Por qué La favorita debería ganar el Oscar a la mejor película
Amor, lujuria, desengaño, traición, locura, venganza... En La favorita –que llegará el jueves a las salas argentinas– el griego Yorgos Lanthimos desata la imaginación para crear una película atípica, desmelenada y de aliento shakespereano que oscila entre el melodrama amoroso y la sátira política, con las miserias que circundan al poder como eje. Es una pequeña extravagancia que una película de este tipo tenga una decena de nominaciones para losOscar ,la misma cantidad que Roma, un dato que empuja a desearle buena suerte: después de recoger el guante con los reclamos relacionados con la comunidad negra y el feminismo, sería una buena señal que los miembros de la Academia también dieran una muestra cabal de amplificación de criterios estéticos premiando a La favorita (que, de hecho y en una suerte de paradoja semántica, no es la candidata para casi ningún analista).
Las protagonistas absolutas de la historia son tres mujeres que conforman un dinámico triángulo bélico y amoroso. Pero el centro de gravedad es uno de esos personajes: la reina Ana de Gran Bretaña ( Olivia Colman ), última soberana de la casa de los Estuardo, mujer voluble, emocionalmente inestable y de salud precaria que lleva encima el enorme peso de diecisiete hijos a los que vio morir. Compiten por sus favores la rígida y muy sagaz Sarah Churchill ( Rachel Weisz ), duquesa de Marlborough y cerebro de todas las movidas de la monarquía (un rol análogo al del Dick Cheney interpretado por Christian Bale en la también nominada al Oscar El vicepresidente), y Abigail Hill, una joven de la nobleza, prima de la duquesa que, luego de caer en desgracia, ingresa a la vida cortesana como personal de servicio y termina con un rol decisivo en la vida de la reina. Esa atrevida punk prematura que encarna Emma Stone es un personaje picante: tiene inteligencia, malicia y ambiciones, pero también costados vulnerables y un resentimiento que probablemente tenga relación con un oscuro incidente con su padre. Su vínculo con Sarah irá mutando gradualmente: de la desconfianza inicial a una pasajera fascinación y finalmente al mutuo desprecio. Lanthimos sabe cómo ir sembrando conflictos como para que todo ese desplazamiento sea fluido.
El objetivo de las disputas parece ser el poder. Pero el director trabaja el funcionamiento de los vínculos entre esas tres mujeres con cierta ambigüedad, deja abierta puerta para que también sospechemos otras motivaciones. Y no lo hace prescribiendo ninguna en especial, lo cual es aun más interesante. Es legítimo suponer, por caso, que la reina ejerce un tipo de fascinación especial tanto en Sarah como en Abigail, un corriente erótica e incluso romántica que late debajo de la superficie de los intereses más evidentes.
Para Shakespeare y la dramaturgia griega clásica, los asuntos de Estado fueron siempre material para la tragedia. Lanthimos retoma esa línea acentuando el patetismo del ambiente general en la corte inglesa de inicios del siglo XVIII y reuniendo el humor sardónico con el espanto, tal como había hecho en Langosta (disponible en Netflix ).
En la corte de la reina Ana que inventaron para su película, Deborah Davis y Tony McNamara, los autores de un guión erudito y atrevido, hacen circular anárquicamente a una fauna bizarra, cargada de gigantescas pelucas rizadas, toneladas de maquillaje y vestuarios sofisticados, síntomas inequívocos de la artificialidad de ese reducido universo, superpoblado de hombres que tienen el timón de la economía y la política. En ese contexto hostil se hizo fuerte Sarah, con su carácter fuerte y su extraordinario manejo de las armas de fuego. La duquesa es también una buena manipuladora, pero encuentra la horma de su zapato con la llegada imprevista de Abigail, incluso más hábil que ella para tejer complejas y eficaces maquinaciones. Esa jovencita atractiva, perspicaz y tan provocadora como para bromear con un tema espinoso como la violación luce como digna heredera cinematográfica de Eve Harrington, la sensacional oportunista de La malvada (1950, Joseph L. Mankiewicz). Sarah detecta su pericia y primero la trata como a una protegida, pero de a poco se irá dando cuenta de que representa un verdadero peligro para sus intereses. La pelea sin reglas entre ellas por el afecto de la reina es el motor que empuja una narrativa muy dinámica, que apela tanto a la gravedad como al absurdo.
Pero Lanthimos no cede a la tentación de cristalizar a la reina como un simple títere de sus dos consejeras y amantes (una faceta que el realizador desarrolla aunque su sustento histórico esté puesto en duda, de acuerdo a la opinión de una especialista tan reputada como la inglesa Anne Somerset). Aun bajo la opresiva influencia de sus laderas, Ana es la que tiene la última palabra y la única que cuenta con una carta que nadie más tiene: la sinceridad. Sufre con las pesadas cadenas del dolor, las tradiciones obligatorias y el cuerpo enfermo, pero si luce tan exótica es porque responde siempre a sus deseos.
En términos psicoanalíticos, el deseo siempre supone una carencia. Y el deseo es otro de los motores de La favorita, apuntalado justamente por las dramáticas carencias de sus protagonistas. El film exhibe crudamente el raro espectáculo que explota cuando ese deseo escapa del clóset del inconsciente y no siempre tiene la forma que esas tres mujeres indómitas imaginaban. Un espectáculo, por cierto, claustrofóbico (la acción se desarrolla enteramente en el palacio) y de ribetes dantescos, entre torpes carreras de patos y bombardeos de frutas contra el blanco inusitado de un rollizo cuerpo desnudo.
Lanthimos acentúa el extrañamiento de ese ecosistema notoriamente mutable, sin identidades ni valores fijos y en el cual el amor puede ser dominación o sumisión, filmando con lentes y ángulos inusuales. La favorita podría postularse como un audaz tratado sobre lo imprevisible, e incontrolable, del comportamiento humano sostenido por la base firme que le proporcionan tres actrices extraordinarias. Es lógico presumir viendo esta película, muy premiada en Estados Unidos y Europa, que se divirtieron mucho haciéndola, algo que ellas confirmaron en distintas conversaciones con la prensa.
Rachel Weisz y Emma Stone están realmente formidables. Pero es Olivia Colman (nominada para un Oscar que también sería justo que gane, y próxima protagonista de The Crown) quien brilla con más fuerza. El entorno creado por Lanthimos –un director que en sus mejores momentos tiene el rigor de Bresson y la osadía de Kubrick– potencia su capacidad para pasar en cuestión de segundos de un color a otro sin que nada luzca falso o forzado. Así como en La favorita la música clásica de Bach, Händel, Purcell y Vivaldi convive en armonía con el pop pegajoso de Elton John, ella navega segura e imponente entre el drama y la comedia. Es la reina indiscutible de un cuento fantástico y apasionante.
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