Intimidades de the Real World, el programa de MTV que desnuda los secretos de los jovenes norteamericanos.
Desde 1992 hasta ahora, The Real World [El mundo real, telenovela documental con personajes reales] reflejó cuarenta y cinco meses de la vida de 63 jóvenes de entre 18 y 25 años. Durante estas nueve temporadas pudimos ver un casamiento, un aborto, una ceremonia de compromiso de dos homosexuales, una aventura de borrachera al volante, un caso de agresión física y miles de discusiones muy groseras. En noviembre del año pasado, Rolling Stone fue la primera y única publicación invitada por la cadena mtv para ingresar en el santuario privado de Bunim/Murray Productions y presenciar las secretísimas sesiones durante las que se elige a los participantes de The Real World y su programa paralelo, Road Rules. Sin embargo, había que cumplir algunas normas básicas: no podíamos hablar con ningún postulante hasta que finalizara la selección; no podíamos entrevistar a los elegidos hasta junio, cuando terminaran de grabar, y no teníamos derecho a publicar el apellido de ninguno de los candidatos o participantes. Se nos explicó que esas normas protegían lo que se llama "el Procedimiento", el principio magnífico y misterioso que sustenta el éxito de The Real World en todo el mundo.
Bunim/Murray Productions esta ubicada en un discreto edificio de oficinas de dos pisos del Valle de San Fernando. Los comercios que lo rodean –Ladrillos Ace, Iluminación Mid-Valley, Cerámicos Western– robustecen la sensación de que, cualquiera sea el proceso de creación de personajes que se desarrolle adentro, no se trata más que de trabajo: una tarea cotidiana, común y corriente. Las entrevistas durante las que se selecciona a quienes formarán parte de The Real World y Road Rules se realizan en una sala de la planta baja, sin ventanas. Antes de que aparezca el primero de los sesenta postulantes que lograron llegar a esta instancia, se me permite dar un vistazo al lugar. Hay un escenario negro, una cámara y la cantidad exacta de toques recreativos –una esfera iluminada, un sillón extravagante– para sugerir a grandes rasgos un set de filmación más completo de The Real World.
A las 10.30 de la mañana, una mujercita negra de 22 años que proviene de Los Angeles toma asiento delante de la cámara. Se llama Masada, y da la impresión de haber sido extraída del mismo catálogo de adolescentes frescos y explosivos que respaldan el concepto que asegura que tener 20 años es divertidísimo. Andrew Hoegl, el supervisor de producción de The Real World, la mira en una pantalla de circuito cerrado desde la sala contigua; tiene 34 años y trabaja en el programa desde hace cuatro temporadas. "Tratamos de conocer a los chicos tanto como los conocen sus mejores amigos", explica con los ojos fijos en el monitor mientras Sasha Alpert, la directora de casting, le pregunta a Masada dónde duerme su novio cuando va a visitarla. Hoegl, que tiene cabello oscuro, anteojos de marco negro y el rostro extenuado de quien lidia con los secretos de incontables adolescentes alterados, agrega: "Pero no queremos ser sus mejores amigos, porque a algunos chicos eso los confunde".
Masada no parece desconcertarse ante ninguna pregunta, hasta que Alpert la interroga acerca de su madre. Masada relata que, cuando ella tenía 10 años, su mamá se fue de casa. Luego vacila, como si tuviera algo más para contar pero prefiriera guardárselo.
Alpert aprovecha la pausa para soltar el Discurso sobre el Procedimiento que, de una u otra manera, debe escuchar cada uno de los aspirantes.
"The Real World es un procedimiento muy invasivo", arranca con el tono de voz comprensivo y a la vez firme que adopta una madre para dirigirse a un niño. "Esta entrevista te da una idea de lo invasivo que es. Hay gente que se enoja conmigo porque hago esto, pero el programa no es para cualquiera. Si tratás de ocultar cosas durante las filmaciones, vas a terminar volviéndote loca. Queremos tener el panorama completo de la vida de Masada."
A la chica se la ve intimidada durante un rato, hasta que por fin se suelta. "Es muy difícil hablar de mi mamá", confiesa. "Es drogadicta." Y de inmediato se pone a llorar. Los integrantes del equipo de selección, que estaban charlando entre ellos, hacen silencio y se concentran en el monitor. Masada dibuja en su rostro un gesto de preocupación, pero luego parece darse cuenta de que acaba de darles a los encargados del casting precisamente lo que buscaban.
