Por qué las grandes marcas deberían mirar a Miss Bolivia
Cuando hace pocas semanas la cantante Miss Bolivia almorzó con Mirtha Legrand, no hubo confesión de bisexualidad ni mantra feminista alguno que alcanzara el efecto que sí provocó su “pasada de look”: el momento en el que, parada al costado de la mesaza, la artista relató su outfit de antiocasión: “Estos zapatos me los compré en Once; este chupín es de una amiga; esta remera es de feria americana; esta campera la compré también en un negocio de Once; estos anillos son del Barrio Chino y me peinó y pintó otra amiga. Y a la gilada ni cabida” dijo.
No se trató de la remake de “La moda por 50 pesos”, el segmento que la modelo Carmen Yazalde condujo en el ciclo de Susana Giménez durante años. Pero ¿por qué el fragmento parece “especial” y fue reproducido incansablemente, como gag para algunos y como trampa a la Matrix para otros? En la sucesión de mannequins que aún en 2017 van a ese mismo antro televisivo forradas como quien asiste al estreno de Los martes, orquídeas en 1941, el gesto de Miss Bolivia remite a un horizonte estético signado por una realidad que las grandes marcas y sus asesores publicitarios se niegan a asumir: Recoleta murió y Palermo está en coma inducido.
De hecho, ¿a quién representa hoy el lacio monacal de Marcela Kloosterboer , la porcelana fría con la que parece estratégicamente moldeada la imagen de la China Suárez y la “belleza de laboratorio” de Natalie Pérez , por ejemplo? En días de Saladas y Saladitas y enmarañadas en sus rastas de alta costura, referentes como Miss Bolivia y las solistas Rocío Quiroz y Azul Carrizo funcionan como embajadoras plenipotenciarias de La Paternal, José C. Paz y La Boca, respectivamente. Camperas de símil cuero y joggins con dos, tres o cuatro tiras. Plataformas de goma, piercings, una uña de cada color, jeans rotos, musculosas negras con letras doradas y gorritas con tachas, botones y parches.
Tres insubordinadas que, aún con profundas diferencias en sus poéticas musicales, cuentan y cantan sus roturas. No borran con luz solar, gasas etéreas en sus cuerpos y verde de country de fondo las marcas de las violencias recibidas. Al revés, graban videoclips en monoblocks con paredes descascaradas, caminan por calles sin cloacas y amenazan en grupo. Mientras tanto, “la moda” –entelequia en la que suelen agruparse los dos o tres que siguen sin superar la colección 1990 de Armani– cita la presencia de Valeria Mazza en “Donna sotto le stelle” como un hito en el diseño local y comenta la red carpet de una gala solidaria en el Tatersall.
Así las cosas, si el deseo es permanecer y la pretensión es ser contemporáneos, se sugiere una tarea para el hogar. A los responsables de marcas femeninas: harían bien en abandonar Panamericana. En su lugar, subirse a la línea 9, de Constitución a Caraza, y realizar el recorrido completo cuatro veces. Al ver, verán lo que que hay que ver.
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