"Para mí es una satisfacción que me saluden por la calle. Me dicen ´¿Usted es Amelita?´. Y yo enseguida me pongo a conversar: ´¡Sí, soy Amelita! ¿Quiere que le baile un mambo? ¡No se lo puedo bailar acá!´. Me hace mucho bien que me saluden. La gente me quiere mucho", dice chispeante y emocionada esta mujer que fue una de las grandes estrellas del espectáculo argentino y que quedó grabada para siempre en el recuerdo de su público. Ese que hoy peina canas y disfrutó de una época de oro de géneros populares como la revista porteña o el cine musical, naif, de teléfonos blancos y escaleras de mármol. "Fui muy feliz cuando he estado en el teatro y el cine. Bailé con todo lo que me daba el corazón. Lo hacía de verdad, lo sentía. Era feliz por eso", dice Amelia Graciela Vargas Ipaneca , la genial bailarina cubana que se ganó el afecto incondicional de los argentinos.
Que rico el mambo
Peinada de peluquería. Maquillada para la ocasión. Faldas que permiten disfrutar, aún hoy, de sus emblemáticas piernas. Sonrisa dispuesta. Cortesía seductora. Y esos "tú sábes" y "chico" que conserva como si hubiese llegado ayer mismo desde su Cuba natal. Amelita Vargas es Amelita Vargas. Marca registrada. Carisma propio. Inimitable. El paso del tiempo no logró esfumarle la gracia ni la picardía. Mucho menos la cordialidad y las ganas de conversar. La consigna es charlar a agenda abierta, aunque evitando una sola pregunta: conocer su edad, según nos sugiere un colaborador de su entorno. ¿Acaso importa ese dato superfluo? ¿80? ¿Quizás 90? ¿O más? Lo cierto es que Amelita está espléndida. Seguramente fruto de ese buen humor que enarbola. De ese espíritu de fiesta que contagia ni bien abre la puerta, como lo hizo, durante décadas, a través de éxitos de cine y teatro. "Me levanto contenta y me duermo contenta", confiesa a LA NACION. "Cada día bailo el mambo como a mi me gusta, acá, en mi casa. Pongo un disco y me empiezo a mover", agrega. Un ejemplo de juventud eterna y de amor por la vida.
Fue la gran reina del mambo en nuestro país. La primera que llegó al Río de la Plata con ese danzón de origen africano y anclado, posteriormente, en Cuba. Amelita aterrizó entre nosotros y lo impuso. Trabajó en Hollywood. Filmó en el set contiguo al que lo hacía Rita Hayworth cuando rodaba Gilda. Descolló en El Patio del DF mexicano. Fue amiga del gran Mario Moreno Cantinflas y de Celia Cruz y entabló una hermandad entrañable con Blanquita Amaro, la otra prócer del género cubano. "Decían que estábamos peleadas, pero nosotras éramos grandes amigas. Cada una hacía el mambo a su manera, con su estilo. Nos queríamos mucho con Blanquita".
Señora con todas las letras, se incomoda cuando se le consulta sobre sus amores. Pudorosa, a contrapelo de lo que, prejuiciosamente, puede suponerse de una persona que irradió picardía y sensualidad. De sus maridos prefiere no hablar, y no por tener un mal recuerdo; al contrario, no lo hace, por respeto. Por pudor ante lo íntimo de un pasado que ya no es y de un presente signado por esas ausencias presentes que va cosechando el inapelable suceder del tiempo. "Aquel mundo era lindo, pero este es lindo a su manera", afirma esta mujer que no se quedó anclada en el ayer. Vive en el hoy y recuerda con elegancia. Podría decirse que Amelita es también una mujer del siglo XXl y no se estaría faltando a la verdad.
Estar en su piso, ubicado en pleno Barrio Norte, es como transportarse a la mismísima La Habana, su entrañable terruño. A pesar de haber vivido mucho más en la Argentina, que en su isla natal, ella contagia el ritmo caribeño. Su departamento no balconea al Malecón sino a una calle angosta, atiborrada, con edificios enfrentados a tan pocos metros que casi podría saludar a sus vecinos extendiéndole la mano. Así es Buenos Aires. Ciudad desmesurada de cercanías y anonimatos. Son esos mismos vecinos los que, seguramente, desconocen que allí vive la gran dama, la emperatriz de ese género de caderas inquietas. La estrella seductora que hasta el mismísimo Juan Duarte, el hermano de Eva, quiso conquistar. Fotos, recuerdos y el aroma de los frijoles que aún prepara para sus amigos, convierten ese rincón, a metros de la avenida Santa Fe, en una sucursal del arbolado barrio El Vedado del centro de La Habana. "Acá bailo todo lo que sea cubano. Me gusta estar en movimiento", explica. Y será ese, seguramente, el secreto, el elixir de su eterna lozanía.
Vivir el hoy
-Amelita, ¿cómo es su vida actual?
-Me siento muy bien. Tengo gente amiga, lo paso lindo y nunca dejé de bailar. Siempre estoy alegre.
-Buen humor y mover el cuerpo, ¿es ese el secreto para estar tan fantástica?