El tema de la madre de Masada queda de lado. Poco después, termina la entrevista y la chica permanece a solas frente a la cámara. "Esto es raro, surrealista", dice. "Es como estar en pareja. ¿Me querés? ¡Vamos, quiéranme!" Se ríe sola, y uno no puede negar que es adorable. Pero entonces, cuando se da cuenta de que la cámara acaso está apagada, su mirada pierde ese brillo y se vuelve ligeramente recelosa.
La tarde siguiente, me siento con Alpert –una morocha de 39 años que tiene un aire a Annie Lennox– en su atestada oficina. Ella está pasando videos de solicitudes rechazados que se guardan en un tacho de plástico apodado "el loquero". "Es fascinante que haya tanta gente convencida de que tiene algo valioso que decir", señala. Tengo la tentación de recordarle que justamente de eso se trata el programa –de que la vida interior de cualquiera puede ser interesante–, pero me distrae la primera cinta: un chico disfrazado con una peluca afro y un traje de los años 70 se mueve al ritmo de música disco. "Cuesta tomárselo en serio", comenta Alpert. "Al final, resulta que es actor."
Los actores constituyen el primer criterio de exclusión de Alpert, dado que el objetivo de la selección es encontrar chicos que se muestren tal como son y no que se escondan tras un personaje. "Lo que acabás de ver es el ejemplo típico de las cosas que nos mandan", continúa. "Gente que baila... y a veces hasta nos llegan filmaciones porno. Este año también recibimos muchísimos plagios de El proyecto Blair Witch." En el otro extremo del abanico, Alpert elimina a quienes buscan su identidad por medio del programa en lugar de aportar la suya propia. "Además de actores, lo que vemos más a menudo es a alguien sentado en la cama de un cuarto universitario diciendo: «Qué aburrido estoy»", asegura.
Para la temporada actual, llegaron cintas de 35 mil personas de entre 18 y 24 años (y de un perro), de las cuales ochocientas pasan a la segunda ronda y son convocadas a llenar una solicitud impresa de quince páginas. Algunas de las preguntas que deben responder son éstas: "¿Qué importancia le das al sexo?", "¿Cómo se originó tu encuentro sexual más reciente?" y "¿Cómo se trataban tus padres?". Luego, Alpert y su equipo compilan los mejores videocasetes en un solo rollo, y todos los miran y votan.
"El análisis de las cintas no es una ciencia exacta", explica Alpert. "Esperamos que alguien nos llame la atención." En su cartelera tiene pegada una lista de atributos por los que los candidatos pueden despertar ese interés: punto de vista fuerte, sentido del humor, corajudos, impredecibles, comunicativos. "Queremos a alguien que no tenga miedo de decir las cosas, aunque no sean políticamente correctas", insiste.
Así es Julie, la segunda aspirante de la mañana, oriunda del pueblito de Delafield (Wisconsin). Durante su entrevista, cuando se le pregunta si se masturba, esta mormona de 19 años y cara de manzana se horroriza: "¡Puaj! No. Qué asco".
La misma Alpert no entiende por qué los chicos quieren exponerse a este tipo de preguntas. "Pienso en la época en que yo tenía esa edad y creo que nunca me habría postulado para el programa", dice. Al parecer, incluso a los dos creadores de The Real World, Mary-Ellis Bunim y Jon Murray, les resulta difícil imaginar que pudieran sentirse cómodos en su propio programa. "Yo soy de esas personas que observan la vida, que dan un paso atrás y contemplan", me dice Murray esa misma jornada, cuando me invita a la amplia oficina del primer piso que comparte con Bunim. Murray, que proviene del área del periodismo, tiene ojos azules y cabello castaño con algunas canas, y hace pensar en un personaje de [el ilustrador costumbrista norteamericano] Norman Rockwell.
Bunim, ex productora de telenovelas que tiene la piel blanca y el prolijísimo cabello rubio rojizo de una actriz de tevé, aclara que tampoco le gustaría mucho que su hija de 19 años apareciera en el programa. "Es demasiado analítica y lo escudriñaría a fondo", aventura.
Actualmente, Bunim y Murray no tienen tiempo de supervisar todos y cada uno de los detalles de The Real World, ya que están dedicados a diversas ocupaciones: la creación de Making the Band –programa acerca de un grupo pop juvenil con personajes reales– para la cadena de televisión abc; una serie que trata de un grupo de periodistas que organizan una revista web en Nueva York; un largometraje para Fox y una película para mtv, y la producción de los múltiples desafíos que implican The Real World y Road Rules.
