James Reader trató de hacer todo bien. Nada de fake news, nada de errores, nada de spam. El camionero de 54 años, residente de San Diego y de inclinación progresista, tenía una historia de activismo, pero quería involucrarse más. Así que hace un par de años jugueteó con un blog llamado Everlasting GOP Stoppers, y le fue lo suficientemente bien como para convencer a algunos amigos e inversores de dar un paso más grande. ¶ "Nos reunimos y nos convertimos en Reverb Press", recuerda. "No lo empecé por el dinero. Lo hice porque me importaba mi país." ¶ En 2014, lanzó Reverb, un sitio que compartía noticias desde una perspectiva pro-demócrata pero también, como dice Reader, se ocupaba de basarse en hechos reales. El sitio independiente mediabiasfactcheck.com lo declararía fuertemente inclinado a la izquierda, pero le dio una buena calificación "por los informes basados en hechos, puesto que todas las noticias corresponden a medios creíbles". ¶ El sitio despegó, especialmente durante la temporada de las elecciones de 2015-16. "Teníamos 30 colaboradores, cuatro editores a tiempo completo y un empleado de tecnología", dice Reader. "En nuestro punto más alto, teníamos entre cuatro y cinco millones de visitas por mes." ¶ Reader calcula que hasta 13 millones de personas por semana veían publicaciones de Reverb a través de Facebook y otras redes sociales. Gran parte del contenido era agregado, o tenía títulos como "Las 36 frases más aterradoras de los debates presidenciales republicanos". Pero Reverb también hacía informes originales, como un relato en primera persona de abusos de la iglesia católica en Nueva Jersey, que luego fueron levantados por medios mainstream. ¶ "Como la mayoría de los editores independientes, contaba con la página de Facebook para recibir tráfico, y gastábamos entre 2.000 y 6.000 dólares por mes en Facebook, para que el sitio creciera", dice Reader. "Tratábamos de hacer todo lo que ellos sugerían."
Cada vez que Facebook lanzaba sugerencias de cambios en el algoritmo, editores como Reader se apresuraban a seguirlas. Cuando los videos cobraron relevancia, empezó a desarrollar contenido de video.
Reader veía a Facebook como una herramienta esencial para los medios independientes. "Los blogs no pueden existir sin Facebook", dice. "Al mismo tiempo, fueron los blogs los que ayudaron a que Facebook explotara al principio."
Pero Reader empezó a notar un problema. Desde las elecciones de 2016, posteaba artículos que terminaban en grupos de Facebook de derecha, cuyos seguidores bombardeaban con comentarios negativos. También sospechó que estaban denunciando en masa sus historias de Facebook como spam.
Irónicamente, Reader, cuyo sitio cubría regularmente notas sobre el Russiagate, sospechó que su negocio estaba siendo afectado por todos, desde operadores republicanos hasta fanáticos con la gorra de Make America Great Again, o trolls rusos, ansiosos por destruir sus contenidos prodemócratas. "Podían ser los rusos", dice. "Podían ser grupos domésticos. Pero parecía claramente una manipulación."
Reader vio cómo caían las visitas. Poco después bajaron las ventas de publicidad, y ya no podía costear las herramientas pagas de Facebook. Y aun cuando lo hacía, no funcionaban del mismo modo. "Es como la venta de crack", dice. "La primera te la regalan, pero luego tenés que gastar cada vez más para no perder territorio."
Se quejó en Facebook, pero a Reader le costó encontrar a un ser humano de la compañía para hablar de sus problemas. Muchas fuentes contactadas para esta nota describen una experiencia tipo Kafka al lidiar con Facebook. Tras meses sin respuesta, Reader finalmente contactó a un conocido en Facebook que le dijo que lo mejor que podía hacer era llenar otro formulario. "El tipo me dice: ‘Es un tema de escala, bro’", recuerda. En otras palabras, en un ecosistema con más de 2.000 millones de usuarios, si sos demasiado chico, no sos lo suficientemente importante como para recibir atención individual.
Luego de esto, el 11 de octubre de 2018, Reader recibió un shock. "Estaba volviendo a casa en San Diego cuando la gente me empezó a llamar con malas noticias", dice. Le dijeron que Reverb había sido puesto offline. Llegó a casa y prendió la computadora.
"Facebook limpió más de 800 cuentas y páginas por lanzar spam político", decía un titular del Washington Post.
La nota describía una campaña contra "comportamientos inauténticos coordinados", y nombraba específicamente algunos sitios, entre ellos Reverb, que estaban borrando. El anuncio de Facebook mencionaba "un momento oportuno, antes de las elecciones de medio término de Estados Unidos", que implicaba que la remoción de los sitios se había hecho para preservar la integridad de la democracia estadounidense... de gente como James Reader.
Reader no estaba solo. Era uno de los cientos de pequeños editores que recibieron el hachazo de Facebook del 11 de octubre pasado, y que rápidamente se conoció como "la Purga" en el circuito de los medios alternativos. Tras otras limpiezas menores de cuentas ostensiblemente falsas y extranjeras, las purgas del 11 de octubre representaban algo nuevo: el borramiento de figuras mediáticas demostrablemente reales y estadounidenses con una cantidad significativa de seguidores. En los días previos a las elecciones, otra ronda de estos sitios serían borrados, esta vez sin anuncio. Muchos también serían eliminados de otras plataformas, como Twitter, prácticamente en simultáneo.
