Philip Dick, ahora oráculo de la pantalla chica
Desde Blade Runner, es una de las obsesiones de Hollywood; ahora la TV recupera su particular forma de ver el mundo
Philip K. Dick murió tres meses antes del estreno de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), la primera adaptación cinematográfica de uno de sus textos (la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de 1966) que reveló, tarde, su nombre al mundo. El escritor, nacido en Chicago en 1928, pasó toda su carrera toreando la pobreza y el menosprecio. Recién sobre el final de su vida logró algún reconocimiento entre lectores europeos (Stanislav Lem fue uno de los primeros en rescatar su obra) y en la contracultura californiana, aunque en este caso se debió, más que a sus libros, a entrevistas extravagantes en las que decía que podía transmigrar su espíritu al inicio del cristianismo y también que hablaba latín y sánscrito sin haberlos estudiado.
Para ese momento, ya había escrito todos los libros que serían célebres y se dedicaba sólo a su Exégesis, un diario
tratado de 8000 páginas acerca de sus experiencias trascendentales y su obsesión religiosa (Jonatham Lethem se encargó de editar una selección que fue publicada en 2011). La lenta conversión de Blade Runner en un clásico de culto y el éxito de El vengador del futuro (Paul Verhoeven, 1990), basada en su relato "Podemos recordarlo todo por usted", hicieron que Hollywood empezara a interesarse por sus libros y que la difusión póstuma de su obra y de su mito se multiplicara.
Tras una docena de versiones cinematográficas, finalmente dos relatos de Philip K. Dick llegan a la TV: en 2014, Fox ordenó un piloto basado en el film Sentencia previa (Steven Spielberg, 2002), adaptación del cuento "El informe de la minoría", y, hace pocos días, Amazon puso a consideración de sus suscriptores el primer episodio de El hombre en el castillo, basado en la novela homónima. Si este episodio (que puede verse en la Web, aunque desde la Argentina presenta algunas contras: hay que enmascarar el IP, no tiene subtítulos y es ilegal) es bien recibido por el público, Amazon financiará una serie completa.
El hombre en el castillo (1962) transcurre en un mundo paralelo en el que el Eje triunfó en la Segunda Guerra Mundial y, para el presente del libro, los Estados Unidos quedaron divididos en tres regiones: la costa este ?bajo dominio alemán?, la costa oeste ?bajo dominio japonés? y una zona neutral ?la de las Montañas Rocallosas? que divide a ambos imperios.
El mal naturalizado
La trama tiene lugar en San Francisco (parte de los Estados Japoneses del Pacífico) y en la zona neutral, aunque regularmente informa sobre los horrores perpetrados por el Reich en el resto del país, como el exterminio de judíos y negros en la costa este y la reinstauración de la esclavitud en los estados del Sur.
A diferencia de otras ucronías sobre el triunfo nazi, en las que los personajes luchan contra la opresión totalitaria, en la mucho más inteligente novela de PKD los protagonistas ?que viven bajo el relativamente más benigno dominio japonés? naturalizaron el orden de su mundo y no añoran uno diferente y mejor dado que nunca lo conocieron, del mismo modo en que nosotros naturalizamos el orden de nuestro mundo.
En Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (2002), la mejor biografía de Dick, Emmanuel Carrère explica que el autor tomó esa idea de sus lecturas de Hannah Arendt, quien afirma que "el objetivo principal del totalitarismo consiste en desconectar a la gente de la realidad y hacerla vivir en un mundo ficticio". La noción paranoica de que el mundo no es lo que parece y que esta apariencia es una forma de dominación es una de las más productivas en la obra del autor de Ubik.
Como Borges, PKD se dedica a explorar el tramado de la realidad para descubrir que es poroso, permeable, que la barrera entre el interior y el exterior es difusa y que la ficción y la realidad se contaminan. En sus relatos, siempre aparece un elemento que provoca una disrupción en la aparente consistencia del mundo, un detalle que indica una falla en el universo objetivo: en El hombre en el castillo, en una idea también digna de Borges, la falla está en dos libros.
Uno es el I-Ching (es sabido que Dick lo consultó para definir el destino de sus personajes), que indica que la guerra fue ganada por los Aliados y que el mundo muestra una realidad falsa. El otro es una novela dentro de la novela, llamada La langosta se ha posado, en la que también los Aliados ganan la guerra. Sin embargo, esa novela narra una historia alternativa no sólo respecto de la del texto de PKD, sino también de la nuestra, dado que allí la Guerra Fría se da entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Esto sugiere una multiplicidad de mundos interconectados y una realidad en capas que ocultan una nueva apariencia, sin que se llegue nunca al punto final.
Aquello que se presenta como realidad objetiva es, en verdad, una construcción. Esta idea, en principio tan opuesta al sentido común, es hoy cotidiana: no sólo por innovaciones ya corrientes que parecen salidas de su textos, como la realidad virtual (The Matrix reconoce su deuda con PKD) o el reality show (The Truman Show elige el plagio), sino también, especialmente en nuestro país, en el debate actual sobre el rol de los medios masivos en la percepción de la realidad.
La metafísica expresada por los relatos de Dick está más vigente que nunca. El piloto de El hombre en el castillo ?con producción de Ridley Scott, quien estaría trabajando en, ay, Blade Runner 2? es testimonio de esta actualidad. De los trece pilotos presentados por Amazon este año, éste es el mejor y el que sin dudas se producirá debido al pedigrí de los involucrados. Está claro que desde su muerte, la influencia del escritor en el mundo es cada vez mayor y que éste cada vez se parece más a uno de sus relatos, lo que lleva a pensar que la supuesta paranoia de Dick era, en las palabras de Philo Gant, protagonista de la hiperdickeana Días extraños (Kathlyn Bigelow, 1999), tan sólo "la realidad vista a una escala mucho más fina".
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