Magdalena Ruiz Guiñazú, un ejemplo constante de compromiso con la verdad, la ética y la defensa de los valores más altos de la condición humana
Además de su extraordinario aporte a la historia de la radio y la TV, realizó notables contribuciones a la vida pública argentina
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La vida entera de Magdalena Ruiz Guiñazú, que murió este martes a los 91 años, fue un ejemplo constante de compromiso con la verdad y la defensa de los valores más elevados de la condición humana. Lo saben muy bien quienes la conocieron, pudieron compartir con ella algunos de los extraordinarios momentos de una vida pública en los medios que se extendió por más de siete décadas o estuvieron atentos a todos aquellos episodios en los que dejó a la vista, con plena conciencia de los riesgos que podía enfrentar, una conducta admirable, digna de quienes llevan la ética como bandera a todas partes.
Pero a la vez es muy posible que ese sentimiento se extienda todavía más a partir de hoy, mientras nos hacemos a la idea de lo extraño que será desde ahora no escucharla desde la radio comentando la actualidad. De a poco, entre la memoria y el recuerdo presente de una personalidad única, seguramente tomaremos conciencia del valor de su presencia y la significación de sus aportes a la vida pública de la Argentina, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX y la primera década del actual.
Solo algunas figuras disfrutan en su tiempo vital del privilegio de ser reconocidas e identificadas con la sola mención de su nombre. Magdalena, así, a secas (o Magda, como la llamaban quienes la trataron con mayor confianza), fue una de ellas. Brilló en el periodismo profesional (la radio sobre todo, la televisión y los medios gráficos), ejerció una enorme influencia desde la perseverancia de su proceder ético y hasta resultó una adelantada en la reivindicación del lugar protagónico de la mujer en espacios y ámbitos que hasta su llegada aparecían muy relegados. “Sé que el periodismo fue durante mucho tiempo un oficio de varones, pero si vos demostrás seguridad y audacia, que son capacidades tan femeninas, te terminás imponiendo. No tuve problemas de discriminación por ser mujer. Siempre pedí notas que les daban a todo el mundo, hice policiales, nunca puse trabas por estar cansada, o porque no me animara”, confesó una vez.
El legado de Magdalena queda sobre todo a la vista en su insobornable defensa de los derechos humanos, que tomó como una especie de deber sagrado y siempre entendió (como lo indica la propia naturaleza de la idea en la teoría política y la historia social) como un principio universal. Ese temperamento la llevó a sumarse en 1984 a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Solo quienes entienden equívoca y maliciosamente esta causa desde una perspectiva partidaria, como ocurre con varios exponentes del actual oficialismo, se animaron a cuestionarla en este terreno e inclusive, con una mezquindad difícil de entender, hasta a acusarla de haber tenido algún vínculo con la última dictadura militar.
“De la miseria humana este oficio te enseña muchas cosas, además de haberme asomado al abismo del alma humana cuando estuve en la Conadep. Ese es un infierno del que nadie vuelve indemne, un pozo de negrura que se esconde en el alma del ser humano. Muchos de esos represores que picaneaban y robaban chicos salían en fotos de archivo en casas con flores, esposa, chiquitos. Esa monstruosa dicotomía es una cosa de la que no te podés olvidar”, escribió en LA NACION.
Magdalena siempre respondió a las calumnias con altura, dignidad y un contundente respaldo documental. Nunca debió padecer semejante escarnio (que llegó a incluir una especie de “juicio público” y campañas con afiches callejeros) quien dio ejemplo constante de ese compromiso durante toda su trayectoria pública, inclusive expuesta a amenazas de muerte. “Una vez me dejaron una bala en el felpudo de la puerta de mi casa de un calibre mortífero y con mi marido fuimos a la comisaría 17 y me dijeron: ‘Y bueno, son cosas que pasan’, como restándole importancia”, contó sobre un episodio vivido en plena dictadura.
Más adelante, recordaría el momento en el que el entonces presidente Néstor Kirchner se comunicó con todos los integrantes de la Conadep luego de haber dicho -en aquel recordado acto en la ESMA- que le daba vergüenza como argentino que el Estado no hubiese hecho nada por los derechos humanos hasta la llegada de su gobierno. “Sábato le cortó el tubo –contó Magdalena- y yo le contesté: Mire, Presidente, usted está muy mal informado. Cuando lo haga volvemos a hablar”.