"¿Y todo esto el mismo día?", pregunta Reader. "No hay forma de que no esté conectado."
Los sitios estaban por todas partes del mapa político. Algunos, como Nation in Distress, que apoyaba a Trump, habían dicho que Obama iba a declarar la ley marcial si Trump ganaba en 2016. Otros, como Reverb y Blue State Daily, eran sitios abiertamente demócratas que destruían a Trump y elogiaban a los azules.
Muchos otros, como Free Thought Project y Anti-Media, ambos de Los Ángeles, eran anti-guerra, y se enfocaban en la brutalidad policial y las leyes contra las drogas, desdeñando la política en general. Apuntar a sitios así con la excusa de evitar intervenciones en las elecciones parecía extraño, puesto que están abiertamente desinteresados en la política. "Antes que nada, nosotros tratamos de que la gente piense más allá de los dos partidos", dice Jason Bassler, un activista de 37 años que dirige Free Thought Project.
Reader trató de acceder a sus páginas. La página de Reverb en Facebook aparecía no publicada. Lo mismo su viejo blog Everlasting GOP Stoppers. Incluso un sitio nuevo suyo llamado America Against Trump, con 225.000 seguidores, tampoco aparecía. "Todo mi trabajo de años estaba muerto", dice.
Reader estaba furioso de que lo hubieran mezclado con los rusos que intervenían en las elecciones. Pero de algún modo, le parecía peor la descripción pública de su página como entre "actores en su mayor parte domésticos que usan titulares atrayentes y otras tácticas de spam para llevar a los usuarios a sitios donde podían identificarlos a través de publicidades".
Esto hacía ruido, considerando que él sentía que los programas de Facebook estaban básicamente diseñados para asegurarse de que los lectores de noticias se quedaran adentro para consumir publicidades de Facebook.
"Todo es cuestión de dinero", dice Reader. "Es una compañía tratando de monopolizar todo el comportamiento de Internet. Todo lo que ocurre, ellos quieren que ocurra solo en Facebook."
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Cuando Donald Trump fue elegido en 2016, Facebook –y Silicon Valley en general– debió enfrentar muchas críticas. Había un pánico entendible porque las fake news –fueran obra de los rusos, o trolls de Macedonia desperdigando noticias falsas sobre Barack Obama, o descabelladas teorías conspirativas acerca de Hillary Clinton y el "Pizzagate"– estaban teniendo un impacto destructivo, responsable de todo, desde el Brexit hasta la elección del Sombrerero Loco como el presidente de Estados Unidos.
Profesores de periodismo, sociólogos, ex empleados de Facebook, todos culpaban a la red social por el auge de las conspiraciones, las intervenciones rusas y los discursos de odio. "El feed de noticias optimiza el involucramiento", dijo el ex diseñador de Facebook Bobby Goodlatte. "La mierda es altamente atractiva."
Los políticos empezaron a pedir mayores regulaciones, pero Facebook se burló de la idea de que fuera responsable por Trump, o por cualquier otra cosa. Además, o al menos públicamente, la compañía siempre se había resistido a filtrar cualquier cosa excepto porno, amenazas y videos de decapitaciones. Sus líderes insistían en que la idea era "juntar a la gente", no editar contenido. "Somos una compañía de tecnología, no de medios", dijo en 2016 el CEO Mark Zuckerberg, luego de una visita al Papa.
La onda sensiblera de Facebook de reunir "amigos" en parte podía ser cierta, pero también era un fino velo para un plan de negocios voraz: reunir el mayor rebaño de gente posible para tener camiones de publicidades dirigidos hacia sus ojos. Los discursos sobre restricciones eran un problema porque implicaban restringir a los hablantes, y por ende el flujo de dinero.
Para mantener a raya a los lobos reguladores, Facebook tenía una sola cosa con la que negociar: su propio poder político. En 2017, un 45 por ciento de los estadounidenses recibían noticias de Facebook, haciendo que fuera, por lejos, la mayor red social de noticias del país. Un puñado de ejecutivos podía ofrecerles a los gobiernos (incluyendo el nuestro) un pacto con el demonio: un control mayor sobre el flujo de información a cambio de libertad para seguir con su enorme negocio de venta de ojos para publicidades.
Podríamos haber respondido de 100 maneras diferentes al problema de las fake news. Podríamos haber usado leyes al estilo europeo para frenar los planes rapaces de recolección de datos de Silicon Valley, que incentivan los trucos para conseguir clics y el partisanismo. Podríamos haber usado leyes antimonopolio para controlar compañías monopólicas que tienen una influencia electoral excesiva. Podríamos haber reconocido a megadistribuidores de medios de facto como empresas de servicio público, haciendo que los algoritmos para las búsquedas de Google y las noticias de Facebook fueran transparentes, y permitiendo que los medios legítimos sepan cómo están siendo regulados, y por qué.
