¿Quién le teme a Virginia Woolf?: pesadillas proféticas, diálogos millonarios y una pelea matrimonial que cambió la carrera de Elizabeth Taylor
Mike Nichols dirigió su primera película gracias a su estrella, quien se sometía a horas de maquillaje y un severo régimen para ocultar que tenía apenas 33 años cuando interpretó a la esposa de mediana edad de un académico; Richard Burton creía que el film terminaría con su matrimonio
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En Elizabeth Taylor: The Grit and the Glamour of an Icon, una reciente biografía sobre la actriz escrita por la periodista Kate Andersen Bower, la historia de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? comienza en un viaje en tren. Es 1965 y luego de finalizar las representaciones de Hamlet en Broadway, Richard Burton viaja junto a Elizabeth Taylor -eran marido y mujer en ese entonces- desde Nueva York hasta California, apenas con una breve parada en Chicago, donde Taylor planea visitar la tumba de Mike Todd, su tercer marido y a quien ha querido con una devoción todavía encendida por su muerte temprana en un accidente de avión. Sentada en su camarote, la actriz lee sin pestañear el texto de la ya célebre pieza teatral de Edward Albee, que había disfrutado de más de 600 representaciones entre 1962 y 1964 con un éxito arrollador. La obra, ganadora del Tony, era considerada uno de los grandes sucesos de los últimos tiempos y la adaptación cinematográfica despertaba una enorme expectativa. Ernest Lehman, productor y guionista encargado de la adaptación, le había acercado el guion para entusiasmarla con el desafío y para asegurarse el nombre de la gran estrella del momento como respaldo de su producción.
Liz apenas pudo dormir en el viaje sumergida en la lectura. La obra transcurría en el campus de una universidad de Nueva Inglaterra y retrataba una noche infernal en la vida de George y Martha, un académico y su esposa, enfrascados en rencillas domésticas, disputas intelectuales y mucho pero mucho alcohol. La visita de una pareja de jóvenes universitarios desencadenaba una batalla física y verbal que se extendía hasta la mañana siguiente. El desafío de llevarla al cine exigía interpretaciones poderosas, capaces de sostener la intensidad de los diálogos y la restricción en las locaciones. Uta Hagen, la actriz estadounidense de origen alemán, había interpretado a Martha en el teatro, y todas las aspirantes al rol en la pantalla –Bette Davis, Rossalind Russell, Patricia Neal– eran mujeres maduras cuya edad rondaba la cincuentena, al igual que el personaje. Con apenas 33 años, Elizabeth Taylor debería sumar edad mediante el maquillaje, ganar peso para ajustarse a la apariencia de Martha, y dejar de lado el glamour que la definía desde sus tiempos juveniles en la Metro Goldwyn Mayer para ceñirse al aura grisácea de una mujer en crisis. Era la oportunidad para demostrar su talento, a menudo enmascarado entre las luces de Hollywood y las crónicas de la prensa rosa.
Para interpretar al personaje de George, un hombre amargado cuya falta de ambición es el principal alimento de su furia contenida, se consideraron actores como Henry Fonda o James Mason, pero fue Taylor quien insistió a Lehman para designar a Burton. Según revela Andersen Bower, “Burton no estaba tan preocupado por la exigencia de la interpretación y el desafío de lograr un acento de Nueva Inglaterra, eliminando el propio de Gales, como por el efecto que tendría en su matrimonio interpretar a una pareja en constante combate”. Taylor y Burton se habían conocido en el rodaje de Cleopatra (1963) y desde entonces, primero con su romance clandestino y luego con su matrimonio expuesto a todas luces en la prensa del mundo, se habían convertido en la pareja más codiciada del momento. Ya habían compartido pantalla en Hotel internacional (1963) y Almas en conflicto (1965), mientras sus vidas privadas asomaban en todas las revistas, desde sus viajes extravagantes, los collares de diamantes y las cenas con caviar, hasta sus peleas dantescas. La trama de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? presagiaba una radiografía cruel y despiadada de una crisis matrimonial que parecía ´preanunciarse en la realidad. “Tenía pesadillas con la película –escribió Burton en su diario–. Me despertaba temblando y le decía a Elizabeth que iba a ser un viaje duro para nosotros”.
