Raoul Ruiz en busca de Proust
"Para llevar la literatura al cine no se puede ser muy literal"
El cine ha cometido muchos sacrilegios en materia de adaptación, pero hay uno que la literatura considera casi imperdonable y ése es el de traducir en imágenes la compleja obra de Marcel Proust. "En busca del tiempo perdido", o cualquiera de sus siete volúmenes, ha sido considerado hasta ahora una pieza intocable.
A pesar de los ambientes en que se desarrolla la acción, teóricamente ideales para la reconstrucción de época, Proust, con su delicada investigación de los entresijos de la memoria y su delectación sensorial, es lo más parecido a la quintaesencia de la literatura. Ergo, su monumental obra, que a él le gustaba comparar con una catedral, está vedada a las imágenes. Sólo cabría una traición tan anunciada como artera. En pocas palabras, la tarea, para la crítica, tiene todos los elementos de una herejía.
Algunos lo intentaron. El británico Joseph Losey y el italiano Luchino Visconti tuvieron entre sus proyectos una versión de este clásico del siglo XX (el primero le encomendó un guión al dramaturgo Harold Pinter; el segundo, a su habitual colaborador Susso Cecchi d´Amico), pero luego dieron marcha atrás ante la agobiante envergadura de la empresa. El alemán Volker Schlöndorff, en 1984, osó dar a luz "Un amor de Swann". La prensa no lo perdonó: fue juzgado pálido, desparejo, insípido.
Pero nada de esto logró arredrar a Raúl Ruiz, el cineasta chileno afincado en Francia desde los años setenta. Tampoco le tembló el pulso para redoblar la apuesta. No sólo abordó la obra del escritor sin complejos, sino que además se dio el lujo de trabajar con un equipo integrado por especialistas provenientes de diversas latitudes, a pesar de ser parisiense por adopción.
Porque si a un francés no se le habría perdonado la osadía, ¿qué predecir de un film financiado por un portugués (Paulo Branco, uno de los máximos productores de cine de arte europeo), dirigido por un chileno (el propio Ruiz), cuya fotografía pertenece a un argentino (Ricardo Aronovich), con música de un compatriota del cineasta (Jorge Arriagada, que, como si fuera poco, le puso sonidos reales a la imaginaria "Sonata Vinteuil") y cuyo Marcel está personificado por un italiano (Marcello Mazzarella). Sólo Gilles Taurand, coguionista junto a Ruiz, es el crédito local de cierto peso en la producción.
Las reseñas de diarios y revistas especializadas francesas no suelen cultivar la piedad. Pero "El tiempo recobrado" de Ruiz, candidata perfecta para el canibalismo crítico, corrió una suerte inédita: sorprendidos por el original acercamiento del film a la materia proustiana, la gran mayoría concordó en que probablemente _dentro de los límites impuestos por la imagen y la duración de un film_ habrá que aguardar mucho tiempo antes de encontrar una versión que se le pueda equiparar.
Sin complejos
Ruiz (1941) tiene toda una carrera a sus espaldas que justifica su elección como cabeza de un proyecto tan exigente. Consejero de Allende y obligado al exilio tras el golpe pinochetista, el director acredita en su haber una obra singular en la que abundan las adaptaciones literarias.Ya en 1968, cuando era uno de los líderes del cine de su país produjo un film vanguardista y experimental, "Tres Tristes Tigres", basado en la novela homónima, juzgada "intraducible", del cubano Guillermo Cabrera Infante.
Ya en Europa encararía obras del inquietante Pierre Klossowski como "La Vocación suspendida" (1977) o "La hipótesis del cuadro robado" (1978), una reflexión sobre la relación entre palabras e imágenes en la que se alejaba todo lo que fuera necesario del original.
En su currículum también hay, entre otros films, un Ricardo III (1986), obras de terror ("The Territory" (1981), filmada para la productora de Roger Corman) y otras tan singulares como "El techo de la ballena" (1981), "El ojo que miente" (1992), o la reciente "Genealogías de un crimen" (1996), que se alzó con el Oso de Plata en Berlín. Recientemente, realizó para la BBC la versión de los últimos cantos del Infierno de la Divina Comedia (los primeros llevan la firma de Peter Greenaway).
Un director de experiencia tan variada y proteica sólo podía garantizar una aproximación poco ortodoxa, alejada de los cánones del rígido cine académico que hasta ahora muchos habrían creído obligatorio para acercarse a la serie novelesca ideada por Proust.
La primera decisión de Ruiz al comenzar a trabajar con Taurand en el guión de la última novela de la serie, "El tiempo recobrado" _clausura pero también condensación de todas las precedentes_ fue la de ser estrictamente fiel al escritor en sus objetivos, pero sin someterse a una literalidad tan asfixiante como imposible de alcanzar.
Visconti, por citar un caso distinto, planeaba que su versión fuera una suerte de reconstrucción de época, en que la Primera Guerra, como telón de fondo, se convirtiera en el análisis de una era. Nada más lejano _a pesar de que el tema está latente en las novelas- de la radical subjetividad y fenomenologías proustianas.
Ante el combate perdido de antemano, Ruiz optó por que la película hiciera un juego de espejos con el original: que todo lo que hubiera en él se encontrara de algún modo en las páginas (aunque haya algunas excepciones), pero que fuera un objeto diferente.
