El rocker del Oeste estrenó Fulanos de nadie en Radio Del Plata, un espacio íntimo en busca de la música menos transitada y la revisión de los grandes autores de la literatura universal
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Que la fama es puro cuento no todos logran entenderlo. Iván Noble se intuye que sí. Hizo todo. Líder de Los Caballeros de la Quema, actor. Se lanzó al universo solista, escribe inspirado en aquellos referentes de la literatura que lo influyen. Llenó estadios y hoy se da el gusto de la intimidad de la radio para leer a Jorge Luis Borges. Rocker intelectual del Oeste profundo, de buen decir.
En esa diversidad en la que se construyó a sí mismo, hoy establece un diálogo con sus seguidores, y con quienes no lo eran, desde la radio. Cada domingo por la noche, se sumerge en el aire de Del Plata para escabullirse en los recovecos de la intimidad del micrófono, ese intermediario que conecta con un oyente atento a la buena música y a la palabra dicha para divagar sobre L´être et le néant, diría Sartre. “Me dio mucha alegría cuando me ofrecieron este espacio. Había hecho radio, siempre en FM, pero siento que, a mis 53 años, soy escucha de AM casi exclusivamente, así que lo que me entusiasmó de estar en Del Plata fue eso, además es una radio con mucha historia y con tantísima gente que pasó por ahí”, sostiene Iván Noble en el inicio de la charla con LA NACION.
Fulanos de nadie es el nombre de la tertulia del domingo a la noche, cuando suenan las 23.30, cuando las gambetas del fútbol le dejan paso a la otra metafísica, la del futbolero nacido en Ituzaingó. En compañía de Ayelén Velázquez, Noble se sumerge en la “filosofía de goma y zapatos baratos”, como le gusta decir alterando la poesía del prócer. Fulanos de nadie también fue el quinto trabajo de Los Caballeros de la Quema y el título del tercer tema de la primera y segunda edición de aquel disco de la banda de rock nacida en Morón; ese Oeste en el que Noble siempre pisó fuerte, allá en los confines entre la elite de Ramos Mejía, el arbolado Haedo y la barriada de Ituzaingó o San Antonio de Padua.
-El domingo a la noche es un horario muy agradecido para la radio.
-Es un poco lo que necesitaba, no puedo comprometerme a hacer radio todos los días. En general, siempre escucho de noche y suelo dormirme con la radio en la almohada. Me gusta la idea de hacer un programa con lo que, sospecho, me gustaría escuchar a mí a esa hora.
-La noche inspira, desde Modart en la noche hasta La venganza será terrible, la radio tiene una injerencia insoslayable en ese horario.
-Todo lo que sea noctámbulo, en trasnoche, me gusta. El programa tiene ese espíritu, no me imagino haciendo radio de día. Estoy contento.
-Decías que escuchás, casi con exclusividad, la AM. A diferencia de la FM, que prioriza lo musical, aunque cada vez se habla más allí, en la AM prima la palabra. ¿Vas en busca de eso?
-La música que a mí me gusta escuchar, difícilmente se pase en radio. Hoy en día, a partir de las plataformas, uno arma sus playlist o se sienta a escuchar los discos que le interesan. En la radio no creo encontrar lo que a mí me seduce, por eso cuando la enciendo busco otra cosa.
-¿Qué buscás?
-Un poco de información y, así como hay gente que deja encendida la televisión como fondo, yo lo hago con la radio. Puede estar encendida y estar haciendo otra cosa.
-La televisión exige cierta dependencia, a diferencia de la radio que no impide otras tareas simultáneas, por eso es el medio que acompaña por excelencia.
-Y no tiene la estridencia televisiva ni esa cosa de urgencia, sobre todo a la noche. De día, debo reconocer, también se me hace difícil encontrar algo para escuchar, pero de noche, cuando el día se desmaya, encender la radio es mi actividad favorita.
-El programa se para en dos patas: la música menos frecuente y la literatura. En función de eso, la paleta de colores es bien variada.
