Queen. A 40 años de la gira que lo cambió todo
Se cumplen hoy 40 años de su debut en la Argentina, un país que no estaba preparado para un show tan importante
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Javier Capalbo se había casado el 30 de diciembre de 1980, pero por su trabajo no había podido tener su luna de miel. Alfredo, su padre, había cerrado el contrato para traer a Queen a la Argentina, y desde entonces nadie paraba de trabajar en (y aprender cómo hacer) los shows. Una vez terminada la gira por la Argentina –el 8 de marzo, con el último concierto en Vélez, en un tour que también pasó por Rosario y Mar del Plata– Queen viajó a Brasil y Coqui (así lo llaman todos) aprovechó para hacer ese viaje postergado. Después de dos shows multitudinarios en el Estadio Morumbí de San Pablo (120 mil personas cada uno, la mayor audiencia paga hasta el momento), Capalbo fue invitado a cenar con la producción brasilera. En la misma mesa también estaba Freddie Mercury.
— Freddie, este show fue lo más grande de tu carrera, ¿no? – dice el productor paulista.
—Sí, fue muy grande, pero lo que yo viví en la Argentina nunca lo vi en mi vida.
“Ellos pensaban que venían a las Indias, y cuando en el estadio vieron que la gente cantaba sus canciones, no lo podían creer”, dice hoy Capalbo a LA NACION revista. Por eso la gira por la Argentina, de la que hoy se cumplen 40 años, es un hito en la historia de Queen y del rock en Sudamérica.
Puede resultar difícil entender cómo era el mundo 40 años atrás. En algún momento de 1981, el republicano Ronald Reagan asumiría la presidencia de los Estados Unidos, Lady Di y el Príncipe Carlos se casarían, MTV realizaría su primera transmisión con el clip Video killed the radio star, el Boca de Diego Maradona saldría campeón del Metropolitano y se darían a conocer cinco casos de neumonía entre personas homosexuales de California, en lo que sería el primer reporte de casos de VIH/Sida. Adam Lambert, actual vocalista de Queen, ni siquiera había nacido.
En la Argentina, la dictadura cívico-militar intentaba ablandar su imagen y sus horrores, con la incorporación de algunos elementos democráticos, como sería la posibilidad de asistir a un concierto de rock. Enemigos de las multitudes, no es que no hubieran permitido ningún show hasta ese momento, pero sin dudas no lo habían hecho con algo de esta magnitud. De alguna forma querían aprovechar la visita de Queen para intentar demostrar que no era un gobierno tan cerrado ni tan represor. Y lo querían hacer con un recital de esos que resultan imposibles de ignorar. Ni Santana en 1973 ni Joe Cocker en 1977 ni The Police en 1980 habían alcanzado ese status. Frank Sinatra llegaría en 1981, pero después.
“Algunos dicen que a Queen lo trajeron los militares, y no. Fue un empresario que vio la posibilidad de un negocio”, dice Coqui. Lo que no vieron ni él ni su padre en ese momento –o sí, pero estuvieron dispuestos a correr el riesgo– era que la Argentina no estaba preparada ni desde la logística ni la infraestructura ni desde el aspecto técnico para llevar adelante un concierto como los que daba Queen. No se le podía ofrecer a una de las bandas más populares del mundo el rider técnico de los carnavales del Club Comunicaciones.
“Queen fue algo casual –dice Capalbo–. Viajamos a Los Ángeles para contratar a Lynda Carter, que había interpretado a La Mujer Maravilla para la serie de TV, pero la visita se frustró porque ella quería venir a cantar y no a hacer de Wonder Woman. En aquella época vivía en California un capo de la industria discográfica argentina, que era Beco Rota, de EMI Odeón, que nos invitó a una reunión en la agencia que manejaba las giras de Queen en los Estados Unidos. Y fuimos. Llegamos y también estaba Jim Beach, el manager de la banda”.
