La huella innovadora de Blackie, a 43 años de su muerte, se extraña en la TV
Blackie murió hace 43 años, el 3 de septiembre de 1977. Si sumáramos todos los aportes que hizo a la TV, la radio, la música y las expresiones más multifacéticas de la cultura argentina haría falta convocar un equipo multitudinario. A ella le alcanzaron su inventiva, una intuición insuperable, espíritu visionario, extraordinaria capacidad de trabajo en la creación y el armado de equipos, vocación por aprender, mirada abierta y disposición a escuchar, además de un carácter fuerte y convicción en las decisiones, para reunirlos en una sola cabeza, lúcida e incansable.
Dos biografías (escritas por Hinde Pomeraniec y Ricardo Horvath), un largometraje documental (Blackie, una vida en blanco y negro, de Alberto Ponce, estrenado en 2012 y disponible en YouTube) e innumerables testimonios de amigos, compañeros de trabajo y estudiosos de la cultura mantienen hasta hoy vivo el legado de una figura que supo ser clásica y moderna como pocas. Pero esa memoria no tiene hoy en la Argentina una correspondencia visual o sonora. Casi no quedan testimonios de archivo de todo lo que hizo Blackie, sobre todo en la televisión.
Tal vez por eso nadie se anima a levantar su bandera y a tomarla de ejemplo para seguir la huella innovadora que puso en marcha casi al mismo tiempo en que empezaba a escribirse la historia de la pantalla chica en la Argentina. El reconocimiento permanente que recibe su figura, acentuado en los últimos días por la celebración del centenario de la radio en la Argentina, solo parece quedarse en palabras. La actitud transformadora y creativa de Blackie no parece encontrar hoy demasiada correspondencia entre quienes ocupan hoy las funciones que ella desempeñó en el pasado. Es otro tiempo, pero a juzgar por las ideas que dan vuelta hoy en la tele, se trata de un tiempo en estado de congelamiento. Blackie nunca hubiese perdonado tanta parsimonia y tanta pasividad.
Con toda razón, el investigador Jorge Nielsen llegó a definirla en uno de los exhaustivos tomos de La magia de la televisión argentina como la mujer más importante de toda la historia de ese medio en la Argentina. La otra fue Pinky, pero su extraordinaria trayectoria tiene que ver más que nada con lo hecho frente a las cámaras. Blackie jugaba en toda la cancha.
Nielsen recupera en el volumen dedicado al período 1951-1960 un testimonio de la propia Blackie, que había nacido como Paloma Efron el 6 de diciembre de 1921, sobre su llegada a la tele. "Me había fascinado el mundo de la televisión, con sus luces, sus cables, sus botones, su complejidad y enseguida empecé a trabajar como productora. Yo hice el primer reportaje, la primera charla. Gracias a mí apareció el primer living, el primer clavel", le dijo a la revista Panorama en 1973, según se cita allí.
Había hecho su primera incursión frente a una cámara como cantante en Tropicana Club, uno de los grandes programas musicales de los primeros tiempos de la tele. En ese momento ya era una figura muy conocida en la radio, a la que también había llegado gracias a la música. Recuerda Carlos Ulanovsky en Días de radio, que el nombre de Blackie se reveló a mediados de la década de 1930 después de ganar en Radio Stentor un concurso de cantantes de jazz auspiciado por Jabón Federal. "Desde entonces, cuando obtuvo entre centenares de postulantes la oportunidad de cantar en la orquesta de jazz "Los dados negros", Blackie nunca se alejó de este medio en donde hizo de todo y en el que fue la indiscutida pionera de cierto estilo de programa de conversación, que posteriormente trasladó a la televisión", agrega.
Un destino circular quiso que radio y televisión volvieran a unirse en el momento final de la vida artística y personal de Blackie. Cuando falleció en 1977 estaba en pleno trabajo con dos programas en Continental y en Splendid, después de un choque con las intervenciones en ambos medios, impuestas desde el comienzo de la última dictadura militar. Se resistía a "moderar" su lenguaje y adaptarlo a las nuevas normas (que le obligaban a usar "matrimonio" en lugar de "pareja", por ejemplo, en La mujer, su último gran proyecto televisivo), y seguía decidida en la radio a difundir la música de artistas prohibidos por las autoridades. Fue demasiado para su temperamento y para un cuerpo ya frágil, castigado por años de jornadas de trabajo tan interminables como el consumo de cigarrillos.
Resumir la trayectoria de Blackie es imposible por la cantidad de injusticias que se cometerían ante cada omisión. Pero en cualquier recorrida mínima por sus trabajos no podrían faltar grandes creaciones televisivas como Volver a vivir y Derecho a réplica. El primero era un programa emitido en vivo cada semana con una figura protagónica distinta, cuya vida era recorrida de principio a fin. Era monumental el trabajo de producción comandado por Blackie, a partir del cual iban apareciendo, para sorpresa del agasajado, distintas personas que tuvieron que ver con su vida en determinados momentos. El protagonista se emocionaba tanto como el público.