En su lugar, esta historia puede estar transformándose en uno de los relatos más viejos de la política: el abuso de una emergencia pública para suspender los derechos civiles y concentrar poder. Un tema recurrente de la controversia de las fake news fue la disposición, de aquellos que están en el poder, para usar la influencia de plataformas como Facebook, en lugar de restringirla o corregirla. Acusado de ser un distribuidor de información irresponsable, ahora se le pide a Facebook que ejerza poderes nuevos y vastos.
La acumulación de todos estos escándalos le pasó factura a la compañía. Una encuesta reciente en Pew reveló que un 44 por ciento de los usuarios de entre 18 y 29 años borró Facebook de sus teléfonos el último año. Pero si ya pensabas que no te gustaba Facebook, esperá hasta que lo veas en su nuevo rol del Gran Hermano.
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La ironía es que el modelo de negocio de Facebook se apoyó en el partidismo, la división y los links de carnada. Una de las muchas razones por las que ganó Trump, como explicó el ex product manager de Facebook, Antonio García Martínez, en la revista Wired, fue el excelente uso de la campaña republicana de las compras de publicidades de Facebook, que premia a los desarrolladores de publicidades por despertar reacciones cerebrales propias de un lagarto en los lectores. La compañía, escribió García Martínez, "usa un modelo complejo que considera tanto el valor en dólares de cada posibilidad como cuál es el potencial que tiene una publicidad como para funcionar como anzuelo para generar clics".
Un vendedor astuto, escribió García Martínez, podía elevar el poder de compra si el cálculo de Facebook de su poder de carnada era alto. El dominio superior de esta dinámica que tenía la campaña de Trump le permitió comprar publicidades a precios muy bajos, mientras ocurría lo contrario con Clinton. En otras palabras, la misma compañía que premiaba el contenido más estúpidamente atrayente e hiperpartidario ahora denunciaba públicamente a sitios como Reverb News por... usar links de carnada.
Reader se preguntaba por qué habían elegido su página. Admite haber usado varios perfiles de reserva, lo cual constituye una violación técnica, pero insiste en que en otras épocas esto habría despertado una penalización mínima. Algunos de los otros sitios borrados eran de derecha o libertarios (aunque Facebook no publicó una lista completa de los sitios de la purga). Reader se preguntaba si Facebook –como supuestamente hizo luego de que una nota en Gizmodo en 2016 dijera que Facebook reprimía a los conservadores– estaba tratando de sobrecompensar atacando una operación con inclinaciones azules.
Tiffany Willis Clark, cuya página para su sitio Liberal America fue borrada el 2 de noviembre, también está desconcertada acerca de esto. Una editora de Texas, que se autodenomina como "de izquierda y cristiana", y que apoya al partido demócrata, dice que Liberal America, con sus 750.000 seguidores, es "un sitio de lifestyle" sobre "despertar conciencia en chicos que son sensibles al sufrimiento de otros". Insiste en que nunca tuvo ningún comportamiento prohibido por Facebook, y que se ocupa de citar organizaciones de noticias reputables. Un ejemplo de su contenido es una pequeña lista, "87 cosas que solo saben los chicos pobres, y a los conservadores no podría importarles menos", que contiene frases como: "Vamos al médico cuando estamos enfermos, pero mamá no".
Clark creó el sitio por razones políticas y espirituales, y cree que ayudó a llegar a la gente con su abordaje sincero. "Hay gente que me dijo que cambió de partido gracias a nosotros", dice Clark. "No lo hicimos por la plata. Eso fue un accidente feliz."
Le sorprendió ver cómo subía el tráfico luego del lanzamiento en 2013, y empezó a invertir en la página como un negocio. Clark calcula que gastó 150.000 dólares en las herramientas de realce de Facebook desde 2014. "Básicamente, puse los ahorros de mi vida en esto, y desapareció", dice. Como mucha gente contactada para este artículo, se arrepiente de haber creado un negocio alrededor de una plataforma de Internet con estándares constantemente cambiantes.
"Facebook parece estar redefiniendo su misión a cada minuto", dice. "Empezaron con las fake news, pasaron a Alex Jones, y ahora parece ser cualquier cosa que no sean medios mainstream."
La creencia de que las purgas recientes representan el inicio de una campaña contra los medios alternativos en general fue atizada por el hecho de que, en sus esfuerzos por controlar las fake news, Facebook hace poco empezó a trabajar con un muestrario cómico de funcionarios dudosos: se reunieron con la Foreign Influence Task Force del FBI y el Departmento de Seguridad Nacional; se asociaron con el Atlantic Council, la organización conectada con la OTAN que tiene en su comité a al menos seis ex directores de la CIA; y trabajan con un par de organizaciones sin fines de lucro asociadas con los partidos políticos más grandes, el Instituto Nacional Demócrata y el Instituto Internacional Republicano.
"Es un ataque directo a los medios independientes, antes de las elecciones", dice Sean Conners, del Blue State Daily.
"Esto es real", dice Bobby Rodrigo, miembro de la Georgia Society of Professional Journalist, y administrador de más de 100 cuentas de redes sociales para medios independientes y sitios de caridad. "Esto afectó a mucha gente que conozco. Y no muchos periodistas le están prestando atención."
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"No podemos darle a Facebook el beneficio de la duda si no es transparente", dice un experto. "'Confíen en nosotros' no es suficiente."
