El nuevo aislamiento nocturno retrasó su regreso al teatro, pero repasó su vida y trayectoria con LA NACION, desde sus comienzos en la revista hasta el público infantil en Floricienta
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Maneja los tiempos, las pausas y los tonos como nadie. Parece una actriz trágica, pero es reconocida como comediante, más allá de su extensa y exitosa carrera como vedette, con la que triunfó aquí y en México a lo largo de varias décadas. Sabe crear climas y saltar de un tema a otro, aunque a veces lo haga caóticamente. “Yo no sé hacer reportajes, lo mío es más coloquial, como las charlas entre amigos, ¿me entendés, mi amor?”, se excusará en algún momento del encuentro de tres horas con LA NACION en su casa de La Lucila.
Entrevistar a Zulma Faiad es toda una experiencia, un tsunami de emociones (llantos y risas incluidas) que otorga recompensa en cada tramo de la conversación. “Yo pienso con el corazón, por eso mi pensamiento es emocional y soy tan intensa. De ahí que algunos me quieran tanto y otros, bueno…ya sabemos”, explicará con su habitual honestidad. En el medio le dicen La Turca, por sus ancestros árabes libaneses, claro, pero también por su carácter. “Pero la gente en la calle me sigue llamando Lechuguita”, en referencia al aviso de aceite La malagueña que protagonizó en los años 60, y gracias al cual se hizo popular. “Y mirá que ya tengo 77 años, ¿eh?”, comentará con picardía.
“¿Si ya me tocó la vacuna por mi edad? No aún, tenía entendido que a la provincia estaban llegando más rápido, pero no es el caso del partido de Vicente López. Deben pensar que acá, en zona Norte, somos todos gorilas y yo, a los gorilas, los vi sólo en el zoológico. Alma de gorila no tengo, nunca en mi vida la he tenido porque creo que hemos nacido para ayudarnos los unos a los otros. Mis principios tienen que ver más con los del socialismo de Alfredo Bravo, que está en el cielo, que con los de los de políticos de hoy”, comentará sin temor a la polémica.
La pandemia la encontró viviendo sola en su casa de dos plantas, de la que se ocupa enteramente. “Sola y sin espíritus dando vueltas”, agregará. “Pero como soy cristiana tengo a Jesús de mi lado, que me toma de su mano y no me suelta. Así que no tengo miedo. Yo no le pido nada a él, sólo le agradezco”, dirá sentada en un mullido sillón, de cara a un enorme tríptico religioso que domina el living. “Después de estar con ‘arresto domiciliario’ durante un año por fin volví a la actividad hace unas semanas, cuando estrené en La Casona (la sala teatral de Corrientes al 1975) la comedia La chica del sombrero rosa, junto con María Rosa Fugazot, Adriana Salgueiro, Alberto Martín, Matías Santoiani y Kitty Locane”. La obra de Federico Jiménez, dirigida por Roberto Antier y producida por Aldo Funes, sólo alcanzó a ofrecer cinco funciones antes del cierre de los teatros.
–¿Por qué justamente personas de riesgo (por una cuestión etaria) como vos, Moria Casán, Soledad Silveyra, Luis Brandoni y Thelma Biral encabezan mayoritariamente la cartelera porteña en tiempos de pandemia?
–Yo creo que somos la resistencia del teatro. Amamos al teatro con toda nuestra alma. Por eso sostengo que es el momento de estar firme y hacer teatro. Porque si no, el teatro se va a ir muriendo. Sé que el miedo a veces puede más que las ganas de ir al teatro. Por eso este regreso fue un reto para mí y también lo es para el público. En las redes le digo al público: gente, no nos dejen solos, ¿eh? El teatro no puede desaparecer, tenemos que preservarlo entre todos. Además, las salas son muy seguras y en todas se cumplen con los protocolos. Yo le aconsejo a la gente que se olvide del miedo, que no se deje llevar por la sobreinformación. Los medios generan un espiral de pánico y confusión. Hay que oponerse a eso y apoyar al teatro. Además nuestros precios son muy populares y la obra es graciosísima, muy terapéutica para los tiempos que corren.
