Silvia Montanari, una actriz que siempre le escapó a la solemnidad
Arrabalera y dueña de una frontalidad revestida de dulzura. Misteriosa y próxima. Así era Silvia Montanari, la actriz que creció bajo la luz de las cámaras y que demostró a lo largo de las décadas una ductilidad que la llevó a lucirse en dramas, telenovelas y comedias por igual. La mujer que amó tanto como quiso y terminó sus días abrazada a su fe.
Nacida en Quilmes, el 14 de enero de 1943, su vocación se despertó cuando jugaba a ser actriz en el taller del Teatro Infantil Alfonsina Storni, de su ciudad natal. Su debut en la televisión, ese medio en el que todo estaba por hacerse, también fue precoz: apenas comenzada su adolescencia, nada menos que Narciso Ibáñez Menta creyó en ella y se convirtió en su padrino artístico. Así comenzaría su romance más duradero.
"Estoy más cómoda en un set de televisión que en el living de mi casa. Empecé a los 15 años y antes de tener a mi hijo Rodrigo resigné muchas cosas por mi profesión. Vivía para el trabajo, pero con su llegada, todo cambió. Yo prefería estar con él. Y eso el ambiente un poco te lo cobra", contó hace unos años en una entrevista.
De aquellos primeros años, siempre rescató la pasión con la que trabajaban los actores. "Empecé a los 15 años, en las Obras Maestras del Terror. Entrábamos a las ocho de la noche y empezábamos a grabar; en ningún momento nosotros pensábamos si estábamos trabajando unos minutos de más. Entrábamos y era tanta la pasión y las ganas que le poníamos que trabajábamos toda la noche, todo el día y éramos felices. Hoy creo que falta esa pasión", recordaba.
Ya entrados los años sesenta, se convirtió en una de las actrices jóvenes más convocadas. Unitarios como Alta comedia, Luis Sandrini presenta y Esto es teatro la tuvieron en sus elencos. De allí, pasaría directamente a las telenovelas, género en el que se convirtió en una de las caras más emblemáticas. La cruz de Marisa Cruces, Bajo el mismo cielo, Cuando el ayer es mentira, El León y la Rosa, Casada por poder, son algunos de los muchos títulos que encabezó en el Canal 9 de Alejandro Romay y el Canal 13 dirigido por Goar Mestre.
Durante la década del 80, al igual que otras colegas como Alicia Bruzo, Soledad Silveyra, Cristina Alberó o Luisina Brando, demostró que las heroínas de los culebrones no siempre debían ser cándidas y "modositas". Así, con personajes fuertes, rompió los esquemas en telenovelas como Stefanía y La Sombra, antes de pegar un fuerte volantazo y convertirse en la mamá canchera, sensual y comprensiva de las telecomedias.
"A mí me encasillaron un poco en el rol de heroína de telenovelas. En realidad, yo me encasillé. Generalmente hacía drama, hasta que que en los años noventa, cuando ya era bastante grande, me dieron la posibilidad de hacer Nosotros y los otros, junto a Rodolfo Bebán. Él era padre de tres hijas (Gloria Carrá, Florencia Peña y Magalí Moro) y yo de tres varones (Adrián Suar, Diego Torres y Germán Palacios)", rememoraba Silvia aquel viraje que enriqueció aún más su carrera.
Con ese cambio tendría la posibilidad, también, de demostrar su buen olfato a la hora de descubrir nuevos talentos: "Nosotros le pedimos a la producción que nos dejara elegir a los actores que iban a interpretar a nuestros hijos. Me acuerdo que apareció en el set un chueco muy chueco, más que Suar, petiso, con cara de luna y una sonrisa que iluminaba el lugar. Entonces le dije a Rodolfo: 'No sé si es actor o no, pero yo quiero a ese. Era Diego Torres".
Aquel éxito fue seguido por otro aún más grande: "Después llegó Son de Diez, que también era una comedia. Ahí, con unas extensiones hasta la cintura, interpreté a una madre que entendía todo. No era una mamá pesada como soy yo, por ejemplo, en la vida real. ¡Yo soy muy metida! Era muy lindo que me dijeran en la calle en aquella época que querían que fuera su mamá".
