Sin presencia en los medios de comunicación, el actor correntino convirtió a sus personajes en un suceso federal impulsado por las redes sociales; radiografía de un éxito inusual que no para de crecer
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MAR DEL PLATA (Enviado especial). -Que los éxitos del teatro de verano son derivaciones de los sucesos de la televisión y que sus protagonistas son las figuras mediáticas de mayor injerencia es, a no dudarlo, un paradigma relativo y en proceso de extinción. Si en temporadas anteriores los shows de Midachi, Nito Artaza y Miguel Ángel Cherutti o Martín Bossi, artistas que en sus orígenes esquivaron las cámaras, lograron sucesos de taquilla, hoy ese privilegio recae en Wali Iturriaga, un humorista que se instaló fuerte en la temporada marplatense gracias a un fenómeno que terminó de explotar en las redes sociales.
Conocedor del paño como nadie, el productor Carlos Rottemberg apostó por el artista y le ofreció la sala del teatro Neptuno, uno de los teatros más grandes de Mar del Plata, donde supieron desfilar desde Susana Giménez hasta Alberto Olmedo, para que Iturriaga estrene La Jenny, claro que sí, el espectáculo en el que esa mujer irritada con su marido Juan Carlos es la cabeza de compañía que buscará acercarse a un público que la convirtió en un personaje de culto. Además, en el show aparecen otros personajes, hay música y una interacción muy directa con los espectadores.
“Lo vivo con sorpresa, pero con alegría, aunque también tengo que reconocer que estoy acostumbrado, porque esto me sucede desde el minuto uno. Arranqué en mi zona, Corrientes, Chaco y Misiones, y lo que se provocaba era muy impresionante, entonces se volvió algo natural, aunque sé que no lo es, así que lo valoro mucho”, reflexiona sobre la masividad que provocan sus creaciones, pero su balance está lejos de la pedantería y la soberbia. “No termino de dimensionar lo que pasa, pero es mejor, así mantengo los pies sobre la tierra”.
Nacido en la ciudad de Corrientes, Iturriaga pisa fuerte en el litoral, donde, ya desde hace un tiempo, no sólo llena teatros, sino que colma las localidades de importantes estadios. Una especie de Coldplay mesopotámico con atmósfera de sapucai, que nació en la era de las redes sociales y se convirtió en un humorista de culto en todo el país y Latinoamérica. Se sabe, el like no tiene fronteras. “Nunca fui a un teatro y que no se agotaran las localidades, pero lo que jamás tuve fue presencia en los medios, donde todavía soy un anónimo”.
Con cierta precaución, buscando que el aluvión de fanáticos no impidiera el trabajo, la producción fotográfica de la entrevista con LA NACION se realizó a esa hora de la mañana donde las playas aún son exclusividad de unos pocos madrugadores. La previsión salió mal. Aquellos que estaban disfrutando de la brisa ya calurosa en las cercanías de Punta Iglesia, no dudaron en acercársele para pedirle la consabida selfie y demostrarle el cariño, que, en su caso, se traduce en fanatismo.
En pocos segundos, el humorista fue rodeado por la gente. No faltó la mujer que le confesara que compartía el carácter de la blonda y empoderada Jenny y más de un caballero reconoció su parecido con Juan Carlos, el marido abdicado, fanático y padeciente. “Soy muy agradecido al público y me gusta el contacto cara a cara, pero no puedo no decirte que el verano pasado, en medio de la gira, me era imposible pisar la calle. Salíamos con mi familia a comer y me quedaba cuatro horas saludando a la gente, era muy loco”.
Hasta el domingo 8 de enero, tomando en cuenta el número de espectadores (prácticamente se agotan las localidades en todas las funciones en una sala con alrededor de 1000 localidades), La Jenny, claro que sí se ubicaba en el primer puesto, aunque eso no signifique que ocupe el mismo lugar en el ranking de recaudación, ya que no es la propuesta con el valor de los tickets más costosos, en un claro guiño al público popular que sigue al humorista. Más allá de eso, se trata de un arranque de temporada por demás promisorio para esta compañía que dio el batacazo inicial, sorprendiendo a más de uno. “Es increíble lo que está pasando, no caigo”.
Ya realizó tres giras nacionales y dos en Uruguay. En la Calle Corrientes porteña, se presentó en las salas de El Nacional, Premier y el imponente Opera. “La Jenny siempre estuvo más fuerte afuera que en Argentina. Explotó en España, Colombia, México, Estados Unidos. Hace un mes estuve en Miami y no podía caminar por la calle, así que pronto vamos a ir con el show”. La gira comenzará en abril y de Latinoamérica y Estados Unidos cruzará el Atlántico hacia Europa.
Una mujer como tantas
-En Buenos Aires está instalado que surgiste en las redes sociales, ¿es así?