Noticia de último momento: siempre hubo mierdas extrañas en Internet. Hace poco tiempo, eso era lo que a muchos nos gustaba de ese medio. En la Net había de todo, desde sexo de cabras hasta "Trece estipulaciones bizarras en testamentos", pasando por todas las pruebas que podías necesitar si querías probar que Pie Grande era real. Nada de todo esto había estado nunca regulado de manera seria, algo acorde a una actitud históricamente permisiva hacia la libertad de expresión.
Tradicionalmente, hemos tolerado las noticias falsas (el programa de radio de 1938 The War of the Worlds asustó a uno de cada doce oyentes que creyeron que la Tierra había sido invadida por Marte) y dementes de las conspiraciones como los larouchianos. En la historia moderna, para regular la libertad de expresión, nos hemos apoyado en leyes de difamación, las fuerzas del mercado e intervenciones ocasionales de la Comisión Federal de Comunicaciones.
Obviamente, nadie tiene el derecho constitucional de abrir una página de Facebook ni de Twitter. Como dice Ben Wizner, abogado de ACLU, acá no hay un asunto de Primera Enmienda. "Si acá figurara algo de la Primera Enmienda, sería en relación con las compañías, que tienen el derecho a decidir qué va y qué no en sus plataformas", dice. Pero el hecho de que las purgas probablemente sean legales no significa que no sean preocupantes. Si un puñado de compañías toman decisiones coordinadas sobre contenidos, especialmente en conjunción con cuerpos oficiales o cuasi oficiales, esto tiene implicaciones importantes para la prensa.
Eric Goldman, de la Santa Clara University School of Law, dice que el problema es una "censura blanda", y agrega: "Estamos viendo la eliminación de contenido que no es ilegal, pero que no le gusta al gobierno. Es una forma de censura por la puerta trasera".
Alguna vez considerada una herramienta revolucionaria para la democratización y el empoderamiento personal, la Internet siempre tuvo un potencial impresionante como palanca de control social, como ya vimos en otros países.
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Cuando se trata de compañías de Internet que trabajan con gobiernos, hay dos peligros importantes.
En el primero, un gobierno represivo usa la plataforma para acelerar abusos de los derechos humanos. El peor ejemplo es Myanmar, donde la ONU hace poco concluyó que Facebook puede haber sido clave para colaborar con el genocidio, apoyado por el gobierno, contra la minoría de musulmanes rohinyá en el país.
La campaña contra los rohinyá llevó a asesinatos, violaciones e incendios, e hizo que 700.000 personas se fueran a otros países, y miles murieran. Los agresores fueron alentados por funcionarios de Myanmar, y atacaron establecimientos rohinyá con una ira asesina.
Una serie de posteos en Facebook en el país de mayoría budista decía que las minorías musulmanas eran larvas, perros y violadores, y cosas como: "Tenemos que combatirlos como hizo Hitler con los judíos". En ese momento, Facebook solo tenía un puñado de personas que hablaban birmano revisando este contenido, y la ONU concluyó que la plataforma se había "transformado en una bestia".
Desde entonces, Facebook borró cuentas de figuras militares de Myanmar acusadas de incentivar la violencia, citando la misma ofensa que se aplicaba a gente como James Reader: "Comportamiento inauténtico coordinado".
La otra cara de no involucrarse mucho es tener relaciones íntimas entre gobiernos extranjeros y compañías involucradas en la regulación de la libertad de expresión.
En marzo de 2018, por ejemplo, luego de lo de Myanmar, Facebook cerró el popular sitio de noticias palestino SAFA, que tenía 1,3 millones de seguidores.
SAFA era casi oficial, una respuesta en Internet a la agencia de noticias WAFA del gobierno palestino. (Se dice que SAFA tiene simpatía por Hamas, lo cual la publicación niega.) Sus operadores dicen que tampoco les dieron ninguna razón para la suspensión. "Ni siquiera nos mandaron un mensaje", dice Anas Malej, coordinador de redes sociales de SAFA. "Estábamos en shock."
La remoción de SAFA ocurrió poco tiempo antes de una protesta muy publicitada en la región: la Marcha del Gran Retorno del 30 de marzo, en la que los residentes de la Franja de Gaza trataron de regresar a sus pueblos en Israel; resultó en seis meses de un conflicto violento. Malek y sus colegas están seguros de que el borramiento de SAFA de Facebook estaba cronometrado justo antes de la marcha. "Se trata de un ataque directo a una red social palestina efectiva, en un momento crítico", dice.
Israel tiene una de las relaciones más abiertamente cooperativas con Facebook: el ministro de Justicia de 2016 se jactaba de que Facebook había acatado "el 95 por ciento" de sus pedidos de borrar contenido. El ministro llegó a proponer una "ley de Facebook" que le daría al gobierno el poder de borrar contenido de plataformas de Internet bajo el paraguas de "provocación". Aunque finalmente falló, existe un arreglo informal, como quedó claro en octubre.
Ese mes, el Directorio Cibernético Nacional de Israel anunció que Facebook estaba borrando "miles" de cuentas antes de las elecciones municipales. Jordana Cutler, directora de políticas de Facebook en Israel –y ex asesora del primer ministro Benjamin Netanyahu– dijo que la compañía meramente acataba sugerencias. "Recibimos pedidos del gobierno, pero no estamos comprometidos con ellos", dijo Cutler.