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Orgullosa de su único hijo, el actor y cantante Rodrigo Aragón, Silvia se emocionaba cuando alguien le mencionaba el talento del muchacho, pero mucho más cuando resaltaban que era una buena persona. Gracias a esa condición de "mamá metida", terminaría ideando uno de los programas más exitosos y polémicos de los años noventa. "Cuando llegaba Rodrigo a casa con sus compañeros yo escuchaba lo que charlaban. Ahí me di cuenta de que tenía que hacer un programa para chicos que estén pasando por el último año del colegio secundario. Entonces, junto a Rodolfo Ledo montamos una productora y apareció Socorro 5to Año". En aquel revolucionario -y censurado- ciclo darían sus primeros pasos, de la mano de Silvia, actores como Fabián Vena, Laura Novoa, Adriana Salonia, Walter Quiroz y Virginia Innocenti.
Más cerca en el tiempo, le prestaría el cuerpo a mujeres fuertes, trabajadores, ambiciosas y antológicas malvadas en Ailén, luz de luna; Collar de Esmeraldas; Gasoleros y Ciega a citas.
Si bien la pantalla chica fue su "hábitat natural", también supo brillar sobre el escenario junto a Alfredo Alcón en Panorama desde el puente, y junto a Nora Cárpena, Zulma Faiad y Mercedes Carreras en Mujeres de ceniza, entre decenas de piezas. En cine, participó de pocos proyectos, entre los que sobresalen Todo o nada, Proceso a la infamia y El Pibe Cabeza.
Siempre aseguraba que no se sentía cómoda brindando entrevistas porque odiaba hablar sobre ella misma, pero cuando se prestaba al juego lo hacía sin reparos. Desde sus cirugías plásticas hasta su "escandalosa" relación con Darío Grandinetti, ningún tema para ella era sagrado. Riéndose de sí misma, resaltaba en cada charla lo importante que era para ella mirar hacia atrás y darse cuenta de que siempre había hecho lo que quería. Incluso -y sobre todo- en cuestiones del corazón. "Hay muchos caballeros dando vueltas, pero en ese aspecto, yo ya me retiré. He vivido tanto... Todo lo que he querido, lo he tenido", le contó a Verónica Lozano en 2014.
Si bien su rostro engalanó durante décadas las portada de las revistas más vendidas, siempre se mantuvo alejada de los escándalos. Hasta que un día, cometió el "pecado" de enamorarse de un hombre menor que ella.
"Fui una precursora. Cuando empecé a salir con Grandinetti yo tenía 39 años y él 23. En ese momento, no se hablaba mucho de eso, pero es una situación que ocurre desde que el mundo es mundo. El año anterior yo me había separado y por eso acepté hacer una temporada en Mar del Plata. Fui como la soltera más codiciada. Cuando aparece Darío en mi vida, decían que había dejado a dos de 20 por una de 40, como si yo fuera un asco, una cosa desechable", rememoró alguna vez entre risas.
A pesar de haber durado apenas un par de años, aquel romance quedaría en la memoria de toda una generación. "A Susana Giménez, cuando salía con Ricardo Darín, se lo permitieron, porque ella es una comediante. Lo de Luisina Brando con Carlín Calvo tampoco fue un escándalo. A mí, que venía del drama, no me lo perdonaron. Pero fue tan hermoso", le contó a LA NACION. La relación más larga de su vida fue con el padre de su hijo: 12 años. "¡Una eternidad!", bromeaba, aunque luego aclaraba que con todas sus parejas quedó "en buenas relaciones".
Muchos de los que compartieron con ella algún elenco -y sobre todo las colegas con las que convivió largas horas en camarines- aseguraban que en la intimidad era como se la veía ante las cámaras: graciosa y "canchera". Jovial y fuerte. "No le tengo miedo al paso del tiempo ni a la muerte, porque me siento muy bien. Doy gracias a Dios que pude llegar a mi edad así", comentó alguna vez, años atrás.
A pesar de que prefería no hablar mucho sobre eso, a los 55 años, su fe en Dios se volvió mucho más fuerte. Tanto, que se convirtió en el pilar de su vida. "Lo tengo a Él, qué suerte que creo, estoy tan contenta. Él es mi Señor, mi hombre. Hace ya casi veinte años que Él es todo. Nunca más miré a un hombre. No lo digo mucho porque hay gente que se puede reír. No es para todo el mundo, pero confío en Dios, es suficiente", le reveló a LA NACION en febrero.
El 15 de octubre, Montanari, de 76 años, fue internada en el Sanatorio de la Providencia por un tumor. Murió durante la madrugada del sábado 26.
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