Un ex jugador de fútbol americano se convirtió en el gurú global de la "comida viva", la contracultura místico-alimentaria que promete la salvación evitando la carne y el fuego
Primero hay que invocar a los ángeles: Rafael, Gabriel, Ismael... Después sacarse los zapatos, correr al jardín que está en el fondo y tomarse de las manos. Pisar la tierra, ensuciarse los pies, repetir por fonética frases en hebreo. Descansar y volver al living para sentarse en círculo alrededor del altar con plantas, velas y flores blancas; cerrar los ojos, meditar con un mantra. Por fin, escuchar los pasos que se acercan, sentir la mano que se apoya sobre la frente y esa voz suave, casi susurrada: "Wake up the kundalini". El que habla es Gabriel Cousens, un gurú estadounidense considerado la máxima autoridad internacional en el terreno de la "comida viva". Tiene el pelo canoso, una túnica blanca, la mirada como dormida y el paso lento. Entre la gente que lo acompaña, hay una discípula que no se separa de él. Ni siquiera ahora, cuando Cousens apaga las luces y dice que, para iniciarse en esta filosofía cuya premisa es preservar la energía de los alimentos sin cocinarlos, hay que pasar por todo esto. El "Shabbat Chamánico".
La historia empieza con los rollos del Mar Muerto que se descubrieron en 1945 e hicieron furor entre los naturistas varios años después. Ahí se nombraba a los esenios, una comunidad hebrea del siglo II a.C. que llevaba una vida ascética entre las montañas y no comía nada que hubiera pasado por el fuego. Tomándolos de modelo, la base de la dieta difundida por Gabriel Cousens desde su fundación Tree of Life lleva los conceptos del veganismo a un extremo. Si la regla principal del vegano es no comer ningún derivado animal (ni carne, ni lácteos, ni huevos, ni miel) los seguidores de la comida viva eliminan también las harinas y los alimentos cocidos o refinados. Además, subrayan que la base son las semillas: "biochips" con toda la información de la naturaleza. A eso se suman brotes, vegetales crudos, frutas, alimentos fermentados, cosas deshidratadas. Los esenios decían también que para cada día del año hay un ángel que nos guía. Por eso Cousens armó este Shabbat, híbrido entre la tradición hebrea y los rituales de los nativos norteamericanos, para invocarlos con rezos, cantos y meditaciones. Cuando se prenden las luces, el gurú dice que ahora hay que mantener la nueva energía interna con alimentos que tengan vida. "Ensaladas, masas deshidratadas, leche de almendras, quesos de semillas", enumera la discípula, anticipando la cena.
En el fondo del living, una chica de vestido blanco, rulos castaños y ojazos celestes, sonríe en silencio. Acomoda sobre una bandeja el pan deshidratado y lo hace circular. La consigna es lavarse las manos y dárselo en la boca al de al lado. El sabor es salado, y se pega un poco al paladar. La chica, que ofrece agua sin dejar de sonreír, se presenta como Gae. Ella es la representante de la rama argentina de la corriente, con la organización Germinando Vida. Gae Arlia tenia 25 años cuando dejo la casa paterna y salió a viajar por el mundo con su novio. En pleno "momento de búsqueda", cambió su alimentación y dejó la carne. Empezó a meditar. Se replanteó cosas. Cuando dejó atrás el norte argentino y llegó a Bolivia, ya estaba sola. En el camino, habló con un grupo de personas que iba a un encuentro espiritual en Brasil y quiso seguirlos. Se sumó a la caravana de veinte y así conoció a una pareja que hacía un proceso llamado "vivir de luz" en una comunidad de Minas Gerais. Gae aceptó atravesarlo. Veintiún días sin hablar con nadie, sin ninguna actividad, sin ingerir alimentos. Apenas un cuarto despojado para pasar la noche. Lo más difícil fue atravesar la primera semana, en la que no podía tomar ni siquiera agua. Vivió las secuelas de la limpieza física (dolores, manchas, sarpullidos) y aprendió a quedarse durante horas en la misma posición. Cuando llegó la segunda semana, le indicaron que debía tomar un litro y medio de agua por día: era el momento de la limpieza emocional. Según relata, ella ya no tenía hambre. Se la pasaba sentada contra un árbol y esperaba las meditaciones del atardecer. Vio gente que lloraba, que gritaba, que se tiraba al suelo. Vio a muchos de sus compañeros de viaje que no aguantaron y terminaron yéndose. Nunca dijo nada. Llegó así a la tercera semana, la de la limpieza mental. El objetivo: minimizar los pensamientos. Cuando despertó, el día 21, sintió que flotaba. Despidió a la pareja de guías con abrazos y volvió al