Jorge Luz, un grande del buen humor
La radio como una escuela de actores
Como otras destacadas figuras del espectáculo, Jorge Luz -formidable actor, cómico, imitador y transformista-, de reconocida trayectoria en cine, teatro y TV, comenzó su labor en la radio. Compuso infinidad de personajes, formó pareja con Eva Duarte y también en el micrófono, conoció a los otros "grandes del buen humor", con quienes trabajó en las radios argentinas y del mundo, durante varios años.
Jorge Luz, que luce sus espléndidos 80 años, pertenece a esa legión de artistas que aprendió su oficio precisamente en la radio. Para recordar esos años de iniciación actoral, recibe a LA NACION en su amplia casona de dos plantas (donde vive con su hermana Aída) del barrio de Palermo Viejo, en un enorme living, amueblado con calidez y poblado de fotos, premios, condecoraciones y objetos de su multifacética trayectoria.
"Para mí, la radio fue como la casa de mis padres, porque desarrollé allí, mis primeras armas. Fue en 1942, en Radio Argentina, ubicada en Florida 8. Todo surgió casualmente. Acompañaba a mi hermana Aída, que debía grabar los avances para una novela que protagonizaba ella con Pedro Tocci, un grande del teatro. Ante la ausencia de un actor, Aída me propuso para reemplazarlo. Reconozco que yo demostraba menos edad de la que tenía, además era menudo y bajito, así que le costó un poco convencerlo. Pero interpreté a un mazorquero en "Juan Cuello" (adaptado por Héctor Pedro Blomberg) y gustó tanto, que a partir de ese momento no paré de participar en distintos radioteatros -en papeles pequeños- pero siempre distintos: un turco, un italiano, un santiagueño, un español (no puede con su genio e ilustra cada nacionalidad con el tono y el gesto apropiados).Reconozco que para los tonos graves, imitaba un poco a Guillermo Battaglia. Y esa facilidad para imitar voces me permitió ingresar en el elenco estable de Radio Splendid, donde trabajé con gente importante como Roberto Escalada, Maruja Gil Quesada, Lola Membrives, Margarita Xirgú y Oscar Casco, por nombrar sólo algunos. Y de esos años recuerdo fielmente que durante cuatro días lo hice junto a Eva Duarte... En esos años la llamaban Evita Duarte, ella era la heroína de una novela titulada "Un trapito en la sombra". Lo que más me impresionó de ella fue el cutis; la piel que parecía de porcelana y el contraste con el cabello muy negro (todavía no se había teñido de rubio) la hacían realmente llamativa, porque además era espigada y más bien alta. Se mostraba siempre muy sencilla, correcta y discreta. Después, ya como esposa de Perón, la reencontré cuando actuábamos en la Casa de Gobierno en fechas patrias.
-¿La radio era significativa?
-Todos querían hacer radio. Pocos recuerdan que Enrique Muiño y Angel Magaña también participaron de esta aventura. Cuando miro para atrás me hace feliz comprobar que fui creciendo de a poco. Eran los años de los micrófonos de pie y en el medio de los estudios pequeños atriles para los libretos con letras muy muy chiquitas. Lógicamente, a veces estábamos muy apretujados y los protagonistas mostraban sus pequeñas vanidades: no quiero nombrar a los egoístas, pero sí destacar a Mecha Ortiz, que era muy generosa (y ya era una figura consagrada). Todos amaban la radio, y en esa época "el que no estaba en la radio no existía"; creo que la radio ocupaba el lugar que hoy tiene la televisión. Tal era la repercusión que las estrellas del radioteatro Lux iban a las mejores casas de fotografías para posar con el vestuario y maquillaje, por ejemplo, de "Ana Karenina" (Iris Marga), que luego publicaban las revistas para promocionar el radioteatro que ponían en el aire. La gente compraba toda esa fantasía. Guardo de esa época un traje de soldado de la independencia. Mi entusiasmo por la labor radial era tal que en un momento llegué a trabajar en cuatro emisoras simultáneamente, travesía que podía llevar a cabo gracias a los jefes de radioteatros, como esa maravillosa Gloria Ferrándiz, que me acomodaba los horarios. Corría de Splendid a Radio El Mundo ("La estancia el Porrón", con Martín Zabalúa), de allí a Excelsior ("Tarde de vosotras") y terminaba en Belgrano, de don Jaime Yankelevich (con Luis Arata). Allí conocí a Carmen Miranda.
-Cuáles son sus recuerdos puntuales?
-El ámbito siempre era de gran camaradería. Todos iban muy bien vestidos, desde el portero, con su impecable uniforme. Yo no intervine en radioteatros con público, pero con determinadas obras salíamos en gira y se realizaban representaciones en salas teatrales, con lucimiento de los mejores trajes. Lo que evoco permanentemente de mis años junto a Los Cinco Grandes del Buen Humor es una noche en que, una vez terminado nuestro programa (Radio El Mundo), subí al auditórium donde estaba terminando de actuar Edith Piaf. Fueron tales la ovación y el entusiasmo de la gente que todos querían subir al escenario. Me vi forzado a cubrirla con mi cuerpo como si fuera un guardaespaldas. Ella me miró con cara asustada y susurró: "Mercí". Lógicamente, acto seguido le pedí un autógrafo -dice con sonrisa pícara-. Además de conocer gente muy talentosa, aprendí mucho. Y al interpretar tantos personajes diferentes, adquirí una gran experiencia.
-¿Es decir que la radio fue una escuela de actuación?
-Sí, por supuesto, antes de ingresar en el grupo humorístico trabajé unos cinco años y fue una verdadera escuela de actuación que me dio la posibilidad de usar tonos y matices. Milagros de la Vega, que dirigía a Roberto Escalada en la novela "El misterio del cuarto amarillo", decía: "Por favor, no me digan "amariyo", porque suena feo y además les recomiendo: "Den tonos... jueguen con la voz, porque la radio se oye, pero se ve"". Don Armando Discépolo pedía: "Quiero un tono azul". Lo importante es que los directores de los elencos estables de las emisoras eran casi todos gente de teatro, que sabían mucho y eran muy respetuosos.
-Además desarrolló una carrera en el teatro, el cine y la TV.
-Siempre dije que había hecho de todo y sólo me faltaba cantar una ópera en el Colón. Pero algún día, pensé, "como comparsa me voy a dar el gusto". Se cumplió mi deseo: me llamaron para componer un personaje en "El barbero de Sevilla", con dos notas cantadas, y la platea me aplaudió. El año pasado, en el Teatro Argentino, intervine en "La hija del regimiento", de Donizetti, donde delinée un personaje cómico. Estas dos experiencias, junto a la de actuar en el Chatelet de París con la inauguración de "Tango argentino", son las más trascendentes de mi vida. Pero la radio me marcó y me enseñó a componer personajes, a no ser nunca yo mismo. Eso lo aprendí de la gran Niní Marshall, de quien fui muy amigo.
Brillante trayectoria
Sus máximas y más populares creaciones fueron: Puyeta y La Porota.