De la galena a la app, la radio es un medio que se reinventa siempre
Mover lentamente el sintonizador de la Noblex Siete Mares y descubrir los sonidos de radios de países e idiomas remotos, entremezclados con variadas interferencias, era sentirse ciudadano del mundo cuando Internet, al menos en la Argentina, solo remitía a una olvidada marca de medias.
La sensualidad de Betty Elizalde hablándome al oído en el silencio y la oscuridad de la noche; la electrizante voz de Ariel Delgado, desde Radio Colonia, anunciando que la salud de Perón se agravaba horas antes de su muerte; las risas ahogadas de Rina Morán y Beba Vignola junto al gran Héctor Larrea, en Rapidísimo; la carcajada inquietante, el fraseo soberbio y los silencios increíbles de Hugo Guerrero Marthineitz; el énfasis ceremonioso de Antonio Carrizo; el tono grato de Juan Alberto Badía para hablar de sus admirados Beatles; los madrugadores Neustadt y Magdalena en una punta del día y en la otra, La Peña del Camionero y Alejandro Dolina; el duelo futbolero a todo o nada entre José María Muñoz y Víctor Hugo Morales. Encender la radio y pasar de una sintonía a la otra era encontrarse con todos estos gigantes y muchísimos más. Todo sazonado con buena música.
Como a "La cigarra", de María Elena Walsh, a la radio tantas veces la mataron y tantas resucitó. La aparición de la TV pareció que venía a darle el golpe letal, cuando todos los artistas de sus muy escuchados radioteatros la abandonaban en busca del nuevo medio. Pero ella sin quejarse se reinventó, abrió la mañana informativa y arrasó. Cuando los oídos exquisitos ya no toleraban las "frituras" de la AM, apareció la FM con su infinita calidad sonora. Y cuando la radio se cansó de aquellos que se burlaban de su limitado alcance territorial, la Web vino a darle una mano para permitir su escucha con total nitidez en cualquier parte del mundo. De la radio a galena a la app, que permite sintonizarla desde el celular, has recorrido un largo camino muchacha de lozanos cien.
Y sigue bien plantada, mientras otros medios se preguntan cómo seguir. Pero su corazón no cambió. Mientras la televisión impone distancia con sus estudios espaciosos y conductores que impostan alegría o alarma, las voces de la radio llegan a nuestros oídos con más cercanía y complicidad. El formato que más se repite es el de la rueda de amigos, a la que se nos invita todo el tiempo a sumarnos. Esa impronta coloquial, el guiño permanente al humor bien argento, el gol de letras "o" infinitas que hace temblar las paredes y nos eriza la piel, las tandas que cantan las bondades de un colchón o de un vino, el boletín informativo que llega puntual con el top de la hora y que le toma la temperatura al clima, pero también al dólar y al riesgo país, y que nos avisa del matete de tránsito en tal calle o que los metrodelegados pararon otra vez el subte. Todo ese parloteo incesante y aluvional, a veces estridente y otras susurrante, nos abraza las 24 horas de cada día de nuestras vidas.
¡Salud a la radio y por otros cien años de sonoras sorpresas!
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