–En teatro, en general, siempre te han tocado papeles de mujeres finas; en La chica del sombrero rosa, en cambio, interpretás a una cocinera de barrio, un tanto vulgar y chismosa. ¿Lo tomaste como un desafío?
–Lo tomé como algo muy chico, que prácticamente no existía, y que junto al director lo íbamos a convertir en algo interesante. Yo sabía que no iba a pasar desapercibida, de eso estaba segura. Porque yo nunca paso sin pena ni gloria. Desde chiquita siempre fue así. Te cuento: soy la primera hija, la primera nieta, la primera bisnieta y la primera sobrina, en fin, la primera en todo de una familia muy numerosa. Así que estoy acostumbrada a que nunca me dejen de prestar atención.
–En los últimos años trabajaste en obras protagonizadas exclusivamente por mujeres (Extrellas, Derechas y Mujeres de ceniza) y en la actual son mayoría. ¿Fue casualidad o preferís compartir el escenario con actrices?
–No, no elegí trabajar sólo con mujeres, se dio así. Me encanta más trabajar con el sexo opuesto, tengo mucho feeling con los compañeros actores, con ellos se crea un clima de mayor complicidad y hasta surge la seducción. Pero, ojo, soy una defensora de los derechos de la mujer a ultranza. Soy una feminista de la primera hora, pero no una feminista combativa. Para mí pueden más las palabras que las marchas. ¿Quedó claro? Yo estoy totalmente a favor del aborto, siempre lo he estado. La mujer necesita una protección total al respecto.
El teatro de revistas
–En tu época de vedette, ¿cómo era la relación con tus compañeras? ¿Primaban los celos y las rivalidades o la solidaridad?
–Yo tengo un problema. No sé lo que es la envidia. Soy una mujer muy segura de mí misma. Nunca fui combativa con ninguna mujer. Siempre he trabajado con las más grandes y he terminado siendo amigas, porque creo que todo ser tiene un lado dulce y sensible. Eso es lo que me pasó con Nélida Lobato.
–Pero la leyenda dice que eran rivales.
–Yo no lo era. ¡Si yo pedí que me la pusieran en una revista! “Quiero trabajar con ella”, le dije a Alejandro Romay. Y agregué: “si me querés a mí, también tenés que ponerla a ella. Si no, no la hago”. Y así trabajamos juntas. En esa revista (Escándalos) también estaban Norman Briski, un actor que adoro, Ubaldo Martínez, Darío Vittori, Eber Lobato de coreógrafo y una orquesta en vivo. ¡Mirá qué revista! ¡Pero por favor!.. para mí es un placer tener lo mejor al lado.
–¿Cómo fue que la jovencita que estudiaba danzas clásicas en el teatro Colón un día se convirtió en vedette?
–Yo creo en muchas cosas y, entre ellas, en las causalidades. Y en que el éxito está en uno. Yo había hecho toda la carrera del Colón, de los 9 a los 17 años, y participé de todas las óperas: como paje del Don Juan y hasta de negrito en Aída. Pero en realidad no quería eso, deseaba ser actriz y estudiar con Hedy Crilla, que era una gran maestra. Como mi mamá no me daba la plata, fui y hablé con Hedy Crilla, y ella me becó. Después me hizo debutar en La princesa y el pastor, en el teatro Smart, que hoy es el Multiteatro. Ahí me rebelé y dejé de ser dominada por mi madre, que pretendía que yo cumpliera con su sueño de ser la nueva Alicia Alonso. Luego, empecé a presentarme a castings y quedé como una de las tres chicas que cantaba el jingle de Canal 13. Yo era la b…. del medio, la del flequillito. Como tenía un contrato de exclusividad también me enchufaron en Risas y sonrisas, el programa de Juan Verdaguer. Él, más tarde, me convocó para hacer en teatro el papel de “la bailarina” en Blum, la obra de Enrique Santos Discépolo que protagonizaba junto a Silvia Legrand. Ahí me vio un productor del Maipo y me ofreció un contrato para debutar en la revista. Mis padres sólo me dieron permiso cuando les prometí que no saldría con poca ropa ni participaría en cuadros de índole sexual. Así que empecé participando sólo en sketches y ocultando el traste en el saludo final.