Los productores aseguran que no seleccionan jóvenes de grupos étnicos ni orientaciones sexuales específicos e insisten en que no hay cupos determinados. "Si no diéramos con ningún gay que nos cayese bien, no incluiríamos a ningún gay en el programa", señala Murray. No obstante, repasando las biografías de las chicas y chicos que participaron hasta el momento, es inevitable darse cuenta de que en casi todas las temporadas el programa presenta al menos una persona homo- sexual, una de raza negra y otra extravertida, hiperactiva y en muchos casos conflictuada. De todas maneras, hay un tipo de personalidad que Bunim y Murray sí admiten que buscan: "Tratamos de elegir al menos una persona que sea muy práctica, con la que resulte fácil identificarse", confiesan. "Alguien que no tenga tanta experiencia en la vida... un chico que sirva como punto de referencia."
Para citar un personaje que tal vez sea el punto de referencia por antonomasia del programa, Bunim menciona a Julie, la ingenua bailarina de 19 años proveniente de Alabama que protagonizó la temporada de Nueva York [la serie se transmite alternativamente desde distintas ciudades]. De hecho, no sería errado considerar toda esa primera temporada como punto de referencia. "No sabíamos en qué nos estábamos metiendo", reflexiona Murray, "y los participantes tampoco, así que no teníamos la menor experiencia ni noción de cómo se iba a armar la historia".
Bunim y Murray se inspiraron en el documental An American Family (1973), que mostraba los dramas cotidianos de una familia californiana de apellido Loud –y que, dicho sea de paso, terminó por destruirla– y se propusieron llevar el cinéma vérité a la tevé comercial. En 1991 vendieron el proyecto de The Real World a mtv y a toda velocidad hicieron los arreglos para filmar un piloto durante tres días en Nueva York. No fue fácil encontrar personas que quisieran participar. "Ibamos caminando por Broadway, nos subíamos a los ómnibus y tratábamos de convencer a la gente de que aceptara", recuerda Bunim. Pero, apenas ella y Murray comenzaron a filmar, se dieron cuenta de que su idea, después de todo, no era tan loca. "El primer día, los chicos se metieron todos juntos en una bañera enorme de hidromasajes y se desnudaron", cuenta.
Tras casi una década de bañeras de hidromasajes y traseros al aire, quienes aspiran a participar en The Real World saben exactamente en qué se están metiendo. "En general, los chicos se criaron mirando el programa", señala Bunim. Murray agrega: "Y, si no, les hacemos leer críticas muy severas sobre el programa para que estén al tanto antes de tomar su decisión".
Por irónico que parezca, a pesar de que hoy la cantidad de postulantes es mucho mayor que al comienzo, se hace más difícil dar con los chicos adecuados. "Los mejores candidatos para el programa son los que no lo conocen tanto", explica Laura Korkoian, psicóloga asesora del área de casting. Para los adolescentes que se presentan a la selección, ser famosos es la posibilidad de trabajo más atractiva que se pueda concebir; aparecer en el programa abre las puertas a la profesión de la celebridad: es el primer paso hacia el éxito. En una época en que se presta cada vez más atención a todo aquel que triunfe como millonario o como actor, los aspirantes a participar en The Real World consideran que lo que hacen no es vender el alma sino, antes bien, comprar el futuro. Korkoian me dice más tarde que, luego de hablar con la nueva tanda de postulantes, le dio la impresión de que el peor miedo de esa generación, después del miedo a la muerte, es el terror a no triunfar.
A mediados de diciembre, vuelvo a Bunim/Murray Productions para la ronda final. De los sesenta semifinalistas, veintinueve fueron convocados otra vez, entre ellos Masada y Julie. Entre los demás, todos representantes de categorías predecibles, están Danny (22 años), un atractivo homosexual oriundo de Atlanta; David (21), un fisicoculturista negro del sur de Chicago, y Kelly P. (21), una activa chica de Tallahassee (Florida) que se presenta por segundo año consecutivo.
Los postulantes son entrevistados durante casi una hora, en la misma sala sin ventanas. Después, un miembro del sector de casting los lleva a dar vueltas por la ciudad mientras un equipo de camarógrafos filma lo que hacen. "El objetivo es conseguir una entrevista menos estructurada", dice Murray.