-No, comencé haciendo shows en los barrios de mi ciudad con el personaje de Cachilo, hasta que me ofrecieron ir a hacer lo mismo en un boliche a cambio de un pago de 2000 pesos. Enseguida me comenzaron a contratar en festivales importantes de la zona, donde se podían juntar hasta 10.000 personas. Más de una vez, la gente se iba luego de la actuación de Cachilo, a pesar de que aún faltaban presentarse artistas muy importantes a nivel nacional.
En esa vorágine de presentaciones en vivo apareció un personaje que le comenzó a competir en popularidad a Cachilo. Como Iturriaga daba clases de zumba, aquella disciplina donde las prendas de colores estridentes y fluorescentes están a la orden del día, ese universo le sirvió para la creación de La Jenny, su personaje más exitoso. “El chat de mamis del colegio también fue una gran inspiración”.
Nació como Jenny, la paraguaya, dada la cercanía afectiva del actor con una de sus abuelas nacida en aquel país. La rubia de cabellera despeinada que le pone orden a su marido, quien la considera tóxica, no tiene pelos en la lengua. Ama los chismes, ensaya cómo desenmascarar en Nochebuena a esa parte de la familia que no soporta y hasta bufa cuando la critican por ese “buen poder adquisitivo” que le permitió comprarse un pan dulce en efectivo. Si en las redes sociales Cachilo lograba alrededor de 300 comentarios, cuando comenzó a subir los posteos de La Jenny, el número inmediatamente creció. “No me hacía cargo, pero empezaba a notar que lo que publicaba con el personaje iba creciendo en comentarios y likes: de mil a tres mil, de tres mil a diez mil, rápidamente; no entendía nada”.
Se acercaba 2019 y las redes comenzaban a darle notoriedad federal e internacional a la creación. La pandemia terminó por impulsar a esta mujer de pelo enmarañado, un desopilante oasis en medio de aquel momento tan traumático.
-Impusiste modismos.
-Creamos una forma de hablar. En lo personal, jamás digo una mala palabra, me da vergüenza decirlas frente a mis hijos o mis padres. Con mi hermana decimos “la pucha” en lugar de “la put…”. Iturriaga no miente y, vergonzoso, no completa la palabra.
Pudoroso, también en la charla habla con respeto, sin llevarse el mundo por delante. Pareciera ser que el enorme éxito de los últimos años no lo ha mareado. Y si en su fuero personal no es mal hablado, La Jenny se desinhibe y le da vía libre a ese argot propio con términos como “cachicalienta”, “hombre suela” y “felpudo”, algunos de los modismos que el público repite. “Mis personajes son una caricatura y, como tal, se exageran los rasgos de la pareja y de la familia. De esa manera, la gente se ve identificada desde el humor”.
-¿Tenés el desenfado de tus personajes?
-Para nada, La Jenny es una loca total y yo soy muy tímido, muy enfocado en mi familia.
Orígenes
Wali Iturriaga nació hace cuarenta años en la ciudad de Corrientes, el terruño donde se realiza la Fiesta Nacional del Chamamé, a orillas del Paraná. Su padre, Héctor Beltrán, se abocó al rubro de los gimnasios, actividad que su hijo heredó hasta convertirse en un referente nacional del crossfit, esa variante del gym que requiere de fuerza y cierta valentía, representando al país a nivel internacional. “Me crié en ese ambiente y durante veinticinco años me dediqué a eso, aunque, paralelamente, estaba relacionado con el arte”. La madre del actor es Moni Munilla, una destacada escritora, quien trabajó en el área de Cultura de su ciudad, toda una influencia para su hijo. “Siempre estuve relacionado con la escritura y también con la pintura. A los diez años ya pintaba al óleo y en acrílico y llegué a exponer”.
Si bien hoy todo un país lo conoce como Wali Iturriaga, ese no es su nombre real. “Mi nombre es Eduardo Beltrán, lo que sucede es que hubo un problema con mi papá y sus padres. Cuando mis abuelos se separaron, mi abuela lo hacía firmar a mi papá como Iturriaga, que era el apellido materno”. Cuando comenzó su carrera artística, se le complicó abrir sus cuentas en las redes sociales por una cuestión de verificación de apellido. “Pensaban que era un impostor”.
Su propio gimnasio era el más exitoso de la ciudad de Corrientes y Wali no paraba de viajar para mostrar sus habilidades y perfeccionarse en la disciplina del crossfit. En simultáneo, la inclinación artística lo llevó a formar algunas agrupaciones de punk-rock. “Con las bandas giramos con Ataque 77, Flema y 2 Minutos”. También estudió teatro y fotografía. “Pensaba que, en algún momento, algo iba a pasar en mi vida, porque, si bien me gustaba el gimnasio, no era lo que amaba”, reconoce.
Inclusión
-¿Del gimnasio y las bandas de rock pasaste sin escalas al humor?