–¿El siguiente paso en tu carrera fue el aviso de “la lechuguita”?
–Exacto. Cuando estaba en el Maipo la productora Alicia Norton me propuso hacer el aviso de “la lechuguita”, y lo primero que pensé fue: ¿pero qué van a decir en la calle?, ¡que soy una p… con una lechuga colgando! A mí nunca me gustó que me ridiculicen, aunque reconozco que conmigo se pueden hacer un festín… No lo quería hacer. Hoy tiro besos al cielo para que le lleguen a Alicia Norton. Gracias a su insistencia mi vida cambió para siempre. A la semana yo iba por la calle y todo el mundo me gritaba: ¡lechuguita, lechuguita! Cuando me di cuenta de que me había convertido en una persona popular fui a pedirle aumento al productor del Maipo, que era Alberto González, el hermano de Zully Moreno. Yo aún no tenía 18 años y se me rió en la cara. En realidad pretendía que me pagaran un sueldo completo, porque ya hacía un año que estaba trabajando ahí y no me lo pagaban porque Dringue Farías se quejaba de que yo hacía agregados en los sketches y pedía que me castigaran por eso; cuando a mí Hedy Crilla me había enseñado que nunca debía perder la impronta del actor.
–¿Y cómo concluyó el encuentro con Alberto González? ¿Finalmente te aumentó o te echó?
–Yo insistía con que era famosa y que por eso me había venido a ver el señor Carlos Petit (el otro gran productor de revistas de la época) para llevarme a El Nacional; que me quería ya en su teatro y por eso me ofrecía el 10 por ciento de toda la recaudación. Entre carcajadas, González me dijo: “mirá, nena, la estrella del Maipo es el Maipo. ¿Y sabés qué? Ahora andá a trabajar que vas a entrar tarde”. En fin, me sacó como rata por tirante. Ahí lo llamé a Petit y debuté en su teatro como protagonista de la revista La lechuguita y el Pato volador, junto a Rafael “Pato” Carret. Después Petit me prestó para hacer con Ángel Magaña Mi querida negrita, que fue volver a lo mío, al teatro de texto, maravilloso. La gente decía: “mirá a esta chica que surgió en un aviso, luego fue vedette y ahora es buena actriz, che”. Y yo quería eso, quería sorprender, que la gente viera que era una actriz, no sólo una bataclana. Luego me fui a México, quería probarme que podía triunfar en otro lado sin ser “La lechuguita”.
–¿Qué recuerdos tenés de tu etapa en México?
–Los mejores. Viajé por 45 días y me quedé en ese país que amo con locura durante siete años. Tuve que viajar sola porque mi mamá, que era muy celosa de mi pareja (Melchor Arana), lo hizo detener por presunto robo de una camioneta. Cuando todo se aclaró nos pudimos reencontrar en el Distrito Federal. Ahí, salvo una sola, no hice revistas sino espectáculos de music hall y una zarzuela, siempre con un éxito arrollador. En México me pasó de todo; por ejemplo, vi por primera vez un vehículo extraterrestre dirigido. Fue algo impactante.
–¿Es verdad que en los años de esplendor de la revista los hombres poderosos regalaban alhajas, autos y departamentos? ¿Te sucedió?