En Derecho a réplica, un grupo de periodistas (la mayoría formados en medios gráficos) se sumaban a una tribuna que se asemejaba a un parlamento (por sus múltiples miradas y expresiones), desde la cual personalidades políticas, funcionarios y figuras públicas eran interpeladas en cada emisión. Un modelo de programa político y de actualidad que con el tiempo y hasta hoy tuvo múltiples seguidores y variaciones.
Hubo mucho más. Una de las primeras grandes ideas televisivas de Blackie, Cita con las estrellas, nació en 1954, de una manera absolutamente espontánea. Y rapidísima. Lo cuenta ella misma en palabras citadas por Nielsen y publicadas originalmente en el semanario Gente y la actualidad: "Después de realizar La historia del jazz había un espacio en blanco en Canal 7 y el director me llamó para decirme que debía crear un programa de una hora de duración. ‘¿Para cuándo?’, le pregunté. ‘Para dentro de tres horas’, me dijo. ‘Tenemos un espacio que llenar’. Así fue que llevé un montón de fotos y aquel día nació Cita con las estrellas". En ese programa, a partir de las imágenes de su álbum personal, Blackie contaba historias y anécdotas de sus encuentros con grandes figuras.
Entre ellas estaban Elia Kazan y Arthur Miller, a quienes conoció durante los años que pasó en Estados Unidos estudiando música y etnografía, además de perfeccionar su inglés. El manejo impecable del idioma con el que se había dado a conocer tocando el piano y cantando temas de jazz y negro spirituals (de ahí el apodo de Blackie) le sirvió más tarde para sus múltiples tareas en la televisión y sobre todo para producir y presentar los ciclos especiales con grandes figuras extranjeras: Nat King Cole, Neil Sedaka, Paul Anka, Louis Armstrong y Sammy Davis Jr. son apenas ejemplos.
Su apetito cultural era inagotable. "Una mujer que ya se había atrevido con la música que cantaban los negros ahora se atrevía a entrar en un estudio y darles órdenes a los hombres, sin dudas ni melindres, a confiar en su propia capacidad creativa y en la sensibilidad del público", escribió Canela, otra gran mujer de la televisión, en una columna dedicada a Blackie y publicada en LA NACION..
"Ella fue una pionera que siempre buscó cruzar la divulgación cultural con el entretenimiento y supo como pocos entretejer alta cultura con cultura popular. Una visionaria que se atrevió a todos los géneros del espectáculo", escribe Hinde Pomerianiec en la introducción del libro biográfico de Blackie, La dama que hizo hablar al país.
"¿Qué no le interesaba a esa mujer de voz grave, ceño severo y una oculta ternura que a veces dejaba asomar en una leve caricia, en una inesperada sonrisa? Culta, lectora incansable, tenía sentido del humor y se preocupaba de verdad por los problemas del prójimo", apunta Ernesto Schoo desde una de las bellas columnas semanales que escribía para LA NACION. La cita pertenece a la que dedicó a Blackie al cumplirse, en diciembre de 2012, el centenario de su nacimiento.
Schoo la recuerda en un estudio de radio junto a un gran portafolios en el que "guardaba infinidad de recortes, anotaciones, libros, que en cualquier momento cubrían la ausencia de un invitado o la accidental falla de un colaborador". Estaba pendiente de todo. Por eso podía participar de un ciclo cultural lleno de preguntas sobre temas trascendentes y animarse al mismo tiempo a producir un programa como Yo me quiero casar, ¿y usted?, que de la mano de Roberto Galán fue uno de los ejemplos máximos de la TV más popular de los años 70.
Muchos lamentan, además de la falta de archivos, que Blackie jamás haya decidido escribir un testimonio en primera persona. Tal vez sentía que, con tanto para hacer y por hacer, no le había llegado todavía el tiempo de una autobiografía. De cualquier manera, de haber emprendido ese proyecto hubiese tenido que redactar varios tomos. No había otra manera de acopiar todo lo que hizo. Eso que en cada nuevo aniversario recordamos como guía ejemplar de lo bueno que podría hacerse en un medio como la tele y que, a la hora de ponerlo en práctica, nadie parece dispuesto a llevarlo adelante.
Si indagamos "con amor y con respeto" (como le gustaba decir a Blackie) en su historia, tal vez encontremos algunas de las claves que nos permitan recuperar al menos desde el estímulo la intuición que la llevó a hacer grandes cosas. Por eso la evocamos con tanta constancia.
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