Premios Oscar 2022: Drive My Car es un potente retrato del dolor de la experiencia humana y la capacidad para salir adelante
Inspirado en tres relatos de Haruki Murakami, Ryûsuke Hamaguchi construye un relato centrado en un director de teatro cuyo duelo va a la par de un complejo proceso creativo; está nominado a cuatro premios de la Academia y, tras un breve paso por la sala Lugones, llegará en abril al streaming
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Drive My Car (Doraibu mai kâ, Japón/2021). Dirección: Ryûsuke Hamaguchi. Guion: Ryûsuke Hamaguchi, Takamasa Oe. Fotografía: Hidetoshi Shinomiya. Elenco: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima, Park Yu-rim. Duración: 179 minutos. Funciones en Sala Lugones: sábado 9/4 y domingo 10/4, a las 17; sábado 16/4 y domingo 17/4, a las 20. Disponible en Mubi, a partir del 1/4. Nuestra opinión: excelente.
En una era de películas largas a las que se les podrían cortar media hora y miniseries que podrían haber sido una película, Drive My Car se gana cada uno de los 179 minutos de su duración. No es una observación sin importancia; el paso del tiempo es una de las herramientas principales que utiliza el director Ryûsuke Hamaguchi para conducir al espectador junto con el protagonista por un proceso de duelo, en el que las conexiones con otras personas y con el acto creativo serán la llave para encontrar en sí mismo la forma de seguir adelante.
El largo prólogo presenta la vida del actor y director de teatro Yûsuke Kafuku (interpretado de manera brillante por Hidetoshi Nishijima), su relación con su esposa, que se va revelando más difícil de lo que parece en un principio; y su vínculo con su auto, un Saab 900 Turbo, rojo fuego, de fines de los 80.
Una tragedia marca el final de ese prólogo y las preguntas que esa primera parte dejan flotando en el aire son parte del camino que Hamaguchi pavimenta para que el espectador transite. Hay actitudes difíciles de entender, escenas con diálogos que pueden resultar irritantes. Pero todo tiene un sentido que se recupera luego; es parte de un entramado complejo que va generando distintas reflexiones y emociones en su desarrollo, completándose con perfecta armonía hacia el final. El director y coguionista tiene un control total sobre la narración, con cada momento melodramático y cada toque de humor ubicados en el lugar indicado para completar el sentido del relato.
Un viaje a Hiroshima para dirigir una puesta multilingüe de Tío Vanya, de Anton Chéjov, es el (nuevo) comienzo de la historia de Kafuku. Allí se encuentra con la sorpresa de que los directivos del festival que lo contrató no permiten que maneje su propio auto a los ensayos y, a pesar de sus protestas, le asignan una joven conductora.
Permitir que otra persona maneje el auto de uno es una enorme prueba de confianza. Más aún si uno va como pasajero. Esta noción es fundamental en la película, que está basada en el cuento de Haruki Murakami, junto con otros dos relatos del autor japonés. El Saab rojo, filmado como un punto vibrante sobre una paleta de grises y azules, es un espacio íntimo y un refugio para el director, que lo maneja escuchando la grabación que su mujer le hizo de Tío Vanya, para que él pudiera practicar sus líneas de diálogo como el protagonista de la obra. La conductora, Misaki (la magnífica Tôko Miura), es una intrusa en ese espacio íntimo, pero su buen manejo y discreción se ganan el respeto del director, a pesar de su rechazo original.
En una escena, Kafuku elogia a su chofer comentando la suavidad con que realiza las maniobras, que le hace sentir como si no estuviera en un auto. Los bellísimos planos en movimiento por autopistas y puentes ponen en imágenes esa sensación de suavidad y seguridad que el protagonista finalmente experimenta cuando quien está al volante se gana su confianza. Y, claro, también representa lo que sucede en la mente y alma de un personaje abrumado por las pérdidas y contenido en su emociones.
Al igual que con Misaki, quien también carga con su propia tragedia, la convivencia obligada con los actores de la obra se va transformando en una conexión real. Con uno de ellos está ligado por el pasado y permitirle entrar a su auto también derivará en una conversación reveladora para el propio Kafuku, en una de las escenas más potentes de la película. Es en esa charla en la que se explicita una de las ideas de la película: la necesidad de conocerse a sí mismo para conectar con los demás (aunque, tal vez, también pueda ser al revés).
Los problemas de comunicación entre las personas están representados en el proceso de ensayo de la obra, en la que cada uno dice sus líneas en su idioma, sin entender a los otros. Un actor habla en japonés y otro contesta en mandarín, por ejemplo. La actriz que hace el papel de Sonia en la obra, interpretada por la luminosa Park Yu-rim, se comunica en lenguaje de señas coreano. Este personaje protagoniza dos escenas particularmente conmovedoras, que son una perfecta fusión de actuaciones impecables y una puesta en escena enfocada en ellas: un ensayo en el parque con otra de las actrices y la escena final de Tío Vanya, ya en una función con público. Su monólogo final demuestra el poder del arte para reflejar la vida y hace referencia a temas de la película, como el dolor de la experiencia humana y la capacidad para seguir adelante a pesar de todo. Así, deja el pie para un epílogo sobre una forma posible de la felicidad.
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