-Puede ser, chico. Mira, bailo mambo, cha cha cha, y todo lo que sea cubano. Yo soy la primera que trajo el mambo a la Argentina. ¿Tú, lo sabías?
-¡Cómo no saberlo! Sus piernas eran famosas, ¿se llevaba bien con la belleza? ¿Le gustaba que la elogien?
-Sí, no es nada malo, siempre y cuando no se tiren el lance.
-Si mira para atrás, ¿cómo siente que han transcurrido sus días?
-Tuve una linda vida. La verdad que sí. Empecé en Cuba bailando de muy chiquita, a los 13 años.
-¿Quién el enseñó a bailar?
-Me enseñó un bailarín llamado Chano Pozo.
Luciano Chano Pozo González era uno de los grandes percusionistas cubanos de la época. Fue integrante de la comparsa habanera Los Dandy, con la que ganó gran repercusión. El notable bailarín fue quien le dio las primeras clases de baile a una muy pequeña Amelita y ante la mirada atenta de su familia: "Iba mucho a mi casa, porque ahí estaba mi padre que vigilaba".
-De todos modos, le permitía tomar las clases.
-Mi padre me preguntaba a qué iba Chano a casa. Yo le explicaba que me enseñaba a bailar. "Ah, si es para bailar, me parece bien", me decía. Con esa condición, lo dejaban entrar. Ahí empezó la carrera mía por bailar, pero luego seguí sola. Salvo Chano, nadie me enseñó a bailar el mambo.
Cuando salí de Cuba
-¿A qué edad dejó La Habana?
-Me fui a los 15 años.
-¿Sola?
-No, con mi mamá. Nos fuimos para México. Estuve un año trabajando allí. Me fue muy bien en El Patio del DF.
-¿Por qué se fue de Cuba?
-Yo quería ir a bailar a México. Mi papá me aconsejó mucho y me impulsó para que fuera a bailar. Bailar estaba dentro de mí.
-Y de México a los Estados Unidos.
-Sí, chico, de México me fui a Norteamérica.
-¿Es cierto que mientras usted rodaba en un set, en el estudio contiguo estaba rodando Rita Hayworth?
-Sí, ella se encontraba filmando Gilda. Yo estaba haciendo Perilous Holiday con Pat O´Brien, ahí empezó mi carrera en cine.
-Comenzó al lado de Rita Hayworth. ¡Nada menos, Amelita!
-Conocerla fue una gran alegría para mí. Fui escalando de a poco. Es un halago saber que todo fue de maravillas.
Ese ir todo de maravillas, tiene que ver con las 38 películas que rodó en Buenos Aires, y con los éxitos en el teatro de revistas junto a grandes cómicos como Alfredo Barbieri, con quien entabló una cálida amistad. Al igual que con Mario Moreno Cantinflas, con quien compartió un año de trabajo a puro éxito.
-Siempre se dijo que estaba enfrentada con Blanquita Amaro, la otra gran referente del género. Pero usted era amiga de ella, ¿o no?
-Al principio, no éramos amigas, pero cuando nos conocimos, empezamos a hablar. Nos gustaba estar juntas, compartir momentos. Me llevé muy bien con ella. Era una gran muchacha. Ella hacía el mambo a su manera y yo a la mía. Teníamos estilos diferentes.
Hay que venir al sur
"Llegué a la Argentina en la época de Perón y no me fui más", rememora Amelita, mientras se acomoda en el sillón cercano a la ventana para posar ante el lente del fotógrafo. "Espero salir bien", dice con gracia. Y comienza a acomodarse con el profesionalismo de quien sabe dónde está la luz ideal y cuál es la mueca que mejor le sienta. Sonríe ante la cámara entablando un diálogo con un conocido íntimo. Es que lo son. Amelita y el foco se llevan muy bien desde hace décadas.
-¿Es cierto que casi tuvo un affaire con Juan Duarte?
-No, no fue así. Juan Duarte iba siempre a verme. Le gustaba mucho como me movía, como bailaba. Hasta que un día, tanto se fijaba en mí, que quiso conversar.
-¿Aceptó el convite?
-Claro...
-¿Entonces?
-Fui a su mesa con mi mamá. Le dije que le agradecía mucho cómo era conmigo, pero le aclaré que estaba por casarme.
-El era muy galán, un seductor, le gustaban mucho las mujeres.
-A mí me respetó y hasta me ayudó.
-¿Por qué dice que la ayudó?
-Yo me movía tanto que se me había roto el vestuario en plena función. Eso hizo que se viera más de lo acostumbrado. ¡Se armó un lío bárbaro!
Tal fue el escándalo por el infortunio que querían censurar a Amelita por "desnudeces e impudicia". Ella, que hacía de la picardía un culto y que sus números podían ser disfrutados en familia, era víctima de una calumnia injusta, como lo son todas las calumnias.
-Chico, yo no salía desnuda jamás. Así que lo llamé a Juan Duarte y me hizo una gran gauchada, como dicen acá. Gracias a él, se arregló todo, no hubo problema, fue muy amable conmigo.