-Y en simultáneo me comencé a dedicar a lo solidario.
Iturriaga vivía en el barrio Tejas, de clase media acomodada, pero lindante con San Marcos, un poblado muy humilde y estigmatizado por una sociedad pequeña y conservadora: “Te metían en la cabeza que en ese lugar te robaban, te mataban, pero yo conocía a gente muy buena de allí, pero con muchas necesidades. Así que, aún teniendo el gimnasio, me decidí a ayudar”.
En poco tiempo, el local donde funcionaba su gimnasio se convirtió en un depósito de todo aquello que la gente donaba en las campañas que Wali motorizaba. “Para lograr mi cometido, inventé a Cachilo, un personaje que terminó siendo una especie de Gauchito Gil en Corrientes. Metíamos hasta 10.000 personas en los shows”. También actuaba en la calle para esos poblados con más necesidades que certezas.
-¿Qué te decía tu familia?
-Mi papá y mi mamá no entendían nada, incluso, en mi ciudad, que es una sociedad chica, pensaban que me había vuelto loco y, con prejuicio, decían que me había convertido en un villero.
La cosa cambió y hoy su padre se pone una peluca y graba videos como la madre de La Jenny, material que se puede ver en el espectáculo del Neptuno marplatense.
-¿Cómo era Cachilo?
-Era un chico de esos barrios muy pobres, barrios a los que entraba con mi mujer y mis hijos. Todos nos decían que era peligroso, pero la gente me comenzó a querer tanto, que todo salía bien.
En una oportunidad consiguió 400 sillas de ruedas y siempre estuvo detrás de medicamentos para quienes no los podían adquirir. “Como descuidé el negocio, el gimnasio se comenzó a venir abajo, mi viejo me quería matar”. Corría 2018 y Wali desconcertaba a los suyos, mientras se convertía en un referente solidario y en el artista que les daba voz a los marginados. Mientras, el actor viajaba por el mundo, tomaba cursos en Estados Unidos y llevaba una vida acomodada, hasta que la carga horaria y emocional del compromiso solidario lo llevaron a la desatención de sus finanzas.
-Es decir que no dejaste el gimnasio por una carrera artística, sino para abocarte full time a la solidaridad.
-Así es. Cuando conocí casos de fibrosis quística, que requiere de tratamientos muy caros, comencé a buscar medicamentos que son inaccesibles para la gente. También abrimos merenderos que se llamaban “Los Cachilitos”.
Cachilo era un personaje desdentado, de hablar rústico y corazón noble. Iturriaga se amparaba en él para realizar la tarea solidaria. “Era un dios para la gente”, se emociona. “Contra tu punto”, “Si, pué” y “sabandija” fueron algunos de los modismos que impuso Cachilo y que todo Corrientes repite.
-¿Tenés referentes en el humor?
-Sí. Como tengo 40 años, me crié con el humor de ShowMatch, por eso, tener contacto con muchos de los chicos del programa es un montón, un orgullo. Marcelo Tinelli me felicitaba y me decía que quería que estuviese en el programa y Carna me demostró su apoyo desde el primer día. También tengo como referente a Martín Bossi. Cuando vi su show hice un click y sentí un deseo muy profundo de hacer algo así. Antes de ayer, Bossi me mandó un mensaje de tres minutos diciéndome que me seguía, eso para mí es una locura, un gran estímulo.
-Bossi protagonizó el musical Kinky Boots, ¿te interesaría tomar ese camino?
-Sí, es mi objetivo, me encantaría, pero, por ahora, estoy muy asociado al humor que vengo haciendo.
Iturriaga se instaló en Buenos Aires con Mity, su mujer y sus cuatro hijos. Familia numerosa que le gustaría ampliar ya que, según reconoce, “me gustaría tener un hijo más”. Los suyos son una prioridad y trata de darles tiempo y atención, a pesar de este momento de explosión laboral.
“A veces la gente me habla como si yo fuera La Jenny. Es como si me cruzara a Nico Furtado y pensara que es un falopero porque hizo la serie El marginal”, se ríe. El camino hacia la cochera donde estacionó su vehículo será complicado. Otra vez, los transeúntes ocasionales lo descubren y comienza la maratón de fotos y besos. Así es el día a día de este artista que le movió la estantería al statu quo del humor y que hoy se transformó en el fenómeno de Mar del Plata, la capital del espectáculo estival que suele reconocer generosamente las expresiones genuinas consagradas por el público. “No me esperaba esto”, dice Iturriaga y parte, como puede. Antes, deja flotando un deseo, “mi sueño es ganar el Estrella de Mar”.
La Jenny, claro que sí, de y con Wali Iturriaga. Sala: Neptuno, Santa Fe 1751, Mar del Plata. Funciones: miércoles a lunes a las 22. Entradas a la venta en Plateanet.
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