa fue la única vez.
–¿Cuándo el programa empieza a remontar?
–No pasábamos nunca los 5 puntos de rating. Que hoy es mucho pero entonces, no. Hasta que un día, en el reportaje para romper el cubito que hacía Jorge, vino Paco Jamandreu, el famoso modisto de Evita y muchas divas. Y Jorge le preguntó, en un momento donde el sida estaba asociado a la homosexualidad, si tenía miedo a contagiarse y él respondió que no, que se cuidaba. Ahí empezó a correrse la bola. Después vino el cantante y bailarín español Pedrito Rico, que había sido torero, y Jorge le preguntó: “¿Y no tenías miedo que te coja el toro?”. No se medían riesgos, el silencio en el estudio era total.
–¿Le gustó lo que hizo después Guinzburg con Horacio Fontova en Peor es nada?
–Jorge potenció su vis actoral, quería hacer personajes y entre los dos hacían una dupla sensacional. Me gustaba. Convengamos que ese humor no me entusiasma pero me divertía verlos a ellos.
–Nicolás Repetto…
-Empezó conmigo en Semanario insólito donde le inventé un personaje, Torperiodista, un periodista torpe que andaba con una valijita y hacía notas a deportistas. Y en LNR hacía móviles, era muy bueno.
–¿Tiene contacto con él?
–A Repetto hace mucho que no lo veo. No me gustó cuando hacía ese programa en Miami (Loft, en1993). Claramente el llamado “error de producción”: creían que iban a tocarle el timbre a Madonna, a Ricky Martin y que iban a ir y no fue nadie. Entonces traían invitados desde acá para hacer la nota allá, era espantoso, le hacían el reportaje en Miami y se volvían.
–Venía del gran éxito de Fax (1991-92), por el ganó varios Martín Fierro y el primero de Oro…
–Sí, le fue muy bien pero esos premios, el de Oro, todo eso, lo manejaba Naya, el productor de Fax. Lo arregló él. Había sido el productor de LNR.
–¿Usted dice que esos Martín Fierros fueron arreglados?
–No tengo pruebas, no puedo demostrarlo, pero los compró Naya.
–En Sábado bus, años después, en 1999, volvió a tener éxito y en un horario raro en aquel momento, los fines de semana, junto con Gerardo Rozín…
–Rozín era un productor/creador en las sombras, ponía las pautas pero todo el mérito se lo llevaba Nico.
–Salvo Repetto y usted, los demás mencionados ya no están: ¿a quiénes extraña? ¿Se peleó con alguno?
–No, no me peleé con nadie. Por otro lado, soy un tipo muy particular, no expreso demasiado mis emociones, no sabés si estoy contento, triste, amargado, temeroso: no lo manifiesto. A veces, evoco situaciones vividas con ellos: con Jorge, que éramos compinches; con Raúl también me divertía mucho; con Adolfo, también. Con Nico no había mucha onda, si bien lo convoqué dos veces para trabajar conmigo. Con Carlitos no tenía tanto feeling.
–¿Le gustaba Castelo cuando trabajaba con Lanata?
–No. Estaba limitado y contenido por Lanata que es muy particular. Me crucé una vez con él en un pasillo de ATC y le dije: “Vos tenés que hacer un programa como el que hace Michael Moore en los Estados Unidos, La cruel verdad”. Me dijo: “No, acá eso no va, es otro estilo”. Bueno, después hizo la película documental (Deuda, 2004). Nunca me llamó. Tampoco me gustó más su programa político. Esos segmentos de humor son horribles, no son graciosos. Tuvo como una megalomanía de creer que hacía todo bien y no: no hacía todo bien.
–¿Por qué no elegía mujeres en sus equipos?
–A Virginia Hanglin en Semanario insólito, la trajo Adolfo. Después, para LNR, yo traje a Gachi Ferrari, con quien ya habíamos trabajado en Supershow infantil. Estuvo solo en un programa, el primero. Decidimos hablar con ella, porque lo peor que podía pasarle era trabajar con nosotros: iba a quedar desenfocada porque íbamos muy rápido, casi de memoria. Le sugerimos que se baje. Había otra chica, María de los Ángeles Fernández Espadero, que había sido Miss Argentina, que hacía de una nenita que nos decía cosas terribles. También estuvo Teresita Ferrari, yo la propuse, hacía encuestas en la calle. Y otra chicas que nos traían las revistas y cosas así, los famosos “floreros”.