Con el trato cerrado, seis meses antes de los shows, Beach viajó a la Argentina con el production manager del grupo, Gerry Stickells, con la misión de encontrar los mejores estadios donde pudieran tocar, en un país que dos años antes había tenido un Mundial de fútbol. Vélez y Rosario Central fueron de la partida, pero por alguna razón económica se llegó a la conclusión de que Queen no era negocio para Córdoba, y se eligió a Mar del Plata. En las reuniones con los encargados de cada estadio surgió una preocupación central: la energía eléctrica para abastecer semejante puesta en escena. “Cuando Stickells les pasaba el requerimiento, la respuesta era casi unánime: está loco”, dice Capalbo. Se utilizaron las subestaciones eléctricas de los estadios y se le alquiló a Segba un cable para llevar toda esa energía hasta el escenario. “Fue el costo más grande que tuvo la producción”, dice Coqui.
No había infraestructura en el país –escenario, sonido, luces, electricidad– a la altura de lo que implicaba un show de Queen. El motivo era simple: nunca se había hecho nada igual. Cada escenario tardaría 20 días en armarse, y se hacía en base a unos planos que había dejado la empresa Acrow, especializada en armados tubulares. Se montaron estructuras simultáneas en Buenos Aires, Rosario y Mar del Plata, y después se sumaban las luces y el sonido que traía la banda, en aviones 747 fletados especialmente desde Japón.
“La producción de ellos quería radios –o lo que hoy se llama handys– para comunicarse dentro del estadio, y nosotros los tuvimos que traer de afuera de contrabando”, cuenta Capalbo. Los vehículos también fueron un tema: “Estaban acostumbrados a usar limusinas, y acá eso no existía. Lo más parecido era el Ford Fairlane, que era un auto muy grande. Contratamos cuatro, para los miembros de la banda, que desde el aeropuerto tenían que ir directo a Vélez para la conferencia de prensa. Pero el que llevaba a Freddie Mercury no fue directo, porque paró a cargar nafta. Imaginate parar en la YPF con Freddie arriba… El único reproche de Jim Beach a nosotros fue por eso”.
Capalbo Producciones tenía sus oficinas en el primer piso del Hotel Alvear, desde donde Alejandra (o Sipi, la hermana de Coqui) y la tía Tota se encargaban de la parte administrativa y de la venta de entradas. “Siempre será un antes y un después de Queen” decía el aviso publicitario del show en La Feliz, que también especificaba el valor: $50.000. “Si a alguien no le alcanzaba para pagar toda la entrada, nosotras poníamos, pero nadie entendía por qué tenía que sacarla con tres meses de anticipación”, le contó Sipi a Puerto Bulsara, el podcast sobre Queen conducido por BB Sanzo y Alexis Valido.
“Se tomó un riesgo alto, pero hay que tener en cuenta que la situación económica lo permitía –dice Coqui–. Era algo comparable al 1 a 1 de los noventa. Las entradas se podían cobrar en su equivalente a dólares porque el dólar estaba, en teoría, barato. Mientras duró la gira por Argentina se mantuvo la paridad, y después, en marzo, cuando cambió el presidente ya no fue igual. Fijate que la otra gran revolución de los conciertos, que fue en la primera visita de los Rolling Stones, la situación era similar, se podían vender entradas caras”, agrega.
En pleno apogeo
Queen llegaba a la Argentina en su apogeo, con varios hits en su haber y con la presentación de un disco como The Game. No les había hecho falta que la prensa los trate bien (algo que, de hecho, no ocurría) para convertirse en una banda de estadios, capaz de manejar a las multitudes con el carisma de un frontman que era más que un cantante. Freddie Mercury y su exhibicionismo escénico desafiaban los cánones de lo que un vocalista tenía que ser: grandilocuente, sexual, desafiante. Los integrantes de la banda, sin embargo, no armonizaban del mismo modo que en sus canciones. Según contó Brian May a la revista Mojo, durante la grabación todos pensaron en dejar la banda más de una vez, pero no lo hacían porque sabían que Queen era más grande que todos ellos por separado.