Los tres Marcel
En los primeros tramos del film, Marcel Proust, en su lecho de muerte, le dicta a su fiel ama de llaves, Celeste, los últimos tramos de su libro. Después de que unas fotografías de familia oficien de disparador, los personajes de ficción comienzan a invadirlo poco a poco, borrando los límites entre recuerdo y ficción en exacta concordancia con aquella célebre frase del escritor de que la verdadera vida es la literatura.
El narrador ficticio es "Marcel", un Mazzarella idéntico a las fotos de que disponemos del novelista. Lo veremos también niño, jugando como ocurre en "El camino de Swann", con una linterna mágica mientras espera el beso de su madre, u observando un gesto obsceno de Gilberte. Lo veremos adulto topándose con los inolvidables personajes de la novela: Odette de Crecy (Catherine Deneuve), el barón de Charlus (John Malkovich), Saint Loup (Pascal Greggory), Madame Verdurin (Marie-France Pisier), Morel (Vincent Perez), Gilberte (Emmanuelle Béart) o Rachel (Elsa Zylbertstein).
Pero la originalidad estructural del film está en que cada escena conduce, mediante una asociación sonora, gustativa o simplemente de ideas, a otro tiempo, a otra escena. Así "El tiempo recobrado" tiene la forma de un calidoscopio cerrado en sí mismo en el que pasado, presente y futuro se conectan en un fluido sistema de vasos comunicantes. Tauraud, en una entrevista, declaró que el método para armar este hilado arbitrario, pero leal, consistió en utilizar como punto de referencia un dato de la realidad: el primer capítulo del último libro fue escrito inmediatamente después del primer capítulo del tomo inicial. Cavado el túnel que comunica el principio con el fin, todo lo que ocurre en las miles de páginas de "En busca del tiempo perdido" se relaciona con esos dos capítulos fundantes.
"Nuestra interpretación nos llevó a abrir puertas hacia los libros anteriores. Ruiz a menudo hacía referencia a "Las mil y una noches", un libro aludido más de una vez por Proust, y hay algo de ese espíritu. Tal vez habría sido suficiente con proponer flashbacks tradicionales, pero "En buscaÉ" es en realidad una vasta exploración de la memoria. Lo importante no era ilustrar o reconstruir, sino intentar trasponerlo en forma cinematográfica."
La gran mayoría de las palabras de los personajes puede rastrearse en el original, aunque no siempre en la misma situación. Ruiz también se permite introducir algunas escenas ausentes en la novela que encajan a la perfección, en el juego de cajas chinas que es "El tiempo recobrado", con el objetivo de la película. Por ejemplo, cuando Gilberte, nerviosa, rompe una taza durante el té que comparte con "Marcel".
Heterodoxia
El pecado que podrían achacarle muchos espectadores al nuevo film de Ruiz es que para poder disfrutar de esta audaz construcción narrativa y no extraviarse en la riqueza sugerida de las diversas tramas parece obligatorio haber leído el original proustiano y, lo que es más, tener bien identificados en la memoria a los personajes de las novelas.
"Creo que es una adaptación fiel al espíritu de Proust _consideró Ruiz cuando el film fue estrenado en Francia-, pero me parece que puede verse la película sin haberlo leído y puede que así sea incluso mejor. Estoy menos interesado en la aristocracia de lo que estaba él, pero lo que en el fondo es proustiano, lo que importa, es su punto de vista."
Dejarse llevar, entonces, por ese sueño impresionista en que las imágenes se balancean como olas y olvidarse de los vericuetos de la trama son las consignas del director.
Pero hay otros rasgos heterodoxos en el film que rompen los esquemas tradicionales de las películas de época, habitualmente emparentadas con el boato o cierta edulcorada superficialidad. La fotografía de Ricardo Aronovich, por ejemplo, marca la obra con su sello. Una luz nostálgica, de brillo apagado, un permanente claroscuro -que abreva en los impresionistas, pero también en algunos artistas clásicos- dan el tono al film.
También el modo de filmar de Ruiz rompe, en silencio, muchos moldes preestablecidos para este tipo de obras. Los escenarios no rebosan un lujo decorativo y superfluo. Los salones hacen eco continuamente de la decadencia, del paso del tiempo De tanto en tanto, Ruiz nos recuerda con orgullo que se ha curtido en el cine de bajo presupuesto bajo y que ha incursionado con placer en la clase B. No teme producir imágenes surreales y desconcertantes, como la rosa inmensa que se ve en el cuarto de un Marcel agonizante, en el principio del film. Y otras que rozan voluntariamente el kitsch clásico de algunas obras de terror: el fantasma de Albertine rodea a Marcel o la sangre que salpica la cámara cuando Charlus es azotado en el burdel.
En los últimos tramos de "El tiempo recobrado", con todos los personajes entrados en años, Marcel escucha la sonata de Vinteuil. La cámara parece iniciar un travelling insólito. Sólo después el espectador descubre que las que se mueven, hacia los costados, hacia adelante y hacia atrás, son las sillas de los que escuchan el concierto. En ese balanceo, en esa marea de imágenes y sonidos, está el mejor resumen del film.