–¿Ninguna tenía el “knack”?
–Ángeles Fernández Espadero. No, no me pasaba, no sé.
–¿Ganó algún premio usted y/o sus programas?
–Nunca. Gané todos los premios Nunca: nunca un Martín Fierro, nunca en la mesa de Mirtha Legrand, nunca invitado de Susana Giménez, nunca Personaje del año de la revista Gente. Creo que nos odiaba Aníbal Vigil.
–¿La notoriedad televisiva los volvió más atractivos? ¿Tenían éxito con mujeres y hombres?
–No. Creo que nos admiraban. Pero no. Nos catalogaban como sapos de otro pozo.
–Además de Repetto, promoviste a varios que después fueron muy conocidos. Por ejemplo, a Fabián Polosecki, que inauguró un tipo de periodismo que hasta entonces no se hacía en la televisión.
–Eso lo inventé yo. En Rebelde sin pausa, con Roberto Pettinato, que yo producía, armé la sección, “Polo, el investigador”. Le pedí que hiciera un personaje siempre vestido igual como en los cómics y que se moviera como un detective de policial negro. De esa sección, surgió el programa El otro lado, donde él potenció esa idea y le dio su toque. Después hizo otro programa, El visitante. Y se le acabó la nafta, ya no tenía otra idea para hacer, me da la sensación que eso le provocó una crisis.
–También Rozín, Pettinato, Matías Martin, los hermanos Korol. Daniel Dáttola… ¿alguno se lo agradeció?
–Sí. Daniel Dáttola dice que a quien le debe todo es a mí. Rozín me decía maestro. Pettinatto obedecía todo lo que le decía pero hablaba mucho, seguía las notas y yo le tiraba un manojo de llaves en la mesa para que fuera al corte.
–¿Cuándo fue la última vez que lo atrapó un programa, que se involucró profundamente? ¿La última apuesta?
–Soñando con Valeria (Canal 13, 1994), con Valeria Lynch, donde tuve la suerte de tener cerca a Tony Bennett, Dionne Warwick, Celia Cruz, Ana Belén y Víctor Manuel, Pappo. Era bárbaro ese programa. El problema es que competía con Videomatch.
–¿Se “pinchó” después de eso?
–No. Me cansé.
–¿Qué le parecía ese Tinelli de Videomatch?
–El más grande vendedor de sus productos. Nos cruzamos algunas veces en el avión cuando por trabajo viajaba a Paraguay, me saludaba, me decía “maestro”. Pero nunca trabajamos juntos. Me gustaba Videomatch porque le abrió la puerta a mucha gente que se producía su propio sketch.
–¿Y el Bailando?
–Una porquería. Bah, no sé: una copia de otro programa, igual que Gran Hermano. No los veía. Nunca fui cholulo. La verdad que la televisión abierta tal como la conocimos está muerta. Hoy lo que hay es una mezcla de programas de chimentos, cocina, concursos, no me interesa nada, no me engancha nada, no me sorprende ni me llama la atención. Solo miro series y películas como te dije. Y los programa políticos en el cable.
–¿Cuál le gusta?
–Carlos Pagni es el mejor. Tiene nivel.
–¿Qué disfruta?
–Mi casa, mi familia.
–¿Quedó con ganas de hacer algo?
–En algún cajón debo tener unos 30 proyectos desarrollados de programas de entretenimientos, de investigación pero después de escribirlos, pensaba si podían funcionar. Y no… Además me cansé de explicar y que no entiendan.
–¿El humor que hacían en LNR, en Robocopia, hoy sería posible?
–Nunca nos burlamos de la gente pobre ni indefensa, ni de los viejos -como yo ahora- ni de los chicos. Cuando salían a hacer notas a la calle, les decía que había que meterse con pares, en igualdad de condiciones.
–¿Qué piensa de la grieta?
–Es consecuencia de dos modos diferentes de ver la vida. En ambas hay actitudes repudiables. No viene de ahora, es antigua, desde la época de Rosas y Urquiza.
–¿Va a votar?
–No. Voté a Patricia Bullrich pero ahora no. No estoy obligado por mi edad y no quiero ir. ¿Sabés cuándo perdimos la oportunidad de ser Canadá? Cuando derrocaron a (Arturo) Frondizi, el último presidente con un proyecto de país desarrollado. Después, acá estamos.
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