pueblo con seis kilos menos y una sensibilidad extrema. Todo la aturdía y le daba ganas de llorar. Se volvió más selectiva con los alimentos y los fue incorporando de a poco; priorizó las frutas y las verduras, sintió que ya no la alimentaba sólo la materia. Cinco meses más tarde, escuchó sobre la comida viva: su llegada a Brasil estaba predestinada. Así llegó hasta la fundación Oswaldo Cruz para interiorizarse en esta corriente que respaldaban tantos médicos naturistas. Estudió la carrera de reeducadora nutricional y conoció al dueño de Oficina da Semente, el primer restaurante raw food [comida cruda] de Río. Trabajó con él, aprendió recetas, se metió en un Centro de Salud y Longevidad, atendió pacientes, les enseñó a comer de este modo.
Corría el año 2006 cuando Gae, embarazada de siete meses, volvió a Argentina para tener a su hijo y fundar Germinando. Hoy, esta organización nuclea a todos los que quieran iniciarse en la comida viva y organiza ayunos físico-espirituales. Durante el día hacen yoga y tai chi chuan. Para el que quiera, también hay limpiezas hepáticas o colónicas. Además, una vez por mes, celebran cenas de confraternización gratuitas y abiertas a la comunidad. Lo hacen porque es un camino duro, porque la gente no entiende, porque se sienten solos. En una de las últimas cenas, una de las alumnas ofreció su ph y armaron una comilona de pizzas con masa deshidratada y quesos de semillas, ensaladas con lechuga, sésamo y girasol, patés, panqueques de mermeladas vivas. Hubo guitarreada, cantos y poesía. Antes de despedirse, Gae los sorprendió con la noticia: la discípula del maestro Cousens la había contactado. El gurú estaba por venir a Argentina.
Abierto en 1993, Tree of Life es un centro holístico ubicado en el estado de Arizona, Estados Unidos. Ahí es donde la gente viaja a espiritualizarse, limpiarse y curarse con la guía de Cousens. Celebrities como Woody Harrelson propagan sus bondades desde la página web de la fundación (treeoflife.nu). "Siempre voy a estar agradecido al doctor Cousens", dice el protagonista de Asesinos por naturaleza mientras mastica una ensalada de brotes verdes. Porque el gurú lo recibió con los brazos abiertos, entre las rojas montañas de Arizona, y Harrelson recibió el mensaje: nos enfermamos porque perdimos nuestro ritmo santo. "Hay que amarse a uno mismo y al planeta para querer curarse", le dijo Cousens. La premisa de Tree of Life es la misma para todos: cuando uno cocina, pierde el 50% de las proteínas, el 80% de las vitaminas y minerales y casi el 95% de los filonutrientes. Si comemos "comida chatarra" genéticamente modificada y con herbicidas, baja nuestro nivel de conciencia, ensuciamos el cuerpo. Una alimentación viva, en cambio, crea una mente y un cuerpo activos y saludables. Cousens y sus seguidores aseguran también que este tipo de alimentación puede curar la diabetes. El plan de veintiún días es estricto. Los primeros tres de comida cruda, después siete días de ayuno y, quien se anime, puede seguir siete más, sólo con jugos (de pepino, apio, espinaca, acelga). Es la "dieta del arco iris verde". Cousens dice que abrió este centro porque las personas necesitaban una comunidad que pudiera enseñarles a comer de tal forma que pudieran volverse "conductores de lo divino". Pero también tuvo detractores. En su libro Health Food Junkies, los nutricionistas Steven Bratman y David Knight hablan de la comida viva como un "extremismo alimenticio" característico de la ortorexia: la obsesión por la alimentación saludable. "Es un desorden que ya está por reemplazar a la anorexia", aseguran. "La preocupación por los alimentos y la preparación de la comida dominan la vida de quienes siguen esta tendencia." En el foro de la página vegsource.com, un opositor hizo circular una especie de manifiesto en el que contaba que, siguiendo la dieta de Cousens, no había tenido más que problemas. Dolores de estómago, constipación, debilidad. Sin un ingreso paulatino, dicen los nutricionistas, los efectos pueden ser devastadores: el estómago no tiene enzimas para digerir la fibra de tantas verduras crudas y por eso aparecen retortijones intensos, constipación o diarrea. Como el cuerpo tampoco está acostumbrado a absorber tantos nutrientes nuevos y se liberan muchas toxinas, aparecen el cansancio y la debilidad. Entre los mitos a desterrar, el forista decía: "Recuerden que la comida viva nunca los llevará cerca de Dios, el nirvana o como quieran llamarlo". A pesar de la repercusión del manifiesto y el libro, en Tree of Life nadie acusó recibo.