Este modelo debería preocupar a los estadounidenses. La Primera Enmienda no permite que el gobierno les ordene a las plataformas que quiten contenidos. Pero, como queda claro en lugares como Israel, a veces una sugerencia es más que una sugerencia. "Si te dicen que no están ‘obligados’, deberían poner un asterisco", dice Goldman.
El ejemplo más perturbador de cooperación privada-pública probablemente sea la relación entre Google y China. La compañía cuyo lema era "No ser malos" supuestamente está avanzando con planes de un sistema de búsqueda con censura llamado "Dragonfly". El sitio podría eliminar términos de búsqueda como "derechos humanos" y "premio Nobel" para más de mil millones de personas.
La falta de interés por parte de la prensa es notable. Si una compañía estadounidense de la escala de Google hubiera ayudado a los soviéticos a desarrollar una herramienta de censura, la noticia habría dominado la prensa, pero en Estados Unidos casi no llegó a los titulares.
En alguna parte entre los modelos de Israel y Myanmar está la experiencia de Alemania, que en 2017 aprobó una amplia Ley de Seguridad de Redes (NetzDG) que requería que se borrara contenido ilegal que violara la ley alemana contra la provocación de crímenes, el odio o el uso de símbolos políticos prohibidos. Facebook trató de atenerse a la NetzDG, contratando a miles de personas para trabajar en los "centros de borramiento" en Essen y Berlín. Pero en 2018, una corte alemana determinó que Facebook no puede borrar contenido que no es ilegal, lo cual algunos creen que puede forzar a la compañía a permitir cosas como fotos de desnudos. "Esto se va a poner interesante", dijo un investigador de políticas tecnológicas europeo.
Borrar contenido es complicado en Alemania, que tiene leyes claras y coherentes contra ciertos tipos de expresiones, ¿cómo podría darse un esfuerzo similar en Estados Unidos, que tiene una tradición legal mucho más permisiva?
Pronto lo sabremos.
Hace poco más de un año, el 31 de octubre, un subcomité de senadores de Estados Unidos realizó una audiencia para interrogar a representantes de Google, Facebook y Twitter. El tema era "Contenido extremista y desinformación rusa en Internet: trabajando con la tecnología para encontrar soluciones". El intenso interrogatorio tuvo lugar durante la cima de descontento público con las fake news. Facebook acababa de anunciar que borraría alrededor de 3.000 publicidades creadas por una "Agencia de Investigación de Internet" rusa.
Para la audiencia, las compañías tecnológicas enviaron abogados. Los dos abogados presentes –Colin Stretch, de Facebook, y Sean Edgett, de Twitter, más Richard Salgado, director de seguridad de Google– parecían dolidos, como si estuvieran esperando para hacerse una colonoscopía.
Aunque el propósito ostensible del evento era pedirles a las plataformas que ayudaran a impedir las interferencias extranjeras en las elecciones, pronto resultó claro que los senadores estaban decididos a transmitir otras preocupaciones.
El republicano Chuck Grassley, por ejemplo, señaló publicidades en Baltimore, Cleveland y Ferguson (Missouri), que aseguró que "difundían historias de abuso contra americanos negros por parte de las fuerzas del orden. Estas publicidades están claramente orientadas a empeorar las tensiones raciales".
La senadora de Hawái, Mazie Hirono, insistió en que los avisos rusos habían afectado las elecciones, y les pidió a los representantes de Silicon Valley que desarrollaran una "declaración de objetivos fundamentales" para "evitar que se fomente el desacuerdo".
Cuando Stretch trató de ofrecer una respuesta evasiva acerca de que la misión de Facebook es promover la comunidad (traducción: "ya tenemos nuestros principios fundamentales"), Hirono lo interrumpió y le recordó una palabra que había usado antes. "Autenticidad", le dijo. "Me gustaría que ese fuera el principio fundamental."
Incluso si uno calcula que todas las preocupaciones acerca del entrometimiento extranjero son ciertas, Hirono estaba jugando con fuego. Una cosa es ajustar las restricciones a la propaganda ilegal. Pedirles a las compañías de medios más poderosas que creen principios fundamentales vagos en busca de "autenticidad" y de una adecuada prevención del "desacuerdo", es otra cosa.
¿Cómo hará el Senado para que Facebook ceda? Tuvimos una pista en julio, cuando el senador Mark Warner lanzó un informe pidiendo regulaciones para Silicon Valley. Warner proponía una legislación que reduciría el uso no deseado de información personal. Esto era ponerle una pistola en la sien a la industria, considerando que la mayoría de las plataformas dependen de la insaciable recopilación de esa información para las ventas de publicidades.
Para entonces, las compañías ya habían realizado cambios dramáticos. Google hizo ajustes en su sistema de búsqueda normal, no chino, en abril de 2017. Bautizados "Proyecto Búho", los cambios estaban diseñados para evitar que las noticias falsas –los sitios que niegan el Holocausto fueron citados como ejemplo– aparecieran arriba en los resultados de búsqueda.
