En diciembre pasado, Josh Kiszka, el líder de Greta Van Fleet, estaba durmiendo tranquilamente cuando su teléfono empezó a sonar sin parar. "No entendía nada", dice. "Pensé que se había muerto el Papa, o algo." El Papa Francisco estaba bien, y Greta Van Fleet había recibido cuatro nominaciones a los Grammy, todas relacionadas a los dos EPs que lanzaron en 2017, Black Smoke Rising y From the Fires [finalmente solo ganaron el premio a Mejor Álbum de Rock]. "Son algunas de las primeras canciones que escribimos", dice Kiszka. "Así que es bastante impactante." Las nominaciones fueron el cierre perfecto de un año increíble para este grupo revivalista de hard-rock, que pasó de tocar en clubes a agotar teatros de 5.000 butacas.
En el medio, se convirtieron en una de las bandas que más polarizaron la opinión de la audiencia, con varios críticos acusándolos de parecerse demasiado a Led Zeppelin. ("Pobres chicos, no se dan cuenta de que son más un algoritmo que una banda de rock", dice una reseña de Pitchfork.) El mismo Robert Plant hizo chistes con respecto a la voz de Kiszka, que le recordaba a "alguien que conozco muy bien". Obviamente, Kiszka lo tomó como un cumplido. "Es una pena que haya gente tirando mala energía, pero es su decisión", dice el cantante. "A mí me gusta creer que lo que hacemos tiene sustancia." El público cada vez más numeroso de Greta Van Fleet parece darle la razón, y el éxito de Bohemian Rhapsody, la biopic de Queen, sugiere que todavía hay un público para los riffs de guitarra. "De alguna manera", dice Kiszka, "creo que podemos sentirnos un poco responsables de eso".