Adentro de la dinámica de la dupla más zarpada de la FM
El día que Migue Granados y Martín Garabal se conocieron personalmente, dos tipos se arrimaron a las ventanillas del auto en el que viajaban y les robaron. Migue -que le había ofrecido a Martín un aventón a Capital Federal desde el estudio en San Isidro de ESPN, donde los dos trabajaban- se había detenido en un semáforo de Libertador y Monroe, los vidrios de ambos lados estaban bajos porque empezaban los días de calor y en cuestión de 15, 20, 30 segundos Martín se quedó sin plata y Migue, sin un celular recién comprado. La anécdota quedó marcada a fuego en la historia de su amistad, por eso es difícil resistir la tentación de situarla como mito fundacional de Ultimos cartuchos, el programa de radio que desde comienzos de este año conducen por FM Blue. Muy a su estilo, ellos hacen bromas y exageran los detalles cada vez que la cuentan.
“Creo que los tipos eran de Suiza, o de Suecia, ya no me acuerdo”, remata Migue, evitando que la anécdota genere algún tipo de indignación o gesto de solemnidad. No recuerdan mucho más de ese día o de qué charlaron, sí saben que fue a mediados de 2014. Ambos ya eran actores-comunicadores en ascenso por sus trabajos en radio, tele, series y por su pequeña gran legión de fans en redes sociales. Y, como les gusta recordar a tres años de ese viaje, ya se admiraban un poco mutuamente.
Los encuentros siguientes tuvieron una cuota menor de adrenalina. En 2015, Martín invitó a Migue a hacer el personaje del Gordo Baby en Periodismo total, la serie web que había creado con su productora Grandes Exitos para UN3TV y que le siguió a Famoso, su proyecto-trampolín hacia nuevos soportes y oportunidades. Tiempo después, Migue le hizo a Martín una invitación difícil de rechazar: ser el conductor de un particular evento íntimo en su casa. Fernanda, su novia, había decidido irse a vivir con él y Migue quiso organizarle una fiesta de bienvenida con su familia y amigos cercanos. Todos los seres más queridos de Fernanda estaban escondidos en distintas habitaciones y Martín, vestido de traje y en clave de animador de fiestas, los iba haciendo pasar uno a uno para saludarla y felicitarla por dar “el primer gran paso”. “Se lo tomó tan en serio que me quiso pagar por conducir ese evento, que consistía, básicamente, en un tipo haciendo shawarma en el living”, dice Martín. “Migue es así: se le mete algo en la cabeza y es un poco difícil pararlo.” La voluntad de continuar haciendo cameos en los proyectos del otro siguió firme hasta que, finalmente, el productor radial Lucas Fridman convocó a Migue para armar un proyecto en FM Blue, que estaba siendo relanzada, y él pensó en Garabal como coequiper. Así empieza “o, mejor dicho, continúa” la historia de Ultimos cartuchos, el programa que los encuentra trabajando juntos, los potencia y en el que, como insisten en cada entrevista que dan, pueden hacer uso de una libertad total para probar los formatos y los personajes que se les cruzan por la cabeza. Todos los días, desde la cabina del operador, Fridman, “que también es coordinador de aire del programa”, se la pasa haciendo gestos para encauzar esa libertad: “¡La cortan! ¡Dejen de putear un poco! ¡No se zarpen!”. Por lo general, los reta intentando esconder la risa. Fuera del aire, Martín avala las indicaciones del coordinador: “Nos gusta zarparnos, pero no nos podemos dar el lujo de convertirnos en un placer culposo, el programa que escucha el taxista cuando no hay pasajeros”. Como su mente no deja de ser nunca la de un productor aunque en este proyecto le toque conducir, los números le importan: Martín piensa constantemente cómo seguir aumentando el share y la permanencia en la escucha. “Pasamos de una hora y media a dos horas desde los primeros días hasta hoy. El desafío, ahora, es lograr que los oyentes escuchen el programa completo.”