Había nacido el 15 de febrero de 1931 en el hogar de una familia tradicional. Su padre, Enrique Ruiz Guiñazú, fue un distinguido jurista, docente y diplomático que llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores entre 1941 y 1943. “La infancia me enseñó el enorme valor del cariño. Mis padres, que eran tan autoritarios y austeros, tenían una inagotable provisión de amor”, escribió una vez en las páginas de LA NACION, con quien mantuvo un extenso y fecundo vínculo. La presencia de Magdalena en las actividades culturales promovidas por el diario fue permanente, tanto como su acompañamiento a las acciones de este medio en defensa de la libertad de expresión.
Cuenta el libro Días de radio, de Carlos Ulanovsky, que cuando tenía 10 años escuchaba a escondidas en su casa un programa que las mellizas Legrand, El club de la amistad, conducían por Radio Splendid. Allí y en las tertulias familiares compartidas junto a la radio cada vez que aparecían figuras como Pepe Iglesias “El Zorro” y Niní Marshall empezó a entusiasmarse con la comunicación y los medios.
Sus primeras experiencias en televisión
Su primer acercamiento al periodismo fue propio de una figura tan curiosa, atenta a intereses multifacéticos y personajes que empezaban a llamarle la atención por su compromiso. Empezó su carrera apenas terminado el secundario cuando consiguió que la revista Vea y Lea le publicara una entrevista que le hizo a la cantante lírica afroamericana Marion Anderson, símbolo por entonces de la lucha contra el racismo en Estados Unidos.
Esa experiencia y un posterior paso en la revista Vosotras hicieron que Bernardo Neustadt la sumara como productora a la primera temporada de Tiempo nuevo, programa que nació en 1969 con la intención de promover debates sobre política y actualidad entre los jóvenes. A Magdalena le tocó salir en búsqueda de chicas y muchachos dispuestos a sumarse a ese panel. En esos años (finales de la década de 1960) también empezó a incursionar en Buenas tardes mucho gusto.
Pero su gran bautismo de fuego se produjo en la radio y de la mano de Cacho Fontana. En el mejor momento del Fontana Show, entre 1972 y 1974, Magdalena hizo de movilera. Salía todas las mañanas a buscar la noticia en la calle en un auto con sirena. Más tarde, Fontana volvería a convocarla para protagonizar algunos momentos de gran lucimiento, como el viaje en el que acompañó al Papa Juan Pablo II en una histórica visita a Auschwitz que le dejó un recuerdo imborrable y conmovedor. “Fue el viaje más importante de mi vida”, confesaría años más tarde. Poco después le tocaría ser protagonista de Videoshow, aquella gran experiencia de los años 80 conducida por Fontana, famosa por la incorporación de cámaras portátiles con las que recorría el mundo (las “máquinas de mirar”).
Fue una de las primeras en darle voz (en 1984) a Hebe Pastor de Bonafini, quien varios años después terminaría acusando a Magdalena de haber trabajado para José Alfredo Martínez de Hoz, primer ministro de Economía de la última dictadura militar. Cuatro años antes, en el apogeo de ese gobierno de facto, Magdalena se animó a plantearle al entonces ministro del Interior, el general Albano Harguindeguy, la actitud “muy directa” de censura ejercida por las autoridades contra los noticieros de la TV.
Conocía muy bien ese mundo: había sido conductora durante algunas temporadas de los informativos de Canal 7 (en 1972 lo hizo junto a Antonio Carrizo) hasta que de un día para el otro fue declarada “prescindible” y despedida durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón. En los años 80 volvería a ese lugar, pero en Canal 13, en Buenas noches, Argentina, junto a Sergio Villarruel, con quien nunca se llevó bien al aire.