Aunque la campaña contra las fake news muchas veces fue descrita como necesaria para combatir la desinformación y el odio de la extrema derecha (y, muchas veces, las declaraciones falsas del propio Trump), algunos de los primeros sitios que sintieron el aguijón del nuevo motor de búsquedas parecen ser de las ideas contrarias. Y ahí es donde es inevitable preguntarse por la buena fe de los esfuerzos americanos de reinar en Internet.
Luego de que Google revisara su herramienta de búsqueda en 2017, un rango de operaciones de noticias alternativas –desde The Intercept hasta Common Dreams, pasando por Democracy Now!, de Amy Goodman– empezaron a experimentar caídas bruscas en su tráfico.
Uno de los primeros fue el World Socialist Web Site (WSWS). Según el periodista Andre Damon, la agencia hizo pruebas para ver cómo le iba al sitio bajo las nuevas búsquedas de Google. Descubrieron que, en las viejas búsquedas, las notas de WSWS aparecían muy arriba. Un par de meses después, no se las podía encontrar por ninguna parte. "Si ponías ‘desigualdad social’, en abril de 2017 éramos la segunda nota que te aparecía", dice Damon. "En agosto, ya no estábamos entre los primeros 100."
Damon y otros en WSWS, usando información de la compañía de análisis de marketing SEMRush y Google Webmaster, hicieron pruebas con otra docena de sitios progresistas y anti-guerra. Descubrieron que su propio tráfico había caído en un 67 por ciento, y calcularon que el de Alternet había bajado un 63 por ciento, y Wikileaks, 30 por ciento. Todos los sitios que midieron habían caído como mínimo un 19 por ciento. "Google es pionero en esto", dice Damon. (Google enfatizó que los rankings cambian con cualquier actualización del algoritmo, y la compañía dice que no selecciona ningún sitio por su nombre.)
Facebook también había hecho cambios drásticos en su algoritmo, y no solo sitios de izquierda estaban cayendo. Kevin Roose, de The New York Times, hace poco presentó un sitio de derecha con base en Pensilvania llamado Mad World News que, como Reader, había gastado unas sumas enormes en herramientas de Facebook para construir su público: la friolera de medio millón de dólares, según los fundadores del sitio. Pero desde 2017, el tráfico de la página bajó de 20 millones de visitas por mes a casi nada, especialmente luego de que Facebook implementara su algoritmo de "Fuentes Confiables", que restaba importancia a sitios comerciales en favor de contenidos "locales" más familiares.
"Tengan integridad, devuelvan el dinero", es lo que le dijeron los de Mad World a Roose.
Pero al poco tiempo, los cambios de algoritmo no serían suficiente, y empezaron las prohibiciones directas. El 17 de mayo, Facebook anunció que empezaría a trabajar con el Atlantic Council.
Muchas veces expuesto por sus críticos como el grupo de lobby no oficial de la OTAN, el Council es una galería de granujas de los dos partidos, líderes militares de rangos superiores, neoconservadores y ex espías. Los ex directores de la CIA que forman parte de su consejo incluyen a Michael Hayden, R. James Woolsey, Leon Panetta y Michael Morell, quien se suponía que iba a ser el jefe de la CIA de Hillary Clinton.
El consejo está bancado por fabricantes de armas como Raytheon, titanes energéticos como Exxon-Mobil y bancos como JP Morgan Chase. También acepta fondos de muchos países extranjeros, algunos de ellos con reputaciones poco admirables en cuanto a los derechos humanos y –especialmente– la libertad de expresión.
Uno de sus mayores donantes es Emiratos Árabes Unidos, que en 2018 cayó nueve posiciones, del puesto 110 al 128, en la lista de los 180 países del World Press Freedom Index.
Cuando Rolling Stone le preguntó al Atlantic Council acerca de la evidente contradicción de asesorar a Facebook acerca de prácticas de prensa cuando recibe fondos de gobiernos extranjeros que reprimen la libertad de expresión, contestó que los donantes deben acatar por escrito términos estrictos.
En la misma época en que se anunció la sociedad, Facebook hizo una donación al Atlantic Council de entre 500.000 y 999.000 dólares, lo cual lo convirtió en uno de los mayores donantes del think tank. El gigante de las redes sociales tranquilamente podría haber financiado su propio equipo de ex espías y especialistas en medios para el proyecto de las fake news. Pero los empleados de Facebook les han dicho a periodistas que el consejo fue convocado para que Facebook pudiera "tercerizar muchas de las decisiones más sensibles políticamente hablando". En otras palabras, Facebook quería que otros absorbieran los golpes políticos por borrar páginas.
(Facebook no contestó a RS sobre haber tercerizado las decisiones políticas más sensibles, pero dijo que eligió al Atlantic Council porque el consejo tiene "expertos calificados en cuestiones de interferencia extranjera".)
Facebook anunció su primera ronda de borramientos el 31 de julio, un día después del informe de Warner. En este primer incidente, Facebook dio de baja 31 sitios por "comportamiento inauténtico". Las cuentas parecían una parodia de propaganda de agitación política. Una, Black Elevation, muestra la famosa foto de Huey Newton en una silla con una lanza. De forma significativa, la página de un evento –anunciando una contraprotesta ante la incipiente marcha neonazi Unite the Right 2– estaba dirigida por un grupo de protestas verdadero llamado Shut It Down DC Coalition, a quienes fastidió haber sido descritos como "inauténticos" en las noticias.