Designados los protagonistas, lo que faltaba era la elección del director. Taylor y Burton demostraron su poder al elegir al debutante Mike Nichols, un director teatral conocido por su humor mordaz que había conseguido cierta fama con comedias como Descalzos en el parque o Extraña pareja. Elizabeth guardaba un recuerdo memorable de los tiempos de Cleopatra cuando Nichols la acompañaba en un Volkswagen alquilado por el lago Como mientras Richard debía escaparse para terminar el épico rodaje de El día más largo del siglo (1962). Se hicieron amigos y el futuro director de El graduado (1967) resultó ser quien más la animó para asumir el riesgo de interpretar a Martha y demostrar su verdadera talla como actriz. Como autor de la obra, Edward Albee expuso reparos a su selección debido a su juventud y falta de experiencia teatral. Mientras tanto, el productor Lehman aseguraba que sería un incentivo para el público, incluso para aquel que tenía ciertas dudas: “La audiencia ya sabe cómo interpretó el personaje Uta Hagen, y puede imaginarse cómo lo interpretaría Bette Davis. En cambio, van a querer saber si puede o no hacerlo Elizabeth Taylor”.
“No sabía nada de películas”
Como buen neoyorquino, Nichols exigió filmar en locación en lugar de un estudio en Hollywood. Así que todas las escenas se filmaron en el campus del Smith College, en la ciudad de Northampton, en Massachusetts, decisión que lógicamente encareció el presupuesto (y de la que luego se arrepintió, descubriendo que podría haber recreado el campus en estudio: “Era arrogante y le tenía miedo a Hollywood. Hice cosas realmente estúpidas, como filmar la secuencia del título en Northampton. Intentaron decirme que podría haberlo hecho bien en el estudio pero me negué. Entonces no sabía nada de películas”). Los mayores costos fueron los salarios de Taylor y Burton, 1.100.000 y 750.000 dólares, respectivamente, y el pago a Albee por los derechos de su obra, que ascendió a 500.000 dólares. El guion de Lehman modificó gran parte de los diálogos sorteando la ironía más incómoda en favor de cierta literalidad, y ya en las primeras lecturas Nichols y sus actores se mostraron disconformes y decidieron descartar las modificaciones y recuperar el material original. En una entrevista de 2005, Albee reveló que solo se conservaron dos frases aportadas por Lehman en su adaptación, ya que el resto fue descartado por el equipo creativo en virtud de lo escrito en la pieza teatral. “Las frases eran ‘¡Vayamos a la posada!’ y ‘¡Volvamos de la posada!’ por las cuales Lehman cobró 250.000 dólares. ¡125.000 por cada una! Nada mal, ¿no?”.
Nichols le informó a Elizabeth Taylor que debía aumentar quince kilos y tomar lecciones vocales para modular su expresión, además de llevar un pesado maquillaje y cargar con prótesis que debía ponerse antes de empezar a filmar cada jornada. Taylor cumplió con todas las exigencias pero los horarios durante el rodaje resultaron difíciles de manejar. Tanto ella como Burton llegaban al set a las diez de la mañana, según estipulaba el contrato. Luego debían someterse a dos horas de maquillaje, vestuario y peluquería que se extendían hasta el horario del almuerzo. Como ambos solían salir del set a algún restaurante cercano, el horario de inicio se extendía hasta entrada la tarde. Resultó una ventaja creativa en tanto la historia transcurría después del atardecer, pero Nichols fue descubriendo que su calendario se alargaba indefinidamente y que las jornadas se hacían más cortas de lo previsto. La demora se consumó en un rodaje de treinta días más de lo estipulado, lo cual disparó el presupuesto a un total de 7 millones y medio de dólares, convirtiendo a ¿Quién le teme a Virginia Woolf? en la película en blanco y negro más cara filmada hasta ese momento. La decisión de evitar el color tenía que ver con disimular los maquillajes, acentuar el duro realismo del tema y también sortear las preocupaciones presupuestarias de la Warner Bros. que auguraba una inversión difícil de recuperar en la taquilla.
Accidentes y polémicas
El rodaje se extendió a lo largo de cinco meses y tuvo algunos contratiempos. Primero se debió reemplazar al veterano director de fotografía Henry Stradling por el más innovador Haskell Wexler, abierto a la exploración de cierta rusticidad de la imagen que buscaba Nichols. Segundo, la historia se concentraba en cuatro personajes, el matrimonio interpretado por Taylor y Burton, y una pareja joven que los visita, interpretada por George Segal y Sandy Dennis. Segal ganó el papel luego de que Jack Lemmon exigiera una suma exorbitante para el estudio y Dennis era una talentosa actriz del Actors Studio con una valiosa experiencia teatral. Embarazada en el momento del rodaje, tuvo un aborto espontáneo durante la filmación y tardó algunos días en recuperarse. Y, por último, Taylor también sufrió un grave incidente durante la filmación: en la escena que tiene lugar fuera del bar, George debe empujar violentamente a Martha, enceguecido por la rabia, contra el costado del auto. Burton empujó demasiado fuerte a Taylor y se pudo escuchar el sonido de su cabeza golpeando contra el capó del automóvil. Nichols siguió filmando mientras Elizabeth no paraba de jadear y levantar la mano instintivamente hacia la parte posterior de su cabeza. Ella continuó con la escena, con un notable temblor en su voz, mientras trataba de evitar llorar de dolor. Al final, Nichols decidió conservar esa escena en lugar de volver a filmarla debido al realismo que vislumbraba en ella.