Cuando el proceso de pruebas se acerca a su fin, se les pide a los finalistas que hagan un confesional, es decir, un monólogo grabado durante el cual describen lo que sienten. El segmento confesional es indispensable para el programa y resulta uno de los factores deci- sivos para elegir a los participantes. Una vez que comienzan las grabaciones, se le indica a cada integrante del elenco que pase al menos quince minutos por semana a solas frente a la cámara. "El mejor momento para realizar el confesional es cuando a uno le está sucediendo algo y quiere profundizar, como lo haría escribiendo en su diario íntimo", señala Murray. "Nos parece muy catártico", resume Bunim.
Después llega el día de la decisión final. Los miembros del sector de casting, los supervisores de producción de The Real World y Road Rules, y Bunim y Murray, deben seleccionar a los nuevos integrantes de ambos programas. A esta altura, los aspirantes ya volvieron a sus casas, donde esperan saber si fueron elegidos o no. Si los incorporan, reciben un modesto importe y luego, al término de la temporada, un pago por los derechos de filmación: alrededor de 5 mil dólares cada uno. También se les asigna una tarea en equipo, por la que cada uno cobra 200 dólares semanales. La labor que debe llevar a cabo el elenco de este año es producir su propio programa de televisión por cable.
Al finalizar la temporada, los integrantes cobran 1.200 dólares por cada conferencia dictada en el circuito universitario, y también reciben productos de regalo por asistir a eventos de promoción auspiciados por mtv y por otras empresas, como, por ejemplo, Sony. Sin embargo, no ven ni un centavo de las ganancias generadas por la venta de los programas ni por los productos accesorios: por ejemplo, el libro The Real World Hawaii: True Confessions [El Mundo Real Hawai: confesiones verdaderas], o The Real World You Never Saw: Hawaii [El Mundo Real que nunca viste: Hawai], editado en video y en dvd.
Si bien para todo aquel que haya visto aunque más no sea un capítulo es evidente que The Real World presenta una versión súper pulida de la realidad, aun así no deja de sorprender hasta qué punto son manipulados los contenidos del programa. "El Procedimiento se ajusta a necesidades puramente comerciales. Ellos quieren gente que encarne algo que puedan vender", denuncia Justin Deabler, miembro del elenco de Hawai y uno de los únicos dos personajes que abandonaron el programa, por voluntad propia, antes de que terminara una temporada.
Deabler reconoce que no fue totalmente auténtico en el set de filmación, pero afirma que tampoco lo fueron sus compañeros. "Todos los de mi grupo querían entrar en el mundo del espectáculo, y usaban el programa como trampolín", recuerda. "Te das cuenta desde el principio que todos se lo pasan pensando: «¿Cómo puedo mostrarme frente a la cámara?». Es difícil confiar en personas que se autoexplotan sin límites."
"Los encargados de la selección de participantes fingen que se preocupan por vos. mtv llama a tu casa, y es un momento crucial de tu vida. Pero cuando ya entraste en el programa, es como si te dejaran en una isla, solo", dice Irene McGee, del elenco de Seattle, la otra integrante que abandonó el programa voluntariamente en mitad de la temporada.
Según el contrato que deben firmar, a los integrantes del elenco se les permite abandonar el programa en cualquier momento, si bien están obligados a renunciar a los derechos de su imagen en la serie. "El contrato establece que tu imagen y tu aspecto pertenecerán en perpetuidad a Viacom [la empresa madre de mtv] a lo largo y a lo ancho de todas las galaxias conocidas y por conocer", aclara Neil Forrester, de la temporada de Londres. mtv se negó a facilitarme una copia del contrato, pero se ocupó de aclarar que no es distinto del que firman los protagonistas de todos sus programas. No obstante, lo que el canal no dice es que los integrantes del elenco no ceden únicamente los derechos de sus personajes sino también los de su vida privada, y muchas veces también los de la vida de sus parientes y amigos.
El límite entre espectáculo y explotación se diluyó aún más en el caso de Ruthie Alcaide, de The Real World Hawaii. Ese programa conquistó las mediciones de audiencia más altas de su historia –en gran medida a causa de Alcaide y su alcoholismo–, pero al mismo tiempo suscitó críticas a la empresa productora por su decisión de mantenerse al margen y seguir filmando a Alcaide mientras manejaba borracha. Aunque Bunim insiste en que "Ruthie prestó un gran servicio a la comunidad", ella tiene otro punto de vista acerca del modo en que se exhibió su enfermedad: "Dicen eso para cubrirse la espalda", responde. "Mi tipo era el de la alcohólica bisexual, y eligieron las partes de las filmaciones que encajaban con ese perfil."