Allí muchos empezaron a descubrir otras facetas de su personalidad. Sobre todo un temperamento fuerte, muy competitivo. Se enojaba mucho, según propia confesión, cuando alguien extraviaba sus papeles de trabajo. Años después, en LA NACION, Pablo Sirvén (que formó parte de su equipo de trabajo en radio durante varias temporadas) agregó nuevos atributos al cuadro: “Su don de gente, el temple para acometer cada mañana, sus infatigables ganas de trabajar, el buen humor con el que despliega sus tareas y la sagacidad para encarar los temas”.
La dueña de la primera mañana de la radio
Magdalena fue durante varias décadas la dueña indiscutida de la primera mañana de la radio. Nunca llegó a acostumbrarse del todo a los madrugones, pero se levantaba todos los días antes de las cuatro y media (con la ayuda de dos despertadores) y a las 6 en punto ponía en marcha su clásico programa Magdalena Tempranísimo, primero en Mitre y luego en Continental.
Allí acuñó su clásico estilo, con cuestionarios punzantes y precisos a funcionarios que no solían estar acostumbrados a entrevistas planteadas con tanto rigor y conocimiento de los temas. “Cuando sé que la pregunta que voy a hacer puede irritar la hago cuidando mucho la manera de decir y no insisto, porque no me gusta hacer matonismo”, confesó una vez. Fueron célebres durante un tiempo sus espadeos verbales (no exentos de algún momento de cortesía humorística) con Aníbal Fernández.
Tenía la virtud de poner siempre en aprietos a los entrevistados más difíciles y cuestionados. “El poder de turno no entiende que el periodismo independiente siempre va a apoyar a un gobierno constitucional y que el disenso es un proceso de revitalización, como la savia para un árbol”, dijo en 2006 al explicar por qué los medios siempre inquietan a los poderes de turno y pueden resultar blancos directos de los ataques de funcionarios poco afectos al ejercicio de la libertad de expresión.
“Magdalena ha sido la voz y la conciencia de su país durante casi 50 años. Ha sido el rostro del repudio y de la esperanza. En los peores momentos de la dictadura simplemente no pudo permanecer en silencio”, dijo de ella en 2003, con palabras difíciles de igualar, Barbara Walters al presentar el premio a la trayectoria que recibió de la International Women’s Media Foundation en Estados Unidos.
En ese momento, Magdalena dejó bien claro frente a LA NACION que no hubiese cambiado por nada la vida que eligió: “Me encanta lo que hago, no sabría hacer otra cosa. Me encanta con pasión el periodismo y me llena de furia cuando veo que hay gente que lo hace mal o que lo hace en forma venal o que usa la información para fines determinados en vez de usarla como información en sí misma”.
Sus dos parejas, sus cinco hijos y el dolor de haber perdido a su primogénito
Pero, como toda persona que se confiesa satisfecha con su existencia, también guardó siempre el dolor por algo que le sería imposible remediar: la pérdida de un hijo, Edmundo (el mayor, todos de su primer matrimonio con César Doretti), fallecido a los 28 años de un infarto. “Haber tenido cinco hijos es la mayor alegría de mi vida –confesó una vez-. Y estoy segura de que durante muchos años les falté mucho. Me dio culpa en su momento, y después, y ahora mismo, pero estoy tratando de repararlo. En los últimos diez años he sido una madre muy presente y con mis nietos soy una abuela muy presente. Pero desde que murió mi chico mayor tomé conciencia de la gigantesca importancia que tenía mi familia para mí. Un mazazo así te hace pensar que lo demás no es importante. Aceptás que la vida te haya sacado a un hijo, pero no te resignás nunca”.
Después del divorcio encontró su historia de amor definitiva, compartida durante 27 años junto a Sergio Dellacha, un abogado muy ligado a la actividad cultural que falleció en 2006. “No es falta de cariño el motivo por el que no estamos casados ni vivimos juntos, sino una forma de preservación. De esta manera funciona muy bien”, reconoció mientras transitaba esa experiencia de “mucha felicidad”.
Mientras tanto, iba enriqueciendo con nuevas ideas y propuestas un esquema de trabajo que a partir de la afirmación de su lugar en las mañanas de la radio parecía engañosamente no alterarse. En 2003 publicó Historias de hombres, mujeres y jazmines, un libro de relatos y cuentos en los que se mezcla ficción y realidad y que le sirvió a Magdalena para profundizar un camino literario iniciado en 1994 con su primera novela, Huésped de un verano, a la que siguió un años después Había una vez en la vida.