Como casi todo programa de FM y al igual que muchos de sus competidores directos de la primera tarde (Ronnie Arias en La 100, Diego Scott en Rock and Pop, Matías Martin en Metro), Ultimos cartuchos bebe de la actualidad pero les da poco lugar a las noticias del día y su análisis. Las cosas que pasan y las cosas que suelen reflejar los medios y las redes alimentan alguna charla entre los conductores y le dan tela para cortar al universo de personajes que crean, cada vez más amplio: en un día cualquiera, el programa puede convertirse en un conventillo de voces y situaciones que Migue y Martín dejan fluir con un dominio del aire cada vez mayor. Los personajes que desfilan con mayor asiduidad por el programa son más o menos quince, pero la lista de criaturas radiales que pasaron por Ultimos cartuchos ya va por 50. “Cincuenta y dos”, corrige Migue. “Los tengo todos anotados.” Algunos nacieron y murieron en el día. Otros comienzan como una prueba y con el tiempo van ganando espacio. Algunos existían antes de que hubiera programa, pero la gran mayoría de ellos son nacidos y criados en Blue. Ninguno tiene un día fijo de aire, más bien van apareciendo en base a las ganas de los conductores y las sugerencias de la producción, que coordina Fridman y ejecuta Victoria Garabal, la hermana de Martín. Si ocurre algún suceso político de relevancia, por ejemplo, hay grandes chances de que aparezca en escena Martincito, el niño gorila de Nordelta, un personaje que parodia con lucidez pasmosa al anti K furibundo. Martincito nació cuando Migue trabajaba con La Negra Vernaci y Tortonese en Radio con Vos. Fue un hit instantáneo pero últimamente está reservado sólo para ocasiones especiales: Migue se fue cansando de hacerlo a diario. “Creo que podía sacarle mucho más jugo cuando estaba Cristina”, dice. Migue jura que no lee los diarios ni ve noticieros, aunque Martincito siempre tiene un arsenal de información para defender al gobierno actual y criticar a la gestión kirchnerista. “Todo lo que sé, lo sé por Facebook, por hacer zapping o por escuchar a algunos tacheros. Yo escucho y voy compilando los comentarios gorilas”, sonríe.
Cuando no están desplegando las situaciones y los mundos de Francis Locutor, Martincito, Tati Medina, Brian, Walter Gudduci, Tiffany o probando alguna creación nueva, Migue y Martín hacen lo que suelen hacer los conductores de FM en Argentina: charlan con columnistas invitados, entrevistan a famosos, presentan a las bandas que invitaron a tocar en Fogón, su sección de los miércoles. “Migue se suma en teclados y voz cada vez que puede” o se embarcan en alguna conversación con sus oyentes. Lo hacen desde una posición ligeramente corrida del star system radial argentino: la estrategia de enunciación que supo cultivar el programa, y posiblemente uno de sus grandes aciertos, es que sus conductores se vinculan con los oyentes desde el lugar de chicos normales que la pegaron por insistencia y prepotencia de trabajo.
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Migue es hijo del humorista Pablo Granados, pero vivió en Rosario hasta los 18 y viajaba a Capital los fines de semana o en vacaciones de invierno para visitar a su papá: tal vez por haberse criado a unos cuantos kilómetros del epicentro mediático y porque los estudios de tele eran más bien una salida esporádica, casi de lujo durante el año, sigue teniendo una manera de relacionarse con los demás que no delata de inmediato su pertenencia al “sindicato de hijos de famosos”, como le gusta decir a él. “En el trabajo y en la vida soy este gordo caradura, rompebolas, políticamente incorrecto. Y me pagan por hacer de mí, eso es buenísimo. A esta altura, me costaría hacer otra cosa.”
"Nos gusta zarparnos, pero no nos podemos dar el lujo de convertirnos en un placer culposo."
Martín fue primero dibujante y realizador. Estudió Imagen y Sonido en la UBA, y aunque siempre fue desvergonzado se dio cuenta con los años y después de otros trabajos de que su histrionismo era un talento que también podía explotar. Migue y Martín no son locutores, tampoco son estrellas radiales; no son deliberadamente antigalanes pero mucho menos son lo contrario. Y ese punto de vista común, ese porte de tipos corrientes que a muchos conductores con los que comparten el edificio de Freire 933 les quedaría un poco impostado, a ellos todavía les sienta natural. Uno de los separadores del programa oficia de statement en ese sentido: “Martín y Migue, dos boludos como vos”.
No hace falta más que un poco de archivo en sus redes, repasar sus apariciones en trabajos pasados y dedicar una hora de observación y escucha en la radio para darse cuenta de que Migue y Martín se paran en lugares diferentes para mirar “y hablar sobre” el mundo. Migue, cómodo en su rol de niño eterno, evita cualquier referencia o comentario político que no sea en el marco de sus personajes; Martín en cambio suele deslizar cómo piensa a través de todos los canales que tiene a disposición, pero se ocupa de no ser demasiado explícito. Así y todo, logran forjar un lenguaje común que tiene como bandera el humor. Humor a veces absurdo como los tatuajes de Migue (entre muchos otros, que salpican ambos brazos, el isologo de Toy Story, una palta cortada al medio y una copa de vino). Humor a veces escabroso y a veces picante. Humor rara vez pajero o cosificador: un logro no subestimable en una FM con lineup en su mayoría masculino.