A mitad de la temporada, Alcaide fue expulsada del ciclo y enviada a someterse a un tratamiento de rehabilitación de veintiocho días, cuyos datos Bunim/Murray mantuvieron en estricta reserva, al parecer con razón. "Ya a la segunda semana me dieron pases para salir todo el día, así que solamente volvía a la noche", recuerda Alcaide. "Daba vueltas por ahí con un amigo y fui a probarme para Baywatch." Dice que, cuando terminó su rehabilitación, no quiso volver a The Real World, pero el supervisor de producción Matt Kunitz le dijo que, si no se reincorporaba, el público se quedaría sin el final de la historia. Entonces se reintegró, aunque, al negarse a reconocer que era alcohólica, frustró los intentos de los productores de convertir la historia de Alcaide en un servicio a la comunidad. "Soy potencialmente alcohólica", opina ahora, "pero una cosa es ser alcohólica y otra distinta es ser divertida y descontrolada en la universidad".
De todas maneras, Alcaide, que acaba de recibirse en la Universidad de Rutgers, no guarda rencores. "Tendría que estar enojadísima por la imagen que dieron de mí, pero no lo estoy. The Real World representa un aspecto unidimensional de nuestra generación. Se nota que ponen más énfasis en el sensacionalismo. De eso se trata." Y está claro que no tiene de qué quejarse: el programa la puso en boca de todo el mundo, lo cual le viene bien para sus ambiciones en el mundo del espectáculo. "Ahora formo parte de la cultura pop", se enorgullece. "Y, aunque todavía no soy una diva, ya lo voy a ser."
Se me autoriza a observar la ma- yor parte de las deliberaciones finales, que arrancan un viernes de diciembre y se retoman al martes siguiente. Para la ocasión preparan una amplia sala de Bunim/Murray Productions con la iluminación y el cableado necesarios para los dos equipos de filmación que trotan de aquí para allá mientras graban el desarrollo del The Real World/Road Rules Casting Special [Especial de casting para The Real World/Road Rules]. Bunim se toma unos minutos para explicarme qué siente por los finalistas. "Elegimos a estas personas porque, para nosotros, son héroes. Nos enamoramos de ellos durante la selección. Y no queremos dañarlos, ni sacrificarlos, sino contar con pelos y señales quiénes son", dice.
Durante los primeros diez minutos, quedan eliminados cinco finalistas. "En general se ponen repetitivos", observa Bunim. "Empezamos a escuchar las mismas anécdotas y dudamos de que puedan sostener veintidós capítulos."
La conversación se centra en los diez varones que siguen en pugna. Danny, el muchacho gay de Atlanta, está bien calificado. Se comprende: tiene aspecto de chico de póster y está a punto de revelar su homosexualidad. Aunque en un principio se temió que David, el fisicoculturista negro de Chicago, tuviese demasiada personalidad de actor, Murray y otros creen que su necesidad de actuar es "real". En cambio, el equipo vacila respecto de un finalista cuya novia no quiere que aparezca en el programa, y tal vez con razón: son pocas las relaciones amorosas que sobreviven ilesas a las grabaciones.
Cuando hay que decidir entre las finalistas mujeres, reaparece el tema de la fragilidad de Julie, la mormona de 19 años. Varios se muestran preocupados por su ingenuidad, aunque ésta es también una de sus características más cautivantes. Si es cierto que los chicos más indicados para participar en el programa son los que no lo conocen bien, como señaló Laura Korkoian, Julie es la candidata ideal: en su residencia estudiantil de la Univerdiad Brigham Young está prohibido ver mtv. Kelly P., no tan ingenua y un poco mayor, queda a mitad de camino. "Estoy seguro de que Kelly P. tiene una buena vida", dice Murray, "pero no sirve tanto para la tevé como las demás".
Al final, el equipo resuelve que serán tres mujeres –entre las cuales está Julie– y cuatro varones –incluidos Danny y David– quienes vivirán juntos durante cinco meses en una casa de Nueva Orleáns. A Masada la eligen para actuar en Road Rules, un programa que es menos aplaudido pero igualmente codiciado.
Kelly P. tiene muy en claro que la selección de los participantes responde a tipos específicos. "Es obvio que eligen a personas que llamen la atención, que sacrifiquen su verdadera personalidad", me dice. De todas maneras, no tiene resentimientos. "Nuestra generación piensa que aparecer en la tele te hace exitoso", reflexiona. "Es aterrador todo lo que tenés que sacrificar por eso: tu vida privada, la de tu familia. De todas maneras me postulé."
