La cantante falleció de una sobredosis el 11 de febrero de 2012, a los 48 años, horas antes de brindar un show que prometía ser memorable
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Whitney Houston solo quería cantar. A pesar de todo, a pesar de ella misma. Cuando su íntimo amigo y mentor Clive Davis le propuso ser la estrella indiscutida de su famosa gala previa a la ceremonia de los premios Grammy, la intérprete aceptó. El 9 de febrero de 2012, se presentó a los ensayos en el hotel Beverly Hilton de Los Ángeles, donde además le ofrecieron hospedarse para que se sintiera más cómoda. Sus colegas, Brandy Norwood y Monica Arnold, también tenían previsto ensayar junto con Whitney, y prometieron brindar un show inolvidable. “Me pareció que estaba distinta”, recordó el director musical y compositor Rickey Minor, quien estaba a cargo del espectáculo, y quien fue uno de los primeros en notar cómo Houston había recuperado su entusiasmo por pararse arriba de un escenario, su hábitat natural.
“Ella no era una persona a la que le gustase levantarse temprano y apareció para repasar lo que íbamos a hacer a las 10.30 de la mañana, con agua en el cabello. Estaba casi empapada, le pregunté dónde había estado y me dijo que nadando en la pileta del hotel”, evocó Minor sobre ese encuentro con Whitney en el que la cantante le aseveró: “Voy a recuperar mis pulmones, voy a ponerme en forma, voy a volver entera”. El director y amigo de la cantante percibió que ella estaba decidida a reencauzar su carrera y su vida profesional, pero al mismo tiempo le resultó extraño el abrupto cambio de conducta. De todas formas, decidió no indagar.
El escritor Gerrick Kennedy, quien se hallaba en el lugar y quien se encontraba trabajando en un libro sobre la artista, también la vio animada y se lo atribuyó a su deseo de, como ella misma lo había expresado, recuperar lo que las adicciones le habían robado. Pero había algo errático en su comportamiento y Kennedy lo notó cuando, en una entrevista que Houston brindó en conjunto con Brandy y Monica, sus declaraciones resultaban un tanto inconexas.
“Me pasó lo mismo que a muchos: creí que estaba divirtiéndose y pasándola bien, con ganas de cantar, pero después se volvió evidente que no estaba sobria”, declaró el escritor. Durante el ensayo, Houston no podía escapar del escrutinio. Las miradas se posaban sobre ella, instalando una innecesario presión. Mientras más la observaban, más rebelde se mostraba. En esas últimas horas de vida, Houston quería brillar, y cada paso que daba se convertía en una forma de demostrarle a su entorno que estaba lista para hacerlo.
La última canción de su vida y una frase inquietante
Como forma de preparase para la fiesta de Davis, Whitney decidió, de manera espontánea, asistir a una fiesta en celebración a notables figuras del R&B en el club True Hollywood. La canción elegida para esa noche fue “Jesus Loves Me”, nada menos que el último tema que interpretaría en su vida y que había formado parte del exitoso soundtrack de El guardaespaldas. La presentación, en la que estuvo acompañada por la diva del góspel, Kelly Price, fue extraordinaria, pero un presunto altercado de la cantante en el bar habría alterado a Whitney. La prensa no tardó en hacerse eco de lo sucedido cuando, al día siguiente, publicó artículos sobre lo desmejorada que se la había visto a la artista y cómo había vuelto a beber en exceso.
Esa presión que Whitney quería evitar, continuaba sobrevolándola. Houston se sentía arrinconada y empezó a buscar en sus amigos y familiares palabras de aliento. Por lo tanto, llamó a varias personas en las horas previas a su muerte y una de ellas fue Minor. El director artístico nunca supo qué quiso decirle su amiga, porque no atendió la llamada. Cuando quiso comunicarse con ella, Whitney ya no lo atendió. Tiempo después, trascendió una frase que la intérprete habría dicho antes de morir. “Jesús me ama, y yo me voy a ver Jesús”, le manifestó a varios de los asistentes a la fiesta realizada en True Hollywood antes de retirarse de la misma, antes de querer entablar charlas con las pocas personas en las que confiaba ciegamente.
