Rabbit Hole, otro rompecabezas de paranoias y conspiraciones a la medida de Kiefer Sutherland
El actor de 24 regresa a un territorio conocido en un thriller lleno de intrincadas vueltas de tuerca que también puede verse como una curiosa comedia de enredos
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Rabbit Hole: juego de mentiras (Rabbit Hole, Estados Unidos/2023). Showrunners, autores y directores: Glenn Ficarra y John Requa. Fotografía: Brendan Steacy y Boris Mojsovski. Música: Siddharta Kosla. Edición: Jan Kovak y Chris McCaleb. Elenco: Kiefer Sutherland, Meta Golding, Charles Dance, Enid Graham, Rob Yang, Walt Klink. Disponible en Paramount+. Nuestra opinión: buena.
A Kiefer Sutherland el mundo de las conspiraciones le sienta bien. El hombre sufre, se agita y solo atina a preguntarse en medio de tanto vértigo qué le pasa, por qué lo persiguen y sobre todo cómo hace para salir de un laberinto que puede resultarle hasta mortal. Lo vimos así todo el tiempo en la trama de 24 y lo reencontramos en esta nueva aventura moviéndose en un terreno parecido.
Puede que John (o Jonathan) Weir, el protagonista de Rabbit Hole, no tenga a primera vista mucho que ver en su tarea con el inolvidable Jack Bauer, pero los dos tienen algo fundamental en común: si lo que quieren es entender por qué están en la mira de ocultas y misteriosas fuerzas, y sobre todo recuperar el control sobre sus vidas tienen que permanecer todo el tiempo en movimiento. No pueden quedarse quietos. Si hacen lo contrario serán fáciles blancos de los misteriosos poderes que tampoco parecen dispuestos a descansar hasta destruirlos.
En 24 al menos sabíamos que la sombra del terrorismo internacional siempre aparecía detrás de cualquier peligro al que Bauer quedaba expuesto. El mundo de espionajes varios y conspiraciones de todo tipo en el que se mueven Weir y el resto de los personajes de Rabbit Hole es mucho más difuso, elusivo, opaco, impreciso. Solo sabemos que su poder tiene alcances ilimitados y se sostiene en el tiempo.
Todo lo demás responde a las inevitables premisas y consignas del modelo tradicional de thriller conspirativo, un mundo cargado de ambiciones, paranoias y personajes que sienten en todo momento que están peleando directamente por el dominio del mundo. O, para ser más preciso, por el manejo de las palancas que mueven las grandes decisiones del poder político y económico globalizado.
Desde el título mismo, todo es una invitación a dejarse llevar por una trama imposible de entender por todo lo que está en juego. La “madriguera del conejo”, sostienen los diccionarios convencionales, es el escenario de una realidad confusa, extraña y carente de sentido. Es tan difícil entenderla como tratar de escapar de ella. Eso le ocurre a Weir cuando, a través de una serie de veloces acontecimientos encadenados en muy poco tiempo, empiezan a desmoronarse todas las certezas de una vida que hasta allí parecía manejar a voluntad.
Sutherland nos muestra de entrada a Weir como el inteligente líder de un equipo que podríamos definir como el reverso de Los simuladores. Con disfraces, logística, caracterizaciones y un plan diseñado con precisión quirúrgica, el grupo se mueve en el mundo del espionaje industrial para favorecer o perjudicar a determinados nombres o corporaciones. Todo a cambio de suculentas recompensas. En un momento se nos dice que algunas acciones responden a cierto espíritu propio de Robin Hood, pero otras parecen desmentirlo más tarde.
Hasta que una serie de intrincados y enrevesados giros, que empiezan con un encuentro de sexo casual, se van convirtiendo en muestras de una realidad inmanejable, en la que nada parece estar en su sitio. Es una realidad en la que toda verdad se transforma a la velocidad del rayo en apariencia, y viceversa. Cuando el desconcierto es mayor y nadie parece saber muy bien dónde está parado, incluyendo al espectador, se activa un bienvenido dispositivo de comedia que hace bastante más llevadero este recorrido tan enmarañado.
Los creadores de esta serie, Glenn Ficarra y John Requa, usaron con astucia y destreza hace una década toda la ciudad de Buenos Aires como escenario de un juego bastante parecido al de Rabbit Hole, aunque en Focus (la película que trajo a Will Smith y Margot Robbie a la Argentina en ese momento) los motivos de los personajes resultan bastante más banales y ligeros.
Hay intereses mucho más serios en el fondo de la trama de Rabbit Hole, pero lo que más parece interesarles a sus creadores no es la conspiración en sí, sino las reacciones que surgen en los personajes a través de ese movimiento continuo. Por más amenazas y peligros constantes a los que se enfrentan, en el fondo la serie funciona como una extraña y por momentos bastante atractiva comedia de enredos que incluye sorpresas genuinas y unas cuantas revelaciones inesperadas.
Es posible que tanto enredo promueva agotamientos tempranos y corra el riesgo de convertirse en una invitación irresistible para abandonar a mitad del camino. Algunos momentos casi inverosímiles como el escape de Sutherland de un destacamento policial alientan ese desconcierto. Además, la trama de Rabbit Hole reclama atención constante y necesita unos cuantos episodios para hacerse inteligible por completo. La estructura narrativa armada, como ya es costumbre en muchas series, a partir de flashbacks y saltos temporales constantes (viajamos constantemente de 1981 a la actualidad, con unas cuantas escalas en 2018) demora y condiciona a la vez la posibilidad de una comprensión integral.
Pero si estamos dispuestos a jugar con esas reglas y aceptamos sin ansiedad que las certezas tardarán en llegar, Rabbit Hole puede entregar algunos momentos de real entretenimiento. El mapa de la intriga está impreso en el rostro de Kiefer Sutherland. Sin disimular las huellas del tiempo, el actor se mueve en este mundo de paranoias, sospechas, engaños, maquinaciones y simulacros como si estuviese en su hogar. Meta Golding y el gran Charles Dance son los muy eficaces laderos del protagonista.
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