–A mí no me tocó nada de eso porque ladro. Si me hubieran hecho esos regalos los habría mandado al c…. La única vez que alguien insinuó querer comprarme, imaginen lo que le contesté. Fue terrible. Lo único que puedo repetir es: “Qué tristeza, un hombre tan joven y poderoso, que venga a decirme… pero por favor, ¡dejate de joder!” Flores y bombones sí aceptaba. ¡Ay, Dios mío, si nos habremos comido bombones con los utileros en el techo de El Nacional, donde hacían el asadito antes de la trasnoche del sábado!
–¿Cómo era el trato con los capocómicos? ¿Te trataban de igual a igual o hacían diferencia? ¿Tuviste alguna vez que ubicar a uno?
–Cuando empecé, sólo tuve problemas con Dringue. Luego nunca tuve otro conflicto, ni con un capo cómico ni con un actor. ¿Relaciones sexuales con actores? Tampoco. No puedo, no me enamoro de un actor. El padre de mis hijas [Daniel Guerrero] era actor, es cierto, pero no me enamoré de él trabajando. Cuando lo conocí era locutor. Nunca tuve que ubicar a un capocómico porque nunca me faltaron el respeto y además yo siempre fui muy cocorita… Para los capocómicos yo era invisible en el terreno sexual, un poco por mi carácter y otro tanto por mi edad. No me veían como a una hembra-mujer sino como a una niña bella. ¡Y es que era eso! Al punto que muchas veces al bajar la escalinata del final y mirar a los hombres que estaban en la platea, pensaba: ¿qué pasaría si de golpe les cuento que aún soy virgen? Es que yo fui virgen hasta los 22, hasta que conocí a Melchor Arana y me enamoré perdidamente de él. Y él de mí.
El abuso sexual
–El año pasado sorprendiste al hacer público el abuso sexual que sufriste a los 6 años por parte de un amigo de la familia y la valentía que tuviste a esa edad para denunciarlo. ¿Ese hecho te marcó posteriormente en tu relación con los hombres?
–No, para nada. Y eso se lo debo a mis padres, que actuaron maravillosamente. Cuando se los conté, mi papá salió corriendo a agarrarlo a trompadas, y luego mi mamá me llevó a un doctor para que me revisara. Fue un amigo de mi abuelo, con el que me dejaron un rato mientras ellos salían. No me pudo violar porque yo era muy chiquita, pero fue una situación horrible. Para mí ahí terminó la historia. Nunca sentí algún temor ni dejé de tener sexo por esa experiencia de la niñez.
La televisión
–A lo largo de tu carrera participaste de muchos ciclos televisivos, entre ellos Alta comedia, Sola y Matrimonios y algo más. Y en 2004 te ganaste al público infantil gracias a Floricienta y tu interpretación de la tía Titina. A propósito, el año pasado Telefé volvió a emitir el programa y se reavivó la polémica sobre tu repentina desaparición de la tira, ocurrida en medio de la primera temporada. ¿Es verdad que te echó Cris Morena?
–Sí, es verdad. La historia es así: un día, en medio de una extensa grabación, me empecé a sentir mal, tenía 40 grados de fiebre pero recién pude visitar un médico a las 9 de la noche, después de la jornada de trabajo. Me diagnosticó neumonitis y me indicó 10 días de reposo total. Yo no le hice caso y a los tres días me aparecí en el estudio. Sin embargo me castigaron, haciendo desaparecer mi personaje de la tira. Pero, eso sí, me pagaron el resto del contrato. No te podés imaginar lo que lloré en ese momento. Porque amaba hacer ese programa y a su público. Pero la vida me dio revancha y cuando repusieron Floricienta, ya en época de redes, los chicos empezaron a contactarse conmigo. Al principio, pensaban que yo había decidido irme del programa y que los había abandonado… Ahora me siguen en Twitter y nos amamos.
Los amores
–El mito asegura que las vedettes suelen tener muchos amores y tumultuosos. En tu caso, sólo se te conocen sólo cuatro parejas y muy estables. O has sabido ocultar muy bien el resto de tu vida amorosa o sos realmente una mujer de pocas relaciones.