"Esta es una protesta de verdad en Washington", dijo la vocera Michelle Styczynski. "No es George Soros. No es Rusia. Somos nosotros."
Pero los titulares no decían: "Facebook borra algunos memes claramente falsos y una página de protestas doméstica real". En su lugar, eran pura seriedad: "Facebook borra cuentas falsas que imitaban tácticas rusas", dijo The Wall Street Journal; "Facebook lucha contra un adversario maduro en las intromisiones electorales", fue el título no irónico del New York Times.
Más o menos una semana después, el 6 de agosto, se silenció a uno de los mayores idiotas de la vida pública estadounidense. Cuatro compañías de tecnología importantes –Apple, YouTube, Facebook y Spotify– decidieron borrar total o parcialmente al lunático y conspiranoico de Infowars, Alex Jones. Twitter pronto haría lo mismo.
Jones era tristemente célebre por haber dicho que las víctimas infantiles del tiroteo de Sandy Hook eran falsas, y su acoso estilo troll de padres de Sandy Hook es uno de los episodios más asquerosos de los medios modernos. Jones es un preferido de Trump, quien alguna vez le dio a Infowars un pase de prensa para la Casa Blanca.
El hachazo a Jones por parte de las plataformas tecnológicas fue saludado por casi todo el mundo en la prensa mainstream. "Por fin", exhaló Slate. "Era hora", dijo Media Matters. Incluso el Weekly Standard, de derecha, celebró diciendo: "No hay razones para que los conservadores defiendan a este tipo".
Pocos observadores sospecharon las implicancias del episodio de Jones. Las objeciones eran más por el cómo que por el quién. "Nadie se queja de que borren a Alex Jones, lo cual es entendible", dice David Chavern, de News Media Alliance. "¿Pero qué regla violó? ¿Cómo se compara lo que él hizo con lo que hizo otra gente que dice cosas similares? En realidad nadie lo sabe."
"Odio a Alex Jones, odio a Infowars", dice Rodrigo, el periodista alternativo que vive en Georgia. "Pero todos lo vimos venir."
James Reader, de Reverb, fue una de las voces que festejaron la caída de Jones. Ahora, los conservadores se relamen con la forma en que Facebook borró a Reader. "Es algo que tengo que aceptar", dice. "Sigo creyendo que no hicimos ninguna de las cosas malas que hace Jones. Pero debería haber prestado atención a la imagen más general. Todos tendríamos que haberlo hecho."
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Después de que borraran a Jones, los medios y la gente de la industria tecnológica se preguntaron cuál sería el siguiente paso. ¿Y la gente que no incitaba odio ni cometía difamaciones pero se ajustaba a la idea que podría tener alguien de "engañosa" o "divisiva"?
El Atlantic Council publicó en septiembre un informe en el que insistía que los productores de los medios tenían un "deber de diligencia" de no "transmitir el virus" de la desinformación. Señalaba con pesar que "la democratización de la tecnología les dio a los individuos capacidades a la par de las corporaciones", y advertía que incluso los contenidos domésticos a los que les faltaba "contexto" o que "socavaban creencias" podían amenazar la "soberanía".
El Council argumentaba que la cura podía acelerarse presionando a los "guardianes" del mercado para que "filtraran la calidad" del contenido. "Esto no necesariamente debe ser hecho por el gobierno", escribió. "De hecho, sería mejor que no."
¿Qué pasa cuando "guardianes" corporativos tratan de "filtrar" los descontentos sociales? Bassler, del Free Thought Project, ya tenía una idea bastante buena. Por un lado, es uno de los mejores registradores de mal comportamiento por parte de las fuerzas del orden en Estados Unidos. Sus sitios, esencialmente, son un archivo gigante de videos de brutalidad policial. Pero tiene un costado extremista. Si recorrés los titulares de Free Thought, vas a encontrar notas acerca de todo, desde estelas químicas hasta estudios que cuestionan la eficacia de las vacunas.
En general, el Free Thought Project es un poco como una versión más politizada y de la Era de Internet de In Search Of: una mezcla de noticias reales y conspiraciones. Busca llenar los huecos en las coberturas de los medios mainstream, pero también incursiona en temas que le darían escalofríos a la Columbia Journalism Review.
Como Reader, Bassler, según dice él, intentó cumplir con todos los pedidos de Facebook a lo largo de los años, porque su negocio dependía de eso. "No me interesa construir una paja grupal de toda la gente que está de acuerdo conmigo", dice Bassler. "Estoy tratando de hacer una diferencia, así que necesito Facebook. Ahí es donde están los normies, ¿no? Ahí es donde llegás a la gente."
Después de 2016, Facebook hizo que llegar a los "normies" fuera cada vez más difícil para los productores pequeños. Mucho tiempo antes de convocar a socios como el Atlantic Council y el International Republican Institute, Facebook invitó a socios de medios mainstream para que colaboraran chequeando la información. Estos incluían a Associated Press, PolitiFact, FactCheck.org, Snopes e incluso The Weekly Standard.