-En el primer programa fuimos de José Larralde a Dua Lipa, pasando por Vinicius, Fito Páez y Elvis Presley. Es que yo escucho música de esa manera. Me parece que cuando una radio no es de fórmula o de formato, te lo permite. Ahí lo que buscás es una complicidad con el oyente al que le interesan esas músicas. Y, aunque no parezca, tienen mucho en común.
-La selección de textos también va en busca de lo valioso y menos transitado.
-La idea es que cada domingo tenga un tópico e ir en busca de textos en base a eso. En el primer programa hablamos sobre la felicidad, entonces nos encontramos con Flaubert, Schopenhauer, Borges. En el segundo, la idea central fue la fama.
-¿Vos elegís los textos?
-Sí, digamos que soy el curador del programa.
-Interesante el concepto de “radio de fórmula o de diseño” que planteás. Es saludable ampliar el abanico de opciones posibles, salir de cierto mainstream achatado.
-Eso sucede mucho en las FM, pero tampoco sé cuánta gente escucha radio hoy. En mi caso, soy de la generación que si lo hacía y lo hace. A los veintipico escuchaba la Rock & Pop, porque íbamos a buscar ahí la música que nos gustaba y que, quizás, no teníamos en nuestra casa. Hoy en día, la inmediatez al acceso de la música que a uno le gusta, hace que la radio, en ese sentido, no sea tan importante. Uno no va a buscar a la radio la música que escucha en su casa. Por eso, en este programa la intención es poner canciones que difícilmente suenen en las radios, artistas que es un pecado que no estén: Larralde, la Negra Sosa y Edmundo Rivero deberían sonar más seguido.
-Pensar en Edmundo Rivero sonando en una AM es casi un acontecimiento imaginario, una rareza de Richard Matheson.
-No lo hago porque sea un héroe, me parece que es parte de nuestra cultura popular desde hace cincuenta años. Sospecho que hay mucha gente que cuando escucha a esos artistas, les gusta porque los retrotrae a tiempos donde era lo que compartía con sus viejos o uno mismo cuando era más joven y tenía más tiempo para juntarse a escuchar discos con los amigos.
-Te acompaña Ayelén Velázquez.
-Una amiga que tiene radio desde hace varios años. Como siempre digo, lo que hacemos es hablar como en una mesa de amigos y es un convite para que la gente nos cuente qué siente al respecto del tema escogido.
Puro cuento
-Decías que en el segundo programa se abordó el tópico de la fama. En tu caso, has podido surfear muy bien esas olas. Navegar con equilibrio cuando fue un tsunami y cuando hubo momentos de océano más calmo. Has sabido manejar bien lo antinatural de la fama.
-No me siento un tipo famoso. Tengo la fama que puede tener un cantante de rock en nuestro país, salvo que seas Fito Páez, Charly García o el Indio Solari. Tengo una fama más bien módica, por suerte. Soy conocido en algunos lugares y en determinadas situaciones. Puede ocurrir que, si tenés más exposición pública, que suele suceder con la televisión, podés ser más famoso temporalmente. Si vas a un programa de televisión que tiene mucha audiencia, al otro día la gente se codea cuando te ve pasar en el supermercado. Pero, incluso, mucha gente se codea sin saber bien quién sos, si sos cantante o qué sos. Funciona así la fama abstracta, en la nebulosa. En este país, la gente famosa de verdad es poca, son diez: Susana Giménez, Mirtha Legrand, Marcelo Tinelli... En general una fama asociada a la televisión. Por suerte es una fama que no conozco ni conoceré.
-Nunca digas nunca.
-En otras épocas, los músicos y los cantantes sí eran muy famosos. El ejemplo bien concreto de eso es Palito (Ortega), mi exsuegro. Por algo le decían El Rey. Palito, Sandro, Leonardo Favio fueron tipos que eran realmente muy populares. Hoy lo son Charly, Fito, gente que cruza épocas y targets. A mí me parece que la fama es un gran malentendido y es muy difícil que no te lleve a un lugar triste, solitario y final, como se ve en tantísimos ejemplos.
