Enrique Chalar, más conocido como Pil Trafa habló de la pandemia, de cine, de fútbol y de punk rock
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La modelo-refugiada iraní Negzzia, los terremotos, Monsanto, los celulares. Sobre todos esos temas y unos cuantos más Pil (Enrique Chalar en el DNI, Pil Trafa en los créditos de una docena de vinilos, casetes y CD) canta en su último disco, Carne, tierras y sangre. En la charla por teléfono, el menú incluso se amplía. Aparecen las batallas medievales, la cerveza jamaiquina, el rugby, el Aleph, la masamadre, el cine de Paul Thomas Anderson, el fútbol de los setenta y, cómo no, la pandemia y el punk-rock. Todo sin alterar un novedoso tono relajado, imposible de vislumbrar en los 80 y 90 detrás de las guitarras de “Represión” o incluso de “Vamos a arder a medianoche”.
Pil, la estampita clásica de los inicios del punk argentino, leyenda de las mil y una noches agitadas en el under porteño, es hoy, con 61 años, un conversador ameno e informado, además de cantautor con recursos. “La pasamos muy bien, tranquilos. Tuvimos mucha suerte en el trabajo, vivimos en una ciudad con grandes parques donde hacer gimnasia y lindas playas apenas a cuarenta kilómetros. Es bueno tener cerca el mar. Esas cosas se agradecen, son bendiciones”, dice sobre su vida actual el por siempre ex cantante de Los Violadores y actual líder de Pilsen, su también eterna “nueva” banda, aunque la venga activando y desactivando desde 1992.
Lo cuenta por teléfono sentado en un sillón de su casa en San Borja, el barrio de clase media, media-alta, en Lima, Perú, donde se instaló ya hace veinte años. Allá vive con Claudia Huerta y su hijo, Ian, de 18. Claudia es productora de espectáculos y Pil, cuando su agenda musical lo permite, colabora con su agencia. El dato llama la atención porque a Chalar, en Argentina, no se lo da por exiliado; al contrario, mantuvo su casillero en el tablero del rock porteño durante las últimas décadas. Él lo explica así: “Es que siempre viajamos y pasamos mucho tiempo en Buenos Aires, mi carrera no dejó de estar allá. Nunca imaginé casarme. Pero sí me veía saliendo de Buenos Aires para tomar aire, para descargar las baterías y volver a cargarlas. Con el gobierno de De la Rúa, muchos músicos nos quedamos sin empleo. Un poco por la economía y otro porque venía gente nueva. Fueron años de correr, de sacar discos para no perder tu lugar, aunque quizás no tuvieras la mejor inspiración. Conocí a mi esposa en 1997. Nos quedamos un tiempo en Argentina, pero después nos vinimos acá por su trabajo”.
Causa o consecuencia, este presente apacible del hombre de Villa Urquiza que pogueaba en el ascensor se relaciona directamente con la grabación de Carne, tierras y sangre, el disco al que en estos días defiende como puede desde el aislamiento social en Lima. Hay que decirlo: es un trabajo con algunas de las mejores canciones que Pil firma desde hace mucho tiempo, un plan de producción independiente pero expansivo, y un rango de invitados tan amplio que va de León Gieco a XXL Irione. Y, además, sí, lo cocinó muy tranquilamente.
“El primer disco de los Violadores lo grabé con toda la ira del mundo. Así quedó: perfecto para ese momento. Este, en cambio, lo grabé con todo el relax. Me sentí muy cómodo. Quizás fue la grabación en la que más cómodo estuve. No había presión, todo fue serenidad. Lo hicimos en el estudio de Tommy. Cada jornada, terminábamos y nos premiábamos con tres o cuatro cervezas premium de un local vecino. Como quien le da un dulce a un niño que se portó bien”.
Tommy es Tomás Loiseau. Falleció en noviembre pasado, a los 43 años, poco después de terminar la mayor parte de Carne, tierras y sangre. Bajista de Pilsen y más reciente socio creativo de Pil (junto con el veterano guitarrista Tucán Barauskas), Tommy era un muy querido personaje en la escena punk rockera porteña, conocido por su banda histórica, Mamushkas. Hijo del humorista gráfico Caloi y hermano del dibujante Tute, falleció repentinamente al descompensarse durante el último tema de un show de Mamushkas en El Emergente. Poco antes había tocado a dúo con su hija, Luna, en el Club V. Su muerte de algún modo le confiere una dimensión aún más profunda a este disco de Pilsen.