–Yo no tuve amores tumultuosos, pero sí apasionadísimos. He sido mujer de pocos pero grandes amores. Tuve cuatro en total a lo largo de toda mi vida: [el ganadero y arquitecto] Melchor Arana, que fue el gran amor de mi vida, y que al fallecer, hace ya 10 años, sentí su muerte como si fuera su viuda; [el locutor y actor] Daniel Guerrero, con el que me casé y tuve dos hijas (Daniela y Eleonora); un médico oncólogo (que prefiere no nombrar) y el último, el abogado Alejandro Marquestó, al que le llevaba 17 años y con el que conviví 16. Con cada uno he estado muchos años. Yo no tengo alma de amante, nunca tuve amoríos. A mí no me enamora cualquier, ¿eh? Cuando me enamoro tengo que ponerme en pareja, sí o sí, nunca tuve un hombre con cama afuera. No sé qué se debe sentir, ni me interesa saberlo, con lo posesiva que soy…
–Y ahora, en este tramo de tu vida, ¿quién ocupa tu corazón?
–Fui, soy y seguiré siendo una enamorada del amor. ¿Pero sabés lo que mata el misterio del amor? La convivencia. Hoy tendría mi cuarto, mi baño y mi televisor propios. Y de a ratos me juntaría con mi pareja, por supuesto, porque soy una apasionada. Creo que esa es la inteligencia del amor: respetar los espacios del otro. Si no, la pareja se transforma en la soledad de dos. De todos modos no creo que esté capacitada para volver a enamorarme, porque ahora tengo una vida muy independiente. Antes era una geisha, ahora no tengo más ganas de serlo. Dicen que en la vida existen cuatro tiempos: tiempo para lo social, tiempo para la familia, tiempo para el trabajo y tiempo para uno. Bueno, los tres primeros tiempos los cumplí impecablemente. Pero me olvidé del último. Así que este es mi momento y no lo quiero dejar pasar. Yo no digo que no me hubiese gustado llegar a esta altura de la vida con un compañero al lado, pero no creo que lo soportaría. Me acostumbré a una libertad sin límites.
La política
–Por último, ¿qué opinás de la realidad nacional? Se sabe que te interesa la política, de hecho en 2005 te presentaste como candidata a diputada por el Partido de La Esperanza Porteña; y en 2015, para concejal por el Frente Para la Victoria. En el medio, fuiste directora del Centro Municipal de la Mujer de Vicente López.
–Sí, estuve allí hasta que Carmen Barbieri me llamó para volver a la revista y ser parte de Barbierísima. Yo creo que la política tiene que ser una vocación de servicio y si no les gusta, si sólo quieren la plata de la política, deben dedicarse a otra cosa, a ser empresarios. El mundo no va a andar con estos políticos que anteponen sus intereses a los del pueblo y la patria, que no tienen amor por el prójimo. Quiero que los políticos concienticen que estamos muy solos en este momento. No necesitamos un papá, porque ya fuimos educados, pero sí necesitamos gente que realmente ame al pueblo. ¿Es tan difícil eso? Que piensen en las empresas chicas y medianas, que están desesperadas. En ellas hay que pensar ahora, para poder sacar al país adelante.
–¿Volverías a presentarte para algún cargo?
–No. Aprendí que no nací para hacer política. Yo soy una idealista, una soñadora, una romántica, una mujer honesta que piensa que el político está para servir, no para hacerse rico. Además, mi salud no tiene precio. Nunca más me presentaría para ningún cargo. Porque los que no pueden te combaten. Es El hombre mediocre de José Ingenieros. ¿Cómo él está haciendo esto y a mí no se me ocurrió? Te combaten y así te embarran. Pero conmigo no pudieron. Es que yo tengo un don: nací angelada. Sí, soy angelada. No sé cómo suena eso, pero no me importa, porque es lo que siento. Me lo dice la gente por la calle. Aún me llaman Zulmita o Lechuguita y no quiero que por las críticas de un cuatro de copa dejen de hacerlo.
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