Por qué Martin Scorsese es el mejor cineasta del mundo en actividad (y aún puede sorprendernos)
Francis Ford Coppola hizo esa afirmación después de ver la nueva película de su entrañable colega y amigo, Los asesinos de la luna, ambicioso relato de tres horas y media sobre la violencia de la que es víctima una comunidad originaria de EE. UU. en la década de 1920, que llega a los cines argentinos el próximo jueves
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Francis Ford Coppola acaba de decir que Martin Scorsese es el mejor cineasta del mundo en este momento. Lo dijo después de ver su última película, Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon), que a su juicio “funciona en todos los niveles posibles”. La frase va mucho más allá del imaginable tributo que un afamado cineasta le entrega a un viejo y entrañable amigo, además de colega y casi contemporáneo. Y todavía más allá de un simple acto de devolución de gentilezas.
No hace mucho tiempo, Scorsese dijo que El Padrino II estaba construida “como una sinfonía” y dirigida por un maestro. Coppola quiso en su momento que Scorsese dirigiera la segunda parte de la gran saga de la familia Corleone en el cine, pero los estudios Paramount se negaron. “No creo que hubiese podido hacer una película a ese nivel, tan elegante, magistral e históricamente importante, en ese momento de mi vida. La madurez de Francis ya estaba allí. Es mi película favorita de Coppola”, escribió Scorsese en una columna publicada en Esquire.
El Padrino II es de 1974, un tiempo que Scorsese atravesó en su vida personal a puro vértigo entre proyectos, excesos, adicciones, idas y vueltas sentimentales y hasta algún episodio que llegó a poner en serio riesgo su vida. Medio siglo después, a punto de cumplir 81 años (los festejará el 17 de noviembre), corrobora con su monumental obra cinematográfica aquellas entrañables palabras. Lo que dice Coppola es lo que piensan muchos. Y también son muchos los que creen que lo mejor en el caso de Scorsese todavía no llegó.
Otros podrían animarse a decir que estamos cerca de eso. Al menos es lo que Scorsese nos entrega a través de creaciones monumentales, que adquieren el carácter bien entendido de un gran testamento, como las que marcaron la etapa más reciente de su obra. Películas que no por casualidad están entre las más extensas de su larguísima y extraordinaria filmografía: las tres horas de El lobo de Wall Street (2013), las tres horas y 29 minutos de El irlandés (2019), y ahora las tres horas y 24 minutos de Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon), cuyo estreno anuncia UIP para el jueves en los cines argentinos. Después estará disponible en la plataforma de streaming Apple TV+, que aportó los 200 millones de dólares exigidos para esta compleja producción.
Queda claro, en principio, que en este momento de su vida Scorsese tiene mucho para decir y para contar. Su gramática cinematográfica se ha vuelto mucho más exhaustiva, profunda y meticulosa. Necesita más pausas y más giros para contar sus historias. También prestar mayor atención al detalle, profundizar la observación de situaciones que se mueven en los márgenes de la idea central de cada trama, al igual que sus personajes.
Scorsese parece haber llegado a un punto de su carrera en el que puede enfocarse más que nunca en los temas y las obsesiones que configuraron toda su vida como artista. Y esa voluntad tan precisa, según observa más de un sagaz observador, necesita más tiempo que antes porque los protagonistas de sus películas más recientes cultivan el exceso. O, en otras palabras, llegan mucho más lejos que cualquiera de sus predecesores. En la última década, con la notable excepción de Silencio (2016), la obra de Scorsese se aproximó como nunca a la idea de summa, entendida como totalidad y también como lo más alto y elevado a lo que puede aspirar un creador.
Desde que se estrenó en mayo en el Festival de Cannes, Los asesinos de la luna fue acogida en todas partes con esta perspectiva integradora. Scorsese parece haber llegado a ese momento fundamental en el que un artista se siente capaz de mostrar en cada una de sus obras solamente aquello que considera esencial. Aunque el resultado de eliminar todo lo innecesario y superfluo sea, paradójicamente, una película de tres horas y media.
¿De qué habla Scorsese en Los asesinos de la luna? Vemos aquí mundos autorreferenciales que se mueven al margen de la ley e imponen a fuerza de violencia y codicia sus propias reglas a los demás (como en Buenos muchachos, El infiltrado y Casino); familias y grupos unidos por lazos de sangre, desprotegidos y expuestos por completo a ese tipo de amenazas (como en Cabo de miedo); lazos afectivos y amores simulados, falsos o completamente insatisfechos (como en La edad de la inocencia). La relectura de los ensayos de Scorsese on Scorsese, uno de los libros de consulta sobre la obra de su autor más rigurosos, publicado por primera vez en 1989, funciona como una suerte de lúcida aproximación casi visionaria de esta nueva película.