Y, aunque no podrían estar en momentos más opuestos de sus vidas, es fácil encontrar también algunos puntos en común: ambos pasaron los treinta (Granados tiene 30; Garabal, 33) y después de diez años probándose en distintos roles empiezan a preguntarse, con ese aplomo que sólo puede dar un poco de camino hecho al andar, qué están dispuestos a dar y qué no para formar parte “del medio”, ese eufemismo para designar el cordón de célebres y famosos que viven de los medios. Durante el año que pasó, por ejemplo, Migue rechazó una invitación a participar de Bailando por un sueño (“Me cagué todo”) y Martín prefirió dejar pasar una oferta de Polémica en el bar. Una carrera exitosa, saben, implica embarcarse en buenos proyectos y también saber decir que no.
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“Este es el primer trabajo fijo que me gusta de verdad”, dice Martín, influencer de la autogestión y un militante del bienestar laboral. Estamos en un café de Colegiales, a pocas cuadras de Blue. Mientras caminamos hacia el bar -el preferido de Martín en esta zona inmejorable de Buenos Aires- un tipo pelado y medio rengo comienza a saludar desde lejos. Conforme nos acercamos la figura se va volviendo reconocible: es Sebastián Wainraich, que está por entrar al edificio de Freire, donde también funciona Metro. “Hola, soy Sebastián, un amigo de Martín”, saluda. Wainraich explica algo sobre su esguince en un tono que nunca es del todo en serio y Garabal retruca rápido, desde el mismo escalón de ingenio. Por su diferencia de altura caricaturesca (Garabal mide casi dos metros) y la complicidad inmediata, la escena callejera deviene rápido en un pasaje de stand up.
“El año pasado, en la tele, la pasé muy bien, pero había muchas batallas que no podía dar. Llegué a Tomate la tarde con la idea de ‘hacer de mí mismo’ y la primera semana me tuve que poner una camisa a cuadros. Sentía a la producción muy encima, controlando cada paso que daba a través de la cucaracha. En la radio, la sensación es otra, por completo. Es un trabajo, pero es mío. Soy empleado, pero también puedo ser autor, probar cosas, seguir examinando los límites de mi humor”, repasa Martín cuando llegamos al bar. Antes de que el menú llegue a la mesa, él ya habrá hecho dos chistes a la moza de ojazos verdes que viene a atendernos.
El programa terminó hace un rato y aunque la hora pide merienda, Martín revisa todas las alternativas saladas de la carta: no llegó a almorzar antes de entrar a la radio. Su día de trabajo llegó a su fin por hoy y en un rato decidirá si vuelve a su casa o se sube a algún plan más. Este año decidió entregarse al tiempo libre, sin mucha ansiedad por lo que vendrá. “Lo que entendí en los últimos años es que las cosas tienen un proceso. Hacer un libro, un programa, cualquier proyecto propio tiene sus momentos y lleva tiempo: uno necesita primero ocio creativo, ir dándoles forma a las cosas, convencer a algunas personas de que pongan plata. Hace poco decidí que quiero dirigir más contenido porque es lo que más disfruto, pero empiezo a tener ideas y proyectos más grandes, y no es fácil conseguir a alguien que los banque”, repasa. “Ya hice varias series que me abrieron puertas y me dejaron dos pesos, y ahora creo que llegó el momento de ir por algo más ambicioso. Pero empezás a analizar qué se produce y te das cuenta de que no existe un mercado acá, de que las apuestas son pocas, y son conservadoras. Por eso, hasta que salga eso que quiero hacer, estoy relajado. Siento que es momento de juntarme con amigos a escribir, a idear.”