Casi todos los finalistas escogidos son llamados por los productores ese mismo día; se les dice que fueron seleccionados y se les advierte que no hablen con el periodismo ni revelen la noticia a nadie, excepto a sus familiares y amigos más íntimos. Luego tienen cinco semanas para prepararse para el día en que deben llegar a Nueva Orleáns. El 20 de enero, un día antes del gran acontecimiento, me invitan a espiar la casa en la que se filmará The Real World este año: una mansión histórica llamada Belfort, situada en el barrio Garden de Nueva Orleáns. La decoración de la casa refleja no sólo su ubicación (por las antigüedades y el arte popular de origen francés) sino también la destreza de Mary-Ellis Bunim y Jon Murray para crear entornos de fantasía. Ambos productores –que siempre están presentes el Día de la Mudanza, aunque después supervisan el resto del proceso desde su oficina de Los Angeles– aprendieron algún que otro secreto para que la cámara siempre capte a los participantes, por escurridizos que sean.
No obstante, el control de los productores tiene un límite. "Todos teníamos aparatos de radiollamado", recuerda Kat Ogden, "y nos mandábamos mensajes entre nosotros sin decirle nada al equipo de grabación –«Nos encontramos en el bar»– para poder hablar del programa". Ruthie Alcaide dice que los integrantes del elenco a veces se reunían en Kentucky Fried Chicken o en McDonald’s para liberarse de las cámaras por un rato. "Ahí no podían filmarnos, porque kfc y McDonald’s no son auspiciantes de The Real World", explica. "Así que esos lugares pasaron a ser nuestros refugios."
Con el correr de los años, aumenta la cantidad de productos exhibidos en el programa, lo cual, según mtv, no indica un mayor control corporativo sino un franco interés por parte del canal en presentar ante los televidentes los productos que éstos quieren. "No hay ninguna otra generación que, como ésta, haya recibido tantos mensajes de marketing desde los 2 años de edad", asegura Brian Graden, jefe de programación. "En mtv respetamos a nuestro público: entendemos cómo es una persona de 21 años y lo reflejamos con honestidad."
MTV interpreta la personalidad de sus telespectadores sobre la base de un estudio de marketing realizado mediante entrevistas grupales, mercados de prueba y charlas con adolescentes identificados por sus pares como generadores de tendencias. "Hasta instalamos una casa y ponemos en las habitaciones cosas que les gustan a los chicos –confites m&m, una Palm Pilot– para entenderlos mejor", detalla Graden. Esa casa, aprovisionada con productos aprobados por los grupos focales de mtv, es igual a la vivienda de The Real World, que no sólo está aprovisionada con productos aceptados durante las entrevistas grupales; de hecho, es casi lo mismo que una entrevista grupal, pero con cama adentro y adaptado para la televisión: una cruza entre una entrevista colectiva y una telenovela.
De todas maneras, según afirman algunos ex participantes del programa, son las empresas patrocinadoras las que determinan qué productos y logotipos salen al aire, y no tanto los gustos de los chicos. Alguna vez se le indicó al elenco que bebiera de una botella de Dr. Pepper (uno de los auspiciantes del ciclo), pero que tomara Coca-Cola (que no era auspiciante) en vaso. Además, los participantes cuentan que sus heladeras estaban siempre llenas de productos de los avisadores: agua Diamond Head, Hi-C y Minute Maid. Al comienzo del programa se les daba productos para la piel de marca Ponds, que era otra de las patrocinadoras.
Para salir del estilizado salón de juegos donde viven los integrantes del elenco, abro una puerta e ingreso en la oficina de producción: el ala fría y despojada de la mansión, donde los productores y directores espían qué ocurre del otro lado de la pared. En la sala de control, con sus veintitantos monitores, veo cada una de las habitaciones de la casa, salvo los dormitorios.
A las 6 de la tarde, Michelle Millard, que dirigirá las primeras horas de The Real World, se escabulle en la sala de control por la entrada lateral secreta de la casa y se calza unos auriculares. El programa cuenta con cinco directores, cada uno de los cuales comanda un equipo de cuatro camarógrafos; trabajan por turnos, de modo que la casa dispone de cobertura durante las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Millard, de 27 años, esbelta y activa, grita por el micrófono a su equipo de filmación, que está delante de la mansión registrando los movimientos de Julie y David, que bajan de un auto de alquiler. "¡Pónganseles delante todo lo que puedan!", indica.