Su prima, la estrella Dionne Warwick, sí logró hablar con Houston antes de su fallecimiento. La artista la llamó con cierta desesperación en su voz, y quiso asegurarse de que ella iba a estar a su lado en esa fiesta de Clive Davis para la que tanto venía ensayando. Luego, llamó a su madre, Cissy Houston, desde la habitación del hotel donde sucedería lo inimaginable tan solo 40 minutos después de colgar el teléfono. “Ella estaba luchando para mantenerse sobria, me prometió que lo estaba haciendo, esa era mi esperanza, la razón por la que rezaba todas las noches. En esa charla me dijo que me amaba y que, después del show, me iba a visitar”, reveló la madre de la artista.
Al poco tiempo, Cissy recibió otro llamado. Del otro lado del teléfono, su hijo, Gary Houston, le empezó a gritar, entre lágrimas, “¡Nippy! ¡Nippy!”. Se trataba del apodo que la familia le había puesto a Whitney. Su madre lo supo de inmediato. “Ese día se rompió mi corazón, no estábamos preparados para una tragedia como esa, me destrozó”, expresó la madre de la diva. Houston había ingresado al baño, donde abrió las canillas de la bañadera, para lugo sumergirse en esta. Allí, perdió el conocimiento.
La estrella de la música murió el 11 de febrero a las 03:55 de la madrugada, en el cuarto piso del hotel Hilton de Beverly Hills, donde iba a presentarse como manera de decirle al mundo “Yo puedo con esto, yo voy a salir”, el mantra que se repetía a sí misma y que compartía con su mamá, quien nunca perdió las esperanzas de que su hija se recuperara. El cuerpo sin vida de Houston fue hallado en la bañera por su guardaespaldas, quien llamó rápidamente a los médicos. Los intentos de reanimación fueron infructuosos. Tres años después, la hija de Houston, Bobbi Kristina Brown, moriría en similares circunstancias.
Un tributo a Whitney considerado “de mal gusto”
La autopsia reveló que, horas antes del recital organizado por Davis, Houston había consumido distintas drogas. En su habitación encontraron un polvo banco, una cuchara quemada con una “sustancia cristalina” y más de diez medicamentos diferentes, incluido el ansiolítico Xanax. Los resultados de toxicología indicaron que la artista estaba “agudamente intoxicada con cocaína” al momento de su muerte.
“El clima que se vivía en el hotel era lo más cercano al apocalipsis”, recordó con tristeza Kennedy, quien repudió a Davis por continuar con la fiesta, que terminó convirtiéndose en un tributo a Whitney realizado en el mismo momento en que su cuerpo era trasladado por los forenses. “Fue algo de mal gusto, nunca pude entender cómo se realizó esa fiesta, ella seguía en la habitación, tenían que retirarla, y abajo estaban cantando en su honor, fue algo shakespeariano, una tragedia que se desarrollaba frente a nuestros ojos, no la dejaron morir con dignidad”, expresó el autor del libro Didn’t We Almost Have it All: In Defense of Whitney Houston.
Minor y Davis, en tanto, defendieron el tributo realizado. “La situación era compleja, pero decidimos que, como estábamos todos llorando la partida de Whitney, teníamos que celebrar su vida, fue algo sanador”, afirmó el director del show. Clive Davis, por su parte, destacó “el talento incomparable” de la artista que perdió la vida a los 48 años. “Nos brindó tantas interpretaciones memorables a lo largo de los años, que sabíamos que le hubiese gustado que el show continúe, y además tuvimos aprobación de la familia”, manifestó el productor.
En la entrega de los Grammy, la partida de Houston tiñó de luto el ambiente. La actriz y cantante ganadora del Oscar, Jennifer Hudson, interpretó “I Will Always Love You” con admirable entereza. En los ensayos, la artista se quebró en varias ocasiones, e incluso dudó acerca de si iba a poder llevar adelante su presentación, que conmovió a una audiencia que todavía seguía en shock por la muerte de Whitney. Quienes se encontraban en la ceremonia esa noche luego aludieron a un clima “enrarecido”, “sombrío” y “angustiante”.
Cuando la periodista Diane Sawyer le preguntó a Houston qué sentía cuándo estaba arriba de un escenario, la artista respondió que era lo más cerca que podía estar de Dios. “Cierro mis ojos y canto, aunque siempre canto con miedo. Cuando abro los ojos, veo a la gente tan feliz, que solo me queda agradecer por este don que la vida me ha dado, y por cómo afecta y contagia a los demás”.
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