Poroto, mi futura mascota narra con gracia e inteligencia la incorporación de un nuevo integrante a la familia
La obra de La Galera Encantada para las vacaciones de invierno presenta a la nueva familia tipo y las estrategias con las que las hijas tratan de socavar la prohibición de adoptar a un gatito que aparece en sus vidas
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Poroto, mi futura mascota. Autor y director: Héctor Presa. Intérpretes: Luli Romano Lastra, Luciana Lester, Leo Spina, Macarena Ferreira, Ayelén Pérez, Valeria Acciaresi, Ornela Ortiz Marín. Música: Diego Lozano. Vestuario: Lali Lastra. Coreografía: Mecha Fernández. Escenografía: Claudio Provenzano y Héctor Presa. Realización de objetos y muñecos: Lelia Bamondi. Duración: 50 minutos. Sala: Teatro La Galera, Humboldt 1591. Funciones: el domingo 9 a las 17; el sábado 15, domingo 16, viernes 21, miércoles 26, jueves 27 y domingo 30, a las 15.45; lunes 17 y domingo 23, a las 14.30. Nuestra opinión: muy buena
Érase una familia muy normal: la madre trabaja remoto desde la casa, el padre sale hacia la oficina, las dos niñas yendo a la escuela y el jardín, respectivamente. Pero la irrupción de un gatito, de esos que de repente aparecen saltando algún tapial o aprovechando una ventana abierta, altera el ritmo establecido.
El minino sorprende a la madre cuando está sola. No hay problema, lo pone nuevamente de patitas a la calle, a que se busque la vida. Pero comete el error de comentar el episodio a sus hijas. El conflicto está planteado. “No tenemos pensado por ahora tener una mascota“, dice frente al acoso de las hijas, que claman por el gatito, mientras trata de ver qué puede hacer con la compra del supermercado que hizo su marido malentendiendo todo lo que le había pedido.
El agobio de la madre, trazado en tono de caricatura al igual que las distracciones del padre, se presentan en Poroto, mi futura mascota, del grupo La Galera Encantada, como barrera frente a la demanda de las hijas. Pero el nombre de la obra escrita y dirigida por Héctor Presa ya espoilea el derrumbe de esta estrategia.
Ya antes de que se produzca el desenlace, las chicas le ponen nombre al gatito, ya discuten por quién de las dos va a ser su dueña favorita. La madre intenta poner un punto final que resulta apresurado: “Chau, Poroto. Se fue. No va a volver.“ Un intento tan vano como la maniobra del padre de desplazar el deseo por el gatito con una pecera, cuyo habitante no se presta para jugar con niñas.
Un inesperado día sin clases, en medio de las peleas por el control remoto de la tele, se escucha nuevamente el “miau“, que desencadena un pequeño caos. Las niñas toman el caso en sus manos, a su manera. El protagonismo pasa a ellas, ocultando primero al gato y blanqueando luego su presencia como hecho consumado. Los padres dudan un poco, pero terminan cediendo, transmiten a sus hijas de las responsabilidades que implica hacerse cargo de la cría felina. En la platea del teatro proliferan los comentarios en favor del giro que tomó la historia.
Poroto, un crío más, parece primero ingobernable en manos de las niñas, aunque, pequeñín al fin, tanto jolgorio lo termina agotando, lo sume en sueño. Y las hijas aprenden jugando a hacerse cargo de otro ser.
Presa se dirige con la obra al público de los más pequeños, con una historia que pone sus deseos como motor de la trama. Es justamente la hermana menor, la que en su media lengua impulsa la acción en favor de la adopción del gato. La caracterización de este personaje, interpretado en la función reseñada por este cronista por Valeria Acciaresi, resulta un hallazgo de la puesta en escena.
La música de Diego Lozano, con un tema recurrente que señaliza el movimiento de la rutina cotidiana y se acelera cuando esta se trastoca, suena con alguna reminiscencia de la que solía acompañar al cine mudo. Las canciones sintetizan en palabras el momento de la acción. La voz cantante, también el sentido literal, la lleva la madre, una eficaz Luli Romano Lastra en la función de referencia. Macarena Ferreira, como la hermana mayor que hace de vocera de la demanda infantil, y Leo Spina, como el padre un tanto distraído, completan un elenco que funciona con precisión para desarrollar una historia aparentemente sencilla, pero que tiene un recorrido que no es rectilíneo y requiere de un timing bien medido para mantener al público pequeño atento a su desarrollo. El vestuario de Lali Lastra subraya la mirada humorística sobre el rol que pretenden asumir los padres manteniendo un statu quo ya insostenible.
La obra de La Galera Encantada parte de una lectura sagaz de este universo pospandemia, que pretende reencontrarse con una “normalidad“ en la vida familiar, pero en el que quedan huellas -no todas negativas- de esos tiempos en que las mascotas encontraron más espacio en los hogares.
Ya no es un día cualquiera, el gato se quedó. Y por suerte la historia termina allí, porque sobre el minuto final se escucha un simpático ladrido…
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