La elección del título de la obra provenía de una frase que Edward Albee había leído en la pared del baño de hombres de un bar en Nueva York y jugaba de manera evidente con la canción del corto animado Los tres cerditos (1933), “¿Quién le teme al lobo feroz?”. La producción solicitó los derechos de la melodía a Disney pero no llegaron a buen puerto, por lo cual el estudio decidió utilizar la canción “Here We Go ‘Round the Mulberry Bush” como fondo musical en la escena en la que los personajes cantan la canción del lobo. El proceso de montaje fue bastante exigente para cumplir con los plazos acordados. Nichols y el editor Sam O’Steen trabajaban día y noche y, según reveló el editor en una entrevista, un día estaba tan exhausto que se desmayó. “Para terminar con el último rollo, me reuní con Mike [Nichols] en el estudio a las cinco de la mañana y trabajamos hasta la medianoche”, contaba O’Steen. “Era un zombi ambulante, pero terminamos a tiempo. Luego, a Mike no lo dejaron asistir a la mezcla de sonido. Así que al final de cada día lo llamaba y sostenía el teléfono para que pudiera escuchar cómo quedaba el sonido final de la película. Él me hacía comentarios como, ‘¿Podés bajar la música en esta escena?’ o ‘No creo que necesitemos ese sonido’. Hicimos eso todos los días durante aproximadamente un mes”.
Apología de la obscenidad
Cuando la película estuvo terminada debió pasar por la revisión de la MPPDA (Motion Picture Producers and Distributors of America) para la calificación. Por entonces todavía regía el Código Hays pero varias películas de esos años habían empujado sus restricciones hacia permisos cada vez más flexibles. Pese a ello, el blanco de los cuestionamientos fue el lenguaje de la película, que los censores consideraron soez e impropio. Por ello algunas líneas de diálogo se modificaron y la película consiguió la inusual calificación de “apta para mayores de 18 años”. Esa innovación desembocó en la categoría R (Restricted o “con restricciones”) que luego inauguró la MPPDA tras la caída del arcaico código, a fines de los años 60. La obra ya había sido cuestionada por su carácter profano y el abordaje explícito de temas sexuales, lo cual había privado a Albee del Pulitzer, pero en el cine los ánimos siempre eran más susceptibles. Las protestas de la Liga de la Decencia y otras instituciones religiosas no cesaron y hubo cines en Nashville en los cuales se detuvo a los dueños de la sala por contravención debido a la pretendida obscenidad que promovía la película.
¿Quién le teme a Virginia Woolf? se estrenó el 21 de junio de 1966 en el Pantages Theatre de Hollywood. Resultó un éxito de crítica y también un triunfo económico para las expectativas que tenía el estudio. The New York Times la consideró una de las “películas más honestas y mordaces filmadas en Hollywood”. Pero fue Elizabeth Taylor quien mereció los más encendidos elogios, considerando su interpretación de Martha la mejor de su carrera. La revista Life publicó: “¿Quién le teme a Virginia Woolf? es una película honesta y corrosiva con una potencia notable y un final conmovedor. Elizabeth Taylor es una revelación”.
La película recibió un total de trece nominaciones a los premios de la Academia y se alzó con cinco Oscar, entre ellos el de mejor actriz para Taylor. En ese momento, ella y Burton –quien finalmente no ganó su nominación como mejor actor- estaban en Francia, filmando Los comediantes (1967), basada en una novela de Graham Greene. Taylor planeaba asistir a la ceremonia ya que había terminado de filmar sus escenas, pero Burton insistió en que se quedaran en Europa. Había soñado que el avión se caía en el Atlántico (Anne Bancroft aceptó el premio en su nombre). Elizabeth Taylor se había probado a sí misma como actriz y había triunfado. Más allá de las sombras que vendrían en su matrimonio, ¿Quién le teme a Virginia Woolf? había iluminado su carrera artística para siempre.
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