Después de algunos torpes intentos por abrir la puerta con la llave, Julie y David, que ahora están en el campo de visión de la primera cámara fija, ingresan en el vestíbulo y emiten predecibles chillidos de algarabía. David inmediatamente descubre a Ibo, el perro robótico. "¿Podemos hacer una toma de los dos con Ibo?", grita Millard mientras el camarógrafo atraviesa la sala de billar para conseguir el ángulo correcto.
Unos minutos después, se hacen presentes otros dos participantes –Matt, un chico cristiano que estudia diseño en Georgia, y Kelley, de Arkansas, que quiere ser oradora–, con otro equipo de filmación que sigue sus pasos. De un salto, Julie se acerca a la puerta para recibirlos; David permanece retraído. "Ahora la historia es que a David no le interesa conocer a sus próximos compañeros", anuncia Millard al primer equipo, que procede a hacer un paneo de la cara del chico. Me pregunto si tamaña atención influye en la reacción de David –que parece sugerir una timidez extrema más que falta de interés–, pero Murray me asegura: "El primer día, los chicos se concentran un 10 por ciento en la cámara y un 90 por ciento en qué cuarto les va a tocar".
Los próximos en llegar son Danny y Melissa –una mujercita impetuosa oriunda de Tampa, de ascendencia negra y filipina–, con un tercer equipo de filmación pisándoles los talones. Melissa, que indudablemente es el personaje extravertido e hiperactivo de la temporada, grita y abraza a los otros cuatro integrantes del programa. "Este es el momento en que me pongo nerviosa", confiesa Bunim. "Qué situación impredecible. Melissa es una polvorita."
Comienzan a hablar de las relaciones amorosas, y Kelley le pregunta a Danny cuándo rompió con su última novia. "Hace un año y medio", contesta él, sin mencionar su homosexualidad. "Ah, qué bien. Entonces no sos gay", comenta ella. Danny sale de la habitación a la velocidad del rayo. En la sala de control, Jon Murray detecta la posibilidad de una historia interesante y el entusiasmo lo inquieta. "La respuesta de Danny mantuvo en secreto que es homosexual y eso nos brindó un buen entretenimiento televisivo", me explicará luego.
Para editar las filmaciones en bruto del Día de la Mudanza y dar forma al primer capítulo de The Real World, los directores miran las primeras copias y mandan sus mejores fragmentos, junto con los apuntes que toman, a la oficina de Los Angeles, donde los reciben Bunim y Murray. Una editora y su equipo evalúan el material dentro de las cuatro o cinco semanas siguientes y producen un capítulo de tres bloques, que dura veintidós minutos. A la décima semana, el equipo de edición ya tiene terminada una versión preliminar del programa.
En los tres bloques del primer episodio, las historias son bastante previsibles; entre ellas están el secreto de Danny y la tensión entre David y Jamie –un chico pudiente de la zona norte de Chicago–, que la producción intensifica mechando escenas de las entrevistas que todas las semanas mantienen en el set los directores con cada participante. ("Yo no voy mucho a los suburbios", dice David en una parte. "Digamos que es una especie de límite, y que no me conviene cruzarlo.") Ruthie Alcaide piensa que estas entrevistas son el elemento más manipulador del programa. "Ahí es donde los directores traen a colación temas que quieren desarrollar en la casa", explica. "Uno volvía de su entrevista reflexionando sobre lo que le habían preguntado y pensaba: «No se me había ocurrido que Fulano estuviera interesado en mí, pero ¿puede ser?». Y uno empieza a comportarse de otra manera."
A cada nuevo integrante de The Real World se le entrega un manual antes de llegar a la casa. En la primera página figura una lista de "mitos" y "realidades" sobre el programa, como los siguientes: "Mito: Bunim/Murray explota a los integrantes de su elenco. Realidad: Bunim/Murray no explota a los integrantes de su elenco; no tenemos intención de ocasionar daños físicos ni emocionales". Pero aquí, en Nueva Orleáns, cuando los recién llegados a la mansión se preparan para salir a disfrutar de su primera noche en la ciudad, la única realidad son los cinco equipos de filmación que no los dejan ni a sol ni a sombra.
El Día de la Mudanza, estos siete chicos norteamericanos comunes y corrientes todavía no tienen la menor idea de lo que les depara el futuro ni de lo que les espera a sus personajes de The Real World una vez que finalice el programa. Aunque The Real World no arroje mucha luz sobre la vida de sus participantes, es indiscutible que les trae cambios. Cambios drásticos. "Después del programa, vivís un verdadero proceso de desvalorización", señala David Burns, de Seattle.
