El artista y militante social falleció este 2 de septiembre en Atenas a los 96 años y fue una de las figuras más importantes y emblemáticas de la Grecia contemporánea
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Puede que para buena parte del mundo hoy se haya anunciado la muerte del compositor de una canción universal: Zorba. Pero a los griegos, en realidad, se les acaba de morir una divinidad. Mijalis “Mikis” Theodorakis, fallecido este 2 de septiembre en Atenas a los 96 años, fue una de las figuras más importantes y emblemáticas de la Grecia contemporánea. Y no solo por su música.
Theodorakis también encarnó las luchas políticas y sociales que marcaron a su país y al mundo en el siglo XX. Su apellido, que en una traducción libre podría ser regalito de Dios, lleva décadas impreso en la cabeza y el corazón de los griegos. A ellos verdaderamente se les murió un tesoro nacional.
Dos gigantes
Contar la vida de Mikis, como se le conocía popularmente, es relatar una odisea. Nacido en julio de 1925 en la isla de Xíos (en español se pronuncia Jios), desde muy pequeño tuvo clara su vocación. Aunque más tarde realizó estudios formales en París, aprendió a componer solo, escuchando música folclórica y bizantina, y a los 17 años dio su primer concierto. Nunca más paró.
Ni cuando combatió en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Civil que acto seguido desangró a Grecia, ni cuando fue perseguido, torturado y exiliado durante la Junta Militar que gobernó su país entre 1967 y 1974. Sus canciones fueron prohibidas y dos veces lo enterraron vivo. Nada lo hizo sucumbir. Siempre, en toda circunstancia, fue una presencia imponente, exuberante, expresiva. Parecía un volcán.
En YouTube hay un video fantástico de un concierto de 1995 en Munich, Alemania, en que Mikis comparte escenario con Anthony Quinn, el famoso actor de origen mexicano que en 1964 protagonizó la película “Zorba el griego”, de Mijalis Kakoyiannis. Theodorakis tenía 70 años y Quinn 80. Cantan, bailan, se besan, se abrazan, se elogian, pero sobre todo disfrutan. Son dos gigantes que gozan como niños.
En 2017 circuló otro video que mostraba su grandeza. Aparece dirigiendo ya muy anciano, en silla de ruedas, con una pasión envidiable a un coro de mil personas de 30 ciudades que cantaban en su honor. Hacia el final rompe en llanto de la emoción, mientras el público le grita maestro, enorme, eterno, el último de los grandes griegos.
Obra maestra
El legado de Mikis Theodorakis es contundente. Entre cantatas, óperas, sinfonías, ballets, música de cámara, oratorios, películas y canciones populares, su carrera musical llegó a sumar más de mil piezas.
Puede que “Zorba el griego” sea la más conocida, pero no es necesariamente la más alabada. Para muchos su obra maestra es la “Trilogía (o balada) Mauthausen”. Basada en la trágica experiencia del poeta griego Iakovos Kambanellis en el infame campo de concentración nazi, fue descrita como el trabajo musical más hermoso jamás compuesto sobre el Holocausto.
Muchas de las grandes composiciones de Theodorakis están, de hecho, inspiradas en la literatura: entre otras, les puso música a las palabras de sus compatriotas Giorgos Seferis y Odiseas Elytis, al “Romancero Gitano” del español Federico García Lorca y al “Canto General” del Premio Nobel chileno Pablo Neruda. Son obras épicas, un buen reflejo de su ambición, de su compulsión por crear y mezclar. Lo clásico con lo popular, lo griego con lo universal, lo simple con lo grandioso.
Epitafio
La carrera musical de Mikis se desarrolló en paralelo a un intenso compromiso político. Fundó partidos, fue parlamentario, ministro y militante comunista durante gran parte de su vida, aunque en 1989 fue candidato independiente por el partido de centroderecha Nueva Democracia, lo que le valió críticas de quienes lo consideraron un traidor.
Pero especialmente fue un activista, un defensor vociferante de la libertad, el medio ambiente, los derechos humanos y de la infancia y un opositor acérrimo a la violencia y la guerra. En la década de los 60 se convirtió en una figura sobresaliente en la escena internacional y fue, junto a la actriz y cantante Melina Mercuri, el símbolo de la resistencia a la dictadura en Grecia.
La lista de personalidades que lo recibieron y apoyaron en esa época es destacable e incluye a artistas como Dmitry Shostakovich, Leonard Bernstein y Arthur Miller y a políticos como Yasser Arafat, Francois Mitterand, Olof Palme y Salvador Allende. Su nombre daba y siguió dando la vuelta al mundo.
En 1964, los Beatles grabaron una versión de su canción “Honeymoon” (”Luna de miel”); en los 80 Moscú le dio el Premio Lenin de la Paz y en los 90 recibió el Premio Musical de la Unesco. En 1994 realizó una gira humanitaria que lo llevó a varios países de Europa, Canadá y Estados Unidos dirigiendo una megaorquesta de 150 músicos y cantantes.
Cuando llegó a Washington, el Senado lo recibió con una resolución oficial en que lo honró y aplaudió “su excepcional talento artístico, su profundo amor por su país y su dedicada labor a favor de las grandes causas”. Como esa, hay cientos de frases o palabras sobre él que ahora podrían servir de epitafio: genio, héroe, coloso.
Yo lo vi hace años en el teatro Herodes Ático, a los pies de la Acrópolis ateniense. Fue esa noche cuando descubrí lo que los griegos ya sabían: que Theodorakis era de esos hombres que son más grandes que la vida, un músico que tenía su propio Olimpo. El gobierno de Grecia declaró este jueves tres días de duelo oficial.
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