También volvió varias veces a la televisión. Pionera de los programas periodísticos para el cable, se sintió muy cómoda allí desarrollando varias series de investigación documental como Héroes de un país del Sur (con semblanzas de destacadas figuras de la historia argentina) y Secretos de familia, relatos sobre apellidos famosos de nuestro país marcados por la tragedia. Ambos también se convertirían en sendos libros con su firma.
Pero el último gran hito televisivo que la tuvo como protagonista (y seguramente lo más destacado que hizo para la pantalla chica) ocurrió en 1998, cuando fue conductora y productora general de ESMA: el día del juicio, un programa especial en el que por primera vez se vieron por TV imágenes del histórico Juicio a las Juntas de 1985. Su estreno fue visto por dos millones de personas y continuó más allá de la pantalla con críticas muy fuertes de Magdalena a la relectura del Nunca Más que hizo el kirchnerismo. “No entendieron la importancia de lo que se juró en ese momento. Al prólogo de Sábato le adosaron otro. Incluso culturalmente, eso es inaceptable”, señaló.
Le tocó padecer nuevos episodios de ensañamiento junto a colegas con los que compartió distintas experiencias profesionales. Junto a Jorge Lanata (con quien se uniría en uno de los últimos tramos de su paso por Radio Mitre) fue agredida con piedras en 2012 mientras disertaba en la Universidad de Palermo. Y de regreso de un viaje a Washington en 2013, con Joaquín Morales Solá (su compañero durante la década previa en el ciclo televisivo Dos en la noticia) debió soportar una intimidatoria visita de inspectores de la AFIP en su domicilio. A finales de ese año se despidió de Radio Continental después de protagonizar más de una discusión de fuerte tono al aire con Víctor Hugo Morales.
Mantuvo hasta el final de su vida una presencia activa en la radio (cambiando los madrugones por las más tranquilas mañanas de sábado con La noticia deseada, de regreso en Mitre) mientras no dejaba de recibir agasajos, premios y reconocimientos: distinciones del Senado y la Cámara de Diputados, Ciudadana Ilustre de Buenos Aires, el Konex (dos veces de Platino y uno de Brillante), el Martín Fierro (14 estatuillas y el Oro). También recibió la Legión de Honor por parte del gobierno francés, una distinción de la Universidad de Harvard y el premio de la Sociedad Interamericana de Prensa a la Libertad de Expresión, entre muchísimos otros. Se había incorporado en 2005 a la Academia Nacional de Periodismo, ocupando el sillón Ovidio Lagos.
Ni siquiera los problemas de salud que empezó a sufrir en 2018, cuando se quebró la cadera en un accidente doméstico, mitigaron su ánimo y el compromiso de siempre. Era común por entonces escucharla recordando sus viajes (que aprovechaba al máximo gracias a la fluidez con la que se manejaba en varios idiomas), sus experiencias de vida y sus encuentros con destacadísimas personalidades de nuestro país y del mundo entero.
Se definía como “más o menos creyente” y decía que tenía una gran esperanza en la existencia de Dios. “Sería la mejor noticia de mi vida”, dijo una vez. Cada vez que hablaba de temas espirituales volvía a su memoria el recuerdo del sacerdote Carlos Mugica: “Éramos amigos. Hablamos mucho de su vocación, de su extraordinario coraje. Sabía que lo iban a matar, pero tenía una relación con Dios impresionante. Decía: ‘Estoy listo, Dios es mi amigo y está ahí'. Una cosa envidiable”.
Pero en nada creía más en el mundo que en su oficio. “Yo creo que ser periodista –afirmó en una oportunidad- es una aventura maravillosa. Y si tuviera que volver a empezar sería exactamente eso”.
Los restos de Magdalena Ruiz Guiñazú son velados esta noche en una ceremonia íntima reservada a familiares y personas más cercanas, y recibirán sepultura mañana miércoles a las 16, en un cementerio privado.
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