Para ayudar a los chicos a adaptarse a su nueva fama –o, a veces, a su infamia–, los productores los invitan a un retiro de fin de semana una vez que empieza a transmitirse el programa. Durante el retiro, a los participantes se les enseña oratoria y se los alienta a utilizar su fama para hacer públicos ciertos problemas sociales dictando conferencias en las facultades. "Hay muchísimas universidades que solicitan a nuestro elenco", asegura Murray. "Hablan de la diversidad, de la drogadicción, del sida, de la solidaridad."
Casi todos los participantes del programa parecen recuperar su buen humor con la ayuda de algunas selectas oportunidades... una atención de Bunim/Murray y mtv. "Dos meses después de que terminó la filmación, no estaba para nada contento", recuerda Burns. "Sentía mucha animosidad hacia Bunim/Murray porque les había dado todo. Estaba realmente extenuado, al borde de la locura. Pero ahora me alegro de haberlo hecho. Trabajé en publicidades y fui de gira dando conferencias en universidades, y además tengo un proyecto para filmar una película independiente." Justin Deabler agrega: "Bunim/ Murray refleja de una manera muy interesante cómo el mundo corporativo trafica la fama y la cultura joven. Al formar parte del programa, te das cuenta de que sos empleado de ese mundo corporativo, pero a nadie le importa".
Nuestra historia bien podría terminar así, con la singular imagen de los ex integrantes de The Real World asistidos por la Fundación Puntos Claros para recobrarse y reintegrarse en la sociedad, pero en ese caso se omitiría un dato verdadero, que no deja de ser ligeramente vergonzoso. La noche anterior al Día de la Mudanza, cerca de la medianoche, me despojé de mi papel de periodista de Rolling Stone y me convertí –apenas durante quince minutos– en protagonista de The Real World.
Mis quince minutos de fama se inician cuando Andrew Hoegl me conduce a la minúscula sala del confesional, enciende la cámara y da la orden: "Hablá de lo que te parece el programa". A continuación cierra la puerta y me deja sola. Los primeros minutos son angustiosos. Me retuerzo, cambio incesantemente de postura y me doy cuenta de que estoy hablando en lenguaje informal. Hasta que ocurre lo que tiene que ocurrir: miro la lente e imagino a millones de personas del otro lado. Soy el centro de atención. Pero debo lograr que no pierdan el interés, así que suelto lo primero que me viene a la mente. Hablo del amorío que tienen los Estados Unidos con la cámara, pero yo también acudí a mi cita secreta en el confesional.
Creo que ya transcurrieron los quince minutos, pero quiero más, y sigo hablando. A diferencia de las personas, las cámaras no se levantan para retirarse. No discuten. Continúo con mi soliloquio hasta que me doy cuenta de que a la cámara se le acabó la cinta.
Al abrir la puerta, vuelvo a la realidad. De repente me dan ganas de saber qué fue exactamente lo que dije ahí dentro. Estoy un poco abochornada. "¿Qué tal?", quiere saber Hoegl mientras saca mi cinta de la cámara y la guarda en su bolso. "¿Te vas a tu casa a mirarla?", le pregunto, suponiendo que estará ansioso por conocer mis opiniones y deseando que le gusten. "La verdad es que me voy a casa a darles un beso a mi esposa y a mi hija y después a dormir", contesta.
En el momento en que Hoegl se despide, entiendo a qué se refería Bunim cuando afirmaba que estos confesionales son catárticos. Si bien pasé dos semanas observando el set de filmación y haciendo unas cuantas decenas de entrevistas, sólo después de haberme sentado realmente delante de las cámaras me doy cuenta de qué me parece el programa: The Real World no describe bien esta generación, pero al describirla mal nos dice algo importante acerca de quiénes somos. Somos una generación que se deja definir por el mundo corporativo –por programas como The Real World, que supuestamente nos dicen quiénes somos– a cambio de una palmadita en la cabeza, de un poco de aceptación, de la ilusión del éxito. Y no es tanto la verdad sino estas cosas lo que muchos estamos buscando. Es posible que haya escudriñado el Procedimiento más de lo debido, pero lo que me molesta de The Real World –y lo que les molesta también a tantas otras personas– es la sensación de que estamos vendiéndonos y tratando de quedar bien, en lugar de decir clara y serenamente, desde la santidad de nuestras personalidades –anónimas pero no por eso menos valiosas–, quiénes somos en realidad.
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