A Bassler no le fue bien en este proceso. Cuatro notas de Free Thought Project resultaron deficientes en cuanto a la veracidad de la información, según los informes. Esto hizo que el tráfico se desplomara en los últimos dos años, bajo una nueva política de Facebook que degrada, a través de algoritmos, las fake news. Pero Bassler no es Alex Jones. En dos casos, sus evaluaciones "falsas" fueron luego corregidas por PolitiFact y AP. Su negocio de todos modos recibió el golpe.
El sistema del panel de evaluadores tiene problemas graves. Está la obvia cuestión de que los medios establecidos reciban dinero de Facebook (supuestamente, hasta 100.000 dólares por año) para reducir el negocio de sus competidores.
Una nota de la Columbia Journalism Review acerca de este proceso citaba chequeadores anónimos que decían no estar seguros acerca de cómo Facebook elegía los sitios a ser evaluados. Algunos se preguntaban por qué notas de los medios mainstream, como Fox o MSNBC, quedaban afuera. Otros se preguntaban por qué Facebook no chequeaba la información del contenido pago.
Las teorías conspirativas no están siempre mal, y la gente que tiene inclinación hacia ellas, por esa misma razón, muchas veces es la primera en ver problemas. Un importante informe temprano acerca de la crisis financiera de 2008, por ejemplo, apareció en Zero Hedge, un sitio ahora habitualmente descartado como conspirativo.
Si la cuestión del periodismo de este tipo es o no legítimo queda en manos de paneles de medios corporativos –que muchas veces son objetos de crítica de estos mismos sitios–, entonces incluso el periodismo legítimo que "socava creencias" dentro de poco será algo raro. Especialmente cuando uno considera que los medios "respetables" muchas veces son actores importantes en engaños políticos mayores (el episodio de Irak y las armas de destrucción masiva es el ejemplo más famoso de lo terribles y duraderas que pueden ser las consecuencias de la desinformación), hay un peligro tremendo en borrar los sitios que están dispuestos a jugar ese papel desafiante.
El Free Thought Project de Bassler finalmente fue borrado el 11 de octubre. No podemos hacer ninguna suposición acerca de por qué. Pero la opacidad del proceso de filtro hace difícil que uno no se pregunte si esos sitios fueron elegidos por razones no necesariamente legítimas.
"A menos que su metodología sea transparente, no podemos darles el beneficio de la duda", dice Chavern. "Finalmente, la frase ‘confíen en nosotros’ no va a ser suficiente."
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La nueva época de la "regulación de contenidos" fue una mezcla. Junto con prohibiciones de contenido neonazi de Daily Stormer en sitios como Google, hemos visto la remoción de contenidos como una foto de dos mujeres besándose o la prohibición de páginas de atletas en lenguaje árabe en países musulmanes. Sitios de izquierda venezolanos como TeleSUR y VenezuelaAnalysis.com fueron suspendidos o borrados de Facebook, borraron contenidos de caricaturistas feministas en India, y videos de monjes tibetanos autoinmolándose han sido sancionados por violar los "estándares de la comunidad" de Facebook.
Mientras tanto, en incidentes menores, libertarios como Daniel MacAdams, del Ron Paul Institute, organizaciones progresistas como Occupy London y escritores controvertidos como la australiana Caitlin Johnstone han sido suspendidos de Twitter y otras plataformas.
Muchos de estos casos involucran suspensiones iniciadas por quejas de usuarios, otra zona potencialmente problemática. Como la escala de operaciones de Internet es tan vasta –se introducen miles de millones de piezas por día en plataformas como Facebook–, las compañías siempre van a estar forzadas a apoyarse en sus usuarios para identificar problemas. A medida que se expandan los motivos para las prohibiciones, vamos a ver a cada vez más gente tratando de denunciar a sus enemigos online para que sean suspendidos o prohibidos. RS encontró ejemplos tanto en la izquierda como en la derecha. Para Wizner, de ACLU, esto es clave. "Si vas a tener miles de millones de usuarios", dice, "siempre va a ser como pegarle al topo. No podés hacerlo a escala."
Cualquiera que sea la cura democrática para esta dolencia que tenemos, lo que estamos haciendo es exactamente lo contrario. Hemos empoderado a un pequeño cuadro de ex espías, CEOs tecnológicos, asesores del Senado, donantes extranjeros autocráticos y medios mainstream para crear un sistema irresponsable de evaluaciones de contenidos secreto y arbitrario que, hasta ahora, y para sorpresa de nadie, parece haber apuntado sobre todo a sus críticos más severos.
"¿Qué gobierno no quiere controlar qué noticias ves?", dice Goldman, profesor de Derecho.
Este es un poder que tentaría hasta a los políticos más honestos. Ya hemos probado que somos capaces de elegir a los políticos menos honestos que se pueda imaginar. ¿De verdad queremos que la gente tenga esta herramienta?
En su camino a la Casa Blanca, Trump sembró ansiedad pública y difamó nuestra democracia, pero ese fue solo un preludio para vender autoritarismo. Esta campaña secreta contra las noticias falsas quizás no sea idea de Trump. Pero da una idea del estilo de Trump, algo que, en una época menos frenética, jamás consideraríamos. Estamos asustados. No estamos pensando. Y esto puede salir mal de muchas maneras. Para algunos, ya empezó a salir mal.
"Hoy es Reverb Press", dice Reader. "Mañana podés ser vos."
Matt Taibbi
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