-Has llenado estadios con tu música. La época de Los Caballero de la Quema fue muy potente. En concordancia con la fama, esa también es una experiencia bien inusual. ¿Qué sucede cuando te bajás de un escenario en el que tocaste para miles y miles de fanáticos? ¿Cómo es ese minuto, esa hora posterior?
-Llegás al camarín contento y transpirado, brindás, charlas diez minutos con gente que está ahí y cuando salís ves que, donde hasta hace minutos había miles de personas, ahora hay solo vasitos de plástico aplastados. Al menos, cuando no había pandemia y se podía juntar la gente. Así fue cuando hice mi primer Obras Sanitarias con Los Caballeros. Ese estadio era el templo absoluto del rock, habíamos soñado, esperado mucho esa noche y recuerdo que cuando salí del camarín, una hora después de terminado el concierto, donde antes había una marea de gente cantando y saltando, estaba lleno de vasitos achatados, pisados por la gente, y un hombre barriendo y llenando una bolsa de consorcio. Es una imagen muy patente.
-Una gran metáfora.
-Sobran ejemplos de tipos que han tenido famas universales y han muerto en soledad. El rock tiene mucho de eso.
-En el fútbol también se da. Diego Armando Maradona era una de las dos o tres personas más famosas del mundo y su muerte fue en un contexto muy penoso.
-No sé si hay algo más gráfico que eso.
-Sos una persona futbolera. ¿Cómo reaccionaste ante la muerte del ídolo?
-Con muchísima tristeza, más de la que imaginaba. No lloré a mares, pero si lagrimeé y sentí que se acababa la infancia. Se iba eso que nos hizo feliz durante tantos años cuando éramos chicos o más jóvenes. Algo similar a cuando se mueren los abuelos, uno siente que se va una época. Ese tiempo donde el mundo parecía más ancho.
-Fito Páez dice que Rosario siempre estuvo cerca. En tu caso, ¿el Oeste siempre está al alcance de la mano?
-Mi vieja vive en lo que fue mi casa natal, así que voy seguido, entro a la habitación en la que dormía de niño y cada vez me parece más chica, uno sobredimensiona a esa edad. Uno reviste esos espacios con una ética y unos recuerdos que, con los años, se desvanecen.
-Naciste en Ituzaingó, imagino que el tren Sarmiento fue un segundo hogar. Hay mucha inspiración en ese trip surcando el Oeste a la vera de la avenida Rivadavia.
-Ufff... En mis épocas de estudiante de Sociología tomaba el Sarmiento hasta Liniers y luego el 21 o el 117 hasta Ciudad Universitaria.
El buen decir caracteriza a Iván Noble. Destila algo, mucho, de aquella carrera trunca, de los poetas que lo acompañaron, de las lecturas que fue acuñando como un bagaje heredado y adquirido: “Se lo debo a mis viejos, sobre todo a mi vieja que siempre fue muy lectora. Lo de ella fue un acto de mucha valentía, porque era hija de inmigrantes en una familia con cuatro hermanos. Cuando llegó el momento de enviar a los hijos a la secundaria, como no había guita solo fueron los varones. Pero, quizás por rebeldía a eso, siempre fue muy autodidacta, estudió arte, fue profesora de cerámica y dibujo. Y leyó muchísimo siempre. Esos libros estuvieron al alcance de la mano”.
-En ese tiempo, lo vedado de la educación secundaria para las mujeres no era excepcional.
-Se sumaba el machismo y las carencias económicas. Mi abuelo era albañil, luego llegó a capataz, y, si bien la educación era pública, había que comprar útiles, libros, y no se podía, al menos para todos los hijos. Así fue. Pero el enorme placer que me causa la lectura lo heredé de Liliana, mi madre.
Vínculos
-Recientemente, en el programa Los Mammones, cantaste, a dúo con Jey Mammón, “Sabor a nada”, un himno de su género compuesto por tu exsuegro, Palito Ortega. Se te percibió cómodo interpretando un bolero.
-Para hacer tango y bolero hay que cantar muy bien, me gustaría ser más dúctil para cantarlos como corresponde.