Hasta ahora, Cousens lleva creadas seis fundaciones e incluso trasladó estos programas a Nicaragua, donde su plan es fundar otra comunidad para el mundo hispánico. Y Argentina es escala necesaria en su proceso de expansión. Las vacantes para los talleres y conferencias de su primera visita colapsaron. Más allá de la moda Palermo Green, Buenos Aires cosecha filosofías, militancias y seudorreligiones en el terreno de la alimentación. Aunque en Capital no existen censos alimenticios, es fácil rastrear las agrupaciones que nuclean a macrobióticos, vegetarianos, orgánicos, veganos… Incluso están los frugívoros y se habla también, casi mitológicamente, de los respiratorianos: un núcleo que asegura vivir del aire. Todos rechazan la carne, todos levantan banderas por un gurú, una política o una suerte de premisa espiritual en torno de la comida. Y uno de los puntos más extremos a los que el vegetarianismo puede llegar es la raw food. Hasta ahora, más de cien personas pagaron mil pesos por el taller semanal de "alimentación viva para la paz universal", dictado por Cousens. Asistieron a seminarios donde se enseñaron recetas, se degustaron platos y se hicieron meditaciones. Muchos participaron también en la celebración del último Shabbat y se transformaron en fieles seguidores del maestro.
La noche que Leo Mazzucchelli probó la comida viva, supo que las cosas iban a ser diferentes. Aunque a sus 43 arrastraba veinte años de lactovegetarianismo, nunca antes le había pasado algo así. Escuchó el nombre Verde Llama casi por casualidad. Un amigo le había hablado del primer restaurante crudivorista de Argentina y así se metió, sin saber muy bien de qué se trataba. Lo mismo que había hecho durante la primavera alfonsinista, cuando supo de los hare krishnas y el Maharishi y abandonó el jazz y la carne, casi al mismo tiempo. Leo entró en ese restaurante que hoy ya no existe y siguió las recomendaciones de Diego Castro, el chef que trajo esta corriente a Buenos Aires en 2005. De entrada, licuado de almendras, algarroba, algas, espirulina. El sabor amargo y el olor a pescado se diluyeron en el azúcar sin refinar; las almendras le dejaron un resabio dulzón. Siguió con un sándwich de pan deshidratado con verduras, brotes y quesos de semillas. Para el postre, trufas de cacao puro.
Esa noche habló con Diego hasta la madrugada. Le pidió que le diera cursos de cocina y se llevó prestados varios libros. De todos, el que más le gustó fue Rainbow Green Live-Food Cuisine, de un tal Gabriel Cousens. Siguiendo sus consejos, Leo radicalizó el vegetarianismo: dejó las harinas, los lácteos y las verduras cocidas, se contactó con proveedores orgánicos para conseguir alimentos sin pesticidas ni fertilizantes, armó listas de semillas que podían traerle quienes viajaran afuera…
Por Violeta Gorodischer | Ilustración de Claudio Roncoli
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