Migue, en cambio, atraviesa el momento más convulsionado de su vida: todos los días sale corriendo de la radio, a las 16, para llegar a los estudios de ESPN en San Isidro, donde conduce Redes de 17 a 19. A esto se suman una nueva temporada de Peligro: Sin codificar y todos los trabajos que aparecen para marcas y eventos, y que pocas veces rechaza. Encontrar un momento para entrevistarlo es una empresa que exige tiempo, paciencia y tolerancia a la frustración. ¿Workaholic? Algo de eso hay. “No tengo tiempos muertos, boluda, no puedo ni ir al médico”, se lamenta por WhatsApp cada vez que debe posponer un encuentro o incluso la sesión de fotos que acompañará esta nota. Aun en su estado caótico, es imposible no perdonarlo. Sobre todo porque, además de sus muchos trabajos, tiene razones nobles para estar ocupado: su hija Bernardita, que hace poco cumplió un año, se lleva toda la atención cuando no está trabajando. “Siempre me morí por tener una familia. Nunca fui muy de la joda, boliche y minitas: lo que yo quería era una casa, una mujer y una hija. Ahora lo tengo, y es un flash, mal.”
Esta es la séptima temporada de Migue en Sin codificar, donde trabaja con su papá y algunos eternos colegas de éste. Ocupa el lugar de hijo en varios sentidos: Migue articula con talento la tradición cómica de la grey Videomatch y un instinto de renovación. Representa, tal vez sin ser completamente consciente de ello, el futuro de los humoristas mainstream. Pero llegar hasta acá no le fue tanto más fácil por ser un “hijo de”. Su camino estuvo, como el de muchos, lleno de dudas vocacionales. “Cuando me vine de Rosario a Buenos Aires empecé a estudiar cine, publicidad, actuación y todo lo iba dejando cuando empezaba la parte teórica, que me la recontra bajaba. Mi viejo me dijo ‘bueno, si no vas a estudiar vamos a buscarte un laburo, negro, porque yo no te quiero acá durmiendo hasta las diez de la mañana’”, recuerda. “Mi primer laburo fue como asistente de producción en Ideas del Sur, después pasé por otros programas hasta que Gustavo Pavan me llamó para Sin codificar. Entré como asistente, rotulaba las luces, iba a buscar los tapes. Como a mí me gustaba la música y a Gustavo también, hicimos la cortina del programa. Y un día Yayo me invitó a sumarme a una escena. Y después me invitaron a otra. De un día para el otro empecé a ser parte del elenco. Esa fue mi explosión artística. Yo le debo todo a Gustavo, ¡es mi Badía!”
Hace dos meses dejó TVR, otro trabajo que tenía pensado sostener durante el año. Pero pronto descubrió que todo era imposible de sostener, y la incomodidad creciente que empezó a sentir en el programa inclinó la balanza para el lado de la renuncia: “TVR es una propuesta que yo quiero mucho desde que empezó, me encantaba el formato original. Después empezó a ser re oficialista y dejó de ser el espacio canchero que atacaba a los demás. Eso me exigía comprometerme con la causa. Yo sentía que terminaba un informe y todo Twitter estaba esperando que dijera cosas malas de Macri. Sentía mucha presión todo el tiempo, y me rompió las pelotas. No me quiero comprometer con política. Primero, porque no sé nada. Y segundo, porque me gusta mucho más que los informes de TVR hablen por sí solos”.
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Es viernes, día de la columna de Nicolás Camjalli, el psicólogo del programa. El tema de hoy es el consumo de porno: como era de esperar, el WhatsApp de la radio explota de mensajes de oyentes que quieren dar su testimonio. El teléfono suena de manera constante. La charla todavía está en fase introductoria y ya comienzan a caer las llamadas que Victoria declina o acepta poner al aire siguiendo las indicaciones del coordinador. Esta clase de momentos radiales, que hacen entrar en contacto a los conductores con un público masivo que rebasa el núcleo duro de seguidores en redes y afiliados a su humor, resultan menos desafiantes en términos artísticos pero son efectivos para fortalecer la relación directa con el público. “¡Queremos escuchar a las oyentes!”, incitan. Por momentos, Migue y Martín encuentran la manera de transitar este terreno sin dejar de ser fieles a la identidad del programa. Una vez más, la tentación de extralimitarse con bromas que serían irreproducibles por escrito es enorme. Fridman, en un principio, se ríe con ellos. Un rato después agarra el micrófono que lo comunica con los conductores y pide: “Basta”. El tono de los chistes sigue en aumento. “¡Llevátelos del aire, llevátelos, chau, chau, gracias por todo!”, pide a la operadora, mientras hace señas para que vayan cerrando. Los conductores se despiden de su columnista. Tanda. Desde la cabina, se siguen escuchando las carcajadas pícaras que provienen del estudio.
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