Entre 2001 y 2009 estuvo casado con la actriz Julieta Ortega, hija de Evangelina Salazar y Ramón Bautista Ortega. Fruto de aquel matrimonio nació Benito Noble Ortega, el único hijo de la pareja.
-¿Cómo es tu vínculo con Palito Ortega y con su familia?
-El mejor. A pesar de que ya no estoy casado con Julieta, tengo una concepción de la familia más allá de lo que puede durar el amor matrimonial. Ese amor se puede acabar, como suele suceder, pero queda el otro amor que es muy fuerte. En el caso de Palito y Evangelina, los abuelos de mi hijo, e incluso de sus tíos, es toda gente que quiero muchísimo. A esta altura del partido, lo único que vale la pena es consagrarse al amor. Mi hijo podrá reprocharnos muchas cosas a su mamá y a mí, como siempre pasa con los hijos, pero no podrá reprocharnos que fuimos miserables entre nosotros o haberlo tenido a él de rehén. Nada de eso sucedió.
-Benito tiene 15 años, plena adolescencia.
-Plena.
-Con todo lo que implica.
-Y con todo lo que pensé que no iba a implicar.
-¿Ves reflejada tu adolescencia en la de tu hijo?
-No, hay una distancia abismal que tiene que ver, básicamente, con la tecnología y con lo cibernético que son los chicos hoy. Me hubiera gustado que mi hijo tuviera una infancia parecida a la mía, pero el mundo es distinto. Hoy es difícil embarrarse las rodillas y volver a las once de la noche a casa, luego de jugar al fútbol todo el día en la plaza. Ya no es tan factible. Me parece que los adolescentes tendrán sus angustias y arrebatos hormonales, como teníamos nosotros, a mí me emociona ver cómo le crece el bigote a mi hijo, pero tiene una velocidad y unos intereses a los cuales uno tiene la sensación que siempre llega tarde. Los pibes navegan a una velocidad supersónica. A mi me gustaría, y lo suelo hablar con él, que no solo haya navegación en las redes. Además de extensión, hay profundidad, algunas cosas son buenas encontrarlas en lo hondo.
-Con padre músico y actor y madre actriz, ¿manifiesta vocación por el arte?
-Escucha música todo el día, sabe mucho, pero, por ahora, no ejecuta ningún instrumento. Y no tengo ningún interés en presionarlo al respecto.
-¿Estás en pareja?
-Sí.
-¿Hace mucho?
-Dos o tres años.
Influencias
-De lo último que hayas leído, ¿qué recomendarías?
-En el verano me propuse leer a los clásicos, una amenaza que me venía haciendo desde hace un tiempo. Me fui dos meses al mar y me dije es ahora o nunca. Leí La Ilíada, La Odisea y, finalmente, La Eneida.
-Buen combo Homero y Virgilio para abordarlos con cercanía.
-Me aboqué a los griegos. Es una lectura menos compleja de lo que pensaba, es más hermoso y menos árido de lo que suponía. Desde ya, hay que encontrar una buena edición, con prólogos y notas al pie que te ayudan a comprender sobre orígenes, el por qué de lo que se elige. Homero, Virgilio, tipos que a los cincuenta y pico es bueno leerlos.
-En general, se claudica en la lectura de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. ¿Cómo te fue con eso?
-Leí el tomo 1. No claudiqué, me gustó mucho ese tomo, pero sentí que me había nutrido lo suficiente y que estaba bien. Cuesta. Leer a los clásicos requiere de una concentración que no es fácil encontrar en el día a día normal. Pero si te gusta la lectura, hay que volver a esa gente.
-Es una ceremonia.
-Hay que darse el lugar y el tiempo para esa ceremonia. Y hay que leer a Faulkner, Onetti, Hemingway, tantos...
-¿Son influencia a la hora de escribir canciones?
-Ojalá. Te llego a decir “estoy influido por Faulkner” y con justificación podrían insultarme de pies a cabeza. No lo sé. Son combustibles, eso seguro. Uno quiere creer que lo que uno lee es combustible, pero si ese combustible se transforma en algo importante, es otro tema. Son yacimientos, hay que asomarse a eso.
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