-Amelita, ¿y sus amores? Tuvo grandes pasiones. Matrimonios muy lindos.
-Yo no quiero tocar ese tema.
-Tulio Demichelis fue uno de sus hombres más queridos.
-El primero, cuando llegué a la Argentina, pero no quiero hablar de eso. El público siempre se ha portado muy bien conmigo, me dio muchas satisfacciones, por eso no tuve nunca que estar con ninguna persona. ¿Me entiendes?
Pudorosa. Sugiere antes que decir. Baja el tono. Se sonroja. Único atisbo de una mujer que se educó con códigos de una época más recatada. Enseguida cambia de tema y le habla al fotógrafo: "Chico, espero que te salgan bien las fotos", reflexiona quien fuera la protagonista de Se acabó el jabón, su primer éxito en el Teatro El Nacional.
-¿Con quiénes le gustaba trabajar en Argentina?
-Los mejores recuerdos son con Alfredo Barbieri. Nos divertíamos mucho. El era una fiesta. Y también con Antonio Gasalla, a quien aprecio mucho, fue una alegría trabajar con él.
De aquella temporada en el desaparecido Teatro Estrellas de Héctor Ricardo García conserva la amistad con el cómico, con quien se comunica periódicamente. "Alberto Castillo me tenía loca. El usaba mucho perfume y yo le pedía que no se ponga tanto porque era demasiado fuerte. ¡Era un plato, Alberto!".
-¿Qué disfrutaba más: el teatro o el cine?
-El baile era lo que más me gustaba.
-Amelita, dice el tango que siempre se vuelve al primer amor y usted vuelve una y otra vez al baile, el gran amor de su vida, me parece.
-En Cuba bailaba todos los ritmos que tenemos allá y luego los traje para acá, para que los disfruten ustedes.
-Mario Lugones fue un amor tan grande como el baile.
-Hablemos de otra cosa.
-Usted es muy púdica, pero hoy en los medios se habla de todo. ¿Cómo ve la exhibición que se hace de la vida privada de parte de personas públicas?
-Yo lo veo bien, aunque muy aparatoso. No es como antes. Cambió todo. Es otro mundo. Bueno, es lo que pienso yo.
-¿Y qué mundo era mejor: aquel o éste?
-Todo es muy lindo, chico. Cada época con sus cosas.
La otra partida
La diva del cha cha cha es sinónimo de euforia y felicidad, pero tiene sus momentos de recogimiento. ¿Quién no? Ella también está atravesada por sus dolores. Esos ineludibles que plantea la vida. "Fue muy triste cuando mi madre comenzó a estar mal. La fui perdiendo de a poco. Ella fue lo mas grande que tuve en mi vida. Siempre me ayudó. Fue una gran madre".
-¿Y a usted, le hubiera gustado ser madre?
-No sé, podría ser.
-Yo creo que hubiese sido una gran madre.
-Les hubiera enseñado a bailar a mis hijos. Eso seguro.
Pensando en el Parque Central
-¿Recuerda a su tierra?
-Sí, como no, recuerdo mucho a Cuba.
-¿Extraña?
-No. No extraño, recuerdo.
-¿Ha regresado alguna vez?
-Sí, una sola vez. Fue antes de quedarme definitivamente en Buenos Aires. Encontré todo muy bien. Para mi fue una gran alegría volver a ver a mi padre y aquí estoy. Si puedo, acá preparo todo lo que sea cubano. Me gusta que vengan amigos y que coman los platos de mi tierra. Frijoles negros, colorados. ¡Me salen de película!
Amelita todas las tardes sale a caminar por la avenida Santa Fe y a tomar su cafecito inexcusable en uno de sus bares preferidos, donde los mozos la conocen y la atienden con deferencia. La gente se le acerca y ella disfruta a más no poder de esa repercusión que no se esfuma a pesar del tiempo. Es el cariño que cosecha luego de toda una vida de regalar alegría y arte a su público.
En su casa, no solo baila y prepara frijoles para sus amigos. Una de sus habitaciones cuenta con una pantalla extra large en donde Amelita disfruta de su colección de películas de la época de oro de Hollywood y de los títulos de su propia factoría.
-¿Volvería a trabajar?
-Tendría que pensarlo mucho.
-Si baila en el living de su casa, podría hacerlo en un escenario.
-Habría que ver.
-Amelita, vuelvo sobre un tema que ya conversamos, pero me parece que me oculta información. ¿Cuál es la fórmula para estar así? ¡No se guarde el secreto!
-¿Me ve bien?
-Impecable.
-Mira, llevo una vida sana, me cuido mucho. Me río. Todos dicen que siempre estoy muy risueña, es que yo soy así. Eso me da todo, la risa me da la vida que tengo.
-Y se la ve muy coqueta.
-¿Le parece que soy coqueta?
-Me parece que sí y usted lo sabe.
-Bueno, me gusta estar bien.
-Cuando se cumplen 50 años, o algunos pocos más, como ya cumplió usted, ¿con qué se sueña?
-¡Gracias chico, qué caballero! Como puedo decirle, soy muy romántica. Y también soy melancólica, pero después viene la rumba y yo me olvido de todo.
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