"Estamos descorazonados. Cuando grabábamos, lo veía sentado en el estudio y, aunque estaba de espaldas, adivinaba su sonrisa. Estaba contento, y yo también", lo recuerda Pil, todavía en shock. "Fue una pérdida grandísima para el arte porque era un chico que estaba en su apogeo. El disco que venía grabando con Mamushkas era increíble. Quedó inédito mucho material de Pilsen con él, y es muy probable que lo saquemos a la luz. Sería un acto de justicia. Fueron siete años de relación musical intensa, viajamos por el setenta por ciento de la Argentina, teníamos un vínculo de familia".
Ahora, Damián Chino Morales, viejo compadre de Tommy en Mamushkas, es el nuevo bajista de Pilsen. "Tomás estaba feliz de trabajar con Pil. Era fanático de los Violadores y venía desarrollándose y capacitándose como productor –dice Damián–. El de Pilsen y El dilema del erizo, el disco de Mamushkas que quedó inconcluso, son muestras de eso. Era un pibe extremadamente talentoso".
Pil piensa Carne… como “una lectura de la historia argentina, de cómo la oligarquía que dominó al país tanto tiempo destruyó pueblos originarios, persiguió opositores y terminó en algo tan terrible como Malvinas”. En otras palabras, los blancos del repertorio Chalar desde precisamente 1982, año en que se superpusieron la guerra y la cocina del primer disco de los Violadores (editado recién en 1983). “Cuando escribí ‘Represión’ hablaba de fútbol, asado y vino, el mismo tríptico de este disco: asado-carne, vino-sangre y fútbol-tierra. No lo hice a propósito, me di cuenta bastante después de pensar el título…”
La playlist trae sorpresas. "Una Pilsen más" es un sanpatricio antifa más deudor de 2 Minutos y Mala Suerte que de los Violadores. También hay una síntesis del caso Negzzia, la modelo iraní que debió huir de su país tras posar desnuda ante la amenaza de una condena a azotes, solo para encontrarse con otros abusos en Estambul, Milán y París. "Lo leí en La Nación y pensé ‘esta es una historia para un tema’. Medio Oriente la quería presa, Occidente la quería prostituir y terminó durmiendo en la calle", apunta Pil, que logró hacerle llegar la canción "Por las mil y una noche más", ella se lo agradeció emocionada y están en comunicación para que participe en un video. "Los hombres hemos sido canallas con las mujeres, es hora de que eso termine, estoy con la igualdad absoluta", proclama la voz de "Uno, dos, ultraviolento".
Reflejos de las lecturas de un viejo punk, pero componedor, en Carne… hay tracks inspirados tanto en "El Aleph" ("Un punto dentro de otro") como en La invención de Morel ("Marienbad"). Pero la canción más memorable es una relectura de un tema del único disco de Pil Trafa y los Violadores de la Ley: "Nonsanto", dedicada a la agromultinacional de la que la diferencia solo una consonante, con la voz y la armónica de León Gieco montadas sobre una armonía street punk a lo U.K. Subs/Angelic Upstarts. "Al principio León no encontraba la armónica en La sostenido que necesitaba para la canción. Hasta que nos dijo ¡la tengo!. Era la que usó para grabar ‘Solo le pido a Dios’ con Mercedes Sosa. Se me puso la piel de gallina".
Otro feat inesperado es el del rapero XL Irione en "Así está el rock", una crítica al estado de las cosas en el universo de la música con guitarras eléctricas. "Qué asco verlo así, anestesiado", protesta, no tan lejos de lo que escupía en sus años de Pil Trafa. La historia detrás de escena es que la convocatoria al MC fue sugerencia del hijo de Pil, habitué de las riñas de gallo en los recreos de su cole limeño. "Escucha rap, no le interesan los Violadores ni el rock, hasta me grita si canto en la ducha, pero quedó muy contento cuando escuchó este tema. Me había dicho que debíamos hacerlo con Irione o Malajunta. Yo solo conocía lo clásico, Cypress Hill, Eminem, no mucho más. Digamos que ya tengo el disco rígido saturadísimo como para incorporar otra música. Pero el rap me parece muy interesante, creo que es el nuevo punk".
Muchos de tu generación no opinan lo mismo...
Lo último que haría es repetir lo que odiaba de adolescente: que dijeran que lo que me gustaba no era música. No te voy a decir que escuche trap o reggaetón, no los entiendo tanto, no me meto, pero en el rap hay una construcción social, se dicen cosas. El rock en Argentina no está diciendo nada. Está bien, el hip-hop tiene esa parte digitada por las empresas que arman las batallas de gallos, pero hay un buen contenido dentro del continente. Muchos chicos están rapeando en la calle y eso es tan bueno y contenedor como que existan clubes de barrio. Están aprendiendo historia, están desarrollando cultura.