“Me acuerdo perfectamente de la primera vez que escuché ‘Don’t Stop Me Now’, en un programa de [Juan Alberto] Mateyko en AM –dice BB Sanzo–, y la idea de que la banda de la que yo era fan viniera a tocar a mi ciudad era algo impensado, imposible. Y cuando eso se confirmó pensé que iba a ser fantástico, pero a la vez no sabía, porque no había con qué comparar”.
“Jamás habíamos tenido en la Argentina un show en el que coincidieran la música con las luces”, dijo Carca en un informe de Canal Encuentro, uno de los tantos que se hicieron sobre la visita de Queen a la Argentina, en una observación que sintetiza que el concepto de puesta en escena casi no existía como tal. Por más multitudinario que pudiera ser un recital de, por ejemplo, Serú Girán, la vara entre una y otra experiencia eran muy distintas.
“Dos días antes de los shows fuimos a la casa de una de mis amigas a escuchar los discos y estudiar las letras, para lo que imaginábamos que iba a ser la experiencia de poder cantar con la banda –dice Sanzo–. La experiencia del estadio lleno, del sonido y la iluminación era un concepto que al país lo trajo Queen, antes no existía”. Capalbo desmiente algunos números sobre la cantidad de asistentes: “Había 16.670 plateas para vender, más unas 10 mil entradas en el campo, y 10 o 15 mil en las populares. Eso da un aproximado de 40 mil personas por show. Algunos dirán 60 mil o 100 mil, pero la realidad es esa”. Aún así, en el último show en el Amalfitani hubo muchos colados, por lo que hay que tomar los números de ese show con algo de desconfianza.
“Yo no tenía entrada, pero con un amigo nos metimos a través de una casa vecina”, dice a LA NACION revista Mundy Epifanio, promotor argentino de conciertos y giras por Europa y América, que en ese entonces tenía 25 años y empezaba a trabajar como manager de Riff. Desde una de las casas del costado de la cancha, unos “pibes de Velez” le facilitaban el acceso a aquellos que no tuvieran ticket y que quisieran pagarles una módica suma. “Entramos, pero terminamos en la última bandeja, arriba de todo, y se veía muy chiquito. Fue el día en el que Maradona se subió al escenario. Fue maravilloso”, recuerda Epifanio, que terminó la noche en la discoteca New York City.
En aquel momento, Queen era más famoso que Maradona. En el último de los conciertos, el 8 de marzo, el jugador se subió al escenario, presentado por el propio Mercury. Antes se habían sacado las hoy célebres fotos en camarines, con Maradona con una remera con la Union Jack que le había dado May, y Mercury con la camiseta de la Selección Argentina. Una rareza, dado que el fútbol y la música eran expresiones que no se mezclaban del mismo modo que lo hacen hoy.
Es probable que los miembros de Queen hayan conocido a Maradona casi un año antes, cuando la Selección jugó un amistoso en Wembley frente a Inglaterra. Aunque Argentina perdió 3 a 1, Diego se fue aplaudido por un jugadón que no terminó en gol, pero que al regreso le valió el consejo de su hermano Hugo: “Deberías haber enganchado, eludías al arquero, y definías por adentro”. Cinco años después, frente al mismo rival, pero en el Mundial de México 86 y con el antecedente de la Guerra de Malvinas, Maradona tomaría el consejo en el que es considerado el mejor gol de todos los tiempos. También es probable que los miembros de Queen hayan recordado ese intercambio de camisetas.
“En el 80, durante la gira previa de producción, Jim Beach me pidió ir a la cancha a ver a Maradona –dice Capalbo–. Me resultó raro porque Maradona era un pibe que jugaba en Argentinos Juniors, pero igual terminamos ahí, en el viejo estadio, sentados en esas plateas de madera”, agrega. Ya en 1981 el jugador había firmado con Boca, fue mucho más fácil de ubicar para invitarlo al estadio, y el resto es historia conocida.
“Lo lamento, Marzolini”, le dijo Maradona al DT, que era reacio a que deje la concentración para irse a un recital. “Tenía una oportunidad –contó años más tarde en TyC Sports–. ¿No iba a ir a ver a Queen a Vélez? Era una picardía”.
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