Y a propósito de libros, la idea de llevar al cine Los asesinos de la luna, el exitoso best seller de David Grann narrado en clave de true crime sobre las misteriosas muertes que golpean a una tribu indígena originaria de Estados Unidos en la década de 1920 ya estaba en la cabeza de Scorsese desde 2017. Por entonces, el director estaba dejando atrás el rodaje de Silencio, una suerte de escape hacia densos y profundos temas conectados con la fe religiosa y la trascendencia que llevó adelante inmediatamente después de El lobo de Wall Street.
“Era una impresión, casi como un haiku”, dijo cuando vio por primera vez juntas en la portada en inglés del libro de Grann las palabras “asesinos” y “luna de flores”. Los asesinos de la luna cuenta esta historia real, que empieza cuando se descubre que hay petróleo en las tierras habitadas por la comunidad Osage en el corazón de Oklahoma, y sus integrantes, de la noche a la mañana, pasan a ser dueños de una riqueza incalculable.
De una manera que sería impensable en nuestros días, algunas personas de raza blanca se transforman en sirvientes de esos nuevos millonarios. Otros, en cambio, tratarán de aprovechar esa oportunidad. Como Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio, en su sexta colaboración con Scorsese), un veterano de la Primera Guerra Mundial que vuelve al terruño para trabajar junto a su tío (Robert De Niro, por décima vez presente en una película de su director preferido), un poderoso ganadero. El reguero de muerte entre los Osage empieza a extenderse poco después de la boda de Ernest y una mujer de ese pueblo llamada Mollie (Lily Gladstone, toda una revelación).
Scorsese notó que el libro de Grann se enfocaba con especial atención en la respuesta oficial al “caso Osage”. Para tratar de esclarecer esa enigmática seguidilla de muertes cobró relevancia un nuevo organismo gubernamental, originalmente conocida como Oficina de Investigaciones, génesis de lo que más tarde se convertiría en el mundialmente famoso FBI. Y en los primeros borradores de la película, DiCaprio iba a ser Tom White, el sagaz agente encargado de la pesquisa, finalmente interpretado en la película por Jesse Plemons.
Hasta que en un momento Scorsese se preguntó si tenía sentido solamente contar la historia del FBI. A esta altura de su obra, después de hacer películas tan complejas como El lobo de Wall Street y El irlandés, optar por esa mirada no era otra cosa que caer en una suerte de reduccionismo. Enfocarse, en cambio, en la historia amorosa entre Ernest y Mollie, significaba entre otras cosas integrar este proyecto a una suerte de historia moderna informal de los Estados Unidos observada desde el tamiz de sus temas de toda la vida. A partir de una consigna que se impone a todas las demás y que el propio director reconoce como propia desde los tiempos de Calles peligrosas (Mean Streets, 1973): “Hacerse rico lo más rápido posible y por cualquier medio necesario”.
Desde esta perspectiva, Los asesinos de la luna se integra a una cronología que encuentra entre sus capítulos posteriores la peripecia de El irlandés. Con temas comunes a ambos relatos: la codicia, el egoísmo, la sensación de impunidad, la violencia, el desprecio por la ley, el poder, la confianza y la traición. Y por encima de ellos, una pregunta que también recorre en primer plano toda la obra del realizador: ¿hasta dónde los humanos son capaces de lastimar a sus semejantes con tal de cumplir sus propósitos? ¿Pueden funcionar como antídotos a todo ese mal la fe, la decencia, el perdón, el sentimiento de culpa o una eventual y posterior redención?
No debe haber en la mejor historia reciente del cine estadounidense, junto a Clint Eastwood y Steven Spielberg, un realizador con una obra que haya alcanzado tanta solidez y consistencia conceptual como la de Martin Scorsese. Tal vez en los últimos años hayan aparecido en su inquieta cabeza creativa cada vez más interrogantes de esos que no encuentran respuestas fáciles.
Todo eso explica, seguramente, que sus películas más recientes sean tan largas, minuciosas, derivativas. Pero jamás dispersas, porque las preguntas que se hace en Los asesinos de la luna son casi las mismas que se viene planteando a lo largo de toda su carrera. Con el mismo espíritu también diseña sus próximos pasos. A imagen y semejanza de lo que hizo después de El lobo de Wall Street con Silencio, ya insinúa que en su próxima película volverá a Jesús, aunque desde un abordaje mucho más experimental de que hizo en los tiempos de La última tentación de Cristo.
Francis Ford Coppola debe haber tenido en cuenta también toda esta rara y admirable coherencia para definir a su entrañable amigo Martin Scorsese como el mejor cineasta del mundo en este momento.
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