Otro destacado es "Wakon y la Pachamama", donde Juan Cruz Torres aporta el charango de su padre, el gran Jaime, y Micaela Chauque, siku y quena. El propio autor descoloca al confesar que el track fue un vehículo para exorcizar su temor a los terremotos en Lima. "No me gustan los temblores, no son gratos. Cuando llegué a Perú vivimos un tiempo con mi suegra y de alguna manera me contagió el miedo. Por mucho tiempo, en cuanto sentía el temblor, corría o largaba una puteada. Así que me pareció mejor hacer un tema para sacarme eso de encima".
Así como no se acostumbró a la actividad sísmica, en veinte años Chalar nunca armó una nueva banda en Lima. "Podría juntar un grupo de músicos de acá y salir a tocar temas de los Violadores por todo el país. Sería fácil, me lo piden todo el tiempo. Pero nunca quise. Aceptarlo hubiera complicado después traer a los músicos argentinos con los que tocaba en cada momento. Y a mí me gusta presentarme en las mismas condiciones en las que produzco los discos. Me parece más honesto".
No recrear a los Violadores tiene que ver también con el sabor "agridulce" que le dejó la última reunión de la formación clásica de la banda, junto a Stuka, el "Polaco" Robert Zelazek y Sergio Gramática, con varios shows entre 2016 y 2018. "Hubo conciertos buenos y otros no tanto. No me quedaron ganas de más Violadores, ya está. ¿Para qué insistir? No me importa la plata, no quiero tocar esos temas, si no ¿para qué grabo discos nuevos?", se pregunta. "No soy nostálgico –responde él mismo–. ¡Si Cemento era un chiquero! El camarín era una heladera y el escenario un horno. Solo en la juventud uno lo podía sobrellevar. He perdido el conocimiento en esos lugares. Pero, ojo, esas pésimas condiciones eran responsabilidad de los dueños y también del público. Los dueños no invertían. Los baños los rompía la gente".
¿Cómo ves la ola revisionista de libros y documentales sobre punk?
Vi el documental de Damned; el de Motörhead, que los ubico dentro del punk; todos los de The Clash, una banda que quedó herida por cortarse en un gran momento. West Way to the World me gustó mucho y The Future is Unwritten, el de Joe Strummer, es el mejor de todos porque llega hasta la etapa con los Mescaleros, una gran banda con dos álbumes excelentes. También leí las memorias de Johnny Rotten. Esperá que estoy mirando en la biblioteca… Acá están los libros de Greil Marcus y el de Jon Savage, que es buenísimo, porque arranca antes, desde el glam, el situacionismo y Malcolm McLaren. El punk era música de diseño bien ejecutada.
Vos también publicaste tu libro sobre punk…
Planeta me había ofrecido una autobiografía, pero me aburría contar mi vida. Soy lo más vago para sentarme a teclear así que les propuse escribirlo con Juan Carlos Kreimer. Él escribió Punk: la muerte joven, el libro fundamental para todos nosotros. No solo aceptaron, sino que tuvieron la cortesía de mandar a Juanca a Machu Picchu. Era diciembre y casi no había turistas, ni argentinos, ni ingleses, ni coreanos. Una situación paradisíaca. Ese Machu Picchu sin gente, para vos solo… Bajo un arcoíris de punta a punta, en una pileta de aguas termales, con unas cervecitas y grabador en mano, nos pusimos a trabajar en Más allá del bien y del punk, donde metimos historia, conversaciones entre nosotros y también textos de otros invitados, como la música y activista punk Patricia Pietrafesa y el editor Leandro Donozo, de Gourmet Musical. Bastante más interesante que contar anécdotas mías, ¿no?
¿Y todavía escuchás punk-rock?
Prácticamente no. Algo de Sex Pistols, Clash, pero estoy de acuerdo con Lydon: al final, el punk era una porquería, no dio grandes discos. Buzzcocks, Damned, Dead Kennedys, Ramones, no tenés tantas grandes bandas. El punk propició el cambio, eso sí, que en los 80 generó una buena movida musical, el new romantic, Sisters of Mercy, Bauhaus; los peinados raros, como dijo Charly García. Pero sí hay algo importante del punk presente en mi trabajo: el "hazlo tú mismo". No tengo managerato (sic), no tengo un Pop Art. Me manejo con amigos. No quiero que me toquen las recaudaciones, hago todo solo, me ocupo del arte, de las fotos, de buscar discográfica y distribución. Después, en casa, soy una persona común que ayuda en la cocina y la limpieza mientras mi pibe hace la tarea.
El disco de Pilsen estaba previsto para el año pasado. La muerte de Tommy Loiseau y, luego, la pandemia, postergaron los planes. Si bien ahora el trabajo sí fue editado en formato físico, las presentaciones en vivo siguen en suspenso. A pesar de todo, Pil se declara "procuarentena".
"Acá se empezó a abrir, incluso abren los restaurantes, y en pocos días vuelven los vuelos y los buses –reporta Pil sobre la situación en la capital peruana–. El número de contagios y muertes sigue estable. Estamos esperando que se pueda ir al mar para disfrutarlo. Lástima que mi diariero, con todo esto, no está recibiendo la Desperta Ferro, una revista española que sigo sobre historia y batallas medievales. Hubo manifestaciones por el derecho al contagio y reclamando reabrir la economía. Pero yo estoy de acuerdo con la cuarentena larga, como la argentina. No es momento de salir a manifestar. Pueden matar a una persona. Los estuve buscando en las redes a los anticuarentena. No son muchos, pero sus ideas dan temor. Se cambian el nombre, porque el término neoliberal les da vergüenza. Atacan la cuarentena, la comparan con la dictadura; una locura. Yo viví la dictadura, y esto no lo es."
Pil disfrutó a fondo los últimos meses de vida de la industria turística. Antes de la clausura indefinida por pandemia, viajó en familia a Jamaica. "Hicimos turismo en las playas de Montego Bay, pero aprovechamos para ver las bandas que pudimos. No sé ni cómo se llamaban, pero algunas me enloquecieron, puro dub. También compré discos de Tuff Gong. No es un lugar fácil: tenés mar, pero la ciudad es densa. Me recordó al tema de los Clash, "Safe European Home".
La historia es que lo escribieron después de una mala experiencia en Jamaica…
Exacto. Yo no tuve problemas, salvo que saqué una foto de un árbol de Navidad y salió un tipo a decirme que le pagara. Tuve que mostrarle que él no aparecía en la foto y que no le iba a dar dinero. El problema de los Clash fue que no llevaron plata. Los Stones sí, entonces a ellos no les pasó nada.
¿Pensás volver a Buenos Aires?
Veremos qué trae la post pandemia. El trabajo de mi mujer, donde yo colaboro también, es la producción de espectáculos, desde bandas de rock hasta shows infantiles, que son bastante caros. Ha ido muy bien y ha ido mal. Ahora no sabemos cómo seguirá esto. Acá tenemos una vida relajada, vamos a un club, paseamos, hacemos masamadre, horneamos. Pero nuestro hijo está en quinto año y, sí, estamos pensando en volver a radicarnos en Argentina para que vaya a la UBA. La vida no es tan larga y a todos nos tiran un poco los sabores y los olores.
¿El fútbol, también?
Miraba mucho, pero ya no. Ni de acá ni argentino. Si me preguntás por el plantel de Colón, no tengo ni idea. Juego con mi hijo al FIFA 20 y no conozco a ningún jugador. Sé que en Barcelona juegan Messi y Suárez, el resto me perdí. Hay momentos en que te salís un poco y ya no conocés a nadie. Me gusta más el rugby, he ido a ver a Jaguares varias veces. Me parece un deporte en el que los jugadores no tienen el nombre atrás, es más colectivo. Lo que pasa es que en Argentina el rugby quedó muy golpeado por el asesinato de ese chico en Villa Gesell.
Pensé que dirías que el rubgy es elitista...
No, conozco gente de clase trabajadora que juega. El rugby es elitista solo en los clubes grandes. El problema es que los medios fogonean esto de que los rugbiers son máquinas de matar. Claro, si cinco pintores salen y cometen un asesinato no van a decir que lo hicieron porque son artistas. Sé que el rugby tiene esas tradiciones cuestionables y que los chicos están medio sobrecargados de hormonas, tipo Naranja Mecánica, pero no se debe generalizar. El rugby mantiene el espíritu amateur que el fútbol perdió hace tiempo. A mí, en todo caso, me gusta el fútbol de los años setenta, la estética, las camisetas, esos tipos barbudos y pelados que iban a ese ritmo cansino y pegaban bastante fuerte. Había malas prácticas, pero era un fútbol de pueblo. Hoy tenés que ser un súper profesional armado en el gimnasio para jugar. Como la Fórmula 1. Ya no es lo mismo. Antes, los pilotos fumaban, tomaban, se mataban. No es que quiera eso, pero... El profesionalismo está bien en algunos aspectos, pero en el camino se puede perder cierta gracia.