El escritor y columnista de LA NACION explica por qué cambió su exitoso programa nocturno por una nueva etapa en la que se lo escuchará, a partir del 7 de este mes, todos los sábados por la mañana
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A partir de mañana, Jorge Fernández Díaz inicia una nueva etapa de su camino en la radio. Después de casi una década al frente del programa más escuchado de su segmento vespertino, Pensándolo bien, comienza 2023 con una mudanza a los fines de semana, siempre por Mitre. La continuidad con el tiempo previo parece garantizada desde el título de su nuevo programa, suerte de desprendimiento de la experiencia anterior. En Pensándolo bien, edición sábado, de 10 a 13, estará acompañado por Verónica Chiaravalli, Nicolás y Miguel Wiñazki, y Adriana Verón. Estos dos últimos continuarán haciendo a diario, de 21 a 23, el ciclo original junto a Gonzalo Garcés y Marcelo Birmajer.
Fernández Díaz dice que el cambio está directamente relacionado con su necesidad de dedicarle más tiempo y atención a su obra literaria y a las columnas dominicales que escribe para LA NACION. Y que el fin de semana la radio cumple, al igual que el horario nocturno, con el atributo que lleva a la máxima expresión su valor como medio: “Para mí, la radio es escuchar a personas inteligentes hablando de cosas inteligentes”.
-¿Cómo estás viviendo esta transición?
-En realidad empezó hace unos tres años, cuando empecé a pensar si el periodismo del día a día era compatible con mi faceta de escritor. Yo tuve la enorme suerte de tener mucho éxito con mis libros. Las tres novelas de Remil vendieron 100.000 ejemplares cada una. Se editaron en España, Francia, Italia. Un día, mi agente literario español me dijo: “Este es un juego grande, como te habrás dado cuenta. Haz lo que quieras, pero te lo dejo planteado”. Hablé con Jorge Porta, mi mentor en Radio Mitre junto a Guido Valeri, y le dije que por esa razón no podía seguir con el día a día. Lo entendió como una decisión vocacional y también riesgosa, como todo lo que significa una apuesta por los libros. Y a Porta se le ocurrió proponerme ir los sábados, en el lugar que dejó la querida Magdalena Ruiz Guiñazú. Creo que así voy a poder seguir haciendo radio y dedicarle más tiempo a los libros y a las columnas que escribo para LA NACION.
-En esa columna dominical, un espacio muy valorado por los lectores, cada vez aparecen más menciones y citas de grandes autores de la literatura y el pensamiento universal.
-El uso de citas en mis columnas se fue ampliando con el tiempo. Mi lugar en las páginas de opinión de LA NACION antes lo ocupaba Mariano Grondona, un escritor político. Distinto al panorama que escribe ese gran analista político que es Joaquín Morales Solá. Yo soy un escritor y tengo formación política, pero no era un escritor político. Por eso, al hacerme cargo de la columna, sentí que debía volver a estudiar todo lo que significó aquella formación, sobre todo historia y distintas teorías e ideologías con sus mixturas latinoamericanas. A esa biblioteca que me llevaba de un lado al otro le fui sumando la videoteca y la cinemateca, porque mi educación sentimental tiene que ver con los libros y las películas. Yo fui criado con el viejo cine de Hollywood de los 40 en adelante y encuentro allí nuevos sentidos cuando lo vuelvo a ver. Por algo a esos títulos los llamamos clásicos.
-De allí surge el esqueleto de cada nueva columna.
-Como yo la veo es la columna de un escritor, una especie de diario personal que sale todas las semanas. Con el tiempo me di cuenta que estaba mirando la actualidad y a la vez leía libros y miraba películas. Y empezaron a surgir analogías. Leía un libro y pensaba: esto es lo que pasa con La Cámpora. O algo que ya sucedió en la historia, pero de otra manera.
-Esas lecturas, por lo que se ve en las columnas, no necesariamente tienen que ver con autores contemporáneos.
-No. Muchas son relecturas de libros a los que siempre vuelvo. La historia te demuestra a veces que los hechos se repiten de manera calcada. A veces ocurren de otro modo. Y los discursos son más o menos los mismos. De eso hay también de todo en el cine, en la literatura y en la historia, las tres cosas que me acompañan desde siempre y conecto cada vez más con la política.
-En tus palabras parece resonar todo el tiempo la vieja idea del intelectual comprometido. ¿Qué te dicen esas palabras?
-Me dan un poco de pudor, sobre todo después de haber sido tantos años periodista de trinchera. Pero desde hace diez años, cuando dejé el trabajo diario dentro del corpus profesional de la Redacción de LA NACION, puedo reconocerme como un escritor que interviene en la discusión pública con las armas del periodismo, pero también con las del cine y la literatura. En ese sentido, la columna que escribo todos los domingos para LA NACION es parte de mi obra literaria. De hecho, un recorte muy especial de esos textos fue a parar a un libro mío que se llama Una historia argentina en tiempo real. Tiene más de 1000 páginas.
–¿Será que cada nueva columna funciona como apéndice o nota al pie de ese inmenso trabajo?
-Forman parte de una mirada completa y compleja sobre la actualidad. Cada columna la pienso como una pieza literaria que me lleva muchísimo tiempo. Ahora que la veo retrospectivamente, es el fruto del trabajo de un periodista político y de un periodista cultural que, juntos, se dan la mano y tratan de comprender una historia del presente. Y escrita en tiempo real. Eso me apasiona, me come mucho la cabeza. Y con ellas se van armando partes de un libro gigantesco e interminable. Para entender la política pura y dura hay excelentes firmas que encontrás cada domingo y te aportan todas las explicaciones posibles. Fuera de eso, la originalidad que yo busqué tiene que ver con un estilo que te permita entrar por otro lado a esa misma realidad.
-¿Podrías resumir ese estilo en pocas palabras?
-Para reducirlo a su mínima expresión, es una lucha por la democracia. Vivimos en un momento de cuestionamiento a la democracia liberal, lo cual francamente me parece suicida. Está siendo atacada por todos lados, inclusive por grandes demócratas que se subieron a la moda de cuestionarla. Como decía Raymond Aron, el gran opio de los intelectuales es la salida autoritaria. Para cambiar el mundo conciben regímenes de imposición. Y en el presente, esa idea de imponer nos lleva a los Putin de la vida. O formas como la que adquiere Venezuela como dictadura. Una parte del país doblega a la otra o fuerza una diáspora que lleva a los que no piensan como el poder a escaparse. Todas estas situaciones son muy peligrosas.
-¿Cómo se expresa este conflicto en nuestro país?
-Mis columnas tratan de luchar contra eso. Empezaron como una gran refutación del sentido común instalado por el peronismo, que también se extiende al progresismo en general y a muchos ciudadanos que lo asumen sin saber siquiera lo que quiere decir. El sentido común es un pensamiento automático que vos no dominás. El peronismo triunfó en ese sentido e impuso su idea en buena parte del siglo XX y parte del XXI. Es un gran triunfo intelectual que Perón nunca hubiese conseguido solo. Lo hizo con la ayuda de un grupo de escritores de formación marxista posteriores al surgimiento de esa corriente que le agregaron de todo, cosas que el propio Perón no quería: la idea del socialismo nacional, el revisionismo histórico. Ahí estaban John William Cooke, Jorge Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós, el propio Rodolfo Walsh. Sin ellos, Perón hubiese sido Getulio Vargas y el peronismo hubiese terminado como terminó el varguismo en Brasil. Todo eso nació en los 60 y terminó en la década siguiente en un baño de sangre.
-Pero el triunfo cultural del peronismo, desde tu visión, se mantuvo hasta hoy.
-Persistió a través de una serie de supersticiones y convenciones ideológicas que nunca fueron derrotadas, que apichonaron al propio alfonsinismo y llegaron hasta el momento en que los Kirchner proclaman el “vamos por todo”, una radicalización apoyada con todo el poder y toda la plata. En ese momento se puso de verdad en tela de juicio si nuestro país era de verdad una democracia o íbamos hacia un régimen del tipo formoseño o santacruceño. Mi columna se inició como una refutación a esta forma de pensar. No solo miraba el presente, sino que encontraba a la vez mitificaciones del pasado. Alguien dijo que el peronismo era una gran máquina literaria. A mí me pareció muy interesante encarar una crítica a esa maquinaria.
-¿Sería posible llevar columnas como las que escribís en LA NACION al formato de la radio en tu nuevo programa, como lo hacía en el pasado Pepe Eliaschev?
-Así como me tocó suceder a Mariano Grondona en LA NACION, lo mismo me pasó con Eliaschev cuando llegué a la radio. Pepe es el más extraordinario columnista de radio que yo haya conocido. Yo lo he visto haciendo esos editoriales frente al micrófono. Jamás los escribía y era capaz de hilvanar una columna oral perfecta, con sus frases y su puntuación. Pepe escribía en el aire. Yo nunca voy a poder hacer eso. Lo que me propuse en estos nueve años en los que tuve la suerte de ir primero, o al menos lo intenté, fue llevar la tertulia del escritor al aire de la radio. A la noche siempre es posible hacer una conversación y de ella van a salir cosas.
-Un escritor que hace radio.
-Y que también se puede permitir un enojo al aire, pero sin impostarlo. El oyente sabe procesar esa sinceridad. Quise llevar a la radio la perdida tertulia de los grandes cafés literarios de Buenos Aires y de Madrid o París. Ir al aire y ser un escritor radial, en el sentido de la improvisación. No me gusta la entrevista para pelearme con alguien. Prefiero siempre el ida y vuelta, y en ese ir y venir surgen cosas imprevistas, descubrimos cosas que uno no sabe de dónde vienen pero evidentemente estaban ahí esperando salir. Toda mi obra, salvo las novelas, la compartí en el programa. Hice un servicio de radio en el que nadie creía: es posible leerle algo a quien escucha.
-En pleno éxito, con una audiencia fiel y consecuente que además fue creciendo con el tiempo, decidiste voluntariamente dejar Pensándolo bien, un espacio que hoy parece haber sido hecho a tu medida, para entrar en otro mundo menos conocido y más incierto. Y con otro tipo de oyente, el del fin de semana.
-Los oyentes de esta radio funcionan como una especie de familia. Y de mí ya lo saben todo: quién era mi madre, mi padre, quién es mi mujer. Es impactante darse cuenta que para esos oyentes uno ya no tiene secretos. En la radio yo no puedo mentir, actuar o ser otra cosa. Seguramente voy a encontrar oyentes nuevos que no escuchan radio por la noche porque prefieren, por ejemplo, ver LN+. Y tal vez con otro temperamento. El sábado por la mañana la gente se prepara para vivir la felicidad del fin de semana. Hay que partir de esa intuición.
-¿Qué características tendrá el nuevo programa?
-Además de proponerme el horario de la querida Magdalena, a Porta se le ocurrió otra cosa. Me dijo: “¿Por qué no traés a tu mujer, una periodista de 30 años de profesión a la que no le conocemos la voz?”. En el mundo hay tres clases de periodistas: los famosos, los que son conocidos por su firma y aquellos que no firman ni aparecen nunca, nobles editores que están siempre detrás de las grandes secciones de los medios. Verónica es una de ellas, editora de Opinión de LA NACION. Al principio estaba aterrada, pero no pudo decir que no. Una de las cosas más felices de mi vida es esta conversación apasionante que mantengo siempre con ella sobre cine, literatura, filosofía, Agatha Christie, Fellini…
-¿Vas a llevar esa conversación al programa?
-Nos puede llevar un tiempo porque todo esto es un nuevo aprendizaje, pero si instalara en la radio al menos un tres por ciento de nuestras conversaciones sería algo muy beneficioso para el programa.
-Se suman Nicolás y Miguel Wiñazki, que venían compartiendo el mismo horario con Magdalena.
-Magdalena es irremplazable. Tuve una relación muy linda y afectuosa con ella. Era oyente de mi programa nocturno y durante la pandemia me escribió mucho, quería participar del programa. Me dolió muchísimo su muerte. Con Nicolás y Miguel ahora vamos a hacer como en el VAR y revisar la semana en cámara lenta. Decir lo que está bien, lo que es mentira, lo que es un desastre. Voy a conversar con ellos, con Verónica y con la Negra Verón, que además será la locutora. Además tendremos conversaciones largas, de media hora, con intelectuales que expliquen lo que nos pasa. No solo de acá. Convocaremos a españoles y a norteamericanos que hablen un buen castellano, por ejemplo. Quiero deslizarme hacia el cine y las series, pero siempre de un modo crítico. Y también seguiremos buceando en nuestras pasiones ocultas, en la comida, en las conductas humanas.
-Entramos en un año electoral y parece inevitable que las radios de mayor audiencia estén atentas en los horarios más escuchados a la actualidad política. ¿Cómo pensás encarar este tema?
-La radio que me interesa es una mezcla de información con interpretación y pensamiento. Pérez Reverte siempre dice que nosotros trabajamos en un determinado momento de nuestra biografía humana solo con lo que tenemos en la mochila. Allí están nuestras experiencias, nuestras lecturas, nuestras películas, nuestras observaciones, nuestro oído. Quiero observar la actualidad desde este criterio, analizando por ejemplo lo que hay detrás de los discursos. Las mentiras, los amaños. Pero no pienso sacar al aire a ningún político.
-¿A ninguno?
-Si quieren escuchar a Ritondo o a Wado de Pedro vayan a otra radio. No me interesa ese tipo de conversación, que además está en todos lados. No pienso hacer nunca